Entrevista a Iker Jiménez (25/10/05)

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Hay varias perlitas que suelta: una pequeña alusión al "feminismo", tortas de amigos, etc. Es un tocho, pero es recomendable su lectura. Te da una idea de cómo es Iker Jiménez.


En las entrañas de Cuarto Milenio, la nave del misterio de Iker Jiménez

Lola Fernández

Actualizado 25/10/201500:00

Mejor no hagáis bromas. No le gustan mucho: es muy serio», nos advierten en cuanto pisamos los dominios de Iker Jiménez, el único presentador de televisión capaz de sacar adelante un programa de más de dos horas sin guión, pinganillo ni teleprompter. Se entiende que, dada la materia misteriosa que se trae entre manos, las risas resultan más destructivas que un centenar de científicos del CSIC enfurecidos por una psicofonía de Madame Curie. Recordemos a Mulder y Scully en su Expediente X: apenas sonreían.

Por suerte, cuando no lleva el sacerdotal traje azul noche que luce en Cuarto Milenio, Iker Jiménez (Vitoria, 1973) se viste con un buen humor notable. Nos encontramos por primera vez en el Teatro Coliseo de Barcelona, donde recala Cuarto Milenio: La exposición, con reproducciones de seres míticos, personajes de terror y criaturas zoológicas creadas por el artesano Juan Villa para el programa de Cuatro. El éxito de caja está asegurado y, como ya sucedió en Madrid y Gijón, han volado las entradas para las dos Noches del misterio en las que nuestro protagonista revela lo que sabe sobre lo incognoscible. Sus fans le asaltan en los lugares más insospechados con sus historias para no dormir o apreciaciones sobre su físico -«mucho mejor en persona, ¿eh? Más alto y todo»-, que él recibe con paciencia infinita, exquisita educación y campechanía al estilo Borbón. «Jamás me han llamado fantasma por la calle», dice sin gota de ironía.

Y, sin embargo, su presencia provoca situaciones que desbordan los límites de lo racional.

En la rueda de prensa se producen escenas inenarrables, como la de una periodista que rompe a exclamar «¡Os quiero, de verdad, os quiero!» en cuanto el micro llega a sus manos. La intensidad de su sentimiento es tal que Carmen Porter, partner in crime, esposa y progenitora (de Alma, cuatro años), se ve impelida a darle un abrazo que la emocionada recibe como la imposición de manos de una santona. La lluvia de agradecimientos, piropos y rendidas adulaciones me resulta tan asombrosa que el expertísimo fotógrafo que inmortaliza a la pareja ha de venir en auxilio de mis sospechas: «Aquí los únicos periodistas serios somos nosotros y Víctor Amela (de La Vanguardia)». Acudo pues a Amela en busca de una opinión imparcial. «Iker es un loco, un periodista que hace divulgación con temas que nadie quiere. Una mezcla entre Jiménez del Oso y Félix Rodríguez de la Fuente que molesta porque se atreve a cuestionar a la mismísima ciencia».

No hay más que pasear por la calle con el matrimonio Jiménez-Porter para comprobar que existe algún tipo de hechizo que predispone positivamente a todo lo que este vitoriano se saque de su mágico sombrero mental. Hay algo más allá de ese más allá que se empeña en explorar que convence y encanta, algo que sin duda tiene que ver con su talento para narrar, como si de un cuento se tratara, enigmas históricos, descubrimientos científicos o fenómenos paranormales en un monólogo infinito e hipnótico. Como el chamán que da sentido al sinsentido de la percepción gracias a sus historias. «De hecho, la tele viene a sustituir al fuego alrededor del cual la tribu se reunía cada noche para compartir información», dice Pablo Herreros, antropólogo del programa de ciencia de TVE y el blog de EL MUNDO Yo mono.

En la prehistoria de su éxito (1999), Enrique de Vicente, ex director de la revista Año Cero, le recomendó ante su primer editor con un argumento incontestable: «Iker te vende lo que le pongas en sus manos. "Si es necesario se pondrá él mismo a vender su libro en la calle"», le dijo. Y así fue. El verano en que se publicó Misterios sin resolver (Edaf), aceptó presentar gratis un programa en la SER que tituló como su libro. Resultado: un best seller.

