ATARAXIO
Madmaxista
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El gran castigo del Imperio español al «mayor traidor» independentista americano
Después de ser capturado, Diego Cristóbal Túpac Amaru fue atenazado y ahorcado hasta la fin el julio de 1783. A continuación, su cadáver fue desmembrado y sus restos repartidos por toda la región
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El gran castigo del Imperio español al «mayor traidor» independentista americano
Después de ser capturado, Diego Cristóbal Túpac Amaru fue atenazado y ahorcado hasta la fin el julio de 1783. A continuación, su cadáver fue desmembrado y sus restos repartidos por toda la región
Oficialmente fue acusado de negarse a entregar las armas y conspirar tras haber firmado un armisticio. Por ello fue considerado un traidor. Sin embargo, algunos expertos creen que las autoridades coloniales no cumplieron su palabra y le capturaron
Esa conciencia de ser inca y como tal representante y defensor de su pueblo, le impulsó a tratar de mejorar la situación de los indios, que en el Perú de fines del xviii era de verdadera explotación, simbolizada en las tres instituciones que más odiaron los indígenas: la mita (obligación de ciertas provincias de proporcionar un determinado número de indios para trabajar en las minas y otros servicios considerados de utilidad pública), los obrajes (especie de primitivas fábricas textiles, donde los indios trabajaban en condiciones penosas) y los repartos forzosos de mercancías, que efectuaban los corregidores y en la práctica equivalían a una forma de extorsión. Así, la primera intervención pública de Túpac Amaru tuvo lugar en 1776, cuando protesta ante el corregidor de la provincia de Tinta y luego también ante el cabildo del Cuzco, por los abusos de funcionarios y solicita el fin de la mita.
En 1777 presenta ante la Audiencia de Lima dos solicitudes para que los indios de su provincia fueran exonerados de servir en la mita de Potosí.
A día de hoy, su etapa al mando del ejército es recordada como una de las más sangrientas de toda la «Gran Rebelión». Aunque también ha sido olvidada por ser extremadamente corta ya que, durante el verano de 1783, este caudillo fue apresado y ajusticiado junto a varios de sus seguidores. La ejecución fue perpetrada de una forma brutal con el objetivo de que sirviese de ejemplo.
Tal y como recogió el escribano Francisco Calonje en la sentencia contra Diego Cristóbal Túpac Amaru, el líder revolucionario fue primero «arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos». A continuación, fue subido a un patíbulo y, con unas grandes tenazas candentes, un verdugo le destrozó y quemó lentamente la carne antes de que falleciera «colgado por el pescuezo». Para terminar, su cuerpo fue desmembrado y cada una de las extremidades fue llevada a una región diferente del Virreinato. Otro tanto le ocurrió a los desafortunados que le acompañaban.
Comienza la revuelta
El origen de la revuelta y la ejecución de Diego Cristóbal hay que buscarlo en uno de sus primos hermanos: José Gabriel Condorcanqui. El futuro líder revolucionario nació en el Virreinato del Perú y, a pesar de ser mestizo, se hizo pronto un hueco entre la élite de la denominada «nación indígena». Así lo afirma la doctora en Historia María Luisa Laviana Cuetos en su artículo para la Real Academia de la Historia « Condorcanqui, José Gabriel. Túpac Amaru II»: «Fue un cacique rico que poseía casas, tierras y un próspero negocio de arriería, gracias al cual hacía frecuentes viajes que le permitieron entrar en contacto con los grupos criollos».
Con el paso de los años, José Gabriel logró ser reconocido como inca. Título que, en palabras de la experta, «le permitió ser aceptado como jefe nato por gran parte de los indios y de sus curacas». Desde entonces comenzó una cruzada contra las autoridades españolas. Para ser más concretos, centró sus esfuerzos en acabar con la mita (la obligación de algunas provincias de entregar nativos para trabajar en las minas), con los obrajes (unas fábricas textiles regentadas por indios bajo supervisión peninsular) y los impuestos establecidos por los corregidores. Así, pronto se ganó el cariño de sus compatriotas.
