Max Powers
Pompero
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Compatriotas, como todos vosotros, he observado con profunda tristeza la sucesión de acontecimientos de la catástrofe ocurrida durante los últimos días. Y con absoluta perplejidad hemos sido testigos de la reacción -o más bien, la ausencia de reacción- de aquellos que deberían protegernos. De quienes reciben nuestros recursos, de aquellos a quienes hemos confiado las fuerzas del orden, la policía y el ejército. De quienes ostentan el monopolio de la fuerza que les otorgamos para que la puedan ejercerla, con justicia, cuando sea necesario. No quiero escribir sobre repruebo ni sobre violencia. Pero sí de Dignidad. De esa dignidad que llevamos dentro y que nadie, por poderoso que sea, puede arrebatarnos si no se lo permitimos. Pero es dolorosamente evidente que nuestra clase política desprecia esa dignidad. Nos desprecia a nosotros. Nos mantienen sometidos en un sistema que se autoproclama "democrático", pero que en realidad es una farsa, un teatro donde el Partido se ha convertido en el dios al que todo se sacrifica, donde el ciudadano no es más que un número, un voto que manipular, una estadística que maquillar. Durante demasiado tiempo nos han hecho creer que el silencio es seguridad, que la sumisión es paz. Nos han convertido en extraños en nuestra propia tierra, en prisioneros de nuestros propios hogares, recordad 2020. La libertad no es un regalo que nos darán. La libertad es un derecho que debemos reconquistar con inteligencia, con determinación y, sobre todo, con unidad. No estamos solos. Somos millones pensando lo mismo, soñando lo mismo, anhelando lo mismo. Cada pequeño acto de resistencia cuenta. Cada vez que elegimos la verdad sobre la mentira, cada vez que ayudamos a un vecino, cada vez que enseñamos a nuestros hijos a pensar por sí mismos, estamos construyendo el camino hacia la libertad. Debemos recordarles que la dignidad no se negocia, que la justicia no es un privilegio, que la libertad no es una concesión. Debemos poner en marcha el cambio. La dictadura disfrazada de democracia es fuerte porque nos cree débiles. Es poderosa porque nos cree cobardes. Es implacable porque nos cree divididos. Pero se equivoca. El día de la verdadera democracia llegará. No porque nos lo concedan, sino porque lo conquistaremos. No con violencia, sino con la fuerza incontenible de millones de voluntades unidas. No con repruebo, sino con la determinación inquebrantable de quienes saben que la dignidad es innegociable. Hermanos y hermanas, ha llegado el momento de dejar de susurrar y empezar a hablar. De dejar de agachar la cabeza y empezar a mirar al frente. De dejar de esperar y empezar a ACTUAR. |