RutgerBlume
Madmaxista
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- 13 Ene 2013
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- 83
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Hola a todos,
Trabajo en el sector de blockchain y criptomonedas y desde hace un tiempo se me ocurrió una idea para una novela. Trataría sobre Bitcoin, de cómo hay una gran conspiración detrás de todo ello.
He aquí la sinopsis de mi novela:
Bitcoin es la moneda digital descentralizada de la que todo el mundo habla hoy en día. Para mucha gente incluyendo a Bertrand no es más que una burbuja especulativa, pero todo cambiará a raíz del asesinato de su gran amigo Andrew. A partir de entonces se embarcará en una peligrosa aventura que cambiará para siempre su vida y sus valores. Con ayuda de sus nuevos compañeros descifrará el enigma que encierra Bitcoin y desenmascarará la mayor conspiración de la historia de la humanidad. Sin embargo su camino, no será fácil. Cuando uno se inmiscuye en los asuntos de las más altas esferas del poder y las finanzas mundiales, el conflicto y los enemigos están garantizados.
La novela contendría también jovenlandesalejas e ideas que me gustaría tras*mitir al lector, las más importantes son:
- Un sistema bancario y financiero más descentralizado mejorará las sociedades humanas, haciendo más difícil el trabajo de las élites al someternos.
- La conciencia crítica de cada individuo es necesaria sí o sí para mejorar la sociedad, pues sin conciencia crítica cualquier avance será tergiversado por las élites en su propio beneficio.
- La sociedad se beneficia enormemente de aquellos individuos cuyo objetivo en sí mismo es la mejora de la sociedad, y no tanto de aquellos que tienen como principal objetivo el obtener riqueza/distinción/honores/poder. En esto se engloba un poco una crítica a nuestra querida sociedad postureta/instagramera de hoy.
Tengo bastante hiladas las tramas, los sucesos más importantes y los personajes. He escrito también un borrador de un primer capítulo. He visto hilos en este subforo de conforeros que posteaban fragmentos que ellos habían escrito, así que me gustaría leer vuestra opinión antes de ponerme a escribir el resto de la novela. Espero que no resulte muy off-topic.
Soy de ciencias y un novato en esto de escribir. Para ser sincero, tampoco soy un ávido lector de novelas. De todos modos no tengo grandes expectativas, si mis ideas llegasen a unas pocas personas y les hiciesen reflexionar ya me conformaría. Todo lo que venga a partir de ahí, bienvenido será.
Sin más dilación, he aquí el primer borrador del capítulo 1. Gracias por vuestro tiempo y vuestros comentarios:
Aquella silla parecía cada vez más incómoda. Bertrand llevaba ya varias horas allí sentado frente al ordenador. El estrés que llevaba acumulando todo el día se reflejaba en su rostro, y no era para menos, pues encontrar un trabajo no iba a ser tan fácil como esperaba.
El último correo electrónico que acababa de llegar engrosaba la lista de empleos para los que ni siquiera lograría una entrevista.
«¡Maldita sea!», pensó mientras soltaba un bufido. «No entiendo nada. ¿Para qué ofrecen puestos para recién graduados si luego van a pedir varios años de experiencia?».
Mientras revisaba los portales de empleo a lo largo y ancho del internet, la frustración le encendía poco a poco las mejillas.
«Mis padres lo tuvieron mucho más fácil. ¡No es justo!».
Bertrand era uno de esos jóvenes de hoy en día que se iban dando cuenta de que la realidad era muy distinta de la que sus familia y allegados de más edad (a quien él solía referirse despectivamente como boomers) solían describir cuando les aconsejaban.
«Ojalá hubiese nacido en los 60. Entonces sí que había oportunidades para prosperar, aunque fuese a base de trabajo muy duro. Ahora todo es mucho más difícil.»
Aunque Bertrand trató en ocasiones de volver a centrarse en su tarea, los mismos pensamientos volvían a él una y otra vez. Era uno de esos días pesados en los que parecía imposible mantener la atención. Como cada vez que esto ocurría, pronosticó que se sentiría culpable al terminar la jornada por no cumplir las tareas que se había propuesto.
A pesar del mal día, Bertrand era un joven optimista en general. Leía con avidez cualquier cosa relacionada con economía, finanzas y negocios. Desde hacía ya tiempo había decidido que en algún momento montaría una empresa cuando diese con la idea definitiva… que todavía no había encontrado. Pero su ambición y su capacidad le llevarían a triunfar finalmente, o al menos eso creía él. Cierto que en ocasiones le invadía la negatividad, pero no se iba a rendir. ¡Eso jamás!
