Escupir al cielo

Eric Finch

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Escupir al cielo

31 DE AGOSTO DE 2023

El Caso Rubiales ya no es que se complique, es que se riza hasta el rizo más maravilloso. A la película digna de Berlanga que se ha montado en Motril, con la progenitora del besucón más famoso del mundo encerrada en una parroquia y en huelga de hambre hasta que Jenni Hermoso diga la verdad, se ha unido el Me Too español que ha comenzado a llevarse por delante a periodistas del eldiario.es aparentemente aliados del ultrafeminismo que ahora sabemos que no eran tal. No importa que todo se trate de un juego de artificio del PSOE para que no miremos a su amnistía anticonstitucional a Puigdemont y de una batalla intestina entre Podemos y Sumar para seguir liderando el locagatismo en este país, el espectáculo se saborea.

No puedo negar que el espectáculo es agradable de ver para los cuatro poseídos por el sentido común que aún quedamos con la espada desenvainada para seguir insistiendo en que el pasto es verde. Los mismos, por cierto, que defendemos a Rubiales de la acusación de agresor sensual, que no de todo lo demás, y al que probablemente hace un mes le parecíamos sino nazis, al menos fascistas. Así que tenemos por un lado a la familia del castigado presidente de la RFEF disfrutando de lo votado, con la progenitora a dieta extrema y en el hospital y las primas Vanessa y Demelza, de las que me vuelve loca todo, sacándole los colores a Jennipóhvale.

Si es a la propia Jenni a la que se le vuelve la gracia en contra, tanto si acude a la Justicia y pierde —los vídeos, queridas feministas mías, de la entrega de la medalla y del autobús dejan claro que «Sí es sí»—, como si al final no se atreve a formalizar las denuncias que otros han puesto en su nombre sin preguntarle siquiera, la vida le enseñará una positiva lección: que no se puede ser una puñetera impresentable. Lo mismo que a sus compañeras de Selección, que han conseguido ser más intrascendentes que antes de ganar el Mundial, que ya es decir.
Además, tenemos a todos esos periodistas progres que llevan nueve días gritando «¡agresión sensual!» bien asustaditos ahora que de tanto escupir al cielo para animar a la turba, a alguno le ha caído su propio salivazo en la cara. En concreto a un tal Peio Riaño, del que desconocía yo completamente su existencia pero que tras mis averiguaciones he descubierto que está a la altura de Pedro Vallín: un aliade feminista aficionado a ver machismo en todo, Museo del Prado incluido, y a hacer listas negras de disidentes intelectuales. La carta de su ex subordinada, la tal Sara Brito, contando cómo se sintió excitada por que su jefe se fijara en ella, es digna de enmarcar. Probablemente Irene Montero ya lo haya hecho.

Así que tenemos a una masa de fanáticos de lo políticamente correcto, matándose entre ellos por ver quién es más feminista, con lo que se agradece que durante una semana y media al menos nos hayan dejado a los demás en paz. La izquierda ha creado una bestia que se va a comer también a los jefes progres que se liaron con sus trabajadoras feministas y a las trabajadoras feministas que se liaron con los jefes progres. A las que salieron a jugar y sólo denunciaron tras ver que su entrega —en el más literal de los sentidos— a hombres que juegan a «vivas os queremos» o «el machismo mata más que el cobi19», ahora les entran ganas de que a ellos les saquen tarjeta roja. Y por supuesto ya han empezado las reporteras que aceptaron ganarse la vida haciendo de tías buenas sencillas a denunciar que una vez alguien habló de su pecho. Cosa que no habría pasado si hubieran trabajado escribiendo libros de Filosofía o vendiendo camisetas. Caiga quien caiga, los detesto a todos. Que no pare la fiesta.
 
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