El Reaccionario
Madmaxista
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Me ha parecido interesante este articulo:
Entre Vox, el Kremlin y Donald Trump: así se fragua la nueva derecha española
La metamorfosis de Vox es una señal más del cambio que está a punto de estallarnos en la cara.
Nadie excepto aquellas personas entregadas a la causa del nacionalismo y un puñado de curiosas parece haber prestado atención a lo que sucedió este sábado en un local de actos de la calle Hilarión Eslava de Madrid. En aquel lugar, a eso de las ocho menos cuarto de la tarde, una multitud expectante aguardaba ansiosa el retorno a España del principal exponente de la reacción antiliberal mundial, Alexander Dugin, filósofo, ocultista y geopolitico al servicio de y con influencia sobre el Kremlin que volvía a España (ya estuvo en nuestro país en el 2013, en el marco del mismo ciclo de conferencias organizadas por la Editorial Fides) a dar una charla sobre el populismo, un tema candente a lo largo de todo el espectro del arco político.
Sorprendentemente, ninguno de los comentaristas políticos habituales (ni siquiera aquellos que supuestamente siguen el rastro de esta ola nacionalista y populista) habló de ello y si no voy errado, todavía ninguno lo ha hecho. Los mismos que pusieron el grito en el cielo tras el lleno de Vox en Vistalegre han pasado por alto un evento a la altura de este al menos en su significado, cayendo ante el espejismo de los números sin darse cuenta de que era en este pequeño local –y no en aquel Palacio de los Deportes– donde se fragua el rumbo que se pretende dar a la derecha radical española.
No es que lo de Vistalegre no fuese importante, pero igual que los árboles a veces no nos dejan ver el bosque, lo colorido de las copas de los árboles hacen que nos olvidemos de ver hasta dónde se hunden las raíces. Por eso la intervención de Dugin en España en este preciso momento no parece una simple coincidencia, pero vayamos paso a paso.
La metamorfosis de Vox
Hace tres años, escribí que si en España no existe un partido de extrema derecha fuerte no es –como dice Podemos ni algunos periodistas de izquierdas– por el efecto del 15M o la supuesta excepcionalidad ibérica, sino por la incapacidad secular de la derecha de plantar cara frontalmente en un marco democrático. La derecha española nunca tuvo que luchar, debatir, generar movimientos de masas, etc., a diferencia de las derechas de otros países europeos, porque el Ejército asumía en muchos casos el papel de garante de sus proyectos. Pero esto ha cambiado.
Como señala el comentarista y escritor de extrema derecha Ernesto Milà, el Vox del 2018 no es el Vox del 2014. No es aquel Vox formado por rebotados y descastados del PP que pretendía restaurar el aznarato encarnado en la figura de Santiago Abascal y que no aspiraba más que a eso. El Vox de 2018 ha reforzado su discurso con elementos propios del pensamiento antiliberal y posliberal español (cristianismo como elemento fundamental de la nación española, hispanismo, defensa directa de la monarquía como institución, etc.) que les acercan no tanto al fascismo —como han señalado ciertos comentaristas— sino más bien a los monárquicos duros que durante la II República fundaron la revista reaccionaria Acción Española y sirvieron de base intelectual a Renovación Española, el partido dirigido por alopécico Sotelo a quien, por cierto, Vox rindió homenaje con una ofrenda floral hace unos meses.
Este giro acerca a Vox a lo que el filósofo Ernesto Castro ha acertado en llamar derecha iliberal, el movimiento político que, sin uniformidad ideológica, centra su relato en conflictivizar el relato demoliberal progresista.
Se trata de una derecha que no asume el consenso de posguerra, ni el relato del “fin de la historia”. En el caso de Vox, esto ha pasado por la arrogancia a la hora de enfrentarse (aunque sea indirectamente) con la izquierda. Lo demuestra el discurso de Abascal en Vistalegre, en el que decía cosas como que la izquierda le llamase de derechas para él era una medalla o aquello de que no iba a pedir perdón por la Guerra Civil ni el franquismo. También la reivindicación desacomplejada de un discurso abiertamente derechista que hacía años que no se veía en España enfrentado a la "derechita fistro", como dice Abascal. Un estilo que no se puede calificar sino de trumpiano.
Gracias a este giro, Vox ha conseguido verse como una alternativa válida incluso para algunos de los sectores más duros de la derecha nacionalista, atrayendo incluso a personajes de grupúsculos minoritarios que hasta ahora habían priorizado la pureza ideológica a la utilidad política y a aquellos que, sin purismos de por medio, simplemente consideraban que su ideario nacionalista no encontraba un referente con posibilidades reales por el que valiese la pena movilizarse.
En el blog **************** (uno de los foros de referencia de la alt-right española) podemos encontrar, por ejemplo, clamores a favor del voto masivo a Vox en los que afirman que, a pesar de las reticencias, se trata de la única opción para los identitarios españoles, por encima de formaciones como Respeto (la unión de España 2000, Plataforma per Catalunya y otros partidos menores) o ADÑ (la coalición ultra formada por FE-JONS, La Falange, Democracia Nacional y Alternativa Española).
Quizás se deba a que el momento parece más propicio que los momentos anteriores y que se hayan juntado el hambre y las ganas de comer. Sin cortar lazos con su base social aznarista (meter a Aznar como referente político directo en la misma lista que a Isabel la Católica no es un guiño desdeñable), Abascal ha ido creyendo cada vez más en sí mismo y en las particularidades de lo que él y los suyos tienen que ofrecer más allá de una versión ligeramente más dura del Partido Popular.