Continuó un rato más con la búsqueda de trabajo hasta que decidió tomarse un descaso. Tumbado en el sofá, repasaba desde su teléfono móvil los últimos movimientos de la bolsa de valores. Bertrand había sido aleccionado por su padre desde joven en el valor del trabajo y en el buen hábito del ahorro. Había trabajado como repartidor los últimos veranos y además realizaba algunos servicios de traducción a tiempo parcial durante el curso escolar, por lo que había acumulado una suma a la que ahora quería sacarle partido.
Por el momento, su primera opción era invertir en algunas de las archiconocidas grandes empresas tecnológicas, sin embargo no lograba decidirse. Llevaba ya un tiempo siguiendo la evolución de las bolsas mundiales, que no hacían otra cosa sino subir. «¿Cuándo llegará esa correción que todos están anunciando? No quiero esperar demasiado», pensó. Había leído múltiples libros de los gurús de la inversión y sabía que la prisa era muy mala compañera de viaje, pero no podía evitarlo. La inexperiencia hacía que sus emociones empequeñecieran de manera abrumadora a su raciocinio.
Mientras seguía consultando información distraídamente, vió que habían publicado una nueva entrada en uno de sus blogs financieros favoritos. El tema elegido había sido Bitcoin, la moneda digital que últimamente estaba en boca de todos. Decepcionado, Bertrand exhaló un pequeño suspiro. Consideraba aquel sitio web algo serio y riguroso y no esperaba que cayese en el sensacionalismo.
«Vaya, esta vez han elegido esa tontería del Bitcoin. No se para qué se molestan».
Se sentía demasiado perezoso para volver a su escritorio y continuar con sus tareas del día, así que comenzó una lectura en diagonal sin mucho interés.
De pronto se acordó de Andrew. Hubo un tiempo en el que su amigo trataba de convencerle de las bondades de Bitcoin, pero Bertrand nunca lo tomó en serio.
«Van dos semanas que no me devuelve los mensajes. Ya es bastante para seguir molesto por una tontería».
Aunque Andrew y Bertrand habían sido amigos desde la infancia, tenían personalidades un tanto distintas que en ocasiones les llevaban a tener roces. La extroversión e impulsividad de Bertrand contrastaban con el carácter más retraído de Andrew, más dado a la reflexión interna. A Bertrand le exasperaba ese punto pendante que adquiría el tono de Andrew cuando le explicaba sus ideas. Andrew era realmente inteligente, sí, pero ello no le daba derecho a hablarle desde un altar.
— Bueno Bertrand, estamos perdiendo el tiempo así que dejémoslo en que tienes razón. Total, por mucho que te lo explique tampoco lo ibas a entender… algunas cosas se ve que te cuestan.
— ¿¿Qué has querido decir?? Luego te quejarás de que la gente piensa que eres un fulastre arrogante. ¡Pero es la verdad!
— No me preocupa lo más mínimo lo que piensen los demás ¡La gente no sois más que una panda de borregos!
Siguió recordando el resto de la discusión, en la que descargaron toda la tensión acumulada previamente. Se le ocurrieron varias afiladas respuestas que trataría de no olvidar para la próxima vez que a su amigo se le subiesen los humos, pero aun así comenzó a acumular la típica furia de no tener delante a quien debiera ser destinatario de su indignación. «Es un fulastre testarudo. Sólo le dije la verdad, lo que pasa es que se cree más listo de lo que es. Encima que soy yo quien le escribo para intentar hacer las paces… ¿quién se habrá creído que es?».
Pasaron algunos minutos mientras su mente seguía atrapada en una discusión imaginaria. Apretó los dientes con fuerza hasta que sintió que podría darle un abrazo si lo tuviese delante. No podía más, Andrew le iba a oír aquella tarde. Se vistió rápidamente y decidió que daría un paseo para poder relajarse un poco antes de encontrarse con su amigo. A pesar de su carácter explosivo, Bertrand se conocía bien a sí mismo y trataba de sabotear sus propias reacciones negativas tanto como le era posible.
Se dió una ducha y se vistió rápidamente. Cuando salió a la calle y el fresco viento otoñal le golpeó la cara, instintivamente se subió la cremallera hasta arriba y aceleró el paso. Mientras caminaba, se fijaba en la poca actividad que había en las calles de su distrito. Era ya la última hora de la tarde, y los jardines donde la gente solía disfrutar de picnics veraniegos a la hora de la cena estaban casi desiertos. Santa Bárbara es un lugar privilegiado en cuanto al clima, pero la última hora antes del anochecer de una tarde de Noviembre no era el mejor momento para disfrutar del aire libre.
