Boba Fet II
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Caos y pánico en la final de Saint-Denis: "Iban a saco, a robártelo todo"
Fuerzas antidisturbios, el sábado, en los aledaños del Stade de France.AFP
El clima de marginalidad de Saint-Denis, un suburbio con una nutrida comunidad fiel a la religión del amora procedente de las antiguas colonias francesas, estalló en la cara de las fuerzas de seguridad, incapaces de controlar a la turba. "Venían en grupos de cuatro y te gritaban 'Hala, Madrid' antes de rodearte. En busca de tu móvil, tu cartera o tu mochila. Alguno salía a la carrera con el dinero en los calcetines", explica Marcos Bernabéu, de la Peña Capote y Montera, con tres décadas de socio en el carnet.
Escasez de efectivos
Incluso después de cambiar de manos, el monedero de Vanesa dio pie a otro amago de emboscada. En él guardaba la llave del hotel donde se alojaba, así que allí llamaron los carteristas. "Dijeron que se lo habían encontrado y querían devolverlo. En recepción nos advirtieron de que ni se nos ocuriera volver por allí. En cualquier caso, nosotros insistimos, diciendo a los ladrones que les recompensaríamos por ello. Entonces empezó a amenazarme, diciéndome que sabía dónde me alojaba y que iría a buscarme para violarme", relata esta madrileña.
Fijar al más débil como el próximo objetivo era otro de los leitmotiv de los maleantes. Quizá por ello no se acercaron a Pedro Castro, un corpulento portugués que había llegado el viernes a París al volante de una autocaravana. Con otras cinco finales de Champions en la mochila, todo lo que rodeaba al partido le había despertado las alarmas. "Nosotros habíamos aparcado en una calle aledaña, porque no encontramos hueco en el parking oficial. Había muy pocas plazas disponibles". Fue el inicio de su pesadilla.
Porque cuando quisieron emprender el viaje de regreso, Pedro y sus dos amigos descubrieron otro vehículo con las luces encendidas y sin nadie dentro. Al llegar al suyo, descubren la puerta abierta. "Tuvieron tiempo de elegir. Se llevaron un iPad, un portátil, un libro digital... Todos los objetos de valor que encontraron. Y dejaron las maletas, para no llamar la atención", describe con estoicismo. Sin embargo, ni siquiera ahí acabaría su angustia. "Andábamos viendo lo que faltaba cuando llega otro joven con un cuchillo. Uno de mis amigos, en un acto reflejo cierra la puerta, mientras él nos amenaza a todos. Finalmente pudimos disuadirle", finaliza Castro, que condujo hasta las tres de la mañana con el miedo en el cuerpo. En la primera estación de servicio en la que paró, otros coches de seguidores blancos llevaban las lunas rotas.
La policía francesa, el sábado, junto a una de las vallas del Stade de France.AFP
La escasez de efectivos policiales, con una fuerza exigua de los antidisturbios CRS, ya había quedado patente dos horas antes del comienzo de la final. Por entonces, otro de los objetivos de los delincuentes eran las entradas en formato digital, cuyo precio por entonces podía ascender a 1.000 euros en la reventa. "Llegando desde la Fan Zone, en el primer anillo de seguridad, vimos un tumulto antes de acceder al puente que daba acceso al estadio. Nos dimos cuenta de que intentaban hacer fotos a nuestros móviles, para intentar hacerse con el código de las entradas", cuenta Bernabéu.
Llamaba la atención la escasa distancia entre el cordón de seguridad y los tornos de acceso, que limitaba la capacidad de acción de la policía. También la propia confusión de los agentes, incapaces de distinguir entre lo más elemental. "Hubo un momento crítico en que se abrieron los que teníamos delante y vimos a los antidisturbios, rodilla en tierra, apuntándonos", completa Cazorla, que permaneció más de tres horas en la calle, junto a su familia antes de encontrar un modo de salir de allí. Su salvación fue un diminuto VTC, al que subieron siete personas.
Algunos parecían resignados a esperar hasta las seis de la mañana, hora de reapertura del Metro. Y eso que el suburbano había sido escenario de otro campo de batalla, con cargas en el andén y escenas de pillaje en los vagones. "Notabas cómo te miraban para ver dónde llevabas la cartera. Luego tiraban del freno de emergencias para que saliera la gente, así que al final llegamos al hotel a las cuatro de la mañana", completa Jesús Moreno, vecino de Humanes.
Olvidada la euforia por la Decimocuarta, la única prioridad era regresar de una pieza. Y sentirse afortunado por ello. "¿Quién va a querer venir aquí en 2024 a los Juegos Olímpicos? No veo a París capacitada para organizar un evento tan grande. No so
Fuerzas antidisturbios, el sábado, en los aledaños del Stade de France.AFP
- lanzaban gas pimienta y pelotas de goma a nosotros. Bajamos al Metro y ya se había convertido en una ratonera. Si intentabas salir para buscar un taxi, te pedían 300 euros por sacarte de allí". Bajo este testimonio, entre la incredulidad y la indignación, caben muchas otras historias. Las de centenares aficionados del Real Madrid que el sábado quedaron atrapados en el caos organizativo de la Champions. Habla Enrique Cazorla, socio madridista desde 1987, veterano de otras cinco finales: "Echamos a correr y escuchamos los disparos de la policía. Cogimos en brazos a nuestro niño de seis años y le tapamos la cara para que no viera ese espanto".
