Clavisto
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Venimos de aquí: Era 1993 y yo tenía 18 años (II)
No recuerdo apenas nada de aquellos días de trabajo en Álora. Es curioso, un año antes hice un viaje a Ordesa, a tiro de piedra de la frontera con Francia, y lo tengo tan vivo en la memoria como si hubiera sido hace una semana. Pero una cosa es viajar por placer y otra viajar para penar.
He buscado en la Wiki información y fotos de Álora: parajes, costumbres, gastronomía y tal. Nada, no recuerdo haber estado en ninguno de esos maravillosos lugares, ni haber hablado con ningún lugareño, excepto el estrambótico camarero del que os hablé, ni haber comido nada fuera de lo normal o memorable. Nada. Solo un par de cosas.
El día antes de marcharnos recé por primera vez en cinco años. La madrugada había sido horrorosa, como de costumbre. A eso de las ocho de la mañana nos fuimos a dormir; estaba tan cansado que no atinaba a quitarme las jodidas botas. Me metí en la cama dolorido, asqueado, cuando oí al viejo decir:
- ¿Tienes novia?
Me quedé estupefacto; en un primer momento pensé que ya estaba soñando, pero no.
- ¿Qué?
- ¡Que si tienes novia, shishi!
Llevábamos casi un mes durmiendo en la misma habitación y eso fue lo primero que me dijo en todo ese tiempo, aparte del "buenos días", "entro yo primero al baño", "no pases todavía que acabo de soltar" y cosas así.
-Ahora no, lo dejamos hace unos meses.
- Eso no son novias ni na. Tengo nietos, con sus "amigas", como dicen ellos; hoy pico aquí y mañana allí. Degeneraos. Llevo cuarenta y cinco años con la misma mujer y nunca la he engañao. No he querido a otra ná más que a ella. Lo que os pasa a vosotros es que no sabéis ná. Ni sabéis lo que queréis. Tanto libro y tanta platano, ¿pa qué?
No dije nada.
-¡Qué ganas tengo de llegar a mi casa y echarle un par de polvos sin sacarla!
Le creí, el viejo era un tipo duro, pero en ese momento le dí las buenas noches, o días, o lo que shishi fuera, me di media vuelta y me dispuse a dormir no sin antes rezar un padrenuestro rogando que ese tío no fuera sonámbulo. Sólo faltaba que me dieran por el ojo ciego.
Aquella era la última noche en Álora, y fue la peor de todas.
Entramos a trabajar una hora antes, a las ocho, con un frío increíble, con un frío así o trabajas o te mueres; creo que lo habían contratado para espabilarnos aun más. En lugar de proporcionarnos soma o cocaína para terminar por convertirnos en bestias de carga, prefirieron el frío, es más barato y así no te atontas. ¡Muévete, shishi!
Nuestra parte del trabajo terminaba bajo un puente. Íbamos a buen ritmo, deseosos de acabar cuanto antes, de largarnos de ese infierno de hierros y piedras, de perder de vista toda aquella sarama en honor al progreso de la sociedad. Más trenes, más rápidos, más seguros, más cómodos, más, más, más. ¡Más qué?, ¡palos! ¡Que vayan andando!
Cuando llegamos al puente...Ni las ratas de las alcantarillas han olido algo así. Había un
cortesanazo muerto, lo que quedaba de él, descomponiéndose, piel y huesos, un hedor
insoportable, ahí no se podía meter nadie que fuera humano.
Pero a nosotros nos quedaba muy poco de humanos.
El capataz, ese grandísimo cabrón, se volvió loco.
-¡Si no entráis ahí, de aquí no se va ni Dios! ¿Queréis dejarlo para mañana? Por mi bien,que vengan los de la recogida de animales, que lo retiren y que se aireé un poco. ¡Peroesta noche os quedáis!
