Escenas deprimentes. Textos joya de...forocoches!!. Talento a raudales.

jorge

Madmaxista
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Se lo dedico a dos grandes plumas del foro; Clavisto y Aldono.



Haller:

-Compartir piso con 6 personas en un zulo de un barrio obrero de Londres, tipo Tottenham, Lewisham, Tower Hamlets, Brixton o Whitechapel. Cada una de estas personas es de una nacionalidad distinta. Bangladesh, kosovo, somalia, georgia, egipto...aunque van rotando cada mes o dos y es lo más frecuente que toquen españoles, polacos e italianos cada poco tiempo. Cada uno está en una franja de edad distinta. Desde un friegaplatos de 20 años a un cuarentón búlgaro que ha trabajado "de todo". Nunca has compartido piso con estudiantes de doctorado del UCL o del Imperial College. Esos viven en residencias o en Pimlico. Ni siquiera habláis buen inglés, por lo que resulta difícil entenderse entre vosotros. Tú te pasas el poco día que te queda después de trabajar encerrado en el cuarto, cenando pan pita con lechón salado del takeaway de abajo casi cada noche. No es que te guste, pero la tienda está cerca de casa y no quieres atravesar plazas ni parques cuando ya ha oscurecido. A veces, cuando sales de tu cueva, ves en los pasillos gente que no conoces. Una vez, viste una jeringuilla usada en la cocina. La mesa del salón suele estar colmada de latas de Red Stripe o Strongbow con hediondas colillas apagadas en su interior. A veces ves a tus compañeros con aspecto desquiciado o borrachos y no sabes si puede ser peligroso. Al salir a la calle, ves personas con sudaderas deportivas con capucha y piensas que quizás quieran hacerte daño.

-Tienes 74 años y cada vez te olvidas de las cosas más frecuentemente. Tú no te das cuenta, pero tu familia te lo dice. El neurólogo dijo en la consulta de hace 2 meses que es normal, cosas de la edad. Sin embargo, el viernes pasado te levantaste meado encima y crees que eso no es tan normal. Te abstienes de contárselo a tu familia porque es fin de semana. "Los fines de semana siempre tenemos planes, cuando quieras algo, mejor que sea entre semana" -fue lo que te dijeron la última vez que intentaste que vinieran a casa. Unas semanas más tarde, se enteran de lo que te ocurre y deciden ingresarte en una residencia de ancianos. Su nombre, "Los cipreses", tiene reminiscencias de fin, como de árbol de cementerio. Suena a que será un lugar al que vas a tener un "buen morir" en un país en el que la eutanasia es ilegal, pero a morir, al fin y cabo, no a otra cosa. El primer día te alojan en una habitación junto a un señor que, a veces, se saca la chorra sin razón y entonces se ríe o, simplemente, pone cara de perplejidad o mira al vacío mientras el aire le lame el calabacín con tacto de seda. Finalmente, te acomodan en otro cuarto junto a un hombre que está traqueostomizado y hace ruidos perturbadores cuando quieres dormir; vas acumulando falta de descanso que hace que cada vez olvides más cosas. Nunca dejas de pensar que ese sitio ensombrece tu pronóstico, acelerando tu retorno a la vida inorgánica. Y sabes que tus dos hijos, con matrimonios cada vez más asfixiantes y ellos más insoportables y exigentes, acabarán muriendo en un sitio semejante.



-"Un día más en la tienda de discos...¿hasta cuándo? Si no tuviera el local en propiedad, no podría estar abriendo cada día. Es el tercer mes que hay pérdidas". Piensa el vendedor de discos mientras anda lentamente con las piernas extendidas, dando pasos amplios. Tiene una nariz ganchuda y todo el pelo que tiene forma como un flotador de espuma gris que emana de detrás de sus orejas para juntarse hacia atrás como un anillo de Saturno. La zona frontal de su cabeza está relucientemente despoblada y es lisa y luminosa, como una cancha de baloncesto.

"He pasado aquí casi 40 años de mi vida, vendiendo discos...Antes la gente compraba discos, singles. También llevaba las entradas de conciertos. Y, claro, como yo era el popular vendedor de discos, el tío moderno, el tío que todos querían que les diera su aprobación, el tío al que buscaban en los conciertos y con el que se paraban a hablar...Gracias a los discos, conseguí amarme a Ángeles. Sara sólo me la chupó y fue justo ahí, entre la O de Offspring y la S de Sepultura. Con toda certeza, debí restregar mi ojo ciego cerca de un larga duración de Queen, o de Peter Gabriel, o de R.E.M. Sara se llevó gratis uno de Aerosmith, y me jodió porque ese sí tenía salida. Creo que nunca fui atractivo. Es decir, Ángeles vivía en el barrio y pasaba por la calle de al lado casi todos los días. Si yo le hubiera gustado, podría haber venido a verme a menudo y no lo hizo.