El distrito donde vivía Andrew estaba pegado al suyo, por lo que la caminata duraría algo menos de una hora. Sería suficiente para despejar la mente y de paso darle otra vuelta más a una de esas ideas de negocio suyas que hacían aguas por todas partes. Llevaba un tiempo pensando en cómo podría aprovechar el pujante turismo de la ciudad con algún negocio a pie de calle. Sin embargo, los alrededores de su casa no ofrecían mucho en ese sentido. Se trataba de una zona residencial sin el bullicio de los distritos pegados a la costa ni el dinamismo de la zona universitaria, cuyos alquileres quedaban totalmente fuera de su alcance.
Siguió recorriendo las calles ensimismado en sus pensamientos. Lo cierto es que el mercado inmobiliario de Santa Bárbara estaba desbocado. Bertrand todavía tenía que terminar su último año del Máster en Finanzas y no podía trabajar a tiempo completo, por lo que con sus ingresos sólo podía permitirse el alquiler de un diminuto apartamento en un distrito alejado del centro. A menudo solía fantaseaba con la vida acomodada que le gustaría llevar. ¿Encontraría alguna vez una buena oportunidad? ¿En qué medida influye la suerte en la vida de uno? ¿Había nacido en la época equivocada?
Tras divagar un rato más mientras caminaba a paso firme, divisó aquella hamburguesería cercana a casa de Andrew. «Si el muy terco está de humor para hacer las paces, podríamos ir después a cenar», pensó. Pero tampoco albergaba muchas esperanzas, pues podía notar cómo el rencor y la agitación se volvían a apoderar de él poco a poco.
Estuvo a punto de volverse atrás. Sabía que si no era capaz de dominarse una vez frente a Andrew sólo empeoraría las cosas, y quizá la amistad quedaría arruinada para siempre. Respiró hondo durante un minuto y miró a su alrededor sin fijar la mirada en ningún punto en concreto. Finalmente se giró hacia la casa de Andrew y obligándose a sí mismo, echó a andar. A fin de cuentas no había caminado hasta allí para nada.
Ya era casi de noche y tuvo que fruncir el ceño para localizar el diminuto timbre. Apretó el botón mientras notaba cómo su pulso se aceleraba. Trató de escuchar los pasos a través de la puerta pero no logró advertir ningún ruido que se elevase sobre el ruido callejero de las hojas al viento. Con rabia, pulsó el timbre una segunda vez dejando que sonara durante un largo instante.
La inicial falta de respuesta le frustró y alivió a partes iguales. De pronto, se giró hacia el lado derecho y se dio cuenta de que algo de luz se filtaba desde una de las ventanas. Se asomó y súbitamente el desconcierto se apoderó de él al entrever a través de las cortinas cómo la sala de estar estaba patas arriba. Los cajones habían sido sacados del mueble y todo su contenido estaba disperso por el cuarto. El sofá aparecía volcado y los libros de las estanterías estaban tirados por el suelo. La escena sólo invitaba a la preocupación.
Corrió de nuevo hacia la puerta. Apretó el timbre en largas ráfagas mientras aporreaba nerviosamente la puerta.
- ¡Andrew! ¡Andrew! ¿Estás ahi?
No logró captar ninguna respuesta. Trató de calmarse por un momento y buscar una explicación lógica que no involucrase ninguna desgracia.
La puerta principal no daba signos de ceder ante los empujones y tirones de Bertrand. Ya algo angustiado, comenzó a rodear la casa en busca de un punto de entrada. Recorrió las de derechasdas hasta llegar al patio trastero y rápidamente se abalanzó sobre la puerta. Estuvo a punto de caer de bruces hacia el interior cuando la puerta cedió sin resistencia, pero logró mantener el equilibrio.
Sus ojos todavía no se habían acostumbrado todavía a la oscura penumbra, pero le bastó para reconocer que la cocina parecía en orden.
- ¡Andrew! ¿Estás en casa?
Se adentró en dirección a la sala de estar que había observado desde la ventana. La escena parecía más impactante al verse dentro de la misma. Sus ojos no paraban de de buscar algo que pudiese arrojar una pista de lo que había ocurrido, pero no parecía haber nada más extraordinario que el propio desastre en sí. Subió escaleras arriba y al dar la luz del pasillo le dió un vuelco el corazón. Sobre la pared amarillo pálido se veían varias machas de tonalidad marrón rojizo. Algunas insinuaban la silueta de una mano de manera más nítida, otras eran sólo un borrón arrastrado. Las huellas parecían comenzar cerca de la habitación de la izquierda.