Sin lugar a dudas, en este giro ha jugado un papel clave el exjefe de campaña de Donald Trump, Steve Bannon, quien desde su marcha de la Casa Blanca está en Europa financiando y coordinando movimientos soberanistas de derechas en lo que ha venido a llamar “the Movement”. Bannon es también asesor de Vox de cara a las elecciones europeas del 2019 y su influencia en “el nuevo Vox” es tan palpable que incluso hay partes del discurso de Abascal que son calcadas a declaraciones de Bannon.
El objetivo a corto plazo es el de llenar el Parlamento Europeo de partidos euroescépticos y soberanistas. Con la llegada de un gobierno de esta índole a Italia parece que la Unión Europea está al borde del colapso, por lo que es fácil pensar que el auge de estos movimientos de forma coordinada a lo largo y ancho de Europa occidental es el objetivo a medio y largo plazo para conseguir una reformulación de la Unión Europea bajo ejes soberanistas que la distancien del atlantismo o bien que ésta implosione y que los estados europeos vuelvan a relacionarse de tú a tú entre ellos, sin nadie que monitorice lo que hacen o dejan de hacer.
Parece que Bannon ha enseñado a Vox a ponerse los guantes de boxeo y que el sparring perfecto se lo ha ofrecido una izquierda que no ha sabido asumir la entrada de una derecha dura en el juego parlamentario, reaccionado redoblando el enfrentamiento con todo lo asociado al conservadurismo. Bannon ha hecho que Vox estructure su discurso alrededor de toda una serie de elementos que hacen saltar los resortes de la izquierda política y mediática, pues cuanto más antagonista es el discurso de la izquierda, más acerca a las posiciones de Vox a los miembros de una clase media que "no son de derechass, pero...", algo que pone de relieve las encuestas que muestran que el trasvase de votos a Vox, de tener lugar, será principalmente desde las bases de Ciudadanos y no de las del PP.
Algo que de momento ya ha ayudado a que Vox marque una parte significativa del discurso de sus rivales por el voto conservador (en el sentido literal del término) tanto en el PP como en C's, como se pudo ver tras los saltos a la valla de Melilla.
La conexión rusa
Y es aquí donde precisamente entra en juego Alexander Dugin y su oportuna aparición en España, pues Bannon, el hombre que está enseñando a luchar a la derecha en España y en Europa, ha sido considerado a menudo como la conexión americana (y ahora en Europa occidental) del filósofo ruso y, por ende, del Kremlin, debido a la relación de Dugin con el gobierno ruso. No solo por medios que están directamente opuestos a sus políticas y a sus objetivos, sino también por medios afines a las ideas de Dugin, quienes parecen haber encontrado en Steve Bannon al “sepulturero del globalismo”.
Como señalaba este artículo de Vanity Fair publicado en julio de 2017, los fundamentos ideológicos de Bannon, como los de Dugin, tienen más relación con la metafísica y lo espiritual que con la política en el sentido que le damos hoy en día. Si para el occidental medio la política es, en el mejor de los casos, una pugna entre ideologías cuya diferencia esencial radica en el modelo de sociedad, de producción, de intercambio, etc., para Bannon y para Dugin se trata de algo muy diferente. Influenciados por los filósofos y esoteristas René Guenon y Julius Evola, conciben su actuación política como el arma con la que luchar contra no ya una u otra ideología, sino contra la cosmovisión que sustenta toda ideología que, en su opinión, se trata del materialismo antimetafísimo cientificista y racionalista heredero de la Revolución Francesa.
El objetivo de ambos sería, en resumidas cuentas, abrir grietas en los fundamentos de ese sistema, de la forma que sea, hasta hacerlo colapsar, como paso previo al retorno a un modelo político, social y económico cuya legitimación venga de un eje espiritual propio para cada pueblo.
En el caso de Dugin, este discurso le ha llevado a postular lo que el denomina como Cuarta Teoría Política (4TP) que recoge aquello salvable de las tres anteriores teorías políticas de la modernidad (liberalismo, de la que salva el sentido de individualidad, comunismo, de la que salva el sentido de comunidad y fascismo, de la que rescata la reivindicación de lo nacional) para proponer a través de ese rescate la estructuración de la superación metafísica de la Modernidad desde ejes no-modernos. Vendría a ser una reapropiación y resignificación de esos elementos de cara a convertirlos en armas con las que superar las propias condiciones que los han generado.
Además, debido a su particular concepción de la geopolítica, Dugin pretende acabar también con la Unión Europea. En su caso para crear un bloque euroasiático formado por Rusia, Asia Central y Europa Occidental que se convierta en un tope a las políticas imperialistas de los Estados Unidos con el objetivo de crear a la larga un sistema geopolítico multipolar en el que ningún estado pueda conseguir la hegemonía global absoluta e imponerle, como considera que ha pasado desde la segunda mitad del S.XX.
En su lucha por la multipolaridad ha defendido, por ejemplo, a los gobiernos populistas lationamericanos. Una idea en la que, de nuevo, la afinidad con Bannon es patente; si bien este último no ha explicitado nunca las tendencias euroasianistas de Dugin y, de hecho, es poco probable que las comparta, la idea de un mundo multipolar basado en soberanías nacionales fuertes no parece ajena a lo que pretende con su “movimiento”.
