Swatie
Madmaxista
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Las mujeres retrasan la maternidad por la economía... y porque no encuentran hombres con quienes tener hijos
Más allá de la idea de que las dificultades económicas y laborales son el motivo principal para que las mujeres no tengan hijos, datos e investigaciones muestran que otra de las razones clave es que no encuentran parejas que quieran comprometerse mientras ellas están en su periodo fértil
Una mujer de 30 y pico espera su turno en la consulta de su ginecóloga. La puerta se abre y otra mujer como ella, treinta y largos, se despide de la médica. Cuando entra para hacerse su citología correspondiente, la ginecóloga está furiosa. “Esta chica tiene tus años y venía preocupada, que no sabe si congelar óvulos o qué hacer porque su novio le ha dicho que él se ve joven para tener hijos, ¡pero que tiene 38 años, qué dice de ser joven! ¿Cuándo quiere tener él los hijos, cuando ella tenga más de cuarenta y tenga que hacerse un tratamiento médico para quedarse embarazada, y haber pasado por otro ahora para congelar sus óvulos?”.
La declaración de la ginecóloga resume el conflicto cotidiano de muchas mujeres que pasan la treintena y que, historia a historia, conforman uno de los fenómenos sociales actuales más relevantes: la dificultad para (quien quiera) tener hijos y el retraso de la edad de maternidad. Aunque los análisis suelen centrarse en los escollos laborales y económicos, cada vez más voces subrayan que existen otro factor fundamental: muchas mujeres heterosexuales no encuentran una pareja masculina con quien tener hijos en los años en los que su fertilidad es mejor, varones que estén dispuestos a comprometerse con el cuidado.
“Se ha dejado un margen tan estrecho de los años en los que nos parece 'normal' quedarse embarazada que es muy difícil que ahí cuadre todo: la situación económica, la relacional... todo en un contexto de precariedad laboral, de incertidumbre socioeconómica pero también de las relaciones, con muchas mujeres con dificultades para encontrar parejas que quieran comprometerse con la crianza en las condiciones que ellas esperan, que son de corresponsabilidad”, sentencia la investigadora Sara Lafuente, que en sus últimos estudios sobre mujeres que congelan sus óvulos ha encontrado que las condiciones materiales se entrelazan con las dificultades relacionales.
Algunas de esas mujeres, explica, congelan después de una ruptura sentimental a lo largo de la treintena o durante relaciones en las que su compañero no está convencido de tener hijos. “Hay mujeres que congelan tarde porque les daba apuro hacerlo mientras estaban en pareja y entre que lo hacen o no quizá esa relación se rompe y llegan a los 38 con muchas menos posibilidades de éxito”, dice Lafuente.
Otras, que siempre habían tenido en mente ser madres con pareja, deciden vitrificar cuando el tiempo pasa y no aparece un compañero estable, y vuelven a por sus óvulos tiempo más tarde, “después de un proceso para asumir e ilusionarse con el proyecto de ser progenitora monomarental”.
Irene (nombre ficticio), a punto de cumplir 37, es una de esas mujeres que se lanzó a congelar óvulos después de una ruptura. “Yo sabía que quería ser progenitora pero es que había cosas tan básicas que no funcionaban con él que el asunto estaba parado. Él tiene cuatro años más que yo pero madurativamente era diferente y eso que cuando le conocí decía que quería ser padre joven. Yo le hacía sus gestiones y un día me di cuenta de que tenía un hijo de casi 40 años y ese no era el compañero ni el padre que quería. Cuando lo dejé lo primero que pensé fue en congelar”, cuenta. Con 35 años, aprovechó el dinero de una herencia para gastar entre 6.000 y 7.000 euros en dos rondas de tratamiento. Ahora, se plantea una maternidad en solitario –“me gustaría que se uniera alguien pero no puedo estar esperando eternamente”– mientras calcula cuáles son sus recursos y su red para afrontar la tarea. “No sé si me cabrea más la situación económica, lo difícil que es conciliar, lo difícil que es encontrar hombres corresponsables o todo junto”, concluye.
La investigadora estadounidense Marcia C. Inhoor ha publicado en EEUU Maternidad congelada, un libro en el que rebate la tesis que empezó a imponerse hace una década, cuando empresas como Facebook o Apple comenzaron a ofrecer a sus empleadas la posibilidad de congelar óvulos y se lanzó la idea de que las mujeres querían priorizar sus carreras. “La congelación no la hacen las mujeres con una carrera para posponer su fertilidad, más bien son mujeres que intentan preservar y prolongar su fertilidad hasta el final de su vida reproductiva porque no pueden encontrar parejas estables y comprometidas, aunque lo deseen”, argumenta.
