Revueltas antirracistas ha habido muchas, pero esta en particular ha dirigido un foco importante de atención a lo simbólico, representado en figuras que confirman la hegemonía blanca y racista, en tanto guardan tributo a la opresión ilimitada hacia neցros e indígenas.
La cabeza de una estatua de Cristóbal Colón en Boston fue arrancada tras la fin de George Floyd. 10 de junio de 2020.
La ola de protestas de las últimas semanas ha tenido sus características propias, que la diferencian de otros estallidos sociales. El efecto George Floyd está sacudiendo las formas de pensar el conflicto: no estamos solo en presencia de una reacción a un vil asesinato racista, sino que el choque se parece más a una guerra cultural donde lo simbólico sale a relucir como modo de reivindicar una situación histórica, más allá de la rabia de un momento reactivo después de una injusticia.
Quizá por eso el derribo de estatuas que hacían reverencia a antiguos esclavistas o colonizadores se ha disparado por Estados Unidos y Europa, aunque también podría recordarse que ocurrió lo mismo durante las intensas movilizaciones en Chile a finales del año pasado.
Revueltas antirracistas ha habido muchas, pero esta en particular ha dirigido un foco importante de atención a lo simbólico, representado en figuras que confirman la hegemonía blanca y racista, en tanto guardan tributo a la opresión ilimitada hacia neցros e indígenas.
Las acciones de derribo de estatuas otorgan un origen histórico al conflicto y hacen notar que el comienzo de la diatriba no se debe a un error policial o a un exceso de autoridad. La movilización actual no ha sido solo, como en ocasiones anteriores, una protesta callejera con saqueos que se salen de las manos debido a la ira popular, sino que por el contrario, ha tocado la medula espinal de la tensión histórico-cultural. Y la destrucción de esculturas que legitiman el orden premoderno viene a plantearlo.
¿Estatuafobia?
Las estatuas de Cristóbal Colón han sido el principal símbolo atacado. Durante estos días, hemos visto sus representaciones decapitadas, vandalizadas, pintadas, quemadas, golpeadas a mandarriazos y lanzadas al agua. Incluso rituales indígenas se han visto alrededor de las estatuas derribadas. Pero no solo ha sido Colón. También generales de la confederación, personajes esclavistas y, en Londres, un par de vendedores de neցros cuyas efigies lucían flamantes en pleno espacio público. En Bélgica le tocó el turno a la del rey Leopoldo II, responsable del genocidio negrero en el Congo.
La pelea simbólica está produciendo lo que algunos medios y políticos ya llaman "estatuafobia", como forma de ubicar estas acciones fuera del marco de racionalidad política. Pero lo cierto es que todas ellas se han dirigido contra figuras racistas y coloniales. No han expresado vandalismo contra cualquier monumento.
Los actos en los que se han tumbado esculturas se han repetido en los estados de Virginia, Boston, Mineápolis y Miami, entre otras ciudades en Estados Unidos, así como posteriormente en Reino Unido y Bélgica. Estas acciones han producido consecuencias en consejos locales, alcaldías y grupos de congresistas, que han pedido o declarado la necesidad de retirar efigies de personajes. La alcaldía de Londres, por ejemplo, decidió crear una comisión para estudiar el tema de las estatuas, con el fin de retirar las de personajes con pasados racistas. El ayuntamiento de Poole removió también esta semana la estatua del fundador de los boy scouts, Robert Baden-Powell, por haber colaborado con Hitler y el nazismo.
Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., también quiso entrar en el juego simbólico pidiendo al Congreso el retiro de 11 estatuas de generales confederados que lucharon del lado esclavista durante la guerra de secesión, entre 1861 y 1865.
El presidente Trump, por el contrario, ha renegado de esos intentos de reforma y ha preferido relacionar a estos generales confederados con el Ejército y la historia de EE.UU. Muchos fuertes militares llevan el nombre de esos uniformados defensores de la esclavitud, y la Casa Blanca ha sido reiterativa en que no se plantea un posible cambio de nombre en esas instalaciones.
Trump, un político que sabe barajar los efectos simbólicos, diseñó su reinicio de campaña apelando a dos hitos que juntó en una única convocatoria: la fecha sería el 19 de junio, día en el que se celebra el final de la esclavitud en EE.UU., y como lugar escogió la localidad de Tulsa, en Oklahoma, recordada por haber ocurrido allí, a comienzos del siglo pasado, los peores brotes racistas, que contaron con centenares de afroamericanos asesinados y la destrucción de barrios enteros por parte de supremacistas blancos.
Semejante coincidencia con la situación actual prendió las alarmas en diversos sectores, que esperaron un enaltecimiento presidencial del discurso supremacista, sobre todo porque ya Ronald Reagan había utilizado la metáfora de Tulsa para levantar el voto blanco. Opinadores como Michel Norris, del Washington Post, tildaron de "ironía diabólica" la forma en que el mandatario regresará a la campaña después de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo.
No obstante, un Trump más cauteloso dijo por Twitter haber atendido el llamado de "amigos y partidarios afroamericanos" y pospuso la fecha de la convocatoria.
Trump con una biblia durante su visita a la iglesia de de St. John's, frente a la Casa Blanca, en medio de las protestas raciales, 1 de junio de 2020.Tom Brenner / Reuters
¿Hasta qué punto esta reacción del derribo de estatuas es una respuesta a la acciones supremacistas blancas que han tenido a Trump de mentor? ¿O es que estamos en presencia de un movimiento más intelectual y maduro que uno de tipo tumultuario que prefiere el pillaje a los hechos figurativos?
Algo está ocurriendo con el 'efecto Floyd' que afecta también el orden simbólico. Una protesta basada también en los signos culturales.
¿'Estatuafobia' o poscolonialismo? Cómo explicar el derribo de las estatuas en el mundo
La cabeza de una estatua de Cristóbal Colón en Boston fue arrancada tras la fin de George Floyd. 10 de junio de 2020.
La ola de protestas de las últimas semanas ha tenido sus características propias, que la diferencian de otros estallidos sociales. El efecto George Floyd está sacudiendo las formas de pensar el conflicto: no estamos solo en presencia de una reacción a un vil asesinato racista, sino que el choque se parece más a una guerra cultural donde lo simbólico sale a relucir como modo de reivindicar una situación histórica, más allá de la rabia de un momento reactivo después de una injusticia.
Quizá por eso el derribo de estatuas que hacían reverencia a antiguos esclavistas o colonizadores se ha disparado por Estados Unidos y Europa, aunque también podría recordarse que ocurrió lo mismo durante las intensas movilizaciones en Chile a finales del año pasado.
Revueltas antirracistas ha habido muchas, pero esta en particular ha dirigido un foco importante de atención a lo simbólico, representado en figuras que confirman la hegemonía blanca y racista, en tanto guardan tributo a la opresión ilimitada hacia neցros e indígenas.
Las acciones de derribo de estatuas otorgan un origen histórico al conflicto y hacen notar que el comienzo de la diatriba no se debe a un error policial o a un exceso de autoridad. La movilización actual no ha sido solo, como en ocasiones anteriores, una protesta callejera con saqueos que se salen de las manos debido a la ira popular, sino que por el contrario, ha tocado la medula espinal de la tensión histórico-cultural. Y la destrucción de esculturas que legitiman el orden premoderno viene a plantearlo.
¿Estatuafobia?
Las estatuas de Cristóbal Colón han sido el principal símbolo atacado. Durante estos días, hemos visto sus representaciones decapitadas, vandalizadas, pintadas, quemadas, golpeadas a mandarriazos y lanzadas al agua. Incluso rituales indígenas se han visto alrededor de las estatuas derribadas. Pero no solo ha sido Colón. También generales de la confederación, personajes esclavistas y, en Londres, un par de vendedores de neցros cuyas efigies lucían flamantes en pleno espacio público. En Bélgica le tocó el turno a la del rey Leopoldo II, responsable del genocidio negrero en el Congo.
La pelea simbólica está produciendo lo que algunos medios y políticos ya llaman "estatuafobia", como forma de ubicar estas acciones fuera del marco de racionalidad política. Pero lo cierto es que todas ellas se han dirigido contra figuras racistas y coloniales. No han expresado vandalismo contra cualquier monumento.
Los actos en los que se han tumbado esculturas se han repetido en los estados de Virginia, Boston, Mineápolis y Miami, entre otras ciudades en Estados Unidos, así como posteriormente en Reino Unido y Bélgica. Estas acciones han producido consecuencias en consejos locales, alcaldías y grupos de congresistas, que han pedido o declarado la necesidad de retirar efigies de personajes. La alcaldía de Londres, por ejemplo, decidió crear una comisión para estudiar el tema de las estatuas, con el fin de retirar las de personajes con pasados racistas. El ayuntamiento de Poole removió también esta semana la estatua del fundador de los boy scouts, Robert Baden-Powell, por haber colaborado con Hitler y el nazismo.
Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., también quiso entrar en el juego simbólico pidiendo al Congreso el retiro de 11 estatuas de generales confederados que lucharon del lado esclavista durante la guerra de secesión, entre 1861 y 1865.
El presidente Trump, por el contrario, ha renegado de esos intentos de reforma y ha preferido relacionar a estos generales confederados con el Ejército y la historia de EE.UU. Muchos fuertes militares llevan el nombre de esos uniformados defensores de la esclavitud, y la Casa Blanca ha sido reiterativa en que no se plantea un posible cambio de nombre en esas instalaciones.
Y si de simbolismos se trata, la carrera de Joe Biden, la competencia de Trump en las próximas presidenciales, está cargado de ellos. Viene de ser el vicepresidente del primer mandatario neցro de la historia de EE.UU. Y, aunque los ocho años de Obama en la Casa Blanca no parecen haber cambiado mucho la situación racial en el país, las primarias demócratas suponen confirmar, con su triunfo en los estados del sur –especialmente en Carolina del Sur, donde logró una alianza con el líder afrodescendiente James Clyburn–, que la población de color prefirió al 'blanco' de Obama que al 'blanco' antisistema de Sanders. Privilegia la crítica a la sociedad feudal sobre la crítica al sistema capitalista.El derribo de las estatuas es un acción insumisa, puesto que muchas de ellas se levantaron no cuando vivía su apogeo el supremacismo blanco, sino cuando se producían levantamientos antirracistas o de emancipación de los neցros
Trump, un político que sabe barajar los efectos simbólicos, diseñó su reinicio de campaña apelando a dos hitos que juntó en una única convocatoria: la fecha sería el 19 de junio, día en el que se celebra el final de la esclavitud en EE.UU., y como lugar escogió la localidad de Tulsa, en Oklahoma, recordada por haber ocurrido allí, a comienzos del siglo pasado, los peores brotes racistas, que contaron con centenares de afroamericanos asesinados y la destrucción de barrios enteros por parte de supremacistas blancos.
Semejante coincidencia con la situación actual prendió las alarmas en diversos sectores, que esperaron un enaltecimiento presidencial del discurso supremacista, sobre todo porque ya Ronald Reagan había utilizado la metáfora de Tulsa para levantar el voto blanco. Opinadores como Michel Norris, del Washington Post, tildaron de "ironía diabólica" la forma en que el mandatario regresará a la campaña después de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo.
No obstante, un Trump más cauteloso dijo por Twitter haber atendido el llamado de "amigos y partidarios afroamericanos" y pospuso la fecha de la convocatoria.
Trump con una biblia durante su visita a la iglesia de de St. John's, frente a la Casa Blanca, en medio de las protestas raciales, 1 de junio de 2020.Tom Brenner / Reuters
¿Hasta qué punto esta reacción del derribo de estatuas es una respuesta a la acciones supremacistas blancas que han tenido a Trump de mentor? ¿O es que estamos en presencia de un movimiento más intelectual y maduro que uno de tipo tumultuario que prefiere el pillaje a los hechos figurativos?
Algo está ocurriendo con el 'efecto Floyd' que afecta también el orden simbólico. Una protesta basada también en los signos culturales.
¿'Estatuafobia' o poscolonialismo? Cómo explicar el derribo de las estatuas en el mundo