Lorenzo Fernández, el amigo del instituto Arturo Soria con el que inició su carrera periodística (Zipi y Zape les llamaban), hoy director de la revista Enigmas, habla de un talento excepcional a la hora de comunicar. «Iker no engaña a nadie: ya tenía esa forma de tras*mitir y ese apasionamiento con 14 años», cuenta.

Durante la visita a la exposición, trato de comprender el proceso mental de este hombre inteligente para que su narración se incline tan ilusionadamente del lado del misterio. En un momento del recorrido, se detiene ante una de las piezas de la muestra, la vampira del Raval. Jiménez abunda en la versión oscurantista de la historia, la que pinta a la tal vampira como una bruja asesina de niños. Muy de pasada cita otras versiones surgidas en investigaciones recientes, pero las descarta por «feministas». Se refiere a los ensayos de Elsa Plaza y Jordi Corominas, que afirman que, en realidad, Enriqueta Martí fue una enferma mental perturbada por la fin de su bebé por malnutrición. Para Corominas, Martí fue el chivo expiatorio periodístico que ocultaba las vergüenzas de Barcelona, con el 50% de analfabetismo y 12.000 cortesanas. Entiendo que la audiencia espera imposibles historias de terror, pero a mí me pesa demasiado la mala vida de aquella mujer y la falta de ética de una profesión vendida.

Sea como fuere, Cuarto Milenio presume de una audiencia cautiva de casi un millón de personas que asiste a las piruetas argumentales de Jiménez y sus expertos desde la credulidad, la curiosidad o la ironía. El humorista Miguel Noguera ejemplifica ese nutrido club de fans irónicamente fascinados por Iker. En una ocasión, se dio de bruces con su «ídolo» en plena Feria del Libro, pero no se atrevió a saludarle. «Imaginé que ya habría sufrido muchos envites en plan "Me encanta lo que haces pero me río un poco de ti y contigo". No creo que acepte el humor más neցro, ése que te obliga a ir un poco contra ti mismo en un sentido duro. Iker no es un cínico, tiene una especie de aura sagrada, una fe que le impide destruir su propia creación».

Tras recorrer la exposición, al final de la comida que comparto con Iker y Carmen, me atrevo a preguntarle por el peliagudo asunto de la risa. «Yo soy lo contrario de todo eso que tú dices», me contesta. «No me gusta la pose, ni el moderno, ni el hipster, ni el refinao, ni el ultrarracional... No me molestan las críticas porque entiendo que no todo el mundo tiene que estar de acuerdo conmigo. Sinceramente: si un tío que representa todo lo que yo no quiero se pone a mi favor, me preocupa. Me gustaría ser el agreste en medio de este mundo tan refinado. ¿Te descojonas? Pues allá tú».

Su posicionamiento no es nuevo ni es cosmético: en un momento difícil de su carrera, cuando dejó su puesto de subdirector de revista por no renunciar a investigar sobre el terreno, rechazó una suculenta oferta de Crónicas Marcianasprecisamente por su humorística crueldad. «Dije que no porque para mí mis testigos son lo principal y veía que los trataban como a una cosa. Yo no me río de todo esto, en mi vida me reiré de un testigo que ha confiado en mí. Los de Crónicas me decían: "Pero esto es tele, tío. Estás loco si lo rechazas...". Y yo les contesté: "Pues si ésta es tu tele, haz tú tu tele. Yo amo estos temas. Vivo por estos temas y quiero convertirlos en otra cosa. No sé cómo lo haré, pero no será saliendo en Crónicas Marcianas"».

La anécdota podría responder a la pregunta del millón: ¿se cree Iker lo que cuenta o se limita a construir un típico trampantojo del entretenimiento televisivo, con guiones pactados, casos inventados y testigos de cartón piedra? Por lo que he visto y oído, no cabe dudar. Aunque acaso sea más interesante advertir cómo se han disuelto las revueltas de escépticos que bombardearon sus programas por tierra, mar y aire, hasta el punto de que hoy nos cuestionamos más las intenciones del narrador que la fiabilidad de lo que cuenta. Me explico: el asunto no es tanto si existe la chica de la curva como si Iker cree realmente que existe una posibilidad de existencia para la chica de la curva. Pura postmodernidad.

