EUROPIA
Madmaxista
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¡Éste es el día más grande de la historia ... éste es el día más grande de la historia!
Al enterarse del éxito que había tenido el lanzamiento nuclear sobre Hiroshima, Harry Truman entró al comedor del acorazado Augusta y repitió esa frase, en alta voz, varias veces, con inmensa alegría.
Carlos Rivero Collado | Para Kaos en la Red
KAOSENLARED.NET -- ¡Éste es el día más grande de la historia ... éste es el día más grande de la historia!
--¡Agua ... agua ... agua ... agua! --gemían a coro los niños, con gravísimas quemaduras en el rostro y el resto del cuerpo--.
Algunos pedían que les hicieran el favor de matarlos.
1-. 6 DE AGOSTO DE 1945
Mañana se cumple el sexagésimo sexto aniversario de la monstruosa masacre de Hiroshima. Como todos los años, dedico mi artículo al atentado terrorista más famoso de la historia, aunque no el más malo, pues en el bombardeo incendiario angloyanki a Dresde, del 13 al 14 de febrero de 1945, fueron quemados vivos, en catorce horas, unos 260,000 seres humanos, en su gran mayoría enfermos y heridos, civiles y militares, que se hallaban en los hospitales, y niños, pues la ciudad había sido declarada unos meses antes por la Cruz Roja Internacional “Ciudad Hospital y Refugio de Niños”; y en el bombardeo incendiario al barrio obrero de Tokío, del 9 al 10 de marzo de aquel propio año, fueron quemados vivos, en menos de cinco horas, unos 160,000 seres humanos, en más de un 90% niños, mujeres y hombres viejos.
Dresde, una de las ciudades más cultas del mundo, conocida como la Florencia del Elba, o del Norte, no tenía ninguna importancia militar. No había artillería ni aviación ni una sola ametralladora antiaérea. En el momento del ataque, su población ascendía a más de 1.200,000 habitantes, incluyendo unos 600,000 refugiados que huían de la guerra. Fueron lanzadas sobre esa ciudad cientos de miles de bombas incendiarias.
El ataque al barrio de Tokío fue un acto de terror que no tuvo nada que ver con la guerra. El cuartel general del Primer Ejército Japonés, el más importante del país, se hallaba a unos pocos kilómetros del barrio obrero, pero sobre ese lugar no cayó una sola bomba. El emperador Hirohito se hallaba, también, cerca del lugar ... pero su palacio no fue atacado.
Lo que van a leer ya lo he publicado antes, pero esta vez voy a comenzar por varios párrafos de lo que escribió el brillante y sensible autor estadounidense Peter Wyden en su libro Día Uno sobre el efecto de la bomba en los niños, para seguir después con la historia de lo que sucedió en Hiroshima, escrita por mí.
2-. EL INFIERNO EN LA TIERRA
Estos son algunos extractos del capítulo que habla de lo que sucedió unos minutos después de la explosión:
La señorita Horibe, maestra de la Escuela Elemental Honkawa, de dieciocho años de edad, salió del edificio y, entre nubes de polvo arremolinado, espeso y oscuro, distinguió a seis niños que gemían tendidos en el terreno de juego, donde habían estado jugando al escondite. Sangraban y estaban ennegrecidos por las quemaduras. Jirones de piel colgaban de sus cuerpos.
--¡Hacia el río, es la única salida! –gritó a los niños--.
La misma corriente agitada del Motoyasu parecía incendiada. La mayoría de los numerosos cuerpos que pasaron flotando parecían sin vida.
--¡progenitora! ¡progenitora! ¡Éste es el infierno en la Tierra!” –gritaban los niños--.
La mayor parte de los rostros y cuerpos estaban grotescamente hinchados por las quemaduras. El rostro, la camisa púrpura y los mompei de la señorita Horibe estaban manchados de sangre. Vomitaba continuamente un extraño líquido amarillo.
Una masa de gente ennegrecida y sangrante cruzaba el puente, la línea de la vida. Tenían el cabello erecto, ensortijado por las quemaduras. Algunos gritaban o gemían. Muchos tendían manos y brazos ante ellos, con los codos hacia fuera. Otros se apoyaban entre sí y caminaban dando traspiés porque no podían ver.
Un padre desnudo con un bebé en brazos intentó darle agua de un grifo que todavía funcionaba, sin darse cuenta que el niño había muerto.
La desesperada multitud procedente de la ciudad seguía en aumento.
3-. SIN ROSTROS
Había muchos escolares que gritaban, pidiendo auxilio, y miraban implorantes a Miyoko, una escolar de doce años de edad. La niña preguntó:
--¿No eres Matsubara?
El rostro estaba tan ennegrecido que Miyoko no pudo reconocerla.
--¡Soy Hiroko!” --exclamo la niña, pero Miyoko ya no podía oírla--.
Las personas que se encontraban en el puente ya no saltaban al río. Estaba lleno de cadáveres flotantes, recordatorio de que el agua aliviadora podía convertirse pronto en una tumba para el cuerpo debilitado.
Una niña de unos doce años detuvo a Hamai. Con el rostro, piernas y manos gravemente quemados, suplicaba ayuda. Hamai le buscó una silla y le dijo que se sentara y estuviera quieta, prometiéndole que regresaría pronto y la llevaría al hospital. La niña sonrió y se sentó. Cuando Hamai regresó unos minutos después, la pequeña seguía sentada en la silla. Hamai trató de levantarla. Estaba muerta.
El puente estaba cubierto de cuerpos, vivos, moribundos y muertos. Muchos supervivientes gemían pidiendo ayuda.