Con el corazón a mil, Bertrand entró en el despacho de Andrew. En aquella habitación todo había sido revuelto del mismo modo que en la mayoría de la planta baja, y su respiración comenzó a emitir un silbido agudo cuando vió una amplia mancha en el suelo del mismo tonalidad que las del pasillo. Pronunció de nuevo el nombre de su amigo, pero esta vez su voz sonó débil y quebradiza.
Se apoyó en el marco de la puerta para aliviar sus aturdidas piernas mientras miraba a lo largo del largo pasillo. El extremo final estaba casi totalmente a oscuras, pero pudo distinguir que la trampilla de acceso al ático estaba abierta con las escaleras extendidas. Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo mientras el enorme agobio daba paso al pavor. Tras respirar hondo un puñado de veces, se dirigió lentamente hacia las escaleras, apoyando su mano contra la misma pared donde había quedado grabado el testimonio de un crimen.
Asomó la cabeza por la trampilla. El silencio retumbaba en sus oídos mientras escudriñaba la oscuridad de aquella estancia. Pasaron unos segundos y de repente se sacudió de un respingo. Reconoció una figura tendida en el suelo.
- ¡Andrew!
Subió frenéticamente el resto de las escaleras y se agachó junto al cuerpo de su amigo. Con las últimas esperanzas que le quedaban, le golpeó la cara y agarró sus brazos advirtiendo una fuerte rigidez en ellos. No hubo ninguna reacción.
Bertrand ahogó un grito. Se cubrió la cara con las manos mientras notaba cómo sus ojos se humedecían rápidamente. Permaneció en esa posición algunos interminables minutos, sollozando. Finalmente, se levantó y encendió la luz.
La isla de luz alcanzaba casi la totalidad del cuerpo de Andrew. Bertrand pudo apreciar amplias manchas de sangre en el pecho y abdomen de Andrew, especialmente una de ellas que se derramaba por su costado y había llegado a extenderse sobre el suelo.
De pronto una sirena lejana lo sacó de su ensimismamiento. Repasó mentalmente sus pasos hasta llegar junto a Andrew mientras sacaba el móvil de su bolsillo. Su llamada fue contestada casi de inmediato:
- Departamento de Policía de Santa Bárbara. ¿Puedo ayudarle en algo?
Bertrand tardó un instante en contestar, miró de nuevo al cadáver de su amigo y se convenció de que no estaba a punto de despertar de un mal sueño.
- Buenas noches -le costó tragar saliva-. Mire… acabo de encontrar el cadáver de mi amigo.
Su voz sonó totalmente rota durante toda la conversación. Se sentó sobre una de las cajas del ático para esperar la llegada de la policía que arrancaría los últimos retazos de irrealidad de aquella escena.
No pasaron más que unos pocos segundos hasta que la presencia del cadáver comenzó a resultar insoportable. No podía aguantar ni un minuto más en aquél ático, ni en aquella casa. Se puso en pie casi de un salto y echó un último vistazo al cuerpo sin vida de su amigo antes de descender por la trampilla.
Justo un instante antes de apartar la mirada reparó el baúl abierto. La pantalla alrededor de la débil bombilla que iluminaba la estancia bloqueaba parte de la luz, por lo que no pudo reparar a la primera en aquél mueble ni en su contenido desparramado alrededor. Al observar más de cerca, no pudo distinguir nada que llamase su atención. Libros, juguetes viejos y algunos modelos anticuados de consolas no parecían responder a la pregunta de qué era lo que Andrew había ido a buscar allí, arrastrándose moribundo.
De repente advirtió un débil brillo metálico proveniente de la mano de Andrew. La rigidez de la extremidad no le permitió sacar el objeto plateado que sostenía, así que probó a tirar con fuerza de la cadena que sobresalía. No sin un esfuerzo logró extraer aquel objeto que resultó ser una simple chapa colgada de una cadena, pero parecía tener algunas inscripciones. La llevó directamente bajo la luz para observarla mejor. Su curiosidad aumentó al comprobar que la placa contenía por sus dos caras una serie de palabras grabadas directamente en el metal:
higiene archivo novela lazo chico entero canto grupo víctima soporte margen sepia
Y por el otro lado:
fecha langosta red policía abuso justo pipa lindo lámpara huir perro mundo
Su imaginación voló por unos instantes tratando de descifrar el enigma de aquellas palabras, pero enseguida el estridente sonido de las sirenas se hizo lo suficientemente estridente como para devolverle a la realidad. Instintivamente se guardó la placa en el bolsillo y bajó hasta la planta baja. Presa de los nervios, abrió la puerta principal justo antes de que el agente apretase el timbre.
