Israel Gracia
Madmaxista
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CobardesInfierno
AD.- La desconfianza en España no para de crecer. A decir verdad, los que menos confiamos en España somos los españoles que nos hemos librados de ser cocidos a fuego lento. Solo un pueblo tan fistro como el español podría tolerar sin rechistar la psicopatía de un chulo inepto con ansias de sátrapa falconero, la codicia insaciable de su socio comunista y a toda la banda de separatistas que terminarán llevándose hasta los cubiertos de plásticos del festín. Nos van a hacer pagar hasta el papel higiénico con altos intereses.
El pueblo es el único que puede solucionar el drama de España, enseñando los dientes, metiéndole el miedo en el cuerpo a los canallas y haciéndoles ver que la única solución del país pasa por adecentar el Estado, el liderazgo, la política y la vida pública, lo que significa parar los pies al separatismo, impedir el acceso al poder de los que viven de la sangre ajena y elegir como representantes públicos y líderes a personas de probada decencia y de valores garantizados, no a los predadores amigos del partido o a los dirigentes arbitrarios encuadrados en las mafias del poder. Pero el pueblo español no moverá un dedo. Este pueblo español pasará a la Historia como una triste y poco apreciable manada de cobardes.
Es muy probable que España sea hoy el país más fistro del mundo. Al menos ningún otro país se ha dejado humillar tanto en democracia por gente tan infame, tan mediocre y tan traidora.
Cuando los buenos se resignan a *******lo todo, los canallas conquistan el poder. Pedro Sánchez no es sino el presidente que merece un pueblo tan indigno y fistro como el nuestro, un subproducto de la corrupción y de la degradación de un sistema que ha sido dominado, desde la fin del general Franco, por partidos indignos y corrompidos, habituados a anteponer sus propios intereses al bien común.
Es difícil hallar en la historia moderna un pueblo que sea capaz de soportar tanta humillación, que financia un Estado elefantiásico y repleto de políticos sin valor vital alguno, que paga los mayores impuestos de toda Europa, que tolera la rebelión mafiosa de los catalanes, que calla ante la vesania de unos dirigentes que merecerían ser sometidos al más severo de los correctivos.
Hemos permitido que los políticos se cisquen a diario en los códigos de la decencia, que maltraten la Constitución y que asesinen la democracia, sustituyéndola por una ilícita oligocracia de partidos. Hemos guardado un silencio cómplice ante las «listas negras» de empresas y personas represaliadas por sus ideas. Hemos convivido a diario con la indecencia que representa intercambiar concesiones públicas por comisiones ilegales. Hemos permitido que la mafia mediática redefina los conceptos del bien y del mal. Hemos dejado que nos subyuguen, que sometan a la sociedad civil, que la desarticulen y que la ocupen, que todo esté lleno de políticos y sindicalistas voraces. Hemos vuelto la mirada mientras alimentaban al monstruo nacionalista con concesiones y ventajas que rompen la unidad y hasta hemos soportado que se margine, acose y persiga a los que aman España en esas comunidades.
Han ocupado las universidades y han comprado la cultura con el dinero de todos. Hemos doblado la rodilla cuando los políticos, con el dinero público, han silenciado a los medios de comunicación y les han hecho cómplices de la mentira, la manipulación y el engaño. Hemos callado ante atrocidades e injusticias que ningún pueblo noble debería haber soportado jamás: concursos públicos amañados y otorgados a dedo, a empresas de amigos, recaudadores de los partidos políticos practicando la extorsión silenciosa entre las empresas, millones de euros entregados a los sindicatos y a la patronal para comprar silencio y apoyos ilícitos, delincuentes disfrazados de alcaldes y concejales cobrando comisiones a cambio de legalizar el urbanismo salvaje, agresiones al principio de igualdad de oportunidades, que los puestos de trabajo públicos sean para los familiares y amigos de la «casta» política, que repartan el dinero público como tahúres, que conviertan a las administraciones públicas en gigantescos aparcamientos de lujo, donde cientos de miles de inútiles y aprovechados ordeñan al Estado cada día, sin aportar nada a cambio.
