Una parte de la geografía española se encuentra jalonada por hileras de torres que discurren paralelas a las principales vías de comunicación. Su función es a veces ignorada, y cuando se las reconoce como pertenecientes al telégrafo óptico, a menudo se desconoce su complejo funcionamiento y el imaginario popular las llena de hogueras. Más infrecuente aún es identificarlas con la naturaleza de fortines que tuvieron.
La telegrafía óptica es un logro del siglo XVIII, y constituye un gran avance técnico, haciendo posible la tras*misión de noticias con una rapidez desconocida hasta el momento. Ideado y puesto en marcha por la Francia revolucionaria, pronto se difunde por todo el continente europeo y por América, como elemento casi imprescindible del propio Estado liberal. Como siempre España fue un paso por detrás del resto del continente, y las líneas de telégrafo óptico articuladas por todo el país no se levantaron hasta la década de 1840, cuando ya en el resto de Europa comenzaba a funcionar la telegrafía eléctrica. Pero la España de mediados del siglo XIX, empobrecida, inmersa en guerras civiles, presa de constantes pronunciamientos militares y con extensas zonas amenazadas por el bandolerismo era un país ideal para este viejo sistema.
El introductor del sistema en España, José María Mathé, elige un sistema en el que las torres que albergaban el aparato óptico se construyeron como verdaderos fortines, con la entrada en alto, pocas ventanas y el piso bajo aspillerado; además el personal que las atendía tenía una organización paramilitar y estaba formado principalmente por antiguos soldados. Esto hombres ejercían las funciones de operarios-vigía, y además podían llevar los mensajes en persona en caso de urgencia y mala visibilidad.
http://www.altorres.synology.me/imagenes/tras*misiones/coronel_mathe.jpg
El Ministerio de la Gobernación publica un decreto en 1844 para un proyecto de telégrafo que debía unir Madrid con todas las capitales de provincia, fronteras y principales puertos, eligiendo al presentado por el coronel del Estado Mayor D. José María Mathé. Su experiencia en fortificación influyó en el diseño de las torres, verdaderas fortificaciones que albergaban armamento y municiones y que podían resistir los asaltos enemigos. El diseño de todas ellas era común, con pequeñas variantes: edificios cuadrados de tres pisos con entrada en alto, por el segundo; en el tercer piso se abrían ventanas para permitir la observación y en la azotea se colocaba el aparato telegráfico.
En cuanto a las condiciones de colocación, la distancia entre las estaciones debía ser como mínimo de dos leguas y máximo de tres, siguiendo las carreteras existentes, evitando la construcción en parajes deshabitados, y manteniendo la alineación siempre que fuera posible (aunque sus signos eran visibles con igual claridad desde todos los puntos del horizonte, gracias al ingenio de los diseñadores del sistema).
Respecto al aparato para trasmitir los mensajes, Mathé idea un bastidor cúbico de ocho barras de hierro dispuesta de manera que formaba dos cuadrados, uno interior y otro exterior paralelo. Ese armazón sostenía unos travesaños horizontales en los que se colocaban unos paneles alternando con espacios sin ellos, de manera que se formaba un tablero visual a modo de ajedrezado con espacios neցros y vacíos. En el centro de este espacio se movía arriba y abajo un cilindro hueco en forma de corona (indicador), que por su posición respecto a los paneles marcaba unas posiciones convenidas: una por cada signo codificado. Además, una esfera dorada en el exterior se usaba según estuviese visible o no para aportar informaciones auxiliares. Este indicador se manejaba con una polea unida a un volante.
El código visual lo determinaban las posiciones del indicador móvil con