En el caso de Dugin, y volviendo a su ponencia en Madrid, hay que resaltar que bebe aquí de las tesis de diferentes escuelas geopolíticas tanto rusas como norteamericanas y europeas, pero también de un anhelo del neofascismo de posguerra: la Europa desde Lisboa hasta Vladivostok (reivindicada incluso por pilinguin), la Europa-imperio de los 400 millones de hombres (que ahora serían unos cuantos más) con las que soñaba Jean Thiriart.
Thiriart es un personaje poco conocido para el gran público, como lo son prácticamente todos los ideólogos de lo que a modo de engrudo denominamos fascismo. Exmilitante socialista, se unió durante los años 30 a un partido marginal que reivindicaba la unión de su Bélgica natal al III Reich. Después de la II Guerra Mundial volcó sus esfuerzos en la organización de un partido europeísta tras*nacional a través del movimiento Joven Europa, que tenía delegaciones en todos los países europeos, inclusive España y que se convirtió en uno de los motores intelectuales del postfascismo. Durante los últimos años de su vida colaboró activamente con Dugin, quien ya entonces había formado y dirigía el Partido Nacionalbolchevique en la Rusia post-soviética.
Si Dugin se ha convertido en el principal ideólogo de la nueva derecha a nivel global es, a mi modo de ver, porque nunca se ha desligado de esa red de origen neofascista –a pesar de su entrada en el mundo de la cultura oficial rusa después de la ilegalización de su partido y de convertirse en una figura académica reputada–. Solo hace falta ver dónde se han editado sus obras en España y de mano de quién para comprobarlo. De hecho, viendo el papel que desempeña Rusia en el imaginario de buena parte de la derecha radical europea, se podría pensar que no es casual tampoco el mantenimiento de ese vínculo entre el filósofo y los diferentes grupos en los que han ido derivando los proyectos neofascistas de la segunda mitad del S.XX.
Mientras Bannon se centra en los partidos del descontento, los partidos que capitalizan el voto euroescéptico, soberanista, antiglobalización, nativista, etc., Dugin se encarga de darles un fundamento filosófico, espiritual y conceptual a los grupos más radicales
Que no es casual que sean los líderes del ya periclitado Movimiento Social Republicano de inspiración abiertamente neofascista quienes no solo han editado sus obras, sino que han hecho la presentación de alguna de ellas incluso en la Casa de Rusia de Barcelona. En fin, una relación interesada, interesante y fecunda para ambos lados gracias a la cual los planteamientos geopolíticos del Kremlin obtienen difusión y publicidad, reforzando además la imagen que estos grupos han creado sobre Rusia y en la que estos grupos obtienen un viso de validación internacional, a la vez que se dotan de un poderoso armamento ideológico.
Resumiendo, nos encontramos ante dos personajes que comparten una visión del mundo y unos objetivos políticos a largo plazo que están trabajando activamente para la destrucción de las estructuras globalistas que controlan actualmente Europa occidental, asesorando, financiando o creando un discurso ideológico adaptado a cada país, cuyos ámbitos de actuación parecen complementarse de maravilla: mientras Bannon se centra en los partidos del descontento, los partidos que capitalizan el voto euroescéptico, soberanista, antiglobalización, nativista, etc., Dugin se encarga de darles un fundamento filosófico, espiritual y conceptual a los grupos más radicales que, todo hay que decirlo, tienen relaciones complejas con estos partidos nacionalpopulistas.
Sobre este último aspecto, cabría señalar que la conferencia que Dugin pronunció en Madrid llevaba el sugerente título “Metafísica del populismo” y asistentes a la misma han confirmado a VICE que en ella Dugin señaló que los movimientos populistas que recorren Europa, en cuanto su relación con los conceptos como soberanía, justicia, patria, etc., desde posiciones no-ideológicas, tienen el potencial de convertirse en un movimiento político de carácter metafísico. Una concepción del populismo que puede limar asperezas entre los grupos más radicales y los partidos que se mueven dentro del juego parlamentario y que parece más bien animar a la colaboración entre ambos que al conflicto, como si quisiese convertir a esos grupúsculos en la vanguardia intelectual de los movimientos nacionalistas y populistas de derechas.
Conjeturas que no parecen descabelladas si repasásemos las conexiones entre estos grupúsculos minoritarios y quienes se han convertido en pilares intelectuales de Vox. Por poner un ejemplo, el periodista José Javier Esparza está vinculado al movimiento de la Nueva Derecha desde los años 80, cuando el entonces Secretario General de Alianza Popular Jorge Vestrynge, lo envió a Francia a conocer y escuchar al intelectual de derechas Alain de Benoist. Esparza se ha movido desde entonces entre la derecha mainstream y la marginal sin ningún problema, compaginando ambos ambientes que ahora parecen converger.
Lo que encontramos es la conjunción de las fuerzas marginales de la derecha radical con un gran partido de derecha dura mainstream, que además tiene serias posibilidades de hacerse un hueco en las instituciones españolas y europeas
En 'el nuevo Vox' parece haber ganado un peso considerable dotar al partido de un corpus doctrinal, de una ideología con la que formar a sus cuadros. Hace una semana El Español hablaba de las relaciones de Vox con el filósofo marxista Gustavo Bueno (quien ha sido sin lugar a dudas el filósofo español del último medio siglo) y su Fundación. Una relación que algunos de sus discípulos, como Pedro Insúa y Santiago Armesilla han intentado hacer de menos pero que un aún más reciente artículo en La Nueva España vuelve a poner sin duda de manifiesto, de la misma forma que lo hace un texto escrito por el ya mencionado Armesilla en el año 2013.
