Heteropatriarca
Madmaxista
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No soy racista pero... Preferencias raciales en tiempos de Tinder
Los usuarios de Tinder de piel de color recibieron un 8% menos matches y un 5,5% menos invitaciones a conversar.
Que solemos emparejarnos con personas similares a nosotros es una regularidad empírica tozuda. Los miembros de las parejas se suelen parecer tanto en características adscritas –la raza, el nivel socioeconómico de los padres– como en características más o menos adquiridas –el nivel educativo o el estatus ocupacional alcanzados, los estilos de vida, las preferencias políticas. La ciencia social del emparejamiento ha hecho un buen trabajo describiendo cómo de iguales son las parejas, pero ha encontrado más dificultades para determinar si esta homogamia se debe a una preferencia genuina por lo igual o a la simple disponibilidad en el entorno de más personas elegibles con las características que valoramos (lo que se conoce como los mercados matrimoniales o mercados del emparejamiento).
Si preguntamos al público por sus preferencias respecto a ciertas características en sus parejas sensuales o románticas, es probable que no declaren toda la verdad. En toda la investigación sobre opiniones y actitudes, pero mucho más en aquella que se interesa por cuestiones íntimas, sensibles o controvertidas, los datos que recogemos tienen el riesgo de presentar sesgos de deseabilidad social. Las preferencias raciales son un caso evidente en el que simplemente preguntar a los ciudadanos puede dar lugar a conclusiones inválidas. Para superar este reto y captar las preferencias reales de los individuos de manera más precisa, en las últimas décadas se recurre con creciente frecuencia a los diseños experimentales.
Los usuarios de Tinder de piel de color recibieron un 8% menos matches y un 5,5% menos invitaciones a conversar.
Que solemos emparejarnos con personas similares a nosotros es una regularidad empírica tozuda. Los miembros de las parejas se suelen parecer tanto en características adscritas –la raza, el nivel socioeconómico de los padres– como en características más o menos adquiridas –el nivel educativo o el estatus ocupacional alcanzados, los estilos de vida, las preferencias políticas. La ciencia social del emparejamiento ha hecho un buen trabajo describiendo cómo de iguales son las parejas, pero ha encontrado más dificultades para determinar si esta homogamia se debe a una preferencia genuina por lo igual o a la simple disponibilidad en el entorno de más personas elegibles con las características que valoramos (lo que se conoce como los mercados matrimoniales o mercados del emparejamiento).
Si preguntamos al público por sus preferencias respecto a ciertas características en sus parejas sensuales o románticas, es probable que no declaren toda la verdad. En toda la investigación sobre opiniones y actitudes, pero mucho más en aquella que se interesa por cuestiones íntimas, sensibles o controvertidas, los datos que recogemos tienen el riesgo de presentar sesgos de deseabilidad social. Las preferencias raciales son un caso evidente en el que simplemente preguntar a los ciudadanos puede dar lugar a conclusiones inválidas. Para superar este reto y captar las preferencias reales de los individuos de manera más precisa, en las últimas décadas se recurre con creciente frecuencia a los diseños experimentales.