Pero a quien más hemos consentido es al presidente del Gobierno, un tipo sin prestigio, que ha perdido hasta el respeto de sus colegas internacionales, que lo soporta todo con tal de seguir en el poder, al que hemos dejado practicar todo lo que degrada y hace ignominiosa la política, desde la mentira reiterada hasta el engaño a los ciudadanos, desde la compra de votos con dinero público hasta sellar pactos con partidos antiespañoles, sin otra justificación que mantenerse en el poder.
Pedro Sánchez es un presidente que asusta, un amoral sin escrúpulos que ha abierto las puertas del Gobierno a comunistas que odian a España, un mentiroso compulsivo que dice hoy una cosa y mañana otra diametralmente distinta, un tipo capaz de vender su alma al diablo con tal de no perder el poder, pero nadie hace nada.
En este momento debemos nada menos que cuatro veces, en cifra redonda, lo que producimos en un solo año, lo que significa una carga tremenda para el país, que va a tener que pagar, pero que ha tratado de eludir porque se había creado lo que se llama una sociedad opulenta, masificada, que fue abandonado una serie de valores, de exigencias, ansiando seguir así. Los políticos están perdidos, porque no se atreven a enfrentarse con la situación que, en parte, han creado.
La sociedad española admite cualquier tipo de planteamientos, ya que sus percepciones son exclusivamente materiales, como la de esos jóvenes cuyo principal problema es si les dejan hacer o no botellón. Y esto es muy grave, una sociedad sin valores es una sociedad que está condenada. Hay países que mantienen una serie de valores sin ser católicos, pero en España, cuando se viene abajo el espíritu católico los valores desaparecen y la cobardía aflora.
Y por si fuera poco, nuestra manía autodestructiva, esa furia contra su propia tierra es lo propio de las sociedades en la hora amarga de la bancarrota jovenlandesal y espiritual. Cuando los pueblos van cayendo por la pendiente de su irremediable decadencia los peores elementos salen de sus agujeros y alzan la bandera de la sedición dispuestos a consumar la traición largamente madurada en la oscuridad en la que la sabiduría de otros tiempos los tuvo recluidos.
Una de las formas predominantes de este besugo sentimiento antinacional es ese falso progresismo que es la enfermedad infantil, a todas luces incurable, de esa izquierda española de cromosomas desparejados que justifica todos los atropellos y todas las arbitrariedades (después de haber cometido todos los crímenes que adornan su larguísimo prontuario).
A la izquierda española, huérfana de todo ideal, carente de un proyecto positivo para España, dueña de un rencor indecente y de una escalofriante miseria intelectual y jovenlandesal, sólo le queda su incurable demagogia, su criminal revanchismo, su sectarismo indomable y una abismal ausencia de valores. El único programa visible de la izquierda parede ser el irreversible desmantelamiento de la nación española, su postración definitiva, su sometimiento a espurios intereses antinacionales y, como apoteosis a sus obsesiones y rencores nunca olvidados y a sus odios insatisfechos, retroceder 80 años atrás. Volver al 36 para intentar el desquite de una derrota ganada a pulso, buscando la revancha por una guerra perdida por los mismos que la provocaron (ahora ya lo sabemos con certeza), aparece cada día más claramente como el sueño y la meta de esa izquierda que durante la etapa de Zapatero y ahora de Sánchez, no hizo ni hace otra cosa que lo único que sabe hacer: destruir España y enfrentar a los españoles. El resultado está a la vista.
Pero no centremos la culpa exclusivamente en la izquerda para explicar las razones de una población mayoritariamente basurizada. Hay un amplio sector de la derecha social española que esquiva la defensa de sus posiciones jovenlandesales y humanísticas por un enfermizo y obsesivo sentimiento de culpa frente a la izquierda. El partido que mayoritariamente representa a ese sector, el PP, se define como una formación “de centro”. La derecha no se identifica con la asunción del término porque en la cultura política española tiene un punto de ilegitimidad jovenlandesal. Ser de derechas no está bien visto en España. Y esto es así, entre otras razones, porque desde hace muchos años, la izquierda nos restriega una superioridad jovenlandesal que pocos líderes derechistas se atreven a refutar con la contundencia que lo hace AD. La supuesta derecha ha renunciado a cualquier pretensión de entablarle batalla ideológica a los defensores del marxismo cultural. Esto ha permitido a la izquierda, en cualquiera de sus siniestras ramificaciones, el control de la cultura y la educación oficiales, así como de la mayor parte de los medios de comunicación. Esta rendición ideológica no es tampoco ajena a Vox, que prefirió exhibir un patrioterismo escopetero y rancio antes que formular un ideario con las grandes contradicciones, incoherencias, falsedades y mentiras sobre las que se asienta la ideología izquierdista, más allá de los tópicos y chascarrillos mitineros.