«La clave de todo es que seguimos creyendo en lo que hacemos», repite una y otra vez Jiménez, acaso más inclinado a apuntalar el misterio que a cuestionárselo. Quizá por eso Iker, orgulloso propietario de una biblioteca de alrededor de 25.000 volúmenes, se acomoda mejor junto a los textos que sostienen lo extraño que al lado de los que lo desmontan. Alberto Granados, ex colaborador de su programa de radio Milenio 3 , recuerda que trató muchas veces de convencerle de que deshiciera las leyendas en vez de perpetuarlas. «Fui de las personas más ***oneras de su equipo, de los que tenía más broncas. Luego ha ido rodeándose de gente más tranquila».

Javier Sierra, buen amigo y cómplice en los misterios, observa un cuestionamiento cada vez más profundo de lo paranormal. «Creo que Iker ha ganado en rigor, en prudencia,en hacer un enfoque cada vez menos casuístico de los fenómenos y optar por una aproximación más culta, más cultural». Jiménez lo explica de otra manera: «Me parece más bonito enganchar con una pieza sobre el lince que poner psicofonías, con todo el respeto, aunque sepa que tendría toda la gente a favor».

En la distancia corta, el plató de Cuarto Milenio, donde nos encontramos por segunda vez para asistir a la grabación del programa, conjura de nuevo cierto universo mágico que algunos asociamos con la niñez. Se trata de un mix entre gabinete decimonónico de maravillas y la mística de las viejas bibliotecas, con una íntima iluminación de medianoche que mete rápidamente en situación a invitados y presentador. Justo detrás de la silla de Iker cuelga un póster de El Principito. Aunque últimamente cita como modelo de vida a Rodríguez de la Fuente (hasta preguntado por su ideología política responde: «Soy felixólogo»), este príncipe rubio y solitario que recorre planetas haciendo preguntas que no interesan a nadie encaja perfectamente con la misión que Iker se ha asignado a sí mismo. Y con un creciente interés en lo humano (el más acá) que más o menos coincide con el nacimiento de su hija. Ella es la razón por la que decidió apiolar el programa radiofónico que le hizo grande, Milenio 3, y cortar lazos con la cadena SER. El cansancio venció a la familia. En realidad, no sólo el cansancio.

-Yo sentía que, a pesar de la audiencia que teníamos, no estaban lo que se dice tremendamente orgullosos de nosotros. Prisa es un imperio de poder intelectual importante...

-¿Te sentiste rechazado?

-Si te cuento las campañas de desprestigio que nos han hecho... Hasta boicoteos de los mismos compañeros de emisora. Tengo un aprendizaje tan grande de palos y de palos que me he blindado.

-¿Por qué aguantaste?

-Por la gente. Y porque nos pagaban muy bien. Yo me hubiera ido dos años antes. El nivel había bajado porque tenía que delegar muchísimo y las cosas no salen igual. También vi en peligro mi entusiasmo: ya no tenía tiempo de salir, de investigar.

-¿Qué te decidió a firmar en exclusiva con Mediaset, la casa de Cuatro?

-Vi que se iba a ir a la porra todo, familia, tele, radio, todo. Y hubo cierta sintonía con Paolo Vasile. En el momento de la firma, me dio la mano y me dijo: «Oye, tío, estoy contento de que estés conmigo. Estoy orgulloso de que estés conmigo». palos. Esas son las palabras que quería oír.

Una vez se enciende el piloto rojo, la grabación se sucede por bloques y sin un triste guión que pueda predecir lo que se dice o hace en plató. Iker lo improvisa todo. To-do. Tal naturalidad es imposible en otros formatos de entretenimiento, que deben asegurar una sucesión rápida de emociones máximas. Cada emisión es un misterio en sí mismo y lo mismo se descontrola ruidosamente un debate sobre el Club Bildelberg que Amenábar casi confiesa una experiencia paranormal en carne propia. El programa se va cocinando, día tras día, en la cabeza de Iker, de manera que cuando llega a la reunión con su equipo sabe perfectamente qué asuntos quiere y va a tratar.

