Estrategia del nacionalismo español

urano

Madmaxista
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Desde el final de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, prácticamente todos los dirigentes en democracias representativas han acabado perdiendo el poder. El malestar tras la crisis y la a menudo letárgica recuperación económica han provocado que muchos votantes tengan ganas de cambio.

Entre toda esta devastación y derrota de la clase dirigente occidental, sin embargo, hay un político que ha sido capaz de mantenerse en el poder tras someterse a las urnas. Impasible el ademán, infatigable en su liderazgo, heroico guiando al pueblo español hacia el futuro, nuestro querido Pedro Sánchez ha sobrevivido a todas las batallas
Dada la excepcionalidad de su supervivencia, no está de más analizar el porqué.

Empecemos por lo obvio: Pedro Sánchez quizás sea un poco más guapo que la media española, pero dista mucho de ser excepcional.
Es un orador aceptable tirando a mediocre, un gestor más o menos normal, y un dirigente más o menos igual de mentiroso que el político español medio. Ya sé que en algunos sitios es tratar a Sánchez como un genio del mal vendido al diablo sin escrúpulos que es también increíblemente incompetente e imposiblemente menso, pero en realidad no es más que un político decente, aunque no extraordinario. No hay nada, desde luego, que sugiera que es mejor que todos los dirigentes de todo el planeta que han sido derrotados en elecciones postpandemia.

¿Por qué entonces Sánchez parece estar desafiando las leyes del universo político y sigue en el cargo? Mi teoría es que esto se debe a un peculiar problema de la derecha española y su insistencia en perder elecciones.

Si le diéramos a una inteligencia artificial o a un alienígena los programas electorales de todos los partidos con representación parlamentaria en España, así como su número de escaños, su conclusión más obvia sería que en el Congreso hay una mayoría natural de partidos conservadores. Hay más diputados que son partidarios de reducir el gasto público, desregular la economía, oponerse a programas redistributivos y todas estas cosas bien normales y aceptables que desean los partidos de derechas. Esa mayoría ideológica no se convierte en una mayoría de gobierno, sin embargo, porque un sector de la derecha española ha preferido sabotear esa posibilidad por motivos no del todo racionales.

En cualquier mundo normal, el Partido Popular, Junts per Catalunya y el Partido Nacionalista Vasco serían aliados. Los tres son partidos de centroderecha, tanto en temas económicos como sociales; sus ideas y programas son muy parecidos. En décadas pasadas, el PP no ha tenido problema alguno para negociar con estas formaciones sobre competencias o financiación. Con el procès en el retrovisor y la mayoría de los catalanes intentando fingir que todo eso fue algo que sucedió en otra parte y que daba un poco de vergüenza ajena, no es en absoluto descabellado contemplar una negociación y acuerdo con ellos.

Eso no sucede, sin embargo, porque el PP tiene un competidor por la derecha que tiene como principal prioridad política nunca pactar nada con los nacionalistas periféricos. Los populares saben que cualquier negociación con Junts haría que Vox los dejara a la estacada y, además, la utilizarían para competir electoralmente con ellos. Así que, en vez de echar a Pedro Sánchez de la Moncloa, se ven obligados a dejar que sean los socialistas los que alcancen acuerdos con la derecha catalana y vasca, permitiéndoles sobrevivir otra legislatura.

El gobierno resultante de estos pactos es inevitablemente débil, porque PSOE y Junts están en el lado opuesto del espectro político. Eso hace que España siga aplazando muchas reformas necesarias y condiciona los presupuestos de la forma más absurda posible. Pero dado que la gente de Vox parece preferir que Sánchez esté en Moncloa a que la derecha española tenga que estar en la misma habitación que un señor con acento de Girona, tenemos un país gobernado por un tipo al que dicen detestar y un montón de reformas pendientes.

Todo este escenario, además, es especialmente absurdo porque un partido conservador normal debería ver con buenos ojos dar más autonomía fiscal a las regiones. Obligar a los políticos que quieran gastar dinero a recaudar sus propios impuestos es una forma excelente de imponer disciplina fiscal a un país, haciendo que otros se coman el coste político. El PP, racionalmente, debería ser más federalista que el PSOE, no menos, especialmente porque ese federalismo rompería toda la política de alianzas socialista de las tres últimas décadas. Pero no pueden hacerlo simplemente porque Vox está allí, oponiéndose por completo a la forma más sencilla y racional de echar a los socialistas del poder.

La respuesta de Vox, supongo, será que hay cosas no negociables, enemigos de España, felones, traidores, etcétera, etcétera. Muy loables, sin duda, pero las democracias parlamentarias se basan en formar mayorías, no en la pureza ideológica. Para gobernar, es necesario ser flexible; Vox, sin embargo, está en política para hacer ruido y salir en la tele, no para aprobar leyes o mejorar la vida de nadie.

El mejor aliado de Pedro Sánchez, como de costumbre, son aquellos que dicen ser sus enemigos. Otra vez.
 
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