El clima de marginalidad de Saint-Denis, un suburbio con una nutrida comunidad fiel a la religión del amora procedente de las antiguas colonias francesas, estalló en la cara de las fuerzas de seguridad, incapaces de controlar a la turba. "Venían en grupos de cuatro y te gritaban 'Hala, Madrid' antes de rodearte. En busca de tu móvil, tu cartera o tu mochila. Alguno salía a la carrera con el dinero en los calcetines", explica Marcos Bernabéu, de la Peña Capote y Montera, con tres décadas de socio en el carnet.
Escasez de efectivos
Incluso después de cambiar de manos, el monedero de Vanesa dio pie a otro amago de emboscada. En él guardaba la llave del hotel donde se alojaba, así que allí llamaron los carteristas. "Dijeron que se lo habían encontrado y querían devolverlo. En recepción nos advirtieron de que ni se nos ocuriera volver por allí. En cualquier caso, nosotros insistimos, diciendo a los ladrones que les recompensaríamos por ello. Entonces empezó a amenazarme, diciéndome que sabía dónde me alojaba y que iría a buscarme para violarme", relata esta madrileña.
Fijar al más débil como el próximo objetivo era otro de los leitmotiv de los maleantes. Quizá por ello no se acercaron a Pedro Castro, un corpulento portugués que había llegado el viernes a París al volante de una autocaravana. Con otras cinco finales de Champions en la mochila, todo lo que rodeaba al partido le había despertado las alarmas. "Nosotros habíamos aparcado en una calle aledaña, porque no encontramos hueco en el parking oficial. Había muy pocas plazas disponibles". Fue el inicio de su pesadilla.
Porque cuando quisieron emprender el viaje de regreso, Pedro y sus dos amigos descubrieron otro vehículo con las luces encendidas y sin nadie dentro. Al llegar al suyo, descubren la puerta abierta. "Tuvieron tiempo de elegir. Se llevaron un iPad, un portátil, un libro digital... Todos los objetos de valor que encontraron. Y dejaron las maletas, para no llamar la atención", describe con estoicismo. Sin embargo, ni siquiera ahí acabaría su angustia. "Andábamos viendo lo que faltaba cuando llega otro joven con un cuchillo. Uno de mis amigos, en un acto reflejo cierra la puerta, mientras él nos amenaza a todos. Finalmente pudimos disuadirle", finaliza Castro, que condujo hasta las tres de la mañana con el miedo en el cuerpo. En la primera estación de servicio en la que paró, otros coches de seguidores blancos llevaban las lunas rotas.
La policía francesa, el sábado, junto a una de las vallas del Stade de France.AFP
La escasez de efectivos policiales, con una fuerza exigua de los antidisturbios CRS, ya había quedado patente dos horas antes del comienzo de la final. Por entonces, otro de los objetivos de los delincuentes eran las entradas en formato digital, cuyo precio por entonces podía ascender a 1.000 euros en la reventa. "Llegando desde la Fan Zone, en el primer anillo de seguridad, vimos un tumulto antes de acceder al puente que daba acceso al estadio. Nos dimos cuenta de que intentaban hacer fotos a nuestros móviles, para intentar hacerse con el código de las entradas", cuenta Bernabéu.
Llamaba la atención la escasa distancia entre el cordón de seguridad y los tornos de acceso, que limitaba la capacidad de acción de la policía. También la propia confusión de los agentes, incapaces de distinguir entre lo más elemental. "Hubo un momento crítico en que se abrieron los que teníamos delante y vimos a los antidisturbios, rodilla en tierra, apuntándonos", completa Cazorla, que permaneció más de tres horas en la calle, junto a su familia antes de encontrar un modo de salir de allí. Su salvación fue un diminuto VTC, al que subieron siete personas.
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Algunos parecían resignados a esperar hasta las seis de la mañana, hora de reapertura del Metro. Y eso que el suburbano había sido escenario de otro campo de batalla, con cargas en el andén y escenas de pillaje en los vagones. "Notabas cómo te miraban para ver dónde llevabas la cartera. Luego tiraban del freno de emergencias para que saliera la gente, así que al final llegamos al hotel a las cuatro de la mañana", completa Jesús Moreno, vecino de Humanes.
Olvidada la euforia por la Decimocuarta, la única prioridad era regresar de una pieza. Y sentirse afortunado por ello. "¿Quién va a querer venir aquí en 2024 a los Juegos Olímpicos? No veo a París capacitada para organizar un evento tan grande. No so