** Continúa en el siguiente post debido a la limitación de caracteres por post. **
Trabajo en el sector de blockchain y criptomonedas y desde hace un tiempo se me ocurrió una idea para una novela. Trataría sobre Bitcoin, de cómo hay una gran conspiración detrás de todo ello.
He aquí la sinopsis de mi novela:
Bitcoin es la moneda digital descentralizada de la que todo el mundo habla hoy en día. Para mucha gente incluyendo a Bertrand no es más que una burbuja especulativa, pero todo cambiará a raíz del asesinato de su gran amigo Andrew. A partir de entonces se embarcará en una peligrosa aventura que cambiará para siempre su vida y sus valores. Con ayuda de sus nuevos compañeros descifrará el enigma que encierra Bitcoin y desenmascarará la mayor conspiración de la historia de la humanidad. Sin embargo su camino, no será fácil. Cuando uno se inmiscuye en los asuntos de las más altas esferas del poder y las finanzas mundiales, el conflicto y los enemigos están garantizados.
La novela contendría también jovenlandesalejas e ideas que me gustaría tras*mitir al lector, las más importantes son:
- Un sistema bancario y financiero más descentralizado mejorará las sociedades humanas, haciendo más difícil el trabajo de las élites al someternos.
- La conciencia crítica de cada individuo es necesaria sí o sí para mejorar la sociedad, pues sin conciencia crítica cualquier avance será tergiversado por las élites en su propio beneficio.
- La sociedad se beneficia enormemente de aquellos individuos cuyo objetivo en sí mismo es la mejora de la sociedad, y no tanto de aquellos que tienen como principal objetivo el obtener riqueza/distinción/honores/poder. En esto se engloba un poco una crítica a nuestra querida sociedad postureta/instagramera de hoy.
Tengo bastante hiladas las tramas, los sucesos más importantes y los personajes. He escrito también un borrador de un primer capítulo. He visto hilos en este subforo de conforeros que posteaban fragmentos que ellos habían escrito, así que me gustaría leer vuestra opinión antes de ponerme a escribir el resto de la novela. Espero que no resulte muy off-topic.
Soy de ciencias y un novato en esto de escribir. Para ser sincero, tampoco soy un ávido lector de novelas. De todos modos no tengo grandes expectativas, si mis ideas llegasen a unas pocas personas y les hiciesen reflexionar ya me conformaría. Todo lo que venga a partir de ahí, bienvenido será.
Sin más dilación, he aquí el primer borrador del capítulo 1. Gracias por vuestro tiempo y vuestros comentarios:
Aquella silla parecía cada vez más incómoda. Bertrand llevaba ya varias horas allí sentado frente al ordenador. El estrés que llevaba acumulando todo el día se reflejaba en su rostro, y no era para menos, pues encontrar un trabajo no iba a ser tan fácil como esperaba.
El último correo electrónico que acababa de llegar engrosaba la lista de empleos para los que ni siquiera lograría una entrevista.
«¡Maldita sea!», pensó mientras soltaba un bufido. «No entiendo nada. ¿Para qué ofrecen puestos para recién graduados si luego van a pedir varios años de experiencia?».
Mientras revisaba los portales de empleo a lo largo y ancho del internet, la frustración le encendía poco a poco las mejillas.
«Mis padres lo tuvieron mucho más fácil. ¡No es justo!».
Bertrand era uno de esos jóvenes de hoy en día que se iban dando cuenta de que la realidad era muy distinta de la que sus familia y allegados de más edad (a quien él solía referirse despectivamente como boomers) solían describir cuando les aconsejaban.
«Ojalá hubiese nacido en los 60. Entonces sí que había oportunidades para prosperar, aunque fuese a base de trabajo muy duro. Ahora todo es mucho más difícil.»
Aunque Bertrand trató en ocasiones de volver a centrarse en su tarea, los mismos pensamientos volvían a él una y otra vez. Era uno de esos días pesados en los que parecía imposible mantener la atención. Como cada vez que esto ocurría, pronosticó que se sentiría culpable al terminar la jornada por no cumplir las tareas que se había propuesto.
A pesar del mal día, Bertrand era un joven optimista en general. Leía con avidez cualquier cosa relacionada con economía, finanzas y negocios. Desde hacía ya tiempo había decidido que en algún momento montaría una empresa cuando diese con la idea definitiva… que todavía no había encontrado. Pero su ambición y su capacidad le llevarían a triunfar finalmente, o al menos eso creía él. Cierto que en ocasiones le invadía la negatividad, pero no se iba a rendir. ¡Eso jamás!