Al cabo de unos minutos, largas colas de gentes casi desnudas pasaron a toda prisa, con el cabello tan desordenado que a Susumu le recordaron un coco que había visto en un libro infantil ilustrado. Las coletas de algunas niñas se habían chamuscado y permanecían rígidas y erectas como cuernos. Muchas personas chillaban y corrían como cerdos perseguidos.
En el hospital de la Cruz Roja que, con 400 camas, era el mayor y más moderno de Hiroshima, los pacientes advertían su presencia pintando sus nombres con los dedos empapados en su propia sangre, en las paredes del vestíbulo. Apenas había personal para ayudar a los moribundos.
No tenían rostro. Los ojos, narices y bocas se habían quemado y parecía como si se les hubieran fundido las orejas. Era difícil distinguir el frente de la espalda.
--He visto depósitos de agua contra incendios llenos de muertos hasta el borde –dijo un testigo--, parecía como si los hubiesen hervidos. Vi a un hombre que bebía el agua ensangrentada.
Tenían los rostros completamente quemados, las cuencas de los ojos vacías y el fluido de los ojos fundidos les corría por las mejillas.
La diarrea sanguinolenta iba en aumento entre aquéllos que habían sufrido antes de diarrea ordinaria.
4-. ¡MIZU … MIZU … MIZU … MIZU!
Nadie más corría. La calle estaba llena de cuerpos chamuscados, hinchados, que andaban arrastrando los pies, lentamente, en silencio, a veces vomitando, alejándose de las llamas, de la ciudad, brazos y manos extendidos, jirones de piel aleteando bajo el viento creciente.
Taeko, un niño de 15 años, pasó junto a unos amigos de la escuela y ninguno dio señales de reconocer a los demás. Sin aliento, se detuvo y vio a un niño de unos diez años inclinado sobre una niña mucho más pequeña.
--¡Mako! ¡Mako! ¡Por favor, no te mueras, Mako! –exclamaba el niño--.
La niñita permanecía en silencio.
--¡¿Estás muerta, Mako?!
El chiquillo acunaba en sus brazos el cadáver de su hermanita.
Cuando había ascendido a la mitad de la colina, Taeko, ahora con el rostro tan hinchado que sólo podía ver a través de una diminuta abertura de su párpado derecho, encontró una larga cola de heridos sentados ante un puesto de socorro de emergencia, bajo un puente colgante.
--¡Mizu! ¡mizu! ¡mizu! ¡mizu! --gemían a coro los niños, con gravísimas quemaduras en la cara y el resto del cuerpo--.
Algunos pedían que les hicieran el favor de matarlos.
(Hasta aquí lo que escribió Peter Wyden en su sensibilísima obra)
5-. EL PIKADON
A las ocho y quince minutos con veinte segundos de la mañana del lunes 6 de agosto de 1945, hora de Japón, una bomba atómica de uranio de casi 9,000 libras de peso con el poder destructivo de unas 13,500 toneladas de TNT, hizo explosión, a 618 metros de altura, sobre el centro de Hiroshima, creando una fuente de calor superior a los 3,000 grados centígrados que mato a unos 130,000 seres humanos, y creó una nube radiactiva que provocó la fin posterior de unas 70,000 personas más.
El hipocentro proyectado, o sea el punto exacto sobre el cual debía hacer explosión la bomba, era el puente Aioi, en el centro de la ciudad, a 40 metros de la Escuela Elemental Honkawa; pero el macroterrorista que lanzó la bomba –Mayor de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, Thomas Ferebee--, erró el tiro y la bomba hizo explosión, a la misma altura, sobre el Hospital Civil Shima, a 240 metros del puente y a 200 de la escuela.
Del hospital no quedaron ni las bacterias y en la escuela murieron –quemados vivos--, segundos, minutos u horas después, casi todos los niños, maestros y empleados. Ellos fueron los afortunados porque los otros se fueron muriendo, lentamente, y a algunos les tomó varios años fallecer.
6-. ¿GUERRA? ¿CUÁL GUERRA?
A unos cuatro kilómetros del hospital estaba el Castillo de Hiroshima y el Campo de Ejercicios del Este, cuartel general del Segundo Ejército Japonés, que era el que defendía el extremo suroeste de la isla Honshu y las islas de Kyushu y Shikoku, por las que debía llegar la oleada turística de las tropas estadounidenses a las grandes islas japonesas después de haber ocupado Iwo Jima y Okinawa.
De los 32,000 militares que se hallaban en el castillo y las instalaciones cercanas murieron unos 600, o sea el 1.9% de todos los militares que estaban allí y el 0.4% de las 130,000 personas que murieron aquel día. Se desconoce cuantos militares murieron después por los efectos de la radiactividad, pero se cree que puede haber sido, a lo sumo, un 10% del total de 70,000, o sea unos 7,000. O sea que, del número total de militares que se hallaban en el cuartel general de Segundo Ejército, murieron unos 4,100, el 2.05% del total de muertos inmediatos y posteriores. Se cree que aquella mañana había en la zona destruida de Hiroshima alrededor de 4,500 con******os con licencia para visitar a sus familiares o en los diversos hospitales del área, de los cuales murió alrededor de la mitad, o sea unos 2,225.
Desde principios de 1945, se había establecido en Japón el servicio militar obligatorio para todos los hombres de 16 a 62 años, inclusive. Casi la totalidad de los con******os estaba en las trincheras de las costas, no en las ciudades.