En su libro, la investigadora incluye los testimonios de decenas de mujeres estadounidenses que hablan de la dificultad de establecer relaciones que cumplan con sus expectativas actuales, que pasan por poder mantener sus vidas profesionales mientras sus compañeros no solo se dedican al empleo o el ocio, sino que cuidan y sostienen.
La espera
“Son las dos cosas”, apunta la socióloga Teresa Castro sobre la precariedad y la inestabilidad, también relacional, como motivos para retrasar la maternidad. “Hablando con clínicas de reproducción asistida, el personal te dice que en general, en mujeres y hombres, no existe una conciencia de la manera en la que baja la fecundidad, pero ellos son todavía menos conscientes”, afirma. Por eso, prosigue, muchos y muchas se sorprenden cuando alrededor de los 40 una médica o médico les dice que sin reproducción asistida su probabilidad de embarazo es baja. Por otro lado, señala que hay mujeres que congelan durante los 30 “a ver si aparece el padre” y, pasado un tiempo, deben tomar la decisión estén o no en pareja.
Porque esa “espera” que menciona Irene, de 37 años, tiene consecuencias. La fertilidad en las mujeres baja pasados los 35 años, y mucho más cruzada la barrera de los 40. Aunque a partir de los 39 el esperma también pierde calidad, la sensación de unas y otras sobre la ventana de oportunidad para tener hijos no parece ser la misma.
“No hay la misma presión social ni la misma percepción. Al final, nadie se está haciendo cargo de lo que supone ese retraso de la edad de maternidad sobre los cuerpos de las mujeres, desde partos más difíciles a más complicaciones en el embarazo y también naturalizar la medicalización de sus cuerpos, porque los tratamientos de fertilidad no son neutros sino invasivos, con riesgos que se minimizan constantemente”, explica Lafuente. Mientras, las mujeres que congelan sus óvulos en España se han multiplicado casi por 30% en una década.
Cristina, traductora de 41 años, tiene desde febrero el primer contrato indefinido de su vida. A los 38, sin pareja, decidió congelar óvulos “por si acaso”. “He tenido dudas sobre si ser progenitora, pero sí tenía claro que sola no lo iba a hacer, porque he visto gente a mi alrededor y es un sacrificio enorme en todos los sentidos. Si no congelé antes fue por motivos económicos, en ese momento ya sí pude hacer el esfuerzo para afrontar la congelación”, cuenta. Sus óvulos quedaron congelados y almacenados durante dos años por 4.000 euros, más otros 500 euros que pagó hace poco por otros dos años de depósito. Ahora, con pareja, va a intentar quedarse embarazada con un tratamiento de reproducción asistida a través de la sanidad pública en Castilla y León, comunidad donde reside y que ha ampliado hasta los 42 la edad para someterse a uno de estos procedimientos.
La Encuesta de Fecundidad de 2018 ya mostraba el impacto que la falta de pareja tiene en la decisión de las mujeres sobre su maternidad, aunque varía en función del grupo de edad. Entre los 40 y los 49 años, el primer motivo para no haber sido progenitora, por encima de los motivos económicos y laborales o de conciliación juntos, es no haber tenido una pareja o no haber tenido una “adecuada” para ello. Entre los 35 y los 40, la falta de pareja prácticamente iguala a la suma de las razones económicas, laborales y de conciliación. Por debajo de los 30, la mayoría de mujeres se considera demasiado joven para tener hijos. Mientras, la edad media de la maternidad en España ha ido escalando desde la década de los 80 y es ahora de 31,5 años.
Teresa Castro dice que le sorprendió que los resultados de la Encuesta de Fertilidad mostraran que una de las respuestas más frecuentas para no tener hijos fuera, además de la inestabilidad económica y los problemas de conciliación, no tener una pareja estable o que quisiera hijos. “Hay también un retraso de la edad 'ideal' de la maternidad de unos cinco años, es decir, se tienen más tarde de lo que se querría”, señala. Aunque la encuesta también muestra que prácticamente el mismo número de mujeres que de hombres quieren tener un hijo y que ellos también dicen no encontrar parejas con quien tenerlos, “el diferente margen reproductivo” hace que ellos sientan menos prisa o crean que disponen de más tiempo para decidirse. “Y el cuándo es importante: vivimos más años pero las decisiones reproductivas están concentradas en un estadio de la vida muy reducido y en esos años te juegas todo, la decisión de un hijo sin tener que recurrir a reproducción asistida pero también encontrar cierta estabilidad laboral y económica”, explica la socióloga.