Continuó un rato más con la búsqueda de trabajo hasta que decidió tomarse un descaso. Tumbado en el sofá, repasaba desde su teléfono móvil los últimos movimientos de la bolsa de valores. Bertrand había sido aleccionado por su padre desde joven en el valor del trabajo y en el buen hábito del ahorro. Había trabajado como repartidor los últimos veranos y además realizaba algunos servicios de traducción a tiempo parcial durante el curso escolar, por lo que había acumulado una suma a la que ahora quería sacarle partido.
Por el momento, su primera opción era invertir en algunas de las archiconocidas grandes empresas tecnológicas, sin embargo no lograba decidirse. Llevaba ya un tiempo siguiendo la evolución de las bolsas mundiales, que no hacían otra cosa sino subir. «¿Cuándo llegará esa correción que todos están anunciando? No quiero esperar demasiado», pensó. Había leído múltiples libros de los gurús de la inversión y sabía que la prisa era muy mala compañera de viaje, pero no podía evitarlo. La inexperiencia hacía que sus emociones empequeñecieran de manera abrumadora a su raciocinio.
Mientras seguía consultando información distraídamente, vió que habían publicado una nueva entrada en uno de sus blogs financieros favoritos. El tema elegido había sido Bitcoin, la moneda digital que últimamente estaba en boca de todos. Decepcionado, Bertrand exhaló un pequeño suspiro. Consideraba aquel sitio web algo serio y riguroso y no esperaba que cayese en el sensacionalismo.
«Vaya, esta vez han elegido esa tontería del Bitcoin. No se para qué se molestan».
Se sentía demasiado perezoso para volver a su escritorio y continuar con sus tareas del día, así que comenzó una lectura en diagonal sin mucho interés.
De pronto se acordó de Andrew. Hubo un tiempo en el que su amigo trataba de convencerle de las bondades de Bitcoin, pero Bertrand nunca lo tomó en serio.
«Van dos semanas que no me devuelve los mensajes. Ya es bastante para seguir molesto por una tontería».
Aunque Andrew y Bertrand habían sido amigos desde la infancia, tenían personalidades un tanto distintas que en ocasiones les llevaban a tener roces. La extroversión e impulsividad de Bertrand contrastaban con el carácter más retraído de Andrew, más dado a la reflexión interna. A Bertrand le exasperaba ese punto pendante que adquiría el tono de Andrew cuando le explicaba sus ideas. Andrew era realmente inteligente, sí, pero ello no le daba derecho a hablarle desde un altar.
— Bueno Bertrand, estamos perdiendo el tiempo así que dejémoslo en que tienes razón. Total, por mucho que te lo explique tampoco lo ibas a entender… algunas cosas se ve que te cuestan.
— ¿¿Qué has querido decir?? Luego te quejarás de que la gente piensa que eres un fulastre arrogante. ¡Pero es la verdad!
— No me preocupa lo más mínimo lo que piensen los demás ¡La gente no sois más que una panda de borregos!
Siguió recordando el resto de la discusión, en la que descargaron toda la tensión acumulada previamente. Se le ocurrieron varias afiladas respuestas que trataría de no olvidar para la próxima vez que a su amigo se le subiesen los humos, pero aun así comenzó a acumular la típica furia de no tener delante a quien debiera ser destinatario de su indignación. «Es un fulastre testarudo. Sólo le dije la verdad, lo que pasa es que se cree más listo de lo que es. Encima que soy yo quien le escribo para intentar hacer las paces… ¿quién se habrá creído que es?».
Pasaron algunos minutos mientras su mente seguía atrapada en una discusión imaginaria. Apretó los dientes con fuerza hasta que sintió que podría darle un abrazo si lo tuviese delante. No podía más, Andrew le iba a oír aquella tarde. Se vistió rápidamente y decidió que daría un paseo para poder relajarse un poco antes de encontrarse con su amigo. A pesar de su carácter explosivo, Bertrand se conocía bien a sí mismo y trataba de sabotear sus propias reacciones negativas tanto como le era posible.
Se dió una ducha y se vistió rápidamente. Cuando salió a la calle y el fresco viento otoñal le golpeó la cara, instintivamente se subió la cremallera hasta arriba y aceleró el paso. Mientras caminaba, se fijaba en la poca actividad que había en las calles de su distrito. Era ya la última hora de la tarde, y los jardines donde la gente solía disfrutar de picnics veraniegos a la hora de la cena estaban casi desiertos. Santa Bárbara es un lugar privilegiado en cuanto al clima, pero la última hora antes del anochecer de una tarde de Noviembre no era el mejor momento para disfrutar del aire libre.
