En las celdas 203 y 213 de 'los Jordis' de Soto del Real

Dokaman

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A Sánchez tres etnianos le llaman 'chivata', le gritan 'Viva España' y le ponen el himno de la Legión.

A Cuixart se le ve 'autista' en su módulo, conocido como Can Barça porque fue antes el del ex presi-dente del club.

Así es la vida entre rejas de los líderes de la ANC y Òmnium.
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Los silencios son prolongados en la celda 203 del módulo uno de la prisión madrileña de Soto del Real. Está ubicada en una segunda planta que da al patio y la bajada de temperaturas se empieza a notar en su interior. En sus 10 metros cuadrados hay un plato de ducha, un lavabo, una mesa y una litera con colchones de gomaespuma ignífuga. Abajo descansa Rodolfo Cachero, un empresario asturiano de 71 años dedicado al carbón y acusado de varios delitos contra la Hacienda Pública. Su estado de salud es renqueante. Arriba se encuentra un hombre de barba canosa y tez morena con el que apenas media palabra. Es Jordi Sànchez Picanyol, el líder de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) acusado de un delito de sedición por promover el 20 y 21 de septiembre el acoso de las masas independentistas a la Guardia Civil que se encontraba registrando la Consejería de Economía de la Generalitat. Su rostro está apagado. Ya no hay en él esa mueca de orgullo que exhibió durante esos días de fervor secesionista previos al referéndum ilegal del 1-O junto al también encarcelado líder de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart.

Sànchez ya no luce sonrisa. No es la persona feliz que muestran las plataformas soberanistas en los flyers que están propagando para reclamar su libertad y convertirle, junto al otro Jordi, en un mártir del procés. En un preso político. En un hombre de paz como si nunca hubiese liderado la violenta asociación independentista de La Crida que culpó del atentado de Hipercor «a la empresa y a la policía» y promovió la quema de contenedores a lo kale borroka.

Sus primeros días en prisión preventiva le están pesando como una losa a este barcelonés de 53 años. Es difícil sobrellevar el día de la marmota carcelario, sus rígidos horarios, su insulsa comida...Pero más aún cuando uno tiene el ambiente en contra. Porque Jordi Sànchez se ha convertido, según fuentes penitenciarias, en el reo «más odiado» del tranquilo módulo uno por haber cometido uno de los pecados más castigados por los presos: ser un chivato y denunciar ante los funcionarios a otros compañeros. Una advertencia no recogida en el manual de 36 páginas La prisión, paso a paso, que le entregaron cuando ingresó en el centro el pasado lunes.

Llegó tranquilo a Soto del Real junto a Cuixart y mantuvo una entrevista de 30 minutos con el educador social en la que le preguntó, entre otras cuestiones, si consumía alguna droja o si reconocía el delito por el cual estaba en prisión. No lo hizo. También fue chequeado por el psicólogo y el médico que no apreciaron riesgo de suicidio. Sànchez durmió en el módulo de ingresos con Cuixart y al día siguiente el primero fue trasladado al módulo uno y el segundo al cuatro.

Eran cerca de las ocho y media de la noche del martes cuando Sànchez cometió su gran error y se convirtió en la oveja de color del rebaño carcelario. Se dirigía a cenar al comedor por los pasillos cuando un preso le dedicó un «Viva España», tal y como adelantó El Independiente. Era un hombre de etnia etniana condenado por drojas y querido en el módulo, según ha sabido Crónica. Otros dos etnianos le siguieron la gracia y comenzaron a lanzarle al independentista otros cánticos a favor de España. A pleno pulmón. Cuanto más se enervaba Sànchez, más se le gritaba.

Sus imágenes subido en un Nissan Patrol destrozado de la Guardia Civil arengando a los manifestantes junto a Cuixart no habían pasado desapercibidas para esos reos, que están siguiendo con inquietud el órdago separatista desde sus televisiones de 22 pulgadas. «Al final la guandoca es un reflejo de la sociedad y la tensión que hay fuera también llega a la prisión. Hay muchos presos que se sienten españoles y que están hasta las narices del tema de Cataluña y de tipos como Jordi. Como están aburridos pues se dedican a pensar en distintas formas de incordiarle. Y los funcionarios tampoco es que les tengan mucha simpatía a estos independentistas porque ellos están muy quemados por ver que tienen peores condiciones que sus compañeros catalanes», cuenta un preso recién salido de Soto del Real.

Los funcionarios del módulo uno no interpretaron aquellas proclamas patrióticas como una provocación al líder de la ANC y no riñeron a los presos. «Estaban calentitos y quisieron trasladarle su disgusto con ese «Viva España». No le insultaron. Ojalá todo lo que ocurriese dentro de la prisión fuesen unos gritos», dice un trabajador del centro.

Después de aquel episodio, Jordi llegó alterado al comedor. Tras cenar arroz, merluza a la romana y yogur en una mesa en la más absoluta soledad, se dirigió a un funcionario para quejarse por lo ocurrido. Más tarde, solicitaría por escrito a los responsables del centro un cambio de módulo. Tenía miedo por su integridad física. A la mañana siguiente, un funcionario le explicó que no iban a atender su petición porque el módulo uno, con 120 internos mayores de 45 años y sin delitos de sangre a sus espaldas, era el más tranquilo de la prisión. «Él insistió en que no entendía que no pudiese estar junto al otro Jordi», recuerda un funcionario.