Se espera más de ellos
El pedagogo y miembro de Hombres en cambio Tomás Quirós cree que la socialización masculina, muy ligada a priorizarse a uno mismo y temer los vínculos de cierta profundidad, influye en que muchos hombres pospongan su decisión más allá de lo que podría considerarse una juventud alargada. “Estamos en un proceso de apertura pero cuesta abrirse a acuerdos, a comunicar, a la intimidad, ahí aún hay hombres que salen corriendo o ellas saliendo corriendo de ellos. Cuesta la renuncia al estilo de vida, al ocio, a ciertos factores muy ligados a la masculinidad”, diagnostica. En ese sentido, señala, la decisión de tener hijos implica renunciar a tiempo y espacio propio para dárselos a otros, dejar de lado “la juventud eterna”.
Las historias recopiladas para la investigación de Marcia C. Inhoor muestran que las mujeres se encuentran con frecuencia con hombres reacios a comprometerse con mujeres de mayor nivel educativo o laboral que den importancia a sus carreras o bien varones que optan por una vida 'peter pan' en la que los vínculos y tareas adultas se minimicen en la medida de lo posible. Sara Lafuente aporta otra razón: “Se espera mucho más de los hombres que se convierten en padres ahora que antes”.
Lafuente constata que los estudios que muestran que en otros países las mujeres congelan óvulos más por alargar el tiempo en el que encontrar una pareja que se comprometa que por priorizar sus carreras también tienen su reflejo en España: “Congelar les da ciertos alivio y espacio, pero también aparece el perfil de mujeres que lo hacen y tienen sentimientos muy ambiguos por introducir a a las clínicas privadas en sus vidas, por la medicalización...”.
Ese discurso crítico se extiende a la situación económica y relacional; todo se mezcla. “No se trata solo de que se quiera cumplir con un ideal de familia sino porque necesitas a alguien con quien pagar el alquiler y hacer frente a la crianza. ¿Por qué es tan difícil ser progenitora sola? Si se sostuviese socialmente, si existieran permisos para no progenitores... entonces quizá no sería tan complicado”, concluye.
Más allá de la idea de que las dificultades económicas y laborales son el motivo principal para que las mujeres no tengan hijos, datos e investigaciones muestran que otra de las razones clave es que no encuentran parejas que quieran comprometerse mientras ellas están en su periodo fértil
Una mujer de 30 y pico espera su turno en la consulta de su ginecóloga. La puerta se abre y otra mujer como ella, treinta y largos, se despide de la médica. Cuando entra para hacerse su citología correspondiente, la ginecóloga está furiosa. “Esta chica tiene tus años y venía preocupada, que no sabe si congelar óvulos o qué hacer porque su novio le ha dicho que él se ve joven para tener hijos, ¡pero que tiene 38 años, qué dice de ser joven! ¿Cuándo quiere tener él los hijos, cuando ella tenga más de cuarenta y tenga que hacerse un tratamiento médico para quedarse embarazada, y haber pasado por otro ahora para congelar sus óvulos?”.
La declaración de la ginecóloga resume el conflicto cotidiano de muchas mujeres que pasan la treintena y que, historia a historia, conforman uno de los fenómenos sociales actuales más relevantes: la dificultad para (quien quiera) tener hijos y el retraso de la edad de maternidad. Aunque los análisis suelen centrarse en los escollos laborales y económicos, cada vez más voces subrayan que existen otro factor fundamental: muchas mujeres heterosexuales no encuentran una pareja masculina con quien tener hijos en los años en los que su fertilidad es mejor, varones que estén dispuestos a comprometerse con el cuidado.
“Se ha dejado un margen tan estrecho de los años en los que nos parece 'normal' quedarse embarazada que es muy difícil que ahí cuadre todo: la situación económica, la relacional... todo en un contexto de precariedad laboral, de incertidumbre socioeconómica pero también de las relaciones, con muchas mujeres con dificultades para encontrar parejas que quieran comprometerse con la crianza en las condiciones que ellas esperan, que son de corresponsabilidad”, sentencia la investigadora Sara Lafuente, que en sus últimos estudios sobre mujeres que congelan sus óvulos ha encontrado que las condiciones materiales se entrelazan con las dificultades relacionales.
