Fudivarri
EL ESTADO ES TU PEOR ENEMIGO.
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España, tierra de conejos
<div class="post-column-left" style="tonalidad: #222222; text-align: left; width: 39%;">
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<div class="post-column-right" style="tonalidad: #222222; text-align: left; width: 95%;">
A nadie se le oculta que ésta es una de las peores épocas que está pasando España como país y como colectivo de paisanos. La marca España parece la marca de la Bestia, por eso todo el mundo le huye como a la peste. España es tierra de conejos, cada día más pobre y, como todo lo pobre, más putrefacta y descompuesta.
—¿Y eso? ¿Qué más le da todo eso a un ácrata? Mejor, ¿no?
Pues no. Seguramente, porque debe de haber ácratas de vocación y ácratas de necesidad. Como hay pobres de vocación —los franciscanos de Asís y tal— y pobres de necesidad. Y este que suscribe es ácrata de necesidad. Le gustaría ser demócrata, pero la democracia es un concepto imposible en soledad. Hacen falta otros demócratas. Y no es posible con gentes que no se respetan a sí mismas, como no se respetan a sí mismos los españoles.
Este ácrata es un español lúcido. Por eso es ácrata. Por eso sabe que eso del “pueblo español” es un concepto vacío. No es que le guste que se trate de un concepto vacío, sino que lo es, y así tiene reconocerlo.
Este ácrata, cada vez que oye a algún político nombrar al “pueblo español”, sabe que está ante un embaucador del “régimen”, y se lleva la mano a la sobaquera. Y, desgraciadamente, allí no tiene nada más que pelo. Pelo descargado, pelo de fogueo. Así que se rasca el sobaco con el dedo y sopla luego la uña.
Desde que los “anti-españoles”, los internacionalistas de extrema derecha, los rajoyes y las gallardonas, se han hecho con el poder por arte de birlibirloque —por arte del reiterativo anti-españolismo internacionalista del falso socialismo cleptómano—, en España no puede decirse la verdad, pues se corre el riesgo de ingresar en la guandoca. Pues España está, como siempre ha estado, bajo la égida de un dios extranjero, del dios del Antiguo Testamento, el que nos imponen los dueños de Hollywood, que son los mismos que imprimen el dinero; y de su Hijo, el dios del Nuevo Testamento, el que nos recomendaba poner la otra mejilla y llevar a Franco bajo palio. Y sigue España el modelo internacionalista de no existencia de ningún concepto parecido a “patria” o “destino común”, pues aquél que lo menciona es objeto de insultos y puede que incluso objetivo de juristas gallardones. Nuestro único destino común es con el resto de la humanidad de los pobres: morir como palestinos en un gueto o como sudamericanos en un vertedero, de hambre y de indignidad.
Curioso país, España, cuyos partidos hegemónicos son ambos internacionalistas, —no ya europeístas—. Por eso estuvieron de acuerdo como por arte de rayo el 2 de septiembre de 2011 para vender los resto de la <i>patrimarca</i> España al capital internacional, renunciando constitucionalmente a la inmunidad soberana. No ya hasta que saliera España de esta crisis, sino para siempre, como dando a entender que de esta crisis no saldrá España nunca.
Como en este país de incultos, a cualquiera que se alza contra el poder financiero internacional sionista, se le acusa de fascista —ya se sabe, no hay nada más fascista que oponerse a que te roben la cartera o el virgo de tu hija de diez años delante de tus narices—; como aquí no se distingue entre fascismo y extrema derecha, porque somos así de ignorantes y de tontucios, no nos queda más salida que regugiarnos ideológicamente en la Acracia.
Y la Acracia consiste en plantarle cara al ministro vendido a la Iglesia y al Sanedrín —que son lo mismo, sionistas, internacionalistas, pues ambos son administradores de las religiones del Libro, ambos representan los mismos intereses y ambos son enemigos declarados de la libertad de pensamiento—; plantarle cara no desde el patriotismo, sino desde el Pacifismo, la Cultura y la Ciencia (los tres escritos así, con mayúsculas, para que no se confundan con sus opuestos, que esta gente apenas sabe leer si no es en los renglones torcidos de Dios. Pues la violencia, la incultura y la ignorancia son síntomas de faschismo, en toda tierra de conejos.
—Oiga, ministro: Sepa que le tengo calado. Usted es miembro supernumerario del Opus Dei, de esa secta de fundamentalistas cristianos; y, consecuentemente, usted no tiene otro objetivo en la vida que ponernos a todos un cilicio en el pimpollo y acabar con las libertades fundamentales de los que estamos acreditados como españoles en el documento de identidad: arrasar nuestras libertades de pensamiento, de opinión, de reunión, de manifestación, y de todo lo que caiga al alcance de sus manazas. Ministro, es usted, en mi leal opinión, una sarama humana que vive administrando la Injusticia, aunque funja como ministro de lo opuesto. Y le deseo que muera usted de un doloroso cáncer de colon, cagando tripas. Porque lo merece usted. De verdad. Y el día en que se muera, abriré una botella de cava vasco y me la tomaré feliz, antes de olvidarlo a usted para siempre.