Era nuestro último día antes de las vacaciones navideñas, nadie quería quedarse un minuto más allí, soportando a ese loco, a ese energúmeno, a ese me gusta la fruta.
Fuimos a por el perro. A palazos lo sacamos como pudimos, conteniendo la respiración, la rabia, el repruebo. Lo echamos fuera, por el terraplén. fruta fin.
Reanudamos la tarea, no hicieron falta látigos de cuero; los de ahora son de papel: hipotecas, letras del coche, facturas de la luz, del agua, del gas, del aire... Son más convincentes.
Andábamos sacando piedra con frío invernal, o infernal (¿de verdad estuviste allí, Kufisto?), cuando vi que el viejo se incorporaba. Se fue unos pasos más allá y vomitó un buen rato. Oíamos sus arcadas pero seguíamos dándole a la pala. Cuando echó fuera todo lo que llevaba dentro regresó al tajo, sin decir ni mu, lívido, y no me lo podía creer: ahí estaba el tío dándole duro a la piedra, con un par de huevones. Todos echamos a reír. Estábamos a punto de volvernos locos, si es que no lo estábamos ya.
Terminamos a las diez y media de la mañana. Nos metimos en la furgoneta e hicimos el camino de regreso a casa. Me coloqué como pude en la parte de atrás, puse el walkman, una cinta con lo mejor de U2; los rayos del sol entraban por todos lados, se agradecían, también salía para nosotros.
Mientras dejábamos atrás Álora, ese precioso pueblo de la luminosa Andalucía, comenzó a sonar A sort of homecoming. Más o menos sabía lo que Bono cantaba, el regreso al hogar, con tu gente, a tu tierra. El valle iba quedando atrás, lo miraba sin pensar en nada, escuchando la canción, el sol en mi cara. Sonreí. Por fin. Jamás olvidaré ese momento.
No volví a trabajar en esa cosa. Aquellas navidades me pulí todo el pastón que gané en esos dos meses.
Y más que hubiera habido.
El huevo cuadrado prefirió seguir tirando cañas en el bar de su familia.
No recuerdo apenas nada de aquellos días de trabajo en Álora. Es curioso, un año antes hice un viaje a Ordesa, a tiro de piedra de la frontera con Francia, y lo tengo tan vivo en la memoria como si hubiera sido hace una semana. Pero una cosa es viajar por placer y otra viajar para penar.
He buscado en la Wiki información y fotos de Álora: parajes, costumbres, gastronomía y tal. Nada, no recuerdo haber estado en ninguno de esos maravillosos lugares, ni haber hablado con ningún lugareño, excepto el estrambótico camarero del que os hablé, ni haber comido nada fuera de lo normal o memorable. Nada. Solo un par de cosas.
El día antes de marcharnos recé por primera vez en cinco años. La madrugada había sido horrorosa, como de costumbre. A eso de las ocho de la mañana nos fuimos a dormir; estaba tan cansado que no atinaba a quitarme las jodidas botas. Me metí en la cama dolorido, asqueado, cuando oí al viejo decir:
- ¿Tienes novia?
Me quedé estupefacto; en un primer momento pensé que ya estaba soñando, pero no.
- ¿Qué?
- ¡Que si tienes novia, shishi!
Llevábamos casi un mes durmiendo en la misma habitación y eso fue lo primero que me dijo en todo ese tiempo, aparte del "buenos días", "entro yo primero al baño", "no pases todavía que acabo de soltar" y cosas así.
-Ahora no, lo dejamos hace unos meses.
- Eso no son novias ni na. Tengo nietos, con sus "amigas", como dicen ellos; hoy pico aquí y mañana allí. Degeneraos. Llevo cuarenta y cinco años con la misma mujer y nunca la he engañao. No he querido a otra ná más que a ella. Lo que os pasa a vosotros es que no sabéis ná. Ni sabéis lo que queréis. Tanto libro y tanta platano, ¿pa qué?
No dije nada.