Sin duda, me aproveché de que era el tío que vendía discos, el tío moderno. Han corrido los años y confieso que en el pasado fui un ser sin jovenlandesal. Humillé a los chicos de 12 años que venían a por discos comerciales o de rock suave delante de otros clientes. No está bien hacerse el listo. No de esa forma, con quien es más débil que tú. Es de ser un iluso sin fuste. Pero eso sólo lo aprendí con los años. Ahora los veo pasar siendo padres, sus hijos se detienen en mi escaparate y, rápidamente, les ordenan que se quiten de ahí, como si mi tienda tuviera asbestos. Lo cierto es que tiene un aspecto anticuado, atemporal. Los discos están guardados en fundas deslustrosas, irreversiblemente tras*lúcidas pero nunca más tras*parentes. El caso de la industria discográfica fue el del timador-timado. No quisieron vender singles, mantuvieron el formato álbum para un público joven que no podía pagar álbumes. Pudieron poner los discos más baratos y no lo hicieron. Nunca dieron su brazo a torcer y han perdido. El progreso no se puede parar y parece que no quisimos ver que esto era provisional. Yo tenía que haber buscado otro trabajo, pero ¿qué podía hacer yo? Llegué a comprar una máquina para piratear los discos originales que traía y vender copias pirata a 7 euros. Pero nada mejoró. Es triste pero esto ya no funciona. Esto se extingue.

Enchufo Rock FM. Los locutores de música rock ya no tienen el toque culto y snob que tenían antes. Hay demasiado ruido de fondo, demasiadas melodías para rellenar que me saturan la cabeza. Los Beach Boys grabaron su Pet Sounds en 4 pistas. En los Grateful Dead se oyen los instrumentos, suena bien. Siento la amenaza de una nube oscura, con la deprimente sensación de que mi propio mundo espiritual se acaba antes que mi existencia carnal. Tal vez podría reinventarme como vendedor de vinilos, pero ya soy viejo, ya no tengo mis contactos de antes ni vienen amigos a verme. Tan solo vengo a abrir cada mañana y respiro el olor a plástico y celofán mientras espero un diagnóstico fatídico. Dentro de dos meses cumpliré los 67 años. Tendré cuarenta años más que los que vivieron Hendrix, Joplin, Bonham, Moon, Jones. Tendré la misma edad que tenía mi padre cuando le estalló el aneurisma."


World wolf:

- Un mendigo pasa a pedir limosna en medio de las mesas de la terraza de un bar. La gente le ignora. Por ignorarle me refiero a que ni siquiera hacen amago de contestar, ni un "Lo siento, no tenemos" o "No quiero darte limosna". Me refiero a no mirarle, a fingir que no existe. A arrebatarle el último atisbo de misericordia humana que podrías darle, que es reconocer la existencia de alguien que no está dentro del "sistema".

- Zonas de fiesta donde el sesso está mercantilizado en función de una alta tasa de población masculina dispuesta a expensas de una baja tasa de población femenina que delimita el acoso sensual (dicho textualmente) en función de quién les gusta y quién, y donde los roles de género están perpetuados hasta el punto de que los supuestos inventores del heteropatriarcado llorarían de la alegría al ver que el hijo ha superado con creces al padre. Pero claro, como hay cubatas y música, el sexismo desaparece.

- Carreras universitarias llenas de gente que no han pasado por las clases, que no se han esforzado por ir más allá, que desconocen cualquier mínima noción del concepto "sacrificio", y que tienen un expediente salvado por los trabajos en grupo donde, por supuesto, no han pegado un palo al agua. Llega el cuarto año y van a poner mil quejas porque "la universidad está muy mal montada y me da la sensación de que he pagado por hacer nada". Bueno, felicidades, hijos de una cortesana sarnosa: es exactamente lo que habéis hecho.

- Relaciones de amamiguismo donde ambas partes creen que los polvos gratis van a seguir siendo gratis ad eternum, y donde se considera que ambas personas son tan emocionalmente maduras que es posible mantener relaciones sensuales intensas sin desarrollar sentimientos de cariño hacia la otra persona. Luego pasan movidas y se ven incapaces de hablar el uno con el otro por miedo a que la otra persona perciba la entrega de confianza como un paso hacia algo más serio. Relaciones sensuales rotas por hacer preguntas. Personas rotas por cuestionar y por ir un paso más allá de la hipersexualización actual.