El distrito donde vivía Andrew estaba pegado al suyo, por lo que la caminata duraría algo menos de una hora. Sería suficiente para despejar la mente y de paso darle otra vuelta más a una de esas ideas de negocio suyas que hacían aguas por todas partes. Llevaba un tiempo pensando en cómo podría aprovechar el pujante turismo de la ciudad con algún negocio a pie de calle. Sin embargo, los alrededores de su casa no ofrecían mucho en ese sentido. Se trataba de una zona residencial sin el bullicio de los distritos pegados a la costa ni el dinamismo de la zona universitaria, cuyos alquileres quedaban totalmente fuera de su alcance.
Siguió recorriendo las calles ensimismado en sus pensamientos. Lo cierto es que el mercado inmobiliario de Santa Bárbara estaba desbocado. Bertrand todavía tenía que terminar su último año del Máster en Finanzas y no podía trabajar a tiempo completo, por lo que con sus ingresos sólo podía permitirse el alquiler de un diminuto apartamento en un distrito alejado del centro. A menudo solía fantaseaba con la vida acomodada que le gustaría llevar. ¿Encontraría alguna vez una buena oportunidad? ¿En qué medida influye la suerte en la vida de uno? ¿Había nacido en la época equivocada?
Tras divagar un rato más mientras caminaba a paso firme, divisó aquella hamburguesería cercana a casa de Andrew. «Si el muy terco está de humor para hacer las paces, podríamos ir después a cenar», pensó. Pero tampoco albergaba muchas esperanzas, pues podía notar cómo el rencor y la agitación se volvían a apoderar de él poco a poco.
Estuvo a punto de volverse atrás. Sabía que si no era capaz de dominarse una vez frente a Andrew sólo empeoraría las cosas, y quizá la amistad quedaría arruinada para siempre. Respiró hondo durante un minuto y miró a su alrededor sin fijar la mirada en ningún punto en concreto. Finalmente se giró hacia la casa de Andrew y obligándose a sí mismo, echó a andar. A fin de cuentas no había caminado hasta allí para nada.
Ya era casi de noche y tuvo que fruncir el ceño para localizar el diminuto timbre. Apretó el botón mientras notaba cómo su pulso se aceleraba. Trató de escuchar los pasos a través de la puerta pero no logró advertir ningún ruido que se elevase sobre el ruido callejero de las hojas al viento. Con rabia, pulsó el timbre una segunda vez dejando que sonara durante un largo instante.
La inicial falta de respuesta le frustró y alivió a partes iguales. De pronto, se giró hacia el lado derecho y se dio cuenta de que algo de luz se filtaba desde una de las ventanas. Se asomó y súbitamente el desconcierto se apoderó de él al entrever a través de las cortinas cómo la sala de estar estaba patas arriba. Los cajones habían sido sacados del mueble y todo su contenido estaba disperso por el cuarto. El sofá aparecía volcado y los libros de las estanterías estaban tirados por el suelo. La escena sólo invitaba a la preocupación.
Corrió de nuevo hacia la puerta. Apretó el timbre en largas ráfagas mientras aporreaba nerviosamente la puerta.
- ¡Andrew! ¡Andrew! ¿Estás ahi?
No logró captar ninguna respuesta. Trató de calmarse por un momento y buscar una explicación lógica que no involucrase ninguna desgracia.
La puerta principal no daba signos de ceder ante los empujones y tirones de Bertrand. Ya algo angustiado, comenzó a rodear la casa en busca de un punto de entrada. Recorrió las de derechasdas hasta llegar al patio trastero y rápidamente se abalanzó sobre la puerta. Estuvo a punto de caer de bruces hacia el interior cuando la puerta cedió sin resistencia, pero logró mantener el equilibrio.
Sus ojos todavía no se habían acostumbrado todavía a la oscura penumbra, pero le bastó para reconocer que la cocina parecía en orden.
- ¡Andrew! ¿Estás en casa?
Se adentró en dirección a la sala de estar que había observado desde la ventana. La escena parecía más impactante al verse dentro de la misma. Sus ojos no paraban de de buscar algo que pudiese arrojar una pista de lo que había ocurrido, pero no parecía haber nada más extraordinario que el propio desastre en sí. Subió escaleras arriba y al dar la luz del pasillo le dió un vuelco el corazón. Sobre la pared amarillo pálido se veían varias machas de tonalidad marrón rojizo. Algunas insinuaban la silueta de una mano de manera más nítida, otras eran sólo un borrón arrastrado. Las huellas parecían comenzar cerca de la habitación de la izquierda.