Del total de muertos inmediatos o posteriores unos 9,825 eran militares del Segundo Ejército y con******os que, en ese momento, se hallaban en Hiroshima, o sea el 4.9% del total y unos 190,175 eran niños de 15 años o menos, mujeres de todas las edades y hombres mayores de 63 años, es decir el 95.1% del total de muertos (estos cálculos son, por supuesto, aproximados, pero se cree que el margen de error sea, cuando más, de un 5%, o sea que en este caso el porcentaje de niños, mujeres y viejos no sería del 95%, sino del 90%, o sea unos 180,000 seres humanos. Estos números prueban, sin lugar a dudas, que el ataque nuclear a Hiroshima fue una monstruosa masacre de civiles inocentes, en su mayoría niños, no una acción de guerra.
7-. A MANSALVA
El avión B-29 “Enola lgtb”, que cargaba la bomba, volaba a 32,000 pies de altura, o sea era inexpugnable a las baterías antiaéreas, y en Hiroshima no había aviones de guerra, pues los que no habían sido destruidos en los masivos bombardeos que sufrieron todos los aeropuertos japoneses en los meses anteriores, se hallaban, en ese momento, en Tokío, Osaka, Nagoya y otras ciudades del centro de Honshu, la isla en que vivía, y vive, la mayor parte de la población del archipiélago.
La bomba mató a más del 80% de las personas que se hallaban en un radio de 500 metros del hipocentro, o sea del Hospital Shima, al 60% de los que se hallaban de 500 a 1,000 metros, al 40% de los que se hallaban de 1,000 a 2,000 metros, y a un % mucho menor de los que estaban en un radio hasta de casi cuatro kilómetros de la explosión.
De haber explotado la bomba sobre el Castillo de Hiroshima habrían muerto aquel día, al menos, 24,000 militares, entre ellos cientos de oficiales, y el frente sur del Japón no hubiera podido enfrentarse, al menos por varios meses, a la oleada turística de las tropas estadounidenses.
Pero no fue así. Los muertos, en su gran mayoría, fueron civiles inocentes … como hoy en Libia, Irak, Afganistán y Pakistán, como ayer en Gaza, como antier en Panamá y Vietnam y Santo Domingo, como antes en Filipinas y México y la guerra civil que el Imperio se hizo a sí mismo y la masacre de la población nativa del país. La sangrienta beligerancia contra los no-beligerantes es una característica típica del imperio yanki.
8-. LA AMENAZA
El objetivo de aquel gran atentado terrorista no fue vencer al enemigo, que lo dejaba casi intacto en sus cuarteles, sino aterrorizar al mundo, sobre todo a la Unión Soviética, cuyas tropas habían vencido, tres meses antes, a la maquinaria militar más temible de la historia, ocupando Berlín y la cancillería de Adolfo Hitler.
Éstos simples datos prueban más allá de toda duda razonable –‘beyond any reasonable doubt’, para usar un término legal que les gusta mucho a los yankis-- que la bomba de Hiroshima no fue una acción de guerra “para salvar la vida de cientos de miles de soldados “americanos”, como diría Truman en todos los muchos años que le quedaron de vida, sino un atentado terrorista que tuvo la misión de asesinar el mayor número de civiles inocentes con el objetivo de aterrorizar no sólo al pueblo japonés, sino a la humanidad.
La esencia del imperio yanki desde su más temprano inicio, en 1783, y aun desde antes, ha sido el terrorismo a ultranza.
9-. LOS BOSQUES AL NORTE DE TOKíO
Dos semanas antes del hecho, unos científicos del laboratorio Los Alamos, en el que se realizó el Proyecto Manhattan, recomendaron que se lanzara la bomba sobre unos bosques deshabitados que se hallaban al norte de Tokío para que el emperador Hirohito, el primer ministro Kantaro Suzuki y los jefes civiles y militares pudieran ver el monstruoso poder destructivo de la bomba y el gravísimo daño que podía hacer si se lanzaba sobre una ciudad.
Pensaban esos científicos que eso iba a ser suficiente para convencer al gobierno japonés que no podía continuar una guerra que, de hecho, ya estaba perdida desde hacia varios meses, como informaban entonces los más reputados analistas militares del mundo, entre ellos los del propio Japón.
Los jefes del Imperio no conocían que la bomba iba a provocar la radiactividad que mataría a tantas personas en los meses y años por venir, porque ni siquiera lo sabían Albert Einstein, con cuyas teorías se creó el principio científico de la bomba, ni Robert Oppenheimer, jefe del Proyecto Manhattan.
Los efectos mortales de la radiactividad fueron descubiertos por un médico japonés mientras trataba a unos heridos en un hospital de campaña, en la propia Hiroshima, unos días después de la explosión. O sea que los muertos que posteriormente provocara la radiactividad no hubieran sido culpa de quienes desconocían sus efectos, y la idea de que la explosión tuviese lugar en aquellos bosques cercanos a Tokío era una apropiada estrategia militar para ponerle fin a la guerra, no un monstruoso asesinato masivo de seres inocentes, como realmente fue.
Truman insistió y persistió, y finalmente decidió, que la bomba fuese lanzada sobre una ciudad densamente poblada y en su centro, sellando así la suerte de los que murieron aquel día y en los meses y años posteriores, y de las decenas de miles que fueron quemados, muchos de ellos con graves desfiguraciones en el rostro y el cuerpo, conocidos como los hibakushas de Japón. Miles de mujeres dieron a luz niños deformes o sin una o varias de sus extremidades en los años posteriores al Pikadón.
10-. ALAMOGORDO
Los tres jefes de las potencias aliadas, Churchill, Stalin y Truman, conocidos como Los Tres Grandes, se reunieron en Potsdam, una histórica ciudad cercana a Berlín, a partir del 16 de julio de 1945, para decidir la suerte de Alemania dos meses y medio después de su rendición, y llegar a ciertos acuerdos sobre la guerra con Japón, de la que la URSS era neutral en ese momento.