David tiene veintitrés años. Espera su turno para cruzar en un paso de cebra. El semáforo está en rojo.
Una mujer que parece tener su edad se sitúa al otro lado del paso de cebra. El semáforo está en rojo.

David la mira disimuladamente. "Es bonita", piensa. "Me gustaría preguntarle su nombre". Los segundos pasan. El semáforo sigue en rojo. David empieza a imaginar quién podría ser ella. ¿Le gustará la misma música que a él? ¿Hace artes marciales? ¿Que cara pondrá al reírse? "Espera". No. "No puedo preguntarle eso de golpe. Parecería un obseso, un pervertido, un acosador. Además, una chica como ella nunca se fijaría en un chico como yo. Me han roto tantas veces por dentro que no creo que sea capaz de dar una sola pizca de amor aunque me lo propusiese. Nadie me ve guapo, ni siquiera yo. Y a veces me quedo callado cuando todo el mundo habla porque creo que nada de lo que pienso merece ser escuchado. Y en ocasiones creo que nadie me respeta, que soy incapaz de discutir algo sin ponerme en tensión y hacer que todo el mundo se sienta incómodo. Y mis parejas han durado tan poco conmigo que creo que soy yo el que tiene un problema. Creo que voy a quedarme solo. Creo que nadie podría amarme nunca. Creo que nadie me amará nunca."

El semáforo está en verde. Han pasado diez segundos. David se enamora durante los cinco segundos que tarda en recorrer el paso de cebra. Cruza al otro lado.
El semáforo está en verde. Repite: el semáforo está en verde.

Diez segundos antes, Julia tiene veintidós años. Espera su turno para cruzar en un paso de cebra. El semáforo está en rojo.
Un chico que parece algo mayor que ella se sitúa al otro lado del paso de cebra. El semáforo está en rojo.

Julia le mira disimuladamente.


---------- Post added 20-may-2017 at 17:31 ----------

Este es sublime.

C.McCarthy:

Llegas a la ventanilla de la secretaría y ese alopécico me gusta la fruta que llevas viendo cinco años sigue ahí, como cada día, y ya sabes que no puedes esperar nada bueno de él.

Incluso su mera forma de moverse, arrastrando con pesadez la silla giratoria, tras*mite desgana. Los ojos alicaídos tras el grueso cristal de unas gafas de pasta que le dan la única nota de tonalidad a una cara anodina y gris.

Finalmente te marchas de allí con tus impresos sellados de mala gana. No te das cuenta pero él se queda mirando cómo te marchas y continúas con tu vida. Pero él se queda allí, en la ventanilla, y cada minuto de cada hora de cada día ya es para aquel hombre como una absurda nota a destiempo.

De cuando en cuando le toca atender a veinteañeras a las cuales imagina en mil y una situaciones eróticas y casi inconfesables. Al llegar a casa busca pronografía relacionada con esa imaginación febril acumulada a lo largo de la jornada. Se masturba con saña y, cuando al fin se corre, se queda tumbado en la cama mirando al infinito. Es en esos momentos cuando puede visualizar con claridad su patética imagen: un cuarentón tumbado en la cama con los pantalones arrugados en torno a los tobillos, el prominente abdomen manchado de leche que se desliza por la curvatura de su cintura hacia las sábanas cuarteadas y malolientes.

La tarde avanza y en torno a él un apartamento sin recuerdos, sin vida, sin otros sonidos que el rítmico click de un ratón abriendo pestañas en el navegador de internet. Va llegando la oscuridad y dentro de aquel piso lo único iluminado es la pantalla del ordenador, su reflejo blanquecino en los gruesos lentes y en una frente interminable. Toca querersese de nuevo.


Luís es un hombre de cuarenta y tantos, trabaja en una oficina y es padre de dos niños. Le resulta casi imposible compaginar su vida personal y laboral: son muchas horas en la oficina, mucho estrés, mucha exigencia. Al salir ha de hacer la compra con su mujer, recoger a los niños de las actividades extraescolares, hacer con ellos las tareas, ayudar a preparar la cena y a ducharles, acostarles relativamente pronto. Todo para disfrutar de media hora de relax en el sofá, donde finalmente cae rendido.

Ama a sus hijos y a su mujer, pero su día a día le atosiga y en el fondo sabe que no es completamente feliz.

Una mañana cualquiera, tras ducharse, siente un fuerte retortijón en la parte baja del estómago. Se sienta en el váter y defeca de forma dolorosa. Del fondo del sanitario emana un olor casi insoportable. Cuando se levanta y mira hacia abajo descubre decenas de hebras de sangre oscura entremezcladas con sus deposiciones.

Y sabe que a partir de ese momento va a echar de menos, y a apreciar con toda su alma, su vida anterior. Esa que le atosigaba.
 
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