Con el corazón a mil, Bertrand entró en el despacho de Andrew. En aquella habitación todo había sido revuelto del mismo modo que en la mayoría de la planta baja, y su respiración comenzó a emitir un silbido agudo cuando vió una amplia mancha en el suelo del mismo tonalidad que las del pasillo. Pronunció de nuevo el nombre de su amigo, pero esta vez su voz sonó débil y quebradiza.
Se apoyó en el marco de la puerta para aliviar sus aturdidas piernas mientras miraba a lo largo del largo pasillo. El extremo final estaba casi totalmente a oscuras, pero pudo distinguir que la trampilla de acceso al ático estaba abierta con las escaleras extendidas. Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo mientras el enorme agobio daba paso al pavor. Tras respirar hondo un puñado de veces, se dirigió lentamente hacia las escaleras, apoyando su mano contra la misma pared donde había quedado grabado el testimonio de un crimen.
Asomó la cabeza por la trampilla. El silencio retumbaba en sus oídos mientras escudriñaba la oscuridad de aquella estancia. Pasaron unos segundos y de repente se sacudió de un respingo. Reconoció una figura tendida en el suelo.
- ¡Andrew!
Subió frenéticamente el resto de las escaleras y se agachó junto al cuerpo de su amigo. Con las últimas esperanzas que le quedaban, le golpeó la cara y agarró sus brazos advirtiendo una fuerte rigidez en ellos. No hubo ninguna reacción.
Bertrand ahogó un grito. Se cubrió la cara con las manos mientras notaba cómo sus ojos se humedecían rápidamente. Permaneció en esa posición algunos interminables minutos, sollozando. Finalmente, se levantó y encendió la luz.
La isla de luz alcanzaba casi la totalidad del cuerpo de Andrew. Bertrand pudo apreciar amplias manchas de sangre en el pecho y abdomen de Andrew, especialmente una de ellas que se derramaba por su costado y había llegado a extenderse sobre el suelo.
De pronto una sirena lejana lo sacó de su ensimismamiento. Repasó mentalmente sus pasos hasta llegar junto a Andrew mientras sacaba el móvil de su bolsillo. Su llamada fue contestada casi de inmediato:
- Departamento de Policía de Santa Bárbara. ¿Puedo ayudarle en algo?
Bertrand tardó un instante en contestar, miró de nuevo al cadáver de su amigo y se convenció de que no estaba a punto de despertar de un mal sueño.
- Buenas noches -le costó tragar saliva-. Mire… acabo de encontrar el cadáver de mi amigo.
Su voz sonó totalmente rota durante toda la conversación. Se sentó sobre una de las cajas del ático para esperar la llegada de la policía que arrancaría los últimos retazos de irrealidad de aquella escena.
No pasaron más que unos pocos segundos hasta que la presencia del cadáver comenzó a resultar insoportable. No podía aguantar ni un minuto más en aquél ático, ni en aquella casa. Se puso en pie casi de un salto y echó un último vistazo al cuerpo sin vida de su amigo antes de descender por la trampilla.
Justo un instante antes de apartar la mirada reparó el baúl abierto. La pantalla alrededor de la débil bombilla que iluminaba la estancia bloqueaba parte de la luz, por lo que no pudo reparar a la primera en aquél mueble ni en su contenido desparramado alrededor. Al observar más de cerca, no pudo distinguir nada que llamase su atención. Libros, juguetes viejos y algunos modelos anticuados de consolas no parecían responder a la pregunta de qué era lo que Andrew había ido a buscar allí, arrastrándose moribundo.
De repente advirtió un débil brillo metálico proveniente de la mano de Andrew. La rigidez de la extremidad no le permitió sacar el objeto plateado que sostenía, así que probó a tirar con fuerza de la cadena que sobresalía. No sin un esfuerzo logró extraer aquel objeto que resultó ser una simple chapa colgada de una cadena, pero parecía tener algunas inscripciones. La llevó directamente bajo la luz para observarla mejor. Su curiosidad aumentó al comprobar que la placa contenía por sus dos caras una serie de palabras grabadas directamente en el metal:
higiene archivo novela lazo chico entero canto grupo víctima soporte margen sepia
Y por el otro lado:
fecha langosta red policía abuso justo pipa lindo lámpara huir perro mundo
Su imaginación voló por unos instantes tratando de descifrar el enigma de aquellas palabras, pero enseguida el estridente sonido de las sirenas se hizo lo suficientemente estridente como para devolverle a la realidad. Instintivamente se guardó la placa en el bolsillo y bajó hasta la planta baja. Presa de los nervios, abrió la puerta principal justo antes de que el agente apretase el timbre.
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