El propio 16 de julio, por la noche, Truman recibió la noticia de que la prueba atómica de Trinity, o sea la explosión de la bomba atómica original, en un desierto de Nuevo México próximo a Alamogordo, había sido un éxito. Era, en ese momento, el único ser humano que disponía del artefacto terrorista más poderoso de la historia, con el que podía destruir una ciudad entera en pocos segundos y asesinar a cientos de miles de sus habitantes.
11-. LA GRAN ESTACA
La que había sido en Truman una actitud discreta hacia sus colegas el día 16, se convirtió al día siguiente en una burda insolencia, sobre todo hacia Stalin. El jefe yanki ya tenía una estaca grande –el Big Stick de Teddy Roosevelt elevado a la máxima potencia--; el Mariscal sólo disponía de un palo pequeño, a pesar de que había sido el gran héroe de la Segunda Guerra Mundial en la que perecieron muchos millones de soviéticos. Ese abismo de fuerzas sólo duraría cuatro años.
El jefe del gobierno más terrorista de la historia contaba ya con la obra maestra del terror, un arma que podía recrear en forma ultramicroscópica la explosión de la que se cree dio origen al universo hace unos 13,900 millones de años, el Big Bang, o Gran Estallido, la única teoría seria sobre el origen del tiempo, el espacio, la energía y la materia.
El arma de Truman no se basaba en la división del núcleo del élam, el átomo original del que se cree que era una octillonava parte más pequeño que el átomo actual, sino un ultramicroestallido que no creó el caldo energético tan increíblemente compacto que ya tenía dentro de sí toda la materia que hoy existe en el universo. Era una réplica imperceptible de aquel macroestallido que, lejos de crear un universo, destruyó una ciudad, asesinando, en pocas horas, a la tercera parte de su población.
De hecho, bajo el mismo principio científico, Truman se había convertido en el microdiós destructor de la infame Física, antítesis de la creadora Física.
12-. SUZUKI, EL APACIGUADOR
El gobierno del primer ministro Kantaro Suzuki hizo dos proposiciones de paz. La primera era que Japón aceptaba rendirse si se reconocía a Hirohito como monarca constitucional y símbolo del Sintoísmo, la religión nacional. Truman la rechazó de plano. La otra era la abdicación de Hirohito si se respetaba la religión del país que consideraba al Emperador una deidad. Truman la rechazó también.
De acuerdo al Koshitsu Shinto, o sea el Sintoísmo de la Casa Imperial, Hirohito, el Emperador Showa, el 124 del país, era descendiente del dios Amaterasu Ohmikami, una de las deidades originales.
Por supuesto que todo eso es una suprema estupidez para engañar a los ignorantes y dominar a los pueblos a través del terrorismo religioso, pero de la misma forma en que se respeta al Cristianismo, se debe respetar al Sintoísmo. Son dos novelas muy amenas en que los personajes centrales no son como Don Quijote ni Jean Valjean, sino como Supermán y Batman, y una no es mejor que la otra.
13-. EL ULTIMÁTUM
Esa actitud en extremo fanática de Truman, de rechazar la religión del país vencido, no se había hecho en Alemania, o sea exigirle al pueblo alemán que dejase de creer en Jesucristo para que se le pudiera aceptar la rendición.
El ultimátum de Potsdam exigía “la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas” y no hacía alusión alguna al emperador Hirohito como símbolo religioso. Kantaro Suzuki, entonces, declaró:
--Nuestro gobierno no considera que el ultimátum tiene mucho valor en este momento. Lo que hemos de hacer es mokusatsu , o sea ignorarlo, como si no se hubiese recibido.
Era evidente que el Primer Ministro esperaba otra comunicación por parte de Truman en la que, por lo menos, se hiciese alguna alusión al Emperador como símbolo de la religión del país. Truman interpretó esa palabra no en su verdadero significado, sino en el que le convenía, o sea que se trataba de un rechazo total al ultimátum. De haber dicho Truman tan sólo que respetaría su religión nacional, Japón se hubiese rendido; pero eso no le convenía al Imperio porque no habría podido, entonces, aterrorizar al mundo con el arma suprema del terror.
La suerte de Hiroshima estaba sellada.
14-. LA FIESTA
Al concluir la Conferencia de Potsdam, Truman emprendió el regreso a su país a bordo del acorazado Augusta.
George Harrison, ayudante de Henry L. Stimson, Secretario de Guerra, le envió un mensaje a través del teléfono criptográfico en el que le anunciaba el éxito absoluto de la explosión atómica en Hiroshima.
Truman se disponía a almorzar en ese momento con varios oficiales en el comedor de popa del Augusta. El capitán del ejército encargado de la “sala de mapas” se le acercó, con gran prisa, y le mostró un mapa de Japón y un mensaje de veintiséis palabras que empezaba así:
--Gran bomba arrojada sobre Hiroshima. Éxito absoluto.
Truman alzó la cabeza en un gesto de orgullo, sonrió de oreja a oreja, y entró al comedor levantando con una mano el mensaje y exclamando, una y otra vez, sin dejar de sonreír:
--¡Éste es el día más grande de la historia! … ¡éste es el día más grande de la historia! … ¡éste es el día más grande de la historia! ...
Al final de aquella euforia, dijo:
--Fue un éxito arrollador. ¡Ganamos la apuesta!
Mientras mostraba el papel a muchos oficiales en el barco, decía que ninguno de los comunicados que había recibido hasta entonces le había hecho tan feliz.
