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Madmaxista
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Una larga pero interesante entrevista con alguien bastante realista y a contracorriente del discurso imperante en los media actuales:
(CONTINÚA EN SIGUIENTE POST)
"Te puede gustar más o menos el sistema al que vamos, pero ya hemos cambiado de era"
Un mundo más nacionalista, con mayor planificación económica y estados más fuertes. Es lo que el autor ve que tenemos a la vuelta de la esquina. Un proceso que, dice, ya ha comenzado a cobrar forma
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ENTREVISTA A ESTEBAN HERNÁNDEZ
"Te puede gustar más o menos el sistema al que vamos, pero ya hemos cambiado de era"
Un mundo más nacionalista, con mayor planificación económica y estados más fuertes. Es lo que el autor ve que tenemos a la vuelta de la esquina. Un proceso que, dice, ya ha comenzado a cobrar forma
Entrevistar a un compañero de trabajo no suele ser buena idea. Pero en esta ocasión está justificado. El que pregunta y el que responde comparten muchas áreas de interés y a veces no están de acuerdo, un punto de arranque idóneo para que la cosa salga muy bien o muy mal: los dos mejores escenarios para una entrevista. Esteban Hernández es licenciado en Derecho, jefe de Opinión de El Confidencial y ensayista con varios títulos publicados. Su último libro (El rencor de la clase media alta y el fin de una era, editorial Akal) llegará el lunes 24 de octubre a las librerías y otorga estructura y solidez a las tesis que ha venido desarrollando en este periódico.
PREGUNTA. No es un ensayo muy largo pero toca muchos temas, así que podemos empezar con una pregunta muy abierta. ¿De qué trata exactamente?
RESPUESTA. El elemento esencial es la toma de conciencia de que estamos en un instante diferente. Hubo una época, que va desde la Segunda Guerra Mundial hasta los 80, donde en Occidente existía un tipo de sistema político y económico. Después, desde los 80 hasta el el bichito, aparece otro sistema que, con sus altos y bajos, podemos llamar globalización. Y ahora hemos entrado una fase distinta, que tendrá repercusiones en lo político, en lo económico y en lo social. El libro es un recorrido por las distintas tras*formaciones que ya existen y por las que van a producirse a partir de ahora. Pero siempre desde esa conciencia de que ya estamos en otra época, en otra fase. No conocemos con exactitud hacia dónde vamos a ir, pero sabemos que vamos a ir hacia otro sitio.
P. Una de las ideas fuerza del ensayo es la desglobalización. Sostienes que el el bichito y la guerra de Ucrania nos han metido de lleno ya en este proceso. Pero para llegar hasta ahí, haces un repaso a lo que han sido los año de globalización. Si uno analiza lo que ha supuesto la globalización a nivel planetario, hay indicadores muy positivos, como la caída espectacular de la mortalidad infantil o la esperanza de vida, o una mejora sustancial de las condiciones materiales para la mayor parte de la población mundial. La valoración cambia al centrarse en Occidente y en determinadas clases sociales que salen perjudicadas. Tú pones ahí la lupa.
R. Hay que tener en cuenta que la globalización no solamente era un mecanismo de intercambio de bienes, servicios y capitales entre países. Era además un tipo de orden, basado en un esquema en el que había un pais hegemónico y una serie de países relativamente beneficiados, como supuestamente los europeos, y que se organizaba a través de una serie de reglas, establecidas por organismos internacionales, que permitían que ese flujo funcionase relativamente bien. Pero ese entorno, que era en teoría de cooperación, en su aplicación práctica ha producido desigualdades. ¿Por qué? Porque se han separado unas clases sociales de otras y unos territorios de otros. Ha habido una brecha mayor entre países y lo mismo ha ocurrido en el interior de las naciones. Hay regiones y clases sociales que se han visto perjudicadas y otras que se han desarrollado mucho, por ejemplo en países pocos desarrollados, donde había más recorrido. El resultado último es una desvertebración mundial en varios planos, que ha afectado a las relaciones entre países, a los territorios del interior de esos países y a las clases sociales. Y mientras esto ocurría, algunos estados, sobre todo el chino, han pensado a contrapelo de la globalización. Se han aprovechado de ella al mismo tiempo que han reforzado sus necesidades nacionales: se desarrollaron como Estado y sacaron de la pobreza a sus clases con menos recursos. Si ves los números de Asia, constatas cómo allí las clases pobres son mucho menos pobres. En toda esta tras*formación, las mayores diferencias negativas se han producido en los países occidentales: en Estados Unidos, en muchos países europeos, o en Gran Bretaña, que es un caso paradigmático.
P. Las desigualdades han aumentado mucho en este periodo, y también en los países en desarrollo, incluso más que en Europa.
R. Se ha creado un nuevo circuito en el que la integración en las clases globales era mucho más sencilla para un habitante de la India, por ejemplo. En distintos sentidos, porque el que tenía muchos recursos podía enviar a sus hijos a recibir una educación privilegiada a un centro de élite internacional; o quien tenía una formación especializada, como los informáticos, podía trabajar fuera de su país, o incluso en su país con buenas condiciones. Esas clases obviamente han subido. Pero no ha sido un ascenso uniforme: las clases pobres, la mano de obra barata, han visto cómo, en cuanto dejaban de serlo, las fábricas se movían a otro lugar.
P. Una pregunta más sobre el tema de la desglobalización. Una manera de verlo es como un tren que iba muy deprisa y va desacelerando. Incluso aunque el frenazo sea brusco, va a seguir avanzando todavía un buen rato. Si miras los datos de comercio internacional de China en septiembre, han vuelto a batir sus propios records. A pesar de la situación actual, de la crisis y política cero el bichito, el tren sigue corriendo a toda pastilla. Otra manera de verlo es como un tren que directamente no se puede frenar. Quiero decir, ¿hasta qué punto es un proceso reversible sin causar enormes traumas económicos y sociales? ¿Hasta qué punto se puede combatir la inercia? Hay corrientes históricas, a veces impulsadas por tras*formaciones tecnológicas, que desbordan las previsiones y la voluntad política de frenarlas. No sé si el hecho de enunciar que entramos en una fase de desglobalización es suficiente para que suceda. O que tiremos del freno de mano y acabemos teniendo un accidente.
R. Para mí lo que marca esto es la Guerra Fría entre China y Estados Unidos. ¿Por qué? Porque tienes a una China operando en términos de intereses nacionales de una manera muy decidida y a unos Estados Unidos que están ya haciendo lo mismo. Si miras datos brutos sobre comercio exterior, puedes pensar que los intercambios siguen siendo frecuentes, pero el escenario es diferente. China, en las dos últimas décadas, ha intentado cerrar su mercado al mismo tiempo que ha tratado de expandirse fuera al máximo. La respuesta estadounidense, especialmente a partir de Trump, es la misma: expandirse... pero cerrando su mercado. Al actuar así los dos países más importantes del mundo, arrastran a otros como India, Turquía... Rusia. Se producen así cadenas de relocalización, a veces regionales, a veces nacionales, tejidas por otra perspectiva: los países con más músculo van a intentar expandirse lo máximo posible, al mismo tiempo que van a proteger sus mercados, especialmente en sectores estratégicos. Es un desarrollo, por así decirlo, en términos imperiales. Imperiales de antes de la Primera Guerra Mundial. Más que el cierre de los intercambios comerciales, ahora se está intentando cerrar áreas estratégicas. Y esa es la puerta de entrada que nos va a llevar a un contexto diferente. Porque en el instante en que tú necesitas alimentos, energía, armas y no los tienes porque no los produces...
P. Las cadenas de valor, que son completamente globales.
R. Empiezas a querer relocalizar, a veces en términos regionales y a veces en términos nacionales. Estados Unidos, por ejemplo, lo está haciendo en términos nacionales. Si los dos países dominantes en el mundo empiezan a hacer eso, arrastran a los demás, y generan un movimiento inevitable. Hay países que están actuando en términos propios y que se parecen mucho a los países no alineados de la anterior guerra fría. Es el caso de Turquía, India o Arabia Saudí. Lo del petróleo saudí (la decisión de su gobierno de reducir la producción a pesar de la petición expresa estadounidense para que la incrementasen) es un ejemplo de lo mucho que está cambiando la dinámica. Ahora ya no se trata de que existan más o menos intercambios mercantiles, sino de que esos intercambios quedan mediados por intereses nacionales.
P. Ha habido experimentos para desengancharse de la globalización que han acabado muy mal, aunque es verdad que no es lo mismo cuando lo intenta un pequeño país que cuando los cambios los impulsan grandes potencias y hay un consenso. Ya no se rema a contracorriente.
R. Si le damos la vuelta, ese es el problema europeo. Sigue siendo una potencia con gran influencia, pero es una potencia que estableció toda su capacidad a partir de la confianza en el exterior: exportamos mucho e importamos mucho. Jugamos con eso, que nos permitía un cierto equilibrio económico relativamente positivo y más aún en el caso de Alemania. Y de repente ese esquema se te rompe. Tenías una sociedad mirando hacia afuera y ahora resulta que los demás ya miran hacia adentro. Por tanto, si deseas operar a contrapelo de la época vas a ser el más perjudicado, porque los demás, especialmente los dos países más importantes, están jugando sus bazas. Tienes que saber cómo integrarte en ese nuevo contexto, que obliga a mirar más hacia dentro y a redefinir las alianzas de la manera más adecuada. Y eso es complicado para Europa, porque Europa no es un Estado. Y porque en Europa también existe una desvertebración interior. Lo vemos ahora con la energía: cada Estado pugna por sus intereses.
"Hay que reestructurar lo que estamos haciendo y eso no se produce sin coste"
P. ¿Y qué opciones hay?
R. Tienes una opción integradora: dar pasos adelante en lo que es el elemento vertebrador de Europa. Quizá no se llegue a una unión fiscal, que sería lo lógico al tener una moneda única, pero sí se pueden dar pasos adelante en cuanto a la generación de deuda mancomunada, etcétera. La otra opción es que predominen los intereses de cada país. Y esa es una elección que Europa debe afrontar y que veremos en los próximos años. Hay que tener en cuenta que, desde que las crisis se producen hasta que llegan sus efectos políticos, siempre hay una dilación. La Gran Depresión lleva a Roosevelt al poder en 1933 y la Gran Depresión lleva a Hitler al poder en 1933, cuatro años después. En España lo hemos visto con la crisis, el 15-M y los efectos políticos de todo aquello, que fueron posteriores. Hay un tiempo de ajuste, pero los cambios los veremos, los vamos a notar.
P. Nos lleva a otro de los temas del libro. Sostienes que vuelve el nacionalismo. Dices que vuelve la planificación económica y el intervencionismo.
R. Más allá de que uno pueda pensar en modelos nuevos, como esta insistencia actual en la colaboración público privada, si se quieren redefinir los intereses estratégicos de un territorio, no queda más remedio que otorgar al Estado un papel principal. Porque obviamente los actores privados van a mirar por sus propios intereses, no por los comunes. Las instituciones estatales son las encargadas de pensar en los intereses de un territorio y en su futuro, por eso se vuelve a hablar de soberanía. Y lo estamos haciendo ya, se trate de la soberanía europea, bajo el eufemismo de 'autonomía estratégica', o de la nacional. Ese desplazamiento conduce hacia una mayor planificación y una mayor presencia estatal. Es algo que no puede obviarse, porque China lo ha hecho permanentemente y Estados Unidos lleva varios años haciéndolo. Europa no.
"Es hora de que repensemos hasta qué punto esos modelos de impulso estatal son negativos para la economía"
P. Cuando se habla de nacionalismo, lo que viene a la cabeza son conflictos sangrientos y sociedades menos prósperas, países que se han estancado y han generado problemas a sus vecinos. Sigue habiendo una percepción muy negativa, por no hablar del proteccionismo.
R. Pero fíjate cómo, en la época de la globalización, los países exitosos han tenido un fuerte componente de impulso y dirección desde el Estado. El ejemplo más obvio es China, pero también Corea del Sur, que es un país capitalista. Si te fijas en España, la parte territorial que hace mejor la reconversión industrial, que es el País Vasco, es gracias a un fuerte impulso del Gobierno vasco. Por lo tanto, es hora de que repensemos hasta qué punto esos modelos de impulso estatal son negativos para la economía, porque los casos recientes demuestran que no lo son. Más allá de nos guste más o menos este modelo, cuando la época te cambia, te cambia, y estás obligado a trabajar en esos términos. Desde la salida de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 80, los gobiernos europeos operaban en términos estatales, y los partidos, fueran conservadores o socialdemócratas, aceptaban ese marco. Después, desde los 80 al 2000, fue al revés. Ahí el marco liberal, de menor presencia estatal, de apertura de fronteras y circulación de capitales construyó el consenso de las sociedades occidentales, y los partidos mayoritarios se acogieron a esos términos. Ahora estamos entrando en otra fase en la que el Estado va a estar mucho más presente.
(CONTINÚA EN SIGUIENTE POST)