Tras enfrentarse a los gobernantes locales en varias ocasiones, el autoproclamado Túpac Amaru II (nombre que adoptó en conmemoración del rey inca ejecutado en 1572 por el virrey de Toledo) comenzó su revolución el 4 de noviembre de 1780. Aquel día detuvo al corregidor Antonio de Arriaga. Seis días después le ejecutó. «A partir de ese momento, y desde su epicentro en la provincia de Tinta, la rebelión se expandió con gran rapidez tanto hacia el norte (hasta el Cuzco) como hacia el sur, llegando hasta el lago Titicaca para penetrar finalmente en territorio de la Audiencia de Charcas, hoy Bolivia», añade la experta.
Durante meses, José Gabriel tuvo en jaque al Imperio español con un ejército formado por nativos armados de forma pésima. Tras vencer a las tropas realistas en la batalla de Sangarará el 18 de noviembre de 1780 llegó incluso a sitiar la ciudad de Cuzco, epicentro de la fuerza peninsular. Sin embargo, la resistencia presentada por los defensores les permitió ganar el tiempo suficiente como para recibir refuerzos y vencer a Túpac Amaru II. Desde ese momento comenzó la caída de un movimiento que fue derrotado el 6 de abril de 1781 cuando, tras una sangrienta batalla, el caudillo fue apresado. Su aliento se apagó el 18 de mayo después de recibir un cruel castigo.
Sangre nueva
Es muy probable que las autoridades españolas consideraran que la «Gran rebelión» acabaría con la fin de José Gabriel. Pero nada más lejos de la realidad. De hecho, su ejecución hizo que multitud de caciques locales se alzaran en armas para reclamar el liderazgo de aquellas tropas huérfanas de un mandamás. «Comenzó entonces la segunda fase del movimiento tupamarista, que será mucho más sangrienta que la primera y se prolongará durante todo el año 1781 bajo el liderazgo de Diego Cristóbal Túpac Amaru, primo hermano de José Gabriel», señala María Luisa Laviana Cuetos en su dossier.
Diego Cristóbal enlazó en las semanas posteriores con otro caudillo local, Túpac Catari, y ambos presentaron batalla a las tropas españolas en contiendas como la de La Paz. Pero llegó un momento en el que las ansias de victoria no fueron suficientes para mantener alta la jovenlandesal de su ejército y de sus oficiales. Así pues, el nuevo líder decidió entregar sus armas a los españoles. «Los rebeldes aceptaron el indulto general ofrecido por el virrey y el 11 de noviembre de 1781 se firmó el tratado de paz», añade la experta. Atrás quedaban más de 100.000 muertos y una larga lista de crueles enfrentamientos entre ambos bandos.
https://static4.abc.es/media/historia/2018/09/06/fin.amaruii-kCJF--510x349@abc.jpgfin de Túpac Amaru II
Todo parecía haber acabado cuando, en julio de 1783, las autoridades españolas detuvieron a Diego Cristóbal junto a varios de sus generales. De forma oficial, esta decisión fue tomada basándose en informes en los que se desvelaba que habían conspirado para alzarse de nuevo. A día de hoy esta orden provoca todavía controversia. Y es que, algunos autores son partidarios de que el gobierno local carecía de datos que avalaran esta teoría y se limitó, simplemente, a arrancar de raíz, cual mala hierba, los restos de la «Gran Rebelión». En cualquier caso, el nuevo Túpac Amaru fue cazado, juzgado y condenado a fin.
Cargos
En julio, poco después de que Diego Cristóbal fuese capturado, la justicia española cargó contra el líder rebelde y sus seguidores más cercanos. El veredicto quedó recogido en la « Sentencia contra el reo Diego Cristóval Tupac-Amaru y demás cómplices», un documento que redactó el escribano Francisco Calonje y fue firmado, entre otros tantos, por Gabriel Miguel de Avilés y del Fierro («coronel de los Reales Ejércitos de Su Majestad» y «comandante general de las Armas de esta ciudad y sus provincias»). No hubo piedad para el sucesor de Túpac Amaru II. Su castigo sería ejemplar y acorde al de su ya fallecido primo hermano.