En este universo, todo gira para que su rey Sol no deba preocuparse de nada que no sea su pasión por el misterio. No tiene móvil ni lleva dinero. Es Carmen Porter, 21 años de casados, la que porta tres teléfonos y las tarjetas. También le compra la ropa (de ahí su atildado look Milla de Oro). «Lo importante es que esté siempre enfocado», admite Porter. Muchas familias dependen de ello.

«En la familia del misterio, estás con Iker o contra Iker», me explica un antiguo colega que prefiere no firmar sus frases. Son pocos los espacios que tratan estos temas y muchos los aspirantes a vivir de ello, cosa que Iker logró muy pronto, a los 25, cuando el mismísimo Jiménez del Oso le nombró subdirector de su revista Enigmas. «Hubo una época en la que yo iba bastante orate, como dice Bunbury. Quería ser el rey del mambo. Porque ganaba una pela, que era una pela para la época... Y porque hacía lo que venía en gana y encima vivía de lo que había soñado. Hasta que un día Jiménez del Oso, que era mi icono, me dice: "Muchas gracias". Todo de una forma...». Tras este desencanto se fueron sucediendo otros. «Sólo he visto el entusiasmo auténtico en J.J. Benítez, aunque ahora tampoco se trata conmigo. En otros son más importantes los beneficios del oficio que el camino».

-¿Por qué da la sensación de que no tienes demasiados cómplices en tu profesión?

-Mi carrera no ha sido fácil, las etapas han sido muy esforzadas y con muchas decepciones, tanto del mundo escéptico como de mi ámbito. En mi mundillo me he quedado solo, muy solo. Me he ido de muchos sitios o me ha tocado irme de muchos sitios, y eso te genera un poco de desgarro.

-¿Qué ha sido lo más duro?

-Perder a miembros del equipo que cuidé como niños y, de repente, por dinero o codicia te traicionan. O por un contrato, por una seguridad que, es cierto, mi mente paleolítica no concibe... Igual es muy inconsecuente por mi parte, pero yo jamás he tomado una decisión por dinero.

Le interrumpe Carmen Porter: «Pero, Iker, no puedes pretender que todas las personas sean como tú».

Hoy, Iker está inmerso en su historia de amor con Rodríguez de la Fuente, al que llegó a través de su abuelo y que hace bueno el aserto de que repetimos de adultos los arquetipos que admiramos en la infancia. «Comparto con él esa sensación terrible de pertenecer a la estirpe de los libres o, por lo menos, intentarlo. No me gusta que me digan lo que tengo que hacer». Ya sale a relucir, sin embargo, su probable próximo flechazo: Goya. Fue su padre, el reputado anticuario Pedro Jiménez, del que heredó el apasionamiento por el saber, el que le inició en los misterios del pintor: «Quiero hacer un programa sobre sus noches en la Quinta del Sordo y la historia increíble que cuenta su biógrafo de que se marchó de la casa cuando las pinturas empezaron a hablarle».

«Mi destino es el del solitario errante», dramatiza líricamente en algún momento de la conversación. Y choca que sea ése el estado de su espíritu, acompañado como está por una familia amorosa, algunos amigos buenos, un equipo de trabajo leal y miles de espectadores. Qué ingrata su tarea, esa obsesión investigadora que alguna vez le llevó a alucinar (con el horrible caso de una mujer descuartizada a la que veía en casa) y que, paradójicamente, comparte con tantos hombres de ciencia.

Otra paradoja: la noche que Iker inauguraba su carrusel de misterios en el Coliseo de Barcelona, sólo dos calles más atrás, la filósofa Chantal Maillard presentaba su último libro, La mujer de pie. Ante apenas 50 personas, Maillard leyó el siguiente párrafo: «Deje, siempre que pueda, algo sin saber, algo sin ver del todo, algo sin entender. No se vuelva. Deje que la ignorancia acuda a la conciencia y realice en usted el milagro de la humildad».

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A mi no me acaba de convencer.
No llega al nivel de un German de Argumosa, JJ Benitez, Jimenez del Oso, Miguel Blanco etc.
Incluso Santiago Vazquez le da mil vueltas.
 
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