Y una feliz coincidencia curiosa, el también discípulo de Gustavo Bueno, Iván Velez, asociado a la Fundación DNAES (Defensa de la Nación española, que es la plataforma con el que Gustavo Bueno y algunos de sus discípulos han colaborado con Santiago Abascal), participó también en el mismo ciclo de conferencias en el que se inscribía la charla de Dugin. No tendrá que ver su reivindicación de la hispanidad, ni de la soberanía nacional española, ni su idea de España como líder de un bloque geopolítico hispanoamericano y, como digo, seguramente se trate de una coincidencia.
De hecho, será también una coincidencia que en el anteriormente citado texto de Santiago Armesilla en el que ataca la deriva derechista de Gustavo Bueno, cite, como síntomas de esa deriva, la colaboración y el compadreo con lo que el propio Armesilla no duda en calificar como neofascistas, neonazis y tercerposicionistas, entre los que se encuentra el filósofo argentino Alberto Buela, quien, de nuevo, coincidentemente, tiene por publicar un libro con Fides, la editorial que organizaba el dicho ciclo de conferencias y, de hecho, ha dado charlas en anteriores ediciones del mismo. De nuevo, felices coincidencias.
Lo que encontramos es la conjunción de las fuerzas marginales de la derecha radical con un gran partido de derecha dura mainstream —que además tiene serias posibilidades de hacerse un hueco en las instituciones españolas y europeas—, en una alianza en la que los primeros han entendido que necesitan de los segundos para conseguir sus objetivos y en la que los segundos han entendido que necesitan de los primeros para darle un sentido a sus propuestas y construir el nuevo marco iliberal en el que ambos grupos pretenden avanzar en sus objetivos.
La crisis del progreso
En definitiva, la ola nacional populista no es un fenómeno pasajero. Es algo que viene fraguándose desde hace muchísimo tiempo, algo que se viene cocinando a un fuego lento y por parte de personas y grupos muy diversos. No es tan solo una reacción a la crisis del Mediterráneo, ni a las políticas de la UE. Su manifestación bajo la forma de los populismos identitarios es tan solo un accidente, lo importante es saber qué ha pasado para que esto emerja ahora con tanta fuerza y eso es, sin duda, la crisis de la hegemonía cultural liberal progresista.
Lo importante es saber qué ha pasado para que esto emerja ahora con tanta fuerza y eso es, sin duda, la crisis de la hegemonía cultural liberal progresista
El sueño de que todo iba a ir a mejor se está rompiendo, poco a poco pero sin parar. Y sin embargo la lectura progresista de la Historia hace que muchos sean incapaces de concebir un mundo en el que no vayamos hacia una mayor igualdad (signifique lo que signifique eso), en el que la violencia sea algo de lo que solo se habla en las clases de Historia. Incapaces de asumir que el mundo del progreso que surgió de la II Guerra Mundial no es más que un paréntesis, parecemos incapaces de asumir que, fuera de nuestras fronteras, esas supuestas leyes de la historia no existen. Que el mundo funciona a base de conflictos, tensiones y guerras y que el mundo occidental está volviendo a integrarse en esas dinámicas a marchas forzadas.
La izquierda y los liberales occidentales siguen manteniendo sus actitudes paternalistas y colonialistas, queriéndose echar a la espalda un mundo que le ha dado la espalda y para el que, como mucho, no es más que un mercado, un puerto o un lugar al que ir a hacer turismo. Hablamos de dejar de usar el coche para ir a hacer la compra de comer menos carne para ayudar al medioambiente, ignorando que, de los diez ríos más contaminados del planeta, ninguno se encuentran en Occidente.
Obviamos que no importamos nada y queremos seguir creyendo que los que sí importan, los países que están realmente volcados en convertirse en los nuevos amos del mundo, siguen escuchándonos, como cuando éramos nosotros quienes partíamos el bacalao. Creemos que tenemos que ser la policía de un mundo que ya no quiere que seamos nada para ellos. Ese mundo; el mundo de China, de Japón, de la India, de Pakistán, de la África que crece a un ritmo imparable con el dinero de estos, está preparado para el conflicto. Entiende mejor la Historia y sus no-leyes que nosotros.
La ola nacionalista, por ello, no es un sarpudillo pasajero, que molesta pero que se va sin dejar rastro en un par de días, se trata de la irrupción en la superficie de una serie de corrientes subterráneas que habían sido suprimidas durante mucho tiempo, corrientes que han estado en la superficie de la historia europea durante siglos y que están en sintonía con el mundo en conflicto porque son ellas mismas conflictivas. Independientemente del nombre que adopten, independientemente de a qué lado del espectro político se sitúen y cuales sean sus fundamentos, convergen porque conciben la esencia de la realidad de una misma forma. Eso es lo que tiene que entender la izquierda si quiere tener algo que decir en los siguientes años y quiere dejar conformarse con las victorias del neoliberalismo rosa que tan duramente y sin descanso criticaba hasta hace unos años.
La Haine empieza con una voz en off contando la historia de un tipo que cae por una ventana. Mientras cae se repite a sí mismo "de momento todo va bien, de momento todo va bien". Esta es la mejor metáfora que se me ocurre para describir este conflicto político que se está dando ya y que va a resolverse en los últimos años, pues si algún eje se está planteando como substituto del eje izquierda-derecha en los términos en los que lo veníamos conociendo, es en mi opinión el eje que divide a los que admiten esta realidad a la que estamos abocados y los que no. Y los que creen que no llevan mucho tiempo preparándose para saber que hacer en el momento en el que nuestros huesos se partan contra el suelo.