Aquel día hubo una gran fiesta a bordo del Augusta mientras las aguas de los ocho canales del Ota, que atravesaban Hiroshima, se seguían llenando de cadáveres carbonizados y los gemidos de las mujeres y los niños y los viejos que aún no habían muerto convertían a la ciudad en un infierno, pero de inocentes ☼
Al enterarse del éxito que había tenido el lanzamiento nuclear sobre Hiroshima, Harry Truman entró al comedor del acorazado Augusta y repitió esa frase, en alta voz, varias veces, con inmensa alegría.
Carlos Rivero Collado | Para Kaos en la Red
KAOSENLARED.NET -- ¡Éste es el día más grande de la historia ... éste es el día más grande de la historia!
--¡Agua ... agua ... agua ... agua! --gemían a coro los niños, con gravísimas quemaduras en el rostro y el resto del cuerpo--.
Algunos pedían que les hicieran el favor de matarlos.
1-. 6 DE AGOSTO DE 1945
Mañana se cumple el sexagésimo sexto aniversario de la monstruosa masacre de Hiroshima. Como todos los años, dedico mi artículo al atentado terrorista más famoso de la historia, aunque no el más malo, pues en el bombardeo incendiario angloyanki a Dresde, del 13 al 14 de febrero de 1945, fueron quemados vivos, en catorce horas, unos 260,000 seres humanos, en su gran mayoría enfermos y heridos, civiles y militares, que se hallaban en los hospitales, y niños, pues la ciudad había sido declarada unos meses antes por la Cruz Roja Internacional “Ciudad Hospital y Refugio de Niños”; y en el bombardeo incendiario al barrio obrero de Tokío, del 9 al 10 de marzo de aquel propio año, fueron quemados vivos, en menos de cinco horas, unos 160,000 seres humanos, en más de un 90% niños, mujeres y hombres viejos.
Dresde, una de las ciudades más cultas del mundo, conocida como la Florencia del Elba, o del Norte, no tenía ninguna importancia militar. No había artillería ni aviación ni una sola ametralladora antiaérea. En el momento del ataque, su población ascendía a más de 1.200,000 habitantes, incluyendo unos 600,000 refugiados que huían de la guerra. Fueron lanzadas sobre esa ciudad cientos de miles de bombas incendiarias.
El ataque al barrio de Tokío fue un acto de terror que no tuvo nada que ver con la guerra. El cuartel general del Primer Ejército Japonés, el más importante del país, se hallaba a unos pocos kilómetros del barrio obrero, pero sobre ese lugar no cayó una sola bomba. El emperador Hirohito se hallaba, también, cerca del lugar ... pero su palacio no fue atacado.
Lo que van a leer ya lo he publicado antes, pero esta vez voy a comenzar por varios párrafos de lo que escribió el brillante y sensible autor estadounidense Peter Wyden en su libro Día Uno sobre el efecto de la bomba en los niños, para seguir después con la historia de lo que sucedió en Hiroshima, escrita por mí.
2-. EL INFIERNO EN LA TIERRA
Estos son algunos extractos del capítulo que habla de lo que sucedió unos minutos después de la explosión:
La señorita Horibe, maestra de la Escuela Elemental Honkawa, de dieciocho años de edad, salió del edificio y, entre nubes de polvo arremolinado, espeso y oscuro, distinguió a seis niños que gemían tendidos en el terreno de juego, donde habían estado jugando al escondite. Sangraban y estaban ennegrecidos por las quemaduras. Jirones de piel colgaban de sus cuerpos.
--¡Hacia el río, es la única salida! –gritó a los niños--.
La misma corriente agitada del Motoyasu parecía incendiada. La mayoría de los numerosos cuerpos que pasaron flotando parecían sin vida.
--¡progenitora! ¡progenitora! ¡Éste es el infierno en la Tierra!” –gritaban los niños--.
La mayor parte de los rostros y cuerpos estaban grotescamente hinchados por las quemaduras. El rostro, la camisa púrpura y los mompei de la señorita Horibe estaban manchados de sangre. Vomitaba continuamente un extraño líquido amarillo.
Una masa de gente ennegrecida y sangrante cruzaba el puente, la línea de la vida. Tenían el cabello erecto, ensortijado por las quemaduras. Algunos gritaban o gemían. Muchos tendían manos y brazos ante ellos, con los codos hacia fuera. Otros se apoyaban entre sí y caminaban dando traspiés porque no podían ver.
Un padre desnudo con un bebé en brazos intentó darle agua de un grifo que todavía funcionaba, sin darse cuenta que el niño había muerto.
La desesperada multitud procedente de la ciudad seguía en aumento.
3-. SIN ROSTROS
Había muchos escolares que gritaban, pidiendo auxilio, y miraban implorantes a Miyoko, una escolar de doce años de edad. La niña preguntó:
--¿No eres Matsubara?
El rostro estaba tan ennegrecido que Miyoko no pudo reconocerla.
--¡Soy Hiroko!” --exclamo la niña, pero Miyoko ya no podía oírla--.
Las personas que se encontraban en el puente ya no saltaban al río. Estaba lleno de cadáveres flotantes, recordatorio de que el agua aliviadora podía convertirse pronto en una tumba para el cuerpo debilitado.
Una niña de unos doce años detuvo a Hamai. Con el rostro, piernas y manos gravemente quemados, suplicaba ayuda. Hamai le buscó una silla y le dijo que se sentara y estuviera quieta, prometiéndole que regresaría pronto y la llevaría al hospital. La niña sonrió y se sentó. Cuando Hamai regresó unos minutos después, la pequeña seguía sentada en la silla. Hamai trató de levantarla. Estaba muerta.
El puente estaba cubierto de cuerpos, vivos, moribundos y muertos. Muchos supervivientes gemían pidiendo ayuda.