El primer delito del que se le acusó fue el de haber traicionado al Imperio español por acogerse al indulto que, en 1781, habían propuesto los virreyes de las provincias que se habían levantado contra Carlos III. Así lo corrobora Eduardo Zamora y Caballero en su gran « Historia general de España y de sus posesiones de ultramar: desde los tiempos primitivos hasta el advenimiento de la República». En la mencionada obra afirma que el rebelde manifestó en principio «su disposición a someterse al monarca y a las autoridades españolas». La sentencia explicaba que, a pesar de ello, se había puesto posteriormente a la cabeza de la rebelión.
«Yo, don Francisco Calonje, escribano habilitado para la formación de las causas que se están siguiendo […] certifico que, en la causa formada al referido Diego Tupac-Amaru y demás cómplices, […] es de tenor lo siguiente. […] Fallamos, atento a los autos y a resultar de ellos los gravísimos delitos en que ha incurrido el reo […], acreditando en su conducta la falsedad y el engaño con que admitió el indulto, concedido a nombre del benignísimo Soberano, que felizmente reina por muchos años; pues sin respeto a él mantenía correspondencia con los naturales de estos países, acariciándolos, agasajándolos, ofreciéndoles su patrimonio y defensa, usurpando en las cartas que les escribía los dictados de Padre Gobernador e Inca».
La sentencia también explicaba que Diego Cristóbal había incurrido en delitos como dar «títulos de Gobernador, Justicia Mayor y otros» a sus seguidores. Todo ello, «administrando cierta especie de jurisdicción entre ellos», «ocultando los caudales sustraídos a sus legítimos dueños» y no entregando las armas, un requisito indispensable para poder acogerse al indulto. Sin embargo, y siempre según el informe oficial, el mayor agravio que había perpetrado era el de continuar con la revuelta de Túpac Amaru II y la de tratar de convencer al pueblo de que debían enfrentarse al bando realista.
«[Ha querido] últimamente substraer a nuestro augusto y legítimo Soberano estos dominios, dando órdenes a los indios para que guardasen las armas, a fin de estar prontos con ellas, para cuando les avisase; advirtiéndoles desconfiasen de los españoles, a quienes no entregasen las haciendas, por deberse repartir estas entre ellos en ayllos. [También les dijo] que no habría corregidores, sino solo justicias mayores, inspirándoles le ayudasen en cualquier trabajo o prisión en que se hallase, tumultuándose todos, dejándose victorear con los dictados de padre; recordándoles con este motivo los beneficios que le habían debido en exponer su vida por ellos, libertarlos de tantas opresiones, y sacándoles la espina que tenían clavada, permitiendo así las aclamaciones que le daban».
La sentencia cargó también contra la progenitora de Túpac Amaru II, Marcela Castro, por «haber presenciado la conversación relativa al alzamiento, verificado en Marcapata, sin haberse opuesto ni dado cuenta». Tampoco se libraron de la justicia real Simón y Lorenzo Condori, dos generales del procesado. Los tres acusados fueron también condenados a fin.
Cruel condena
Con estas severas acusaciones tan solo quedaba dictar pena de fin. Y así se hizo. Sin embargo, para que la ejecución del heredero de la «Gran Rebelión» sirviese de ejemplo a los futuros líderes locales, Gabriel Miguel de Avilés y su séquito decidieron imponer un castigo a la altura de su traición. Según establecieron, su ajusticiamiento se dividiría en dos partes. En la primera sería víctima del escarnio público y se explicarían sus delitos a los viandantes. A continuación, y para terminar, el verdugo le arrancaría la carne con tenazas al rojo vivo y le colgaría del cuello hasta que dejase este mundo.
«La justicia que se manda hacer es, que sea sacado de la guandoca donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo conducido en esta forma por las calles públicas acostumbradas al lugar del suplicio, en el que junto a la horca estará dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que allí, a vista del público, sea atenazado y después colgado por el pescuezo, y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna sin nuestra licencia, bajo la misma pena».
«Sus bienes serán confiscados para la Cámara de Su Majestad, y sus casas serán arrasadas y saladas, practicándose esta diligencia por el corregidor de la provincia de Tinta»
Por último, se decretó que su cadáver sería mutilado y desmembrado. «Siendo después descuartizado su cuerpo, llevada la cabeza al pueblo de Tungasuca, un brazo a Lauramarca, el otro al pueblo de Carabaya, una pierna a Paucartambo, otra a Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino de la Caja del Agua de esta ciudad», recogía la sentencia. Con todo, el castigo no acabaría con su cadáver desperdigado por medio continente. Ni mucho menos. También se estableció que sus bienes quedarían «confiscados para la Cámara de Su Majestad, y sus casas serán arrasadas y saladas, practicándose esta diligencia por el corregidor de la provincia de Tinta».
Los organismos de justicia dictaron también sentencia contra Marcela Castro. «Será arrastrada a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo así conducida por las calles acostumbradas al lugar del suplicio, donde esté puesta la horca, junto a la que se la cortará la lengua, e inmediatamente colgada por el pescuezo y ahorcada hasta que muera naturalmente», explicaba el informe. Al igual que el cuerpo de Diego Cristóbal, el suyo sería también despedazado y sus miembros desperdigados por toda la región. «El resto de cuerpo se quemará en la hoguera […] y sus cenizas serán arrojadas al aire».
«Acercaron a dicho Diego Cristóval a la hoguera, y tomando en las manos las tenazas, bien caldeadas, descubriéndole los pechos, acometieron a la operación del tenaceo, e inmediatamente lo subieron a la horca»
La condena de Simón y Lorenzo Condori fue similar. Ambos serían sacados de la guandoca, «arrastrados a la cola de una bestia de albarda llevando soga de esparto al cuello» mientras un pregonero informaba de sus delitos. A continuación, el verdugo desmembraría sus cuerpos para que sus brazos, piernas y cabezas fueran paseadas por medio Perú. La última rebelde citada en el documento era Manuela Tito-Condori, a quien condenaron «a perpetuo destierro de estas provincias, reservando su destino fijo a la disposición del excelentísimo señor Virrey de estos reinos, a quien se dará cuenta de todo».
La sentencia se cumplió durante el verano de ese mismo año, como quedó recogido en un informe posterior: «Acercaron a dicho Diego Cristóval a la hoguera, y tomando en las manos las tenazas, bien caldeadas, descubriéndole los pechos, acometieron a la operación del tenaceo, e inmediatamente lo subieron a la horca, lo colgaron del pescuezo, hasta que naturalmente murió, y no dio señal de viviente». Así terminó la última intentona de los familiares de Túpac Amaru II de acabar con la presencia española en la zona.
El fracaso de estas reclamaciones (la llamada “rebelión de rodillas”) decidirá el levantamiento armado, que no es sino el último eslabón de la cadena de conflictos sociales que caracteriza la evolución histórica peruana en el siglo xviii. Pero aunque se relaciona con los movimientos anteriores —de los que viene a ser la culminación—, el movimiento tupamarista tiene características propias por la personalidad de su jefe, por su extensión y arraigo y, sobre todo, por sus objetivos, que en síntesis son: supresión de gravámenes y explotación (impuestos de aduana y alcabalas; repartos forzosos de mercancías); liberación de los esclavos que se unieran a su causa (Bando promulgado en Tungasuca el 16 de noviembre de 1780); acatamiento de la religión católica; ruptura con España y restauración del poder Inca bajo nuevas formas (Bando de coronación de José Gabriel Túpac Amaru como “José Primero, por la gracia de Dios Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur [...]”, fechado en el “Real Asiento de Tungasuca, cabeza de estos reinos” el 18 de marzo de 1781); y unión de todos los peruanos (los “paisanos” o “compatriotas”, sin distinción de razas) en contra de los que llama “europeos intrusos”.