Entre Vox, el Kremlin y Donald Trump: así se fragua la nueva derecha española - VICE
Entre Vox, el Kremlin y Donald Trump: así se fragua la nueva derecha española
La metamorfosis de Vox es una señal más del cambio que está a punto de estallarnos en la cara.
Nadie excepto aquellas personas entregadas a la causa del nacionalismo y un puñado de curiosas parece haber prestado atención a lo que sucedió este sábado en un local de actos de la calle Hilarión Eslava de Madrid. En aquel lugar, a eso de las ocho menos cuarto de la tarde, una multitud expectante aguardaba ansiosa el retorno a España del principal exponente de la reacción antiliberal mundial, Alexander Dugin, filósofo, ocultista y geopolitico al servicio de y con influencia sobre el Kremlin que volvía a España (ya estuvo en nuestro país en el 2013, en el marco del mismo ciclo de conferencias organizadas por la Editorial Fides) a dar una charla sobre el populismo, un tema candente a lo largo de todo el espectro del arco político.
Sorprendentemente, ninguno de los comentaristas políticos habituales (ni siquiera aquellos que supuestamente siguen el rastro de esta ola nacionalista y populista) habló de ello y si no voy errado, todavía ninguno lo ha hecho. Los mismos que pusieron el grito en el cielo tras el lleno de Vox en Vistalegre han pasado por alto un evento a la altura de este al menos en su significado, cayendo ante el espejismo de los números sin darse cuenta de que era en este pequeño local –y no en aquel Palacio de los Deportes– donde se fragua el rumbo que se pretende dar a la derecha radical española.
No es que lo de Vistalegre no fuese importante, pero igual que los árboles a veces no nos dejan ver el bosque, lo colorido de las copas de los árboles hacen que nos olvidemos de ver hasta dónde se hunden las raíces. Por eso la intervención de Dugin en España en este preciso momento no parece una simple coincidencia, pero vayamos paso a paso.
La metamorfosis de Vox
Hace tres años, escribí que si en España no existe un partido de extrema derecha fuerte no es –como dice Podemos ni algunos periodistas de izquierdas– por el efecto del 15M o la supuesta excepcionalidad ibérica, sino por la incapacidad secular de la derecha de plantar cara frontalmente en un marco democrático. La derecha española nunca tuvo que luchar, debatir, generar movimientos de masas, etc., a diferencia de las derechas de otros países europeos, porque el Ejército asumía en muchos casos el papel de garante de sus proyectos. Pero esto ha cambiado.
Como señala el comentarista y escritor de extrema derecha Ernesto Milà, el Vox del 2018 no es el Vox del 2014. No es aquel Vox formado por rebotados y descastados del PP que pretendía restaurar el aznarato encarnado en la figura de Santiago Abascal y que no aspiraba más que a eso. El Vox de 2018 ha reforzado su discurso con elementos propios del pensamiento antiliberal y posliberal español (cristianismo como elemento fundamental de la nación española, hispanismo, defensa directa de la monarquía como institución, etc.) que les acercan no tanto al fascismo —como han señalado ciertos comentaristas— sino más bien a los monárquicos duros que durante la II República fundaron la revista reaccionaria Acción Española y sirvieron de base intelectual a Renovación Española, el partido dirigido por alopécico Sotelo a quien, por cierto, Vox rindió homenaje con una ofrenda floral hace unos meses.
Este giro acerca a Vox a lo que el filósofo Ernesto Castro ha acertado en llamar derecha iliberal, el movimiento político que, sin uniformidad ideológica, centra su relato en conflictivizar el relato demoliberal progresista.
Se trata de una derecha que no asume el consenso de posguerra, ni el relato del “fin de la historia”. En el caso de Vox, esto ha pasado por la arrogancia a la hora de enfrentarse (aunque sea indirectamente) con la izquierda. Lo demuestra el discurso de Abascal en Vistalegre, en el que decía cosas como que la izquierda le llamase de derechas para él era una medalla o aquello de que no iba a pedir perdón por la Guerra Civil ni el franquismo. También la reivindicación desacomplejada de un discurso abiertamente derechista que hacía años que no se veía en España enfrentado a la "derechita fistro", como dice Abascal. Un estilo que no se puede calificar sino de trumpiano.
Gracias a este giro, Vox ha conseguido verse como una alternativa válida incluso para algunos de los sectores más duros de la derecha nacionalista, atrayendo incluso a personajes de grupúsculos minoritarios que hasta ahora habían priorizado la pureza ideológica a la utilidad política y a aquellos que, sin purismos de por medio, simplemente consideraban que su ideario nacionalista no encontraba un referente con posibilidades reales por el que valiese la pena movilizarse.
En el blog **************** (uno de los foros de referencia de la alt-right española) podemos encontrar, por ejemplo, clamores a favor del voto masivo a Vox en los que afirman que, a pesar de las reticencias, se trata de la única opción para los identitarios españoles, por encima de formaciones como Respeto (la unión de España 2000, Plataforma per Catalunya y otros partidos menores) o ADÑ (la coalición ultra formada por FE-JONS, La Falange, Democracia Nacional y Alternativa Española).
Quizás se deba a que el momento parece más propicio que los momentos anteriores y que se hayan juntado el hambre y las ganas de comer. Sin cortar lazos con su base social aznarista (meter a Aznar como referente político directo en la misma lista que a Isabel la Católica no es un guiño desdeñable), Abascal ha ido creyendo cada vez más en sí mismo y en las particularidades de lo que él y los suyos tienen que ofrecer más allá de una versión ligeramente más dura del Partido Popular.