Ser de derechas en España va asociado a ser franquista; por consiguiente, a ser partidario de la dictadura y enemigo de la libertad. La izquierda nos impone sus mantras porque los representantes políticos de la derecha, incluidos los de Vox, han heredado como taras genéticas los mismos complejos. ¿Imagina el lector la suerte que correría el miembro de Vox que elogiase el régimen de Franco por librar a España de caer en las garras de la liberticida órbita soviética? Si por mucho menos desfenestraron a Fernando Paz…
Si la derecha social española quiere que sus ideas tengan un calado socialmente mayoritario, tendrá que dejar de pensar como pasiva “gente de orden” y comenzar a movilizarse, a sacudirse los complejos, a perder el miedo, a preferir el fondo que las formas, a vivir con conciencia política, a sostener la coherencia jovenlandesal como principio básico, a defender sin miedo los valores en los que dice creer, a rechazar la corrección política y la dictadura del pensamiento único, a tener protagonismo en la vida civil, a comprar los libros y revistas de quienes comparten su visión del mundo, a borrar el cainismo de su ADN, a estar presente en todos los foros de debate públicos y privados. Nada de esto lo va a hacer el PP, ni tampoco Vox. Lo tiene que hacer la gente. Muchos lectores de AD llevan años haciéndolo.
Si la derecha social no cambia el chip, si la población española no se arma de valor, la apisonadora socialcomunista pasará por encima nuestra y dejará a España en pocos años en la misma situación que hoy vive Venezuela. Por desgracia solo nos tenemos a nosotros mismos. Ningún Clint Eastwood vendrá a salvarnos.
Postdata.- Cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está podrida y condenada.
España, infierno de cobardes
CobardesInfierno
AD.- La desconfianza en España no para de crecer. A decir verdad, los que menos confiamos en España somos los españoles que nos hemos librados de ser cocidos a fuego lento. Solo un pueblo tan fistro como el español podría tolerar sin rechistar la psicopatía de un chulo inepto con ansias de sátrapa falconero, la codicia insaciable de su socio comunista y a toda la banda de separatistas que terminarán llevándose hasta los cubiertos de plásticos del festín. Nos van a hacer pagar hasta el papel higiénico con altos intereses.
El pueblo es el único que puede solucionar el drama de España, enseñando los dientes, metiéndole el miedo en el cuerpo a los canallas y haciéndoles ver que la única solución del país pasa por adecentar el Estado, el liderazgo, la política y la vida pública, lo que significa parar los pies al separatismo, impedir el acceso al poder de los que viven de la sangre ajena y elegir como representantes públicos y líderes a personas de probada decencia y de valores garantizados, no a los predadores amigos del partido o a los dirigentes arbitrarios encuadrados en las mafias del poder. Pero el pueblo español no moverá un dedo. Este pueblo español pasará a la Historia como una triste y poco apreciable manada de cobardes.
Es muy probable que España sea hoy el país más fistro del mundo. Al menos ningún otro país se ha dejado humillar tanto en democracia por gente tan infame, tan mediocre y tan traidora.
Cuando los buenos se resignan a *******lo todo, los canallas conquistan el poder. Pedro Sánchez no es sino el presidente que merece un pueblo tan indigno y fistro como el nuestro, un subproducto de la corrupción y de la degradación de un sistema que ha sido dominado, desde la fin del general Franco, por partidos indignos y corrompidos, habituados a anteponer sus propios intereses al bien común.
Es difícil hallar en la historia moderna un pueblo que sea capaz de soportar tanta humillación, que financia un Estado elefantiásico y repleto de políticos sin valor vital alguno, que paga los mayores impuestos de toda Europa, que tolera la rebelión mafiosa de los catalanes, que calla ante la vesania de unos dirigentes que merecerían ser sometidos al más severo de los correctivos.
Hemos permitido que los políticos se cisquen a diario en los códigos de la decencia, que maltraten la Constitución y que asesinen la democracia, sustituyéndola por una ilícita oligocracia de partidos. Hemos guardado un silencio cómplice ante las «listas negras» de empresas y personas represaliadas por sus ideas. Hemos convivido a diario con la indecencia que representa intercambiar concesiones públicas por comisiones ilegales. Hemos permitido que la mafia mediática redefina los conceptos del bien y del mal. Hemos dejado que nos subyuguen, que sometan a la sociedad civil, que la desarticulen y que la ocupen, que todo esté lleno de políticos y sindicalistas voraces. Hemos vuelto la mirada mientras alimentaban al monstruo nacionalista con concesiones y ventajas que rompen la unidad y hasta hemos soportado que se margine, acose y persiga a los que aman España en esas comunidades.
Han ocupado las universidades y han comprado la cultura con el dinero de todos. Hemos doblado la rodilla cuando los políticos, con el dinero público, han silenciado a los medios de comunicación y les han hecho cómplices de la mentira, la manipulación y el engaño. Hemos callado ante atrocidades e injusticias que ningún pueblo noble debería haber soportado jamás: concursos públicos amañados y otorgados a dedo, a empresas de amigos, recaudadores de los partidos políticos practicando la extorsión silenciosa entre las empresas, millones de euros entregados a los sindicatos y a la patronal para comprar silencio y apoyos ilícitos, delincuentes disfrazados de alcaldes y concejales cobrando comisiones a cambio de legalizar el urbanismo salvaje, agresiones al principio de igualdad de oportunidades, que los puestos de trabajo públicos sean para los familiares y amigos de la «casta» política, que repartan el dinero público como tahúres, que conviertan a las administraciones públicas en gigantescos aparcamientos de lujo, donde cientos de miles de inútiles y aprovechados ordeñan al Estado cada día, sin aportar nada a cambio.
Pero a quien más hemos consentido es al presidente del Gobierno, un tipo sin prestigio, que ha perdido hasta el respeto de sus colegas internacionales, que lo soporta todo con tal de seguir en el poder, al que hemos dejado practicar todo lo que degrada y hace ignominiosa la política, desde la mentira reiterada hasta el engaño a los ciudadanos, desde la compra de votos con dinero público hasta sellar pactos con partidos antiespañoles, sin otra justificación que mantenerse en el poder.
Pedro Sánchez es un presidente que asusta, un amoral sin escrúpulos que ha abierto las puertas del Gobierno a comunistas que odian a España, un mentiroso compulsivo que dice hoy una cosa y mañana otra diametralmente distinta, un tipo capaz de vender su alma al diablo con tal de no perder el poder, pero nadie hace nada.
En este momento debemos nada menos que cuatro veces, en cifra redonda, lo que producimos en un solo año, lo que significa una carga tremenda para el país, que va a tener que pagar, pero que ha tratado de eludir porque se había creado lo que se llama una sociedad opulenta, masificada, que fue abandonado una serie de valores, de exigencias, ansiando seguir así. Los políticos están perdidos, porque no se atreven a enfrentarse con la situación que, en parte, han creado.
La sociedad española admite cualquier tipo de planteamientos, ya que sus percepciones son exclusivamente materiales, como la de esos jóvenes cuyo principal problema es si les dejan hacer o no botellón. Y esto es muy grave, una sociedad sin valores es una sociedad que está condenada. Hay países que mantienen una serie de valores sin ser católicos, pero en España, cuando se viene abajo el espíritu católico los valores desaparecen y la cobardía aflora.
Y por si fuera poco, nuestra manía autodestructiva, esa furia contra su propia tierra es lo propio de las sociedades en la hora amarga de la bancarrota jovenlandesal y espiritual. Cuando los pueblos van cayendo por la pendiente de su irremediable decadencia los peores elementos salen de sus agujeros y alzan la bandera de la sedición dispuestos a consumar la traición largamente madurada en la oscuridad en la que la sabiduría de otros tiempos los tuvo recluidos.
Una de las formas predominantes de este besugo sentimiento antinacional es ese falso progresismo que es la enfermedad infantil, a todas luces incurable, de esa izquierda española de cromosomas desparejados que justifica todos los atropellos y todas las arbitrariedades (después de haber cometido todos los crímenes que adornan su larguísimo prontuario).
A la izquierda española, huérfana de todo ideal, carente de un proyecto positivo para España, dueña de un rencor indecente y de una escalofriante miseria intelectual y jovenlandesal, sólo le queda su incurable demagogia, su criminal revanchismo, su sectarismo indomable y una abismal ausencia de valores. El único programa visible de la izquierda parede ser el irreversible desmantelamiento de la nación española, su postración definitiva, su sometimiento a espurios intereses antinacionales y, como apoteosis a sus obsesiones y rencores nunca olvidados y a sus odios insatisfechos, retroceder 80 años atrás. Volver al 36 para intentar el desquite de una derrota ganada a pulso, buscando la revancha por una guerra perdida por los mismos que la provocaron (ahora ya lo sabemos con certeza), aparece cada día más claramente como el sueño y la meta de esa izquierda que durante la etapa de Zapatero y ahora de Sánchez, no hizo ni hace otra cosa que lo único que sabe hacer: destruir España y enfrentar a los españoles. El resultado está a la vista.
Pero no centremos la culpa exclusivamente en la izquerda para explicar las razones de una población mayoritariamente basurizada. Hay un amplio sector de la derecha social española que esquiva la defensa de sus posiciones jovenlandesales y humanísticas por un enfermizo y obsesivo sentimiento de culpa frente a la izquierda. El partido que mayoritariamente representa a ese sector, el PP, se define como una formación “de centro”. La derecha no se identifica con la asunción del término porque en la cultura política española tiene un punto de ilegitimidad jovenlandesal. Ser de derechas no está bien visto en España. Y esto es así, entre otras razones, porque desde hace muchos años, la izquierda nos restriega una superioridad jovenlandesal que pocos líderes derechistas se atreven a refutar con la contundencia que lo hace AD. La supuesta derecha ha renunciado a cualquier pretensión de entablarle batalla ideológica a los defensores del marxismo cultural. Esto ha permitido a la izquierda, en cualquiera de sus siniestras ramificaciones, el control de la cultura y la educación oficiales, así como de la mayor parte de los medios de comunicación. Esta rendición ideológica no es tampoco ajena a Vox, que prefirió exhibir un patrioterismo escopetero y rancio antes que formular un ideario con las grandes contradicciones, incoherencias, falsedades y mentiras sobre las que se asienta la ideología izquierdista, más allá de los tópicos y chascarrillos mitineros.
Ser de derechas en España va asociado a ser franquista; por consiguiente, a ser partidario de la dictadura y enemigo de la libertad. La izquierda nos impone sus mantras porque los representantes políticos de la derecha, incluidos los de Vox, han heredado como taras genéticas los mismos complejos. ¿Imagina el lector la suerte que correría el miembro de Vox que elogiase el régimen de Franco por librar a España de caer en las garras de la liberticida órbita soviética? Si por mucho menos desfenestraron a Fernando Paz…
Si la derecha social española quiere que sus ideas tengan un calado socialmente mayoritario, tendrá que dejar de pensar como pasiva “gente de orden” y comenzar a movilizarse, a sacudirse los complejos, a perder el miedo, a preferir el fondo que las formas, a vivir con conciencia política, a sostener la coherencia jovenlandesal como principio básico, a defender sin miedo los valores en los que dice creer, a rechazar la corrección política y la dictadura del pensamiento único, a tener protagonismo en la vida civil, a comprar los libros y revistas de quienes comparten su visión del mundo, a borrar el cainismo de su ADN, a estar presente en todos los foros de debate públicos y privados. Nada de esto lo va a hacer el PP, ni tampoco Vox. Lo tiene que hacer la gente. Muchos lectores de AD llevan años haciéndolo.
Si la derecha social no cambia el chip, si la población española no se arma de valor, la apisonadora socialcomunista pasará por encima nuestra y dejará a España en pocos años en la misma situación que hoy vive Venezuela. Por desgracia solo nos tenemos a nosotros mismos. Ningún Clint Eastwood vendrá a salvarnos.
Postdata.- Cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está podrida y condenada.
España, infierno de cobardes