Al cabo de unos minutos, largas colas de gentes casi desnudas pasaron a toda prisa, con el cabello tan desordenado que a Susumu le recordaron un coco que había visto en un libro infantil ilustrado. Las coletas de algunas niñas se habían chamuscado y permanecían rígidas y erectas como cuernos. Muchas personas chillaban y corrían como cerdos perseguidos.
En el hospital de la Cruz Roja que, con 400 camas, era el mayor y más moderno de Hiroshima, los pacientes advertían su presencia pintando sus nombres con los dedos empapados en su propia sangre, en las paredes del vestíbulo. Apenas había personal para ayudar a los moribundos.
No tenían rostro. Los ojos, narices y bocas se habían quemado y parecía como si se les hubieran fundido las orejas. Era difícil distinguir el frente de la espalda.
--He visto depósitos de agua contra incendios llenos de muertos hasta el borde –dijo un testigo--, parecía como si los hubiesen hervidos. Vi a un hombre que bebía el agua ensangrentada.
Tenían los rostros completamente quemados, las cuencas de los ojos vacías y el fluido de los ojos fundidos les corría por las mejillas.
La diarrea sanguinolenta iba en aumento entre aquéllos que habían sufrido antes de diarrea ordinaria.
4-. ¡MIZU … MIZU … MIZU … MIZU!
Nadie más corría. La calle estaba llena de cuerpos chamuscados, hinchados, que andaban arrastrando los pies, lentamente, en silencio, a veces vomitando, alejándose de las llamas, de la ciudad, brazos y manos extendidos, jirones de piel aleteando bajo el viento creciente.
Taeko, un niño de 15 años, pasó junto a unos amigos de la escuela y ninguno dio señales de reconocer a los demás. Sin aliento, se detuvo y vio a un niño de unos diez años inclinado sobre una niña mucho más pequeña.
--¡Mako! ¡Mako! ¡Por favor, no te mueras, Mako! –exclamaba el niño--.
La niñita permanecía en silencio.
--¡¿Estás muerta, Mako?!
El chiquillo acunaba en sus brazos el cadáver de su hermanita.
Cuando había ascendido a la mitad de la colina, Taeko, ahora con el rostro tan hinchado que sólo podía ver a través de una diminuta abertura de su párpado derecho, encontró una larga cola de heridos sentados ante un puesto de socorro de emergencia, bajo un puente colgante.
--¡Mizu! ¡mizu! ¡mizu! ¡mizu! --gemían a coro los niños, con gravísimas quemaduras en la cara y el resto del cuerpo--.
Algunos pedían que les hicieran el favor de matarlos.
(Hasta aquí lo que escribió Peter Wyden en su sensibilísima obra)
5-. EL PIKADON
A las ocho y quince minutos con veinte segundos de la mañana del lunes 6 de agosto de 1945, hora de Japón, una bomba atómica de uranio de casi 9,000 libras de peso con el poder destructivo de unas 13,500 toneladas de TNT, hizo explosión, a 618 metros de altura, sobre el centro de Hiroshima, creando una fuente de calor superior a los 3,000 grados centígrados que mato a unos 130,000 seres humanos, y creó una nube radiactiva que provocó la fin posterior de unas 70,000 personas más.
El hipocentro proyectado, o sea el punto exacto sobre el cual debía hacer explosión la bomba, era el puente Aioi, en el centro de la ciudad, a 40 metros de la Escuela Elemental Honkawa; pero el macroterrorista que lanzó la bomba –Mayor de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, Thomas Ferebee--, erró el tiro y la bomba hizo explosión, a la misma altura, sobre el Hospital Civil Shima, a 240 metros del puente y a 200 de la escuela.
Del hospital no quedaron ni las bacterias y en la escuela murieron –quemados vivos--, segundos, minutos u horas después, casi todos los niños, maestros y empleados. Ellos fueron los afortunados porque los otros se fueron muriendo, lentamente, y a algunos les tomó varios años fallecer.
6-. ¿GUERRA? ¿CUÁL GUERRA?
A unos cuatro kilómetros del hospital estaba el Castillo de Hiroshima y el Campo de Ejercicios del Este, cuartel general del Segundo Ejército Japonés, que era el que defendía el extremo suroeste de la isla Honshu y las islas de Kyushu y Shikoku, por las que debía llegar la oleada turística de las tropas estadounidenses a las grandes islas japonesas después de haber ocupado Iwo Jima y Okinawa.
De los 32,000 militares que se hallaban en el castillo y las instalaciones cercanas murieron unos 600, o sea el 1.9% de todos los militares que estaban allí y el 0.4% de las 130,000 personas que murieron aquel día. Se desconoce cuantos militares murieron después por los efectos de la radiactividad, pero se cree que puede haber sido, a lo sumo, un 10% del total de 70,000, o sea unos 7,000. O sea que, del número total de militares que se hallaban en el cuartel general de Segundo Ejército, murieron unos 4,100, el 2.05% del total de muertos inmediatos y posteriores. Se cree que aquella mañana había en la zona destruida de Hiroshima alrededor de 4,500 con******os con licencia para visitar a sus familiares o en los diversos hospitales del área, de los cuales murió alrededor de la mitad, o sea unos 2,225.
Desde principios de 1945, se había establecido en Japón el servicio militar obligatorio para todos los hombres de 16 a 62 años, inclusive. Casi la totalidad de los con******os estaba en las trincheras de las costas, no en las ciudades.
Del total de muertos inmediatos o posteriores unos 9,825 eran militares del Segundo Ejército y con******os que, en ese momento, se hallaban en Hiroshima, o sea el 4.9% del total y unos 190,175 eran niños de 15 años o menos, mujeres de todas las edades y hombres mayores de 63 años, es decir el 95.1% del total de muertos (estos cálculos son, por supuesto, aproximados, pero se cree que el margen de error sea, cuando más, de un 5%, o sea que en este caso el porcentaje de niños, mujeres y viejos no sería del 95%, sino del 90%, o sea unos 180,000 seres humanos. Estos números prueban, sin lugar a dudas, que el ataque nuclear a Hiroshima fue una monstruosa masacre de civiles inocentes, en su mayoría niños, no una acción de guerra.