Sin lugar a dudas, en este giro ha jugado un papel clave el exjefe de campaña de Donald Trump, Steve Bannon, quien desde su marcha de la Casa Blanca está en Europa financiando y coordinando movimientos soberanistas de derechas en lo que ha venido a llamar “the Movement”. Bannon es también asesor de Vox de cara a las elecciones europeas del 2019 y su influencia en “el nuevo Vox” es tan palpable que incluso hay partes del discurso de Abascal que son calcadas a declaraciones de Bannon.
El objetivo a corto plazo es el de llenar el Parlamento Europeo de partidos euroescépticos y soberanistas. Con la llegada de un gobierno de esta índole a Italia parece que la Unión Europea está al borde del colapso, por lo que es fácil pensar que el auge de estos movimientos de forma coordinada a lo largo y ancho de Europa occidental es el objetivo a medio y largo plazo para conseguir una reformulación de la Unión Europea bajo ejes soberanistas que la distancien del atlantismo o bien que ésta implosione y que los estados europeos vuelvan a relacionarse de tú a tú entre ellos, sin nadie que monitorice lo que hacen o dejan de hacer.
Parece que Bannon ha enseñado a Vox a ponerse los guantes de boxeo y que el sparring perfecto se lo ha ofrecido una izquierda que no ha sabido asumir la entrada de una derecha dura en el juego parlamentario, reaccionado redoblando el enfrentamiento con todo lo asociado al conservadurismo. Bannon ha hecho que Vox estructure su discurso alrededor de toda una serie de elementos que hacen saltar los resortes de la izquierda política y mediática, pues cuanto más antagonista es el discurso de la izquierda, más acerca a las posiciones de Vox a los miembros de una clase media que "no son de derechass, pero...", algo que pone de relieve las encuestas que muestran que el trasvase de votos a Vox, de tener lugar, será principalmente desde las bases de Ciudadanos y no de las del PP.
Algo que de momento ya ha ayudado a que Vox marque una parte significativa del discurso de sus rivales por el voto conservador (en el sentido literal del término) tanto en el PP como en C's, como se pudo ver tras los saltos a la valla de Melilla.
La conexión rusa
Y es aquí donde precisamente entra en juego Alexander Dugin y su oportuna aparición en España, pues Bannon, el hombre que está enseñando a luchar a la derecha en España y en Europa, ha sido considerado a menudo como la conexión americana (y ahora en Europa occidental) del filósofo ruso y, por ende, del Kremlin, debido a la relación de Dugin con el gobierno ruso. No solo por medios que están directamente opuestos a sus políticas y a sus objetivos, sino también por medios afines a las ideas de Dugin, quienes parecen haber encontrado en Steve Bannon al “sepulturero del globalismo”.
Como señalaba este artículo de Vanity Fair publicado en julio de 2017, los fundamentos ideológicos de Bannon, como los de Dugin, tienen más relación con la metafísica y lo espiritual que con la política en el sentido que le damos hoy en día. Si para el occidental medio la política es, en el mejor de los casos, una pugna entre ideologías cuya diferencia esencial radica en el modelo de sociedad, de producción, de intercambio, etc., para Bannon y para Dugin se trata de algo muy diferente. Influenciados por los filósofos y esoteristas René Guenon y Julius Evola, conciben su actuación política como el arma con la que luchar contra no ya una u otra ideología, sino contra la cosmovisión que sustenta toda ideología que, en su opinión, se trata del materialismo antimetafísimo cientificista y racionalista heredero de la Revolución Francesa.
El objetivo de ambos sería, en resumidas cuentas, abrir grietas en los fundamentos de ese sistema, de la forma que sea, hasta hacerlo colapsar, como paso previo al retorno a un modelo político, social y económico cuya legitimación venga de un eje espiritual propio para cada pueblo.
En el caso de Dugin, este discurso le ha llevado a postular lo que el denomina como Cuarta Teoría Política (4TP) que recoge aquello salvable de las tres anteriores teorías políticas de la modernidad (liberalismo, de la que salva el sentido de individualidad, comunismo, de la que salva el sentido de comunidad y fascismo, de la que rescata la reivindicación de lo nacional) para proponer a través de ese rescate la estructuración de la superación metafísica de la Modernidad desde ejes no-modernos. Vendría a ser una reapropiación y resignificación de esos elementos de cara a convertirlos en armas con las que superar las propias condiciones que los han generado.
Además, debido a su particular concepción de la geopolítica, Dugin pretende acabar también con la Unión Europea. En su caso para crear un bloque euroasiático formado por Rusia, Asia Central y Europa Occidental que se convierta en un tope a las políticas imperialistas de los Estados Unidos con el objetivo de crear a la larga un sistema geopolítico multipolar en el que ningún estado pueda conseguir la hegemonía global absoluta e imponerle, como considera que ha pasado desde la segunda mitad del S.XX.
En su lucha por la multipolaridad ha defendido, por ejemplo, a los gobiernos populistas lationamericanos. Una idea en la que, de nuevo, la afinidad con Bannon es patente; si bien este último no ha explicitado nunca las tendencias euroasianistas de Dugin y, de hecho, es poco probable que las comparta, la idea de un mundo multipolar basado en soberanías nacionales fuertes no parece ajena a lo que pretende con su “movimiento”.
En el caso de Dugin, y volviendo a su ponencia en Madrid, hay que resaltar que bebe aquí de las tesis de diferentes escuelas geopolíticas tanto rusas como norteamericanas y europeas, pero también de un anhelo del neofascismo de posguerra: la Europa desde Lisboa hasta Vladivostok (reivindicada incluso por pilinguin), la Europa-imperio de los 400 millones de hombres (que ahora serían unos cuantos más) con las que soñaba Jean Thiriart.