-¡Qué ganas tengo de llegar a mi casa y echarle un par de polvos sin sacarla!
Le creí, el viejo era un tipo duro, pero en ese momento le dí las buenas noches, o días, o lo que shishi fuera, me di media vuelta y me dispuse a dormir no sin antes rezar un padrenuestro rogando que ese tío no fuera sonámbulo. Sólo faltaba que me dieran por el ojo ciego.
Aquella era la última noche en Álora, y fue la peor de todas.
Entramos a trabajar una hora antes, a las ocho, con un frío increíble, con un frío así o trabajas o te mueres; creo que lo habían contratado para espabilarnos aun más. En lugar de proporcionarnos soma o cocaína para terminar por convertirnos en bestias de carga, prefirieron el frío, es más barato y así no te atontas. ¡Muévete, shishi!
Nuestra parte del trabajo terminaba bajo un puente. Íbamos a buen ritmo, deseosos de acabar cuanto antes, de largarnos de ese infierno de hierros y piedras, de perder de vista toda aquella sarama en honor al progreso de la sociedad. Más trenes, más rápidos, más seguros, más cómodos, más, más, más. ¡Más qué?, ¡palos! ¡Que vayan andando!
Cuando llegamos al puente...Ni las ratas de las alcantarillas han olido algo así. Había un
cortesanazo muerto, lo que quedaba de él, descomponiéndose, piel y huesos, un hedor
insoportable, ahí no se podía meter nadie que fuera humano.
Pero a nosotros nos quedaba muy poco de humanos.
El capataz, ese grandísimo cabrón, se volvió loco.
-¡Si no entráis ahí, de aquí no se va ni Dios! ¿Queréis dejarlo para mañana? Por mi bien,que vengan los de la recogida de animales, que lo retiren y que se aireé un poco. ¡Peroesta noche os quedáis!
Era nuestro último día antes de las vacaciones navideñas, nadie quería quedarse un minuto más allí, soportando a ese loco, a ese energúmeno, a ese me gusta la fruta.
Fuimos a por el perro. A palazos lo sacamos como pudimos, conteniendo la respiración, la rabia, el repruebo. Lo echamos fuera, por el terraplén. fruta fin.
Reanudamos la tarea, no hicieron falta látigos de cuero; los de ahora son de papel: hipotecas, letras del coche, facturas de la luz, del agua, del gas, del aire... Son más convincentes.
Andábamos sacando piedra con frío invernal, o infernal (¿de verdad estuviste allí, Kufisto?), cuando vi que el viejo se incorporaba. Se fue unos pasos más allá y vomitó un buen rato. Oíamos sus arcadas pero seguíamos dándole a la pala. Cuando echó fuera todo lo que llevaba dentro regresó al tajo, sin decir ni mu, lívido, y no me lo podía creer: ahí estaba el tío dándole duro a la piedra, con un par de huevones. Todos echamos a reír. Estábamos a punto de volvernos locos, si es que no lo estábamos ya.
Terminamos a las diez y media de la mañana. Nos metimos en la furgoneta e hicimos el camino de regreso a casa. Me coloqué como pude en la parte de atrás, puse el walkman, una cinta con lo mejor de U2; los rayos del sol entraban por todos lados, se agradecían, también salía para nosotros.
Mientras dejábamos atrás Álora, ese precioso pueblo de la luminosa Andalucía, comenzó a sonar A sort of homecoming. Más o menos sabía lo que Bono cantaba, el regreso al hogar, con tu gente, a tu tierra. El valle iba quedando atrás, lo miraba sin pensar en nada, escuchando la canción, el sol en mi cara. Sonreí. Por fin. Jamás olvidaré ese momento.
No volví a trabajar en esa cosa. Aquellas navidades me pulí todo el pastón que gané en esos dos meses.
Y más que hubiera habido.
El huevo cuadrado prefirió seguir tirando cañas en el bar de su familia.