La noticia de su denuncia no tardó en llegar a los oídos de otros presos. Comenzó a orquestarse la campaña contra él. El que había propiciado el acoso contra los agentes de la Benemérita recibía su misma medicina. «Se sintieron indignados porque está muy mal visto entre ellos que un preso delate a otro. Ahora hay un grupo de etnianos que le está tocando la jovenlandesal. Había entrado ya siendo un tío mal visto, pues ahora con más motivo. En otro módulo le habrían puesto la mano encima», comentan desde Soto del Real. No era el primer grupo de etnianos que se rebelaba contra el independentismo. El pasado 1 de octubre, 15 jóvenes asaltaron el colegio de un barrio de Gerona donde se estaba votando el reférendum ilegal, rompieron las urnas y ayudaron a la Guardia Civil.

En Soto del Real, el grupo de presos de etnia etniana ha conseguido poner a todo el módulo en su contra y está convirtiendo su estancia carcelaria en una pesadilla muy española. En un calvario para una persona que es alérgica a todo lo que represente a España. Algunos reos encienden sus radiocedés de la marca Sony (compradas en el economato a un precio de 72,90 euros) para poner canciones patrióticas cuando Jordi pasa por delante de sus celdas. Nunca antes había sonado tantas veces en el centro penitenciario el himno de España, el Novio de la fin de la Legión o el Viva España de Manolo Escobar. «Es que le han cogido manía y lo único que tratan es de incordiarle, pero nadie le ha amenazado. Cuanto más se queje más le gritarán «Viva España». Lo raro es que aún nadie le haya escupido», opina un funcionario. Ahora Jordi tiene miedo y ha optado por no rechistar por recomendación de su abogado. «No se separa de la garita de los funcionarios. Le llaman gaia, cortesana chivata», afirman desde Soto del Real.

Nadie quiere sentarse con él en el comedor. Todo lo contrario que ocurría con el ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, que, según un funcionario, «era un tipo fajado que se supo ganar el cariño de los presos».

Cuixart, hijo de una carnicera murciana y de un obrero badalonés, sí está pasando más desapercibido en el módulo cuatro. Ocupa la celda 213 en solitario y no ha recibido ningún improperio. «Alguna mirada de ardor de estomago sí, pero la mayoría no tiene ni idea de quién es. Es un módulo con personas más jóvenes, muchos extranjeros, donde no están tan interesados en asuntos políticos. Son presos primarios menores de 45 años», comenta un funcionario de la prisión. Cuixart come y cena solo y no ha querido relacionarse con otros presos. «Es como si fuese autista», dicen desde el centro.

Cuixart ha tenido muchas reuniones con su abogado y ha demostrado estar bien asesorado. Meses antes de que comenzase a caldear el ambiente indepe, colocó a un testaferro, según Okdiario, al frente de su empresa dedicada a la fabricación de equipos para envasar alimentos. Quiere evitar que la Justicia amenace su patrimonio.

Su llegada al módulo cuatro provocó el traslado del ex presidente del Barça, Sandro Rosell, acusado de blanqueo de capitales, al módulo 10, que comparte con el ex presidente madrileño Ignacio González o el ex líder de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán. En el módulo cuatro se había ganado la confianza de los presos regalándoles camisetas blaugranas. y, por ello, lo llaman ahora Can Barça. En él estuvo un tiempo Jordi Pujol Ferrusola, el hijo mayor del ex president, hasta que le cazaron mercadeando con tarjetas de telefonía y fue cambiado de módulo.

Rosell buscó romper la monotonía con las actividades deportivas, algo que todavía no han empezado a hacer los líderes de la ANC y Òmnium, dos asociaciones proindependentistas alimentadas con subvenciones públicas por la Generalitat. Los Jordis no se han apuntado a ninguna actividad lúdica ni han adquirido televisiones. Podrán gastar 80 euros semanales en un economato donde podrán comprar desde una caja de Cohiba Club de 10 puros (11,99 euros) hasta un pack de 60 cápsulas de cartílago de tiburón (13,90 euros).

Ellos están siguiendo la misma rutina que el resto de reos. A las ocho de la mañana se levantan, se asean y a las nueve bajan al desayuno. Desde las 10 de la mañana hasta la una y media combinan sus horas de patio con reuniones con sus letrados. Luego acuden al comedor [esta semana han comido desde pasta con tomate hasta cocido madrileño]. Por la tarde, disfrutan de más horas de patio y a las nueve y media de la noche, y tras cenar, regresan a su celda para dormir. Es el tedioso día a día de los Jordis mientras en la calle sus seguidores piden su libertad y algunas voces en el PDeCat apuestan por usarlos como reclamo electoral en sus listas a la Generalitat.
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Salud.
 
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La guandoca es un sitio ideal para bajar los humos. Qué pena que no esté Puigdemont también entre etnianos.
 
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