Thiriart es un personaje poco conocido para el gran público, como lo son prácticamente todos los ideólogos de lo que a modo de engrudo denominamos fascismo. Exmilitante socialista, se unió durante los años 30 a un partido marginal que reivindicaba la unión de su Bélgica natal al III Reich. Después de la II Guerra Mundial volcó sus esfuerzos en la organización de un partido europeísta tras*nacional a través del movimiento Joven Europa, que tenía delegaciones en todos los países europeos, inclusive España y que se convirtió en uno de los motores intelectuales del postfascismo. Durante los últimos años de su vida colaboró activamente con Dugin, quien ya entonces había formado y dirigía el Partido Nacionalbolchevique en la Rusia post-soviética.
Si Dugin se ha convertido en el principal ideólogo de la nueva derecha a nivel global es, a mi modo de ver, porque nunca se ha desligado de esa red de origen neofascista –a pesar de su entrada en el mundo de la cultura oficial rusa después de la ilegalización de su partido y de convertirse en una figura académica reputada–. Solo hace falta ver dónde se han editado sus obras en España y de mano de quién para comprobarlo. De hecho, viendo el papel que desempeña Rusia en el imaginario de buena parte de la derecha radical europea, se podría pensar que no es casual tampoco el mantenimiento de ese vínculo entre el filósofo y los diferentes grupos en los que han ido derivando los proyectos neofascistas de la segunda mitad del S.XX.
Mientras Bannon se centra en los partidos del descontento, los partidos que capitalizan el voto euroescéptico, soberanista, antiglobalización, nativista, etc., Dugin se encarga de darles un fundamento filosófico, espiritual y conceptual a los grupos más radicales
Que no es casual que sean los líderes del ya periclitado Movimiento Social Republicano de inspiración abiertamente neofascista quienes no solo han editado sus obras, sino que han hecho la presentación de alguna de ellas incluso en la Casa de Rusia de Barcelona. En fin, una relación interesada, interesante y fecunda para ambos lados gracias a la cual los planteamientos geopolíticos del Kremlin obtienen difusión y publicidad, reforzando además la imagen que estos grupos han creado sobre Rusia y en la que estos grupos obtienen un viso de validación internacional, a la vez que se dotan de un poderoso armamento ideológico.
Resumiendo, nos encontramos ante dos personajes que comparten una visión del mundo y unos objetivos políticos a largo plazo que están trabajando activamente para la destrucción de las estructuras globalistas que controlan actualmente Europa occidental, asesorando, financiando o creando un discurso ideológico adaptado a cada país, cuyos ámbitos de actuación parecen complementarse de maravilla: mientras Bannon se centra en los partidos del descontento, los partidos que capitalizan el voto euroescéptico, soberanista, antiglobalización, nativista, etc., Dugin se encarga de darles un fundamento filosófico, espiritual y conceptual a los grupos más radicales que, todo hay que decirlo, tienen relaciones complejas con estos partidos nacionalpopulistas.
Sobre este último aspecto, cabría señalar que la conferencia que Dugin pronunció en Madrid llevaba el sugerente título “Metafísica del populismo” y asistentes a la misma han confirmado a VICE que en ella Dugin señaló que los movimientos populistas que recorren Europa, en cuanto su relación con los conceptos como soberanía, justicia, patria, etc., desde posiciones no-ideológicas, tienen el potencial de convertirse en un movimiento político de carácter metafísico. Una concepción del populismo que puede limar asperezas entre los grupos más radicales y los partidos que se mueven dentro del juego parlamentario y que parece más bien animar a la colaboración entre ambos que al conflicto, como si quisiese convertir a esos grupúsculos en la vanguardia intelectual de los movimientos nacionalistas y populistas de derechas.
Conjeturas que no parecen descabelladas si repasásemos las conexiones entre estos grupúsculos minoritarios y quienes se han convertido en pilares intelectuales de Vox. Por poner un ejemplo, el periodista José Javier Esparza está vinculado al movimiento de la Nueva Derecha desde los años 80, cuando el entonces Secretario General de Alianza Popular Jorge Vestrynge, lo envió a Francia a conocer y escuchar al intelectual de derechas Alain de Benoist. Esparza se ha movido desde entonces entre la derecha mainstream y la marginal sin ningún problema, compaginando ambos ambientes que ahora parecen converger.
Lo que encontramos es la conjunción de las fuerzas marginales de la derecha radical con un gran partido de derecha dura mainstream, que además tiene serias posibilidades de hacerse un hueco en las instituciones españolas y europeas
En 'el nuevo Vox' parece haber ganado un peso considerable dotar al partido de un corpus doctrinal, de una ideología con la que formar a sus cuadros. Hace una semana El Español hablaba de las relaciones de Vox con el filósofo marxista Gustavo Bueno (quien ha sido sin lugar a dudas el filósofo español del último medio siglo) y su Fundación. Una relación que algunos de sus discípulos, como Pedro Insúa y Santiago Armesilla han intentado hacer de menos pero que un aún más reciente artículo en La Nueva España vuelve a poner sin duda de manifiesto, de la misma forma que lo hace un texto escrito por el ya mencionado Armesilla en el año 2013.