7-. A MANSALVA
El avión B-29 “Enola lgtb”, que cargaba la bomba, volaba a 32,000 pies de altura, o sea era inexpugnable a las baterías antiaéreas, y en Hiroshima no había aviones de guerra, pues los que no habían sido destruidos en los masivos bombardeos que sufrieron todos los aeropuertos japoneses en los meses anteriores, se hallaban, en ese momento, en Tokío, Osaka, Nagoya y otras ciudades del centro de Honshu, la isla en que vivía, y vive, la mayor parte de la población del archipiélago.
La bomba mató a más del 80% de las personas que se hallaban en un radio de 500 metros del hipocentro, o sea del Hospital Shima, al 60% de los que se hallaban de 500 a 1,000 metros, al 40% de los que se hallaban de 1,000 a 2,000 metros, y a un % mucho menor de los que estaban en un radio hasta de casi cuatro kilómetros de la explosión.
De haber explotado la bomba sobre el Castillo de Hiroshima habrían muerto aquel día, al menos, 24,000 militares, entre ellos cientos de oficiales, y el frente sur del Japón no hubiera podido enfrentarse, al menos por varios meses, a la oleada turística de las tropas estadounidenses.
Pero no fue así. Los muertos, en su gran mayoría, fueron civiles inocentes … como hoy en Libia, Irak, Afganistán y Pakistán, como ayer en Gaza, como antier en Panamá y Vietnam y Santo Domingo, como antes en Filipinas y México y la guerra civil que el Imperio se hizo a sí mismo y la masacre de la población nativa del país. La sangrienta beligerancia contra los no-beligerantes es una característica típica del imperio yanki.
8-. LA AMENAZA
El objetivo de aquel gran atentado terrorista no fue vencer al enemigo, que lo dejaba casi intacto en sus cuarteles, sino aterrorizar al mundo, sobre todo a la Unión Soviética, cuyas tropas habían vencido, tres meses antes, a la maquinaria militar más temible de la historia, ocupando Berlín y la cancillería de Adolfo Hitler.
Éstos simples datos prueban más allá de toda duda razonable –‘beyond any reasonable doubt’, para usar un término legal que les gusta mucho a los yankis-- que la bomba de Hiroshima no fue una acción de guerra “para salvar la vida de cientos de miles de soldados “americanos”, como diría Truman en todos los muchos años que le quedaron de vida, sino un atentado terrorista que tuvo la misión de asesinar el mayor número de civiles inocentes con el objetivo de aterrorizar no sólo al pueblo japonés, sino a la humanidad.
La esencia del imperio yanki desde su más temprano inicio, en 1783, y aun desde antes, ha sido el terrorismo a ultranza.
9-. LOS BOSQUES AL NORTE DE TOKíO
Dos semanas antes del hecho, unos científicos del laboratorio Los Alamos, en el que se realizó el Proyecto Manhattan, recomendaron que se lanzara la bomba sobre unos bosques deshabitados que se hallaban al norte de Tokío para que el emperador Hirohito, el primer ministro Kantaro Suzuki y los jefes civiles y militares pudieran ver el monstruoso poder destructivo de la bomba y el gravísimo daño que podía hacer si se lanzaba sobre una ciudad.
Pensaban esos científicos que eso iba a ser suficiente para convencer al gobierno japonés que no podía continuar una guerra que, de hecho, ya estaba perdida desde hacia varios meses, como informaban entonces los más reputados analistas militares del mundo, entre ellos los del propio Japón.
Los jefes del Imperio no conocían que la bomba iba a provocar la radiactividad que mataría a tantas personas en los meses y años por venir, porque ni siquiera lo sabían Albert Einstein, con cuyas teorías se creó el principio científico de la bomba, ni Robert Oppenheimer, jefe del Proyecto Manhattan.
Los efectos mortales de la radiactividad fueron descubiertos por un médico japonés mientras trataba a unos heridos en un hospital de campaña, en la propia Hiroshima, unos días después de la explosión. O sea que los muertos que posteriormente provocara la radiactividad no hubieran sido culpa de quienes desconocían sus efectos, y la idea de que la explosión tuviese lugar en aquellos bosques cercanos a Tokío era una apropiada estrategia militar para ponerle fin a la guerra, no un monstruoso asesinato masivo de seres inocentes, como realmente fue.
Truman insistió y persistió, y finalmente decidió, que la bomba fuese lanzada sobre una ciudad densamente poblada y en su centro, sellando así la suerte de los que murieron aquel día y en los meses y años posteriores, y de las decenas de miles que fueron quemados, muchos de ellos con graves desfiguraciones en el rostro y el cuerpo, conocidos como los hibakushas de Japón. Miles de mujeres dieron a luz niños deformes o sin una o varias de sus extremidades en los años posteriores al Pikadón.
10-. ALAMOGORDO
Los tres jefes de las potencias aliadas, Churchill, Stalin y Truman, conocidos como Los Tres Grandes, se reunieron en Potsdam, una histórica ciudad cercana a Berlín, a partir del 16 de julio de 1945, para decidir la suerte de Alemania dos meses y medio después de su rendición, y llegar a ciertos acuerdos sobre la guerra con Japón, de la que la URSS era neutral en ese momento.