Algunas de esas mujeres, explica, congelan después de una ruptura sentimental a lo largo de la treintena o durante relaciones en las que su compañero no está convencido de tener hijos. “Hay mujeres que congelan tarde porque les daba apuro hacerlo mientras estaban en pareja y entre que lo hacen o no quizá esa relación se rompe y llegan a los 38 con muchas menos posibilidades de éxito”, dice Lafuente.
Otras, que siempre habían tenido en mente ser madres con pareja, deciden vitrificar cuando el tiempo pasa y no aparece un compañero estable, y vuelven a por sus óvulos tiempo más tarde, “después de un proceso para asumir e ilusionarse con el proyecto de ser progenitora monomarental”.
Irene (nombre ficticio), a punto de cumplir 37, es una de esas mujeres que se lanzó a congelar óvulos después de una ruptura. “Yo sabía que quería ser progenitora pero es que había cosas tan básicas que no funcionaban con él que el asunto estaba parado. Él tiene cuatro años más que yo pero madurativamente era diferente y eso que cuando le conocí decía que quería ser padre joven. Yo le hacía sus gestiones y un día me di cuenta de que tenía un hijo de casi 40 años y ese no era el compañero ni el padre que quería. Cuando lo dejé lo primero que pensé fue en congelar”, cuenta. Con 35 años, aprovechó el dinero de una herencia para gastar entre 6.000 y 7.000 euros en dos rondas de tratamiento. Ahora, se plantea una maternidad en solitario –“me gustaría que se uniera alguien pero no puedo estar esperando eternamente”– mientras calcula cuáles son sus recursos y su red para afrontar la tarea. “No sé si me cabrea más la situación económica, lo difícil que es conciliar, lo difícil que es encontrar hombres corresponsables o todo junto”, concluye.
La investigadora estadounidense Marcia C. Inhoor ha publicado en EEUU Maternidad congelada, un libro en el que rebate la tesis que empezó a imponerse hace una década, cuando empresas como Facebook o Apple comenzaron a ofrecer a sus empleadas la posibilidad de congelar óvulos y se lanzó la idea de que las mujeres querían priorizar sus carreras. “La congelación no la hacen las mujeres con una carrera para posponer su fertilidad, más bien son mujeres que intentan preservar y prolongar su fertilidad hasta el final de su vida reproductiva porque no pueden encontrar parejas estables y comprometidas, aunque lo deseen”, argumenta.
En su libro, la investigadora incluye los testimonios de decenas de mujeres estadounidenses que hablan de la dificultad de establecer relaciones que cumplan con sus expectativas actuales, que pasan por poder mantener sus vidas profesionales mientras sus compañeros no solo se dedican al empleo o el ocio, sino que cuidan y sostienen.
La espera
“Son las dos cosas”, apunta la socióloga Teresa Castro sobre la precariedad y la inestabilidad, también relacional, como motivos para retrasar la maternidad. “Hablando con clínicas de reproducción asistida, el personal te dice que en general, en mujeres y hombres, no existe una conciencia de la manera en la que baja la fecundidad, pero ellos son todavía menos conscientes”, afirma. Por eso, prosigue, muchos y muchas se sorprenden cuando alrededor de los 40 una médica o médico les dice que sin reproducción asistida su probabilidad de embarazo es baja. Por otro lado, señala que hay mujeres que congelan durante los 30 “a ver si aparece el padre” y, pasado un tiempo, deben tomar la decisión estén o no en pareja.
Porque esa “espera” que menciona Irene, de 37 años, tiene consecuencias. La fertilidad en las mujeres baja pasados los 35 años, y mucho más cruzada la barrera de los 40. Aunque a partir de los 39 el esperma también pierde calidad, la sensación de unas y otras sobre la ventana de oportunidad para tener hijos no parece ser la misma.
“No hay la misma presión social ni la misma percepción. Al final, nadie se está haciendo cargo de lo que supone ese retraso de la edad de maternidad sobre los cuerpos de las mujeres, desde partos más difíciles a más complicaciones en el embarazo y también naturalizar la medicalización de sus cuerpos, porque los tratamientos de fertilidad no son neutros sino invasivos, con riesgos que se minimizan constantemente”, explica Lafuente. Mientras, las mujeres que congelan sus óvulos en España se han multiplicado casi por 30% en una década.