<span style="font-size: x-small;">UN ÁCRATA</span>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://cambio99.blogspot.com.es/"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-6_cR9oHq0DQ/UFOs5MYuhAI/AAAAAAAABWU/6bD5pSEVu70/s1600/banner525.jpg" /></a></div>
</div>
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A nadie se le oculta que ésta es una de las peores épocas que está pasando España como país y como colectivo de paisanos. La marca España parece la marca de la Bestia, por eso todo el mundo le huye como a la peste. España es tierra de conejos, cada día más pobre y, como todo lo pobre, más putrefacta y descompuesta.
—¿Y eso? ¿Qué más le da todo eso a un ácrata? Mejor, ¿no?
Pues no. Seguramente, porque debe de haber ácratas de vocación y ácratas de necesidad. Como hay pobres de vocación —los franciscanos de Asís y tal— y pobres de necesidad. Y este que suscribe es ácrata de necesidad. Le gustaría ser demócrata, pero la democracia es un concepto imposible en soledad. Hacen falta otros demócratas. Y no es posible con gentes que no se respetan a sí mismas, como no se respetan a sí mismos los españoles.
Este ácrata es un español lúcido. Por eso es ácrata. Por eso sabe que eso del “pueblo español” es un concepto vacío. No es que le guste que se trate de un concepto vacío, sino que lo es, y así tiene reconocerlo.
Este ácrata, cada vez que oye a algún político nombrar al “pueblo español”, sabe que está ante un embaucador del “régimen”, y se lleva la mano a la sobaquera. Y, desgraciadamente, allí no tiene nada más que pelo. Pelo descargado, pelo de fogueo. Así que se rasca el sobaco con el dedo y sopla luego la uña.
Desde que los “anti-españoles”, los internacionalistas de extrema derecha, los rajoyes y las gallardonas, se han hecho con el poder por arte de birlibirloque —por arte del reiterativo anti-españolismo internacionalista del falso socialismo cleptómano—, en España no puede decirse la verdad, pues se corre el riesgo de ingresar en la guandoca. Pues España está, como siempre ha estado, bajo la égida de un dios extranjero, del dios del Antiguo Testamento, el que nos imponen los dueños de Hollywood, que son los mismos que imprimen el dinero; y de su Hijo, el dios del Nuevo Testamento, el que nos recomendaba poner la otra mejilla y llevar a Franco bajo palio. Y sigue España el modelo internacionalista de no existencia de ningún concepto parecido a “patria” o “destino común”, pues aquél que lo menciona es objeto de insultos y puede que incluso objetivo de juristas gallardones. Nuestro único destino común es con el resto de la humanidad de los pobres: morir como palestinos en un gueto o como sudamericanos en un vertedero, de hambre y de indignidad.
Curioso país, España, cuyos partidos hegemónicos son ambos internacionalistas, —no ya europeístas—. Por eso estuvieron de acuerdo como por arte de rayo el 2 de septiembre de 2011 para vender los resto de la <i>patrimarca</i> España al capital internacional, renunciando constitucionalmente a la inmunidad soberana. No ya hasta que saliera España de esta crisis, sino para siempre, como dando a entender que de esta crisis no saldrá España nunca.
Como en este país de incultos, a cualquiera que se alza contra el poder financiero internacional sionista, se le acusa de fascista —ya se sabe, no hay nada más fascista que oponerse a que te roben la cartera o el virgo de tu hija de diez años delante de tus narices—; como aquí no se distingue entre fascismo y extrema derecha, porque somos así de ignorantes y de tontucios, no nos queda más salida que regugiarnos ideológicamente en la Acracia.
Y la Acracia consiste en plantarle cara al ministro vendido a la Iglesia y al Sanedrín —que son lo mismo, sionistas, internacionalistas, pues ambos son administradores de las religiones del Libro, ambos representan los mismos intereses y ambos son enemigos declarados de la libertad de pensamiento—; plantarle cara no desde el patriotismo, sino desde el Pacifismo, la Cultura y la Ciencia (los tres escritos así, con mayúsculas, para que no se confundan con sus opuestos, que esta gente apenas sabe leer si no es en los renglones torcidos de Dios. Pues la violencia, la incultura y la ignorancia son síntomas de faschismo, en toda tierra de conejos.
—Oiga, ministro: Sepa que le tengo calado. Usted es miembro supernumerario del Opus Dei, de esa secta de fundamentalistas cristianos; y, consecuentemente, usted no tiene otro objetivo en la vida que ponernos a todos un cilicio en el pimpollo y acabar con las libertades fundamentales de los que estamos acreditados como españoles en el documento de identidad: arrasar nuestras libertades de pensamiento, de opinión, de reunión, de manifestación, y de todo lo que caiga al alcance de sus manazas. Ministro, es usted, en mi leal opinión, una sarama humana que vive administrando la Injusticia, aunque funja como ministro de lo opuesto. Y le deseo que muera usted de un doloroso cáncer de colon, cagando tripas. Porque lo merece usted. De verdad. Y el día en que se muera, abriré una botella de cava vasco y me la tomaré feliz, antes de olvidarlo a usted para siempre.
<span style="font-size: x-small;">UN ÁCRATA</span>
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