Y una feliz coincidencia curiosa, el también discípulo de Gustavo Bueno, Iván Velez, asociado a la Fundación DNAES (Defensa de la Nación española, que es la plataforma con el que Gustavo Bueno y algunos de sus discípulos han colaborado con Santiago Abascal), participó también en el mismo ciclo de conferencias en el que se inscribía la charla de Dugin. No tendrá que ver su reivindicación de la hispanidad, ni de la soberanía nacional española, ni su idea de España como líder de un bloque geopolítico hispanoamericano y, como digo, seguramente se trate de una coincidencia.
De hecho, será también una coincidencia que en el anteriormente citado texto de Santiago Armesilla en el que ataca la deriva derechista de Gustavo Bueno, cite, como síntomas de esa deriva, la colaboración y el compadreo con lo que el propio Armesilla no duda en calificar como neofascistas, neonazis y tercerposicionistas, entre los que se encuentra el filósofo argentino Alberto Buela, quien, de nuevo, coincidentemente, tiene por publicar un libro con Fides, la editorial que organizaba el dicho ciclo de conferencias y, de hecho, ha dado charlas en anteriores ediciones del mismo. De nuevo, felices coincidencias.
Lo que encontramos es la conjunción de las fuerzas marginales de la derecha radical con un gran partido de derecha dura mainstream —que además tiene serias posibilidades de hacerse un hueco en las instituciones españolas y europeas—, en una alianza en la que los primeros han entendido que necesitan de los segundos para conseguir sus objetivos y en la que los segundos han entendido que necesitan de los primeros para darle un sentido a sus propuestas y construir el nuevo marco iliberal en el que ambos grupos pretenden avanzar en sus objetivos.
La crisis del progreso
En definitiva, la ola nacional populista no es un fenómeno pasajero. Es algo que viene fraguándose desde hace muchísimo tiempo, algo que se viene cocinando a un fuego lento y por parte de personas y grupos muy diversos. No es tan solo una reacción a la crisis del Mediterráneo, ni a las políticas de la UE. Su manifestación bajo la forma de los populismos identitarios es tan solo un accidente, lo importante es saber qué ha pasado para que esto emerja ahora con tanta fuerza y eso es, sin duda, la crisis de la hegemonía cultural liberal progresista.
Lo importante es saber qué ha pasado para que esto emerja ahora con tanta fuerza y eso es, sin duda, la crisis de la hegemonía cultural liberal progresista
El sueño de que todo iba a ir a mejor se está rompiendo, poco a poco pero sin parar. Y sin embargo la lectura progresista de la Historia hace que muchos sean incapaces de concebir un mundo en el que no vayamos hacia una mayor igualdad (signifique lo que signifique eso), en el que la violencia sea algo de lo que solo se habla en las clases de Historia. Incapaces de asumir que el mundo del progreso que surgió de la II Guerra Mundial no es más que un paréntesis, parecemos incapaces de asumir que, fuera de nuestras fronteras, esas supuestas leyes de la historia no existen. Que el mundo funciona a base de conflictos, tensiones y guerras y que el mundo occidental está volviendo a integrarse en esas dinámicas a marchas forzadas.
La izquierda y los liberales occidentales siguen manteniendo sus actitudes paternalistas y colonialistas, queriéndose echar a la espalda un mundo que le ha dado la espalda y para el que, como mucho, no es más que un mercado, un puerto o un lugar al que ir a hacer turismo. Hablamos de dejar de usar el coche para ir a hacer la compra de comer menos carne para ayudar al medioambiente, ignorando que, de los diez ríos más contaminados del planeta, ninguno se encuentran en Occidente.
Obviamos que no importamos nada y queremos seguir creyendo que los que sí importan, los países que están realmente volcados en convertirse en los nuevos amos del mundo, siguen escuchándonos, como cuando éramos nosotros quienes partíamos el bacalao. Creemos que tenemos que ser la policía de un mundo que ya no quiere que seamos nada para ellos. Ese mundo; el mundo de China, de Japón, de la India, de Pakistán, de la África que crece a un ritmo imparable con el dinero de estos, está preparado para el conflicto. Entiende mejor la Historia y sus no-leyes que nosotros.
La ola nacionalista, por ello, no es un sarpudillo pasajero, que molesta pero que se va sin dejar rastro en un par de días, se trata de la irrupción en la superficie de una serie de corrientes subterráneas que habían sido suprimidas durante mucho tiempo, corrientes que han estado en la superficie de la historia europea durante siglos y que están en sintonía con el mundo en conflicto porque son ellas mismas conflictivas. Independientemente del nombre que adopten, independientemente de a qué lado del espectro político se sitúen y cuales sean sus fundamentos, convergen porque conciben la esencia de la realidad de una misma forma. Eso es lo que tiene que entender la izquierda si quiere tener algo que decir en los siguientes años y quiere dejar conformarse con las victorias del neoliberalismo rosa que tan duramente y sin descanso criticaba hasta hace unos años.
La Haine empieza con una voz en off contando la historia de un tipo que cae por una ventana. Mientras cae se repite a sí mismo "de momento todo va bien, de momento todo va bien". Esta es la mejor metáfora que se me ocurre para describir este conflicto político que se está dando ya y que va a resolverse en los últimos años, pues si algún eje se está planteando como substituto del eje izquierda-derecha en los términos en los que lo veníamos conociendo, es en mi opinión el eje que divide a los que admiten esta realidad a la que estamos abocados y los que no. Y los que creen que no llevan mucho tiempo preparándose para saber que hacer en el momento en el que nuestros huesos se partan contra el suelo.
Entre Vox, el Kremlin y Donald Trump: así se fragua la nueva derecha española - VICE