Cristina, traductora de 41 años, tiene desde febrero el primer contrato indefinido de su vida. A los 38, sin pareja, decidió congelar óvulos “por si acaso”. “He tenido dudas sobre si ser progenitora, pero sí tenía claro que sola no lo iba a hacer, porque he visto gente a mi alrededor y es un sacrificio enorme en todos los sentidos. Si no congelé antes fue por motivos económicos, en ese momento ya sí pude hacer el esfuerzo para afrontar la congelación”, cuenta. Sus óvulos quedaron congelados y almacenados durante dos años por 4.000 euros, más otros 500 euros que pagó hace poco por otros dos años de depósito. Ahora, con pareja, va a intentar quedarse embarazada con un tratamiento de reproducción asistida a través de la sanidad pública en Castilla y León, comunidad donde reside y que ha ampliado hasta los 42 la edad para someterse a uno de estos procedimientos.
La Encuesta de Fecundidad de 2018 ya mostraba el impacto que la falta de pareja tiene en la decisión de las mujeres sobre su maternidad, aunque varía en función del grupo de edad. Entre los 40 y los 49 años, el primer motivo para no haber sido progenitora, por encima de los motivos económicos y laborales o de conciliación juntos, es no haber tenido una pareja o no haber tenido una “adecuada” para ello. Entre los 35 y los 40, la falta de pareja prácticamente iguala a la suma de las razones económicas, laborales y de conciliación. Por debajo de los 30, la mayoría de mujeres se considera demasiado joven para tener hijos. Mientras, la edad media de la maternidad en España ha ido escalando desde la década de los 80 y es ahora de 31,5 años.
Teresa Castro dice que le sorprendió que los resultados de la Encuesta de Fertilidad mostraran que una de las respuestas más frecuentas para no tener hijos fuera, además de la inestabilidad económica y los problemas de conciliación, no tener una pareja estable o que quisiera hijos. “Hay también un retraso de la edad 'ideal' de la maternidad de unos cinco años, es decir, se tienen más tarde de lo que se querría”, señala. Aunque la encuesta también muestra que prácticamente el mismo número de mujeres que de hombres quieren tener un hijo y que ellos también dicen no encontrar parejas con quien tenerlos, “el diferente margen reproductivo” hace que ellos sientan menos prisa o crean que disponen de más tiempo para decidirse. “Y el cuándo es importante: vivimos más años pero las decisiones reproductivas están concentradas en un estadio de la vida muy reducido y en esos años te juegas todo, la decisión de un hijo sin tener que recurrir a reproducción asistida pero también encontrar cierta estabilidad laboral y económica”, explica la socióloga.
Se espera más de ellos
El pedagogo y miembro de Hombres en cambio Tomás Quirós cree que la socialización masculina, muy ligada a priorizarse a uno mismo y temer los vínculos de cierta profundidad, influye en que muchos hombres pospongan su decisión más allá de lo que podría considerarse una juventud alargada. “Estamos en un proceso de apertura pero cuesta abrirse a acuerdos, a comunicar, a la intimidad, ahí aún hay hombres que salen corriendo o ellas saliendo corriendo de ellos. Cuesta la renuncia al estilo de vida, al ocio, a ciertos factores muy ligados a la masculinidad”, diagnostica. En ese sentido, señala, la decisión de tener hijos implica renunciar a tiempo y espacio propio para dárselos a otros, dejar de lado “la juventud eterna”.
Las historias recopiladas para la investigación de Marcia C. Inhoor muestran que las mujeres se encuentran con frecuencia con hombres reacios a comprometerse con mujeres de mayor nivel educativo o laboral que den importancia a sus carreras o bien varones que optan por una vida 'peter pan' en la que los vínculos y tareas adultas se minimicen en la medida de lo posible. Sara Lafuente aporta otra razón: “Se espera mucho más de los hombres que se convierten en padres ahora que antes”.
Lafuente constata que los estudios que muestran que en otros países las mujeres congelan óvulos más por alargar el tiempo en el que encontrar una pareja que se comprometa que por priorizar sus carreras también tienen su reflejo en España: “Congelar les da ciertos alivio y espacio, pero también aparece el perfil de mujeres que lo hacen y tienen sentimientos muy ambiguos por introducir a a las clínicas privadas en sus vidas, por la medicalización...”.
Ese discurso crítico se extiende a la situación económica y relacional; todo se mezcla. “No se trata solo de que se quiera cumplir con un ideal de familia sino porque necesitas a alguien con quien pagar el alquiler y hacer frente a la crianza. ¿Por qué es tan difícil ser progenitora sola? Si se sostuviese socialmente, si existieran permisos para no progenitores... entonces quizá no sería tan complicado”, concluye.