castguer
Madmaxista
Ya estais viendo como se deboran unos a otros para obtener cada vez más parcelas de poder en detrimento de sus colegas funcionarios de otros partidos estatales. Se cruzan tantos intereses partitocráticos y ambiciones personales que serán no pocos los enredos y las variables a corto y medio plazo. Lo que a la vuelta de unos días se dé por seguro puede mudar a no tardar mucho.
El examen numérico de los resultados electorales nos sitúa ante la evidencia de unos comportamientos colectivos que se repiten desde muy antiguo, no sólo en España: las elecciones las decide un porcentaje de los votantes que suele oscilar entre el 5 y el 12%. Lo que algunos dieron en denominar el voto del descontento. Existe una cosificación del voto que se ha demostrado impermeable a la degradación de sus respectivos partidos y de sus dirigentes. Vale para ellos el grito de adhesión inquebrantable de los seguidores del Betis, club de fútbol: “¡Viva er Beti m´anque pierda!”. O dicho a la manera de un socialista profesionalmente bien situado al que en plenos escándalos de corrupción del gobierno González le pregunté si seguiría votando al PSOE. Su esperpéntica respuesta me dejó boquiabierto: “Ya era hora de que también robaran los nuestros”. Una mentalidad de obcecado seguidismo que se perpetúa y agranda.
Existe, no lo dudéis una estrategia del desfondamiento jovenlandesal de la sociedad que imprimido por los secuaces iluministas, y si a esto unimos la rigidez del totalitarismo partitocrático o ultrafranquismo, tenemos el favorecimiento de endemia de la corrupción y las diversas varas de medir de una Justicia igualmente partidista por funcionarial y masona, amén de una policía al frente de la que Rubalcaba ha situado a fieles peones de confianza en toda la red.
España es hoy más que una pocilga cuya existencia ha sido perseguida desde el poder. Un volcán cuyos temblores hacen temer una erupción de consecuencias impredecibles.
Demos
El examen numérico de los resultados electorales nos sitúa ante la evidencia de unos comportamientos colectivos que se repiten desde muy antiguo, no sólo en España: las elecciones las decide un porcentaje de los votantes que suele oscilar entre el 5 y el 12%. Lo que algunos dieron en denominar el voto del descontento. Existe una cosificación del voto que se ha demostrado impermeable a la degradación de sus respectivos partidos y de sus dirigentes. Vale para ellos el grito de adhesión inquebrantable de los seguidores del Betis, club de fútbol: “¡Viva er Beti m´anque pierda!”. O dicho a la manera de un socialista profesionalmente bien situado al que en plenos escándalos de corrupción del gobierno González le pregunté si seguiría votando al PSOE. Su esperpéntica respuesta me dejó boquiabierto: “Ya era hora de que también robaran los nuestros”. Una mentalidad de obcecado seguidismo que se perpetúa y agranda.
Existe, no lo dudéis una estrategia del desfondamiento jovenlandesal de la sociedad que imprimido por los secuaces iluministas, y si a esto unimos la rigidez del totalitarismo partitocrático o ultrafranquismo, tenemos el favorecimiento de endemia de la corrupción y las diversas varas de medir de una Justicia igualmente partidista por funcionarial y masona, amén de una policía al frente de la que Rubalcaba ha situado a fieles peones de confianza en toda la red.
España es hoy más que una pocilga cuya existencia ha sido perseguida desde el poder. Un volcán cuyos temblores hacen temer una erupción de consecuencias impredecibles.
Demos