El propio 16 de julio, por la noche, Truman recibió la noticia de que la prueba atómica de Trinity, o sea la explosión de la bomba atómica original, en un desierto de Nuevo México próximo a Alamogordo, había sido un éxito. Era, en ese momento, el único ser humano que disponía del artefacto terrorista más poderoso de la historia, con el que podía destruir una ciudad entera en pocos segundos y asesinar a cientos de miles de sus habitantes.
11-. LA GRAN ESTACA
La que había sido en Truman una actitud discreta hacia sus colegas el día 16, se convirtió al día siguiente en una burda insolencia, sobre todo hacia Stalin. El jefe yanki ya tenía una estaca grande –el Big Stick de Teddy Roosevelt elevado a la máxima potencia--; el Mariscal sólo disponía de un palo pequeño, a pesar de que había sido el gran héroe de la Segunda Guerra Mundial en la que perecieron muchos millones de soviéticos. Ese abismo de fuerzas sólo duraría cuatro años.
El jefe del gobierno más terrorista de la historia contaba ya con la obra maestra del terror, un arma que podía recrear en forma ultramicroscópica la explosión de la que se cree dio origen al universo hace unos 13,900 millones de años, el Big Bang, o Gran Estallido, la única teoría seria sobre el origen del tiempo, el espacio, la energía y la materia.
El arma de Truman no se basaba en la división del núcleo del élam, el átomo original del que se cree que era una octillonava parte más pequeño que el átomo actual, sino un ultramicroestallido que no creó el caldo energético tan increíblemente compacto que ya tenía dentro de sí toda la materia que hoy existe en el universo. Era una réplica imperceptible de aquel macroestallido que, lejos de crear un universo, destruyó una ciudad, asesinando, en pocas horas, a la tercera parte de su población.
De hecho, bajo el mismo principio científico, Truman se había convertido en el microdiós destructor de la infame Física, antítesis de la creadora Física.
12-. SUZUKI, EL APACIGUADOR
El gobierno del primer ministro Kantaro Suzuki hizo dos proposiciones de paz. La primera era que Japón aceptaba rendirse si se reconocía a Hirohito como monarca constitucional y símbolo del Sintoísmo, la religión nacional. Truman la rechazó de plano. La otra era la abdicación de Hirohito si se respetaba la religión del país que consideraba al Emperador una deidad. Truman la rechazó también.
De acuerdo al Koshitsu Shinto, o sea el Sintoísmo de la Casa Imperial, Hirohito, el Emperador Showa, el 124 del país, era descendiente del dios Amaterasu Ohmikami, una de las deidades originales.
Por supuesto que todo eso es una suprema estupidez para engañar a los ignorantes y dominar a los pueblos a través del terrorismo religioso, pero de la misma forma en que se respeta al Cristianismo, se debe respetar al Sintoísmo. Son dos novelas muy amenas en que los personajes centrales no son como Don Quijote ni Jean Valjean, sino como Supermán y Batman, y una no es mejor que la otra.
13-. EL ULTIMÁTUM
Esa actitud en extremo fanática de Truman, de rechazar la religión del país vencido, no se había hecho en Alemania, o sea exigirle al pueblo alemán que dejase de creer en Jesucristo para que se le pudiera aceptar la rendición.
El ultimátum de Potsdam exigía “la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas” y no hacía alusión alguna al emperador Hirohito como símbolo religioso. Kantaro Suzuki, entonces, declaró:
--Nuestro gobierno no considera que el ultimátum tiene mucho valor en este momento. Lo que hemos de hacer es mokusatsu , o sea ignorarlo, como si no se hubiese recibido.
Era evidente que el Primer Ministro esperaba otra comunicación por parte de Truman en la que, por lo menos, se hiciese alguna alusión al Emperador como símbolo de la religión del país. Truman interpretó esa palabra no en su verdadero significado, sino en el que le convenía, o sea que se trataba de un rechazo total al ultimátum. De haber dicho Truman tan sólo que respetaría su religión nacional, Japón se hubiese rendido; pero eso no le convenía al Imperio porque no habría podido, entonces, aterrorizar al mundo con el arma suprema del terror.
La suerte de Hiroshima estaba sellada.
14-. LA FIESTA
Al concluir la Conferencia de Potsdam, Truman emprendió el regreso a su país a bordo del acorazado Augusta.
George Harrison, ayudante de Henry L. Stimson, Secretario de Guerra, le envió un mensaje a través del teléfono criptográfico en el que le anunciaba el éxito absoluto de la explosión atómica en Hiroshima.
Truman se disponía a almorzar en ese momento con varios oficiales en el comedor de popa del Augusta. El capitán del ejército encargado de la “sala de mapas” se le acercó, con gran prisa, y le mostró un mapa de Japón y un mensaje de veintiséis palabras que empezaba así:
--Gran bomba arrojada sobre Hiroshima. Éxito absoluto.
Truman alzó la cabeza en un gesto de orgullo, sonrió de oreja a oreja, y entró al comedor levantando con una mano el mensaje y exclamando, una y otra vez, sin dejar de sonreír:
--¡Éste es el día más grande de la historia! … ¡éste es el día más grande de la historia! … ¡éste es el día más grande de la historia! ...
Al final de aquella euforia, dijo:
--Fue un éxito arrollador. ¡Ganamos la apuesta!
Mientras mostraba el papel a muchos oficiales en el barco, decía que ninguno de los comunicados que había recibido hasta entonces le había hecho tan feliz.
Aquel día hubo una gran fiesta a bordo del Augusta mientras las aguas de los ocho canales del Ota, que atravesaban Hiroshima, se seguían llenando de cadáveres carbonizados y los gemidos de las mujeres y los niños y los viejos que aún no habían muerto convertían a la ciudad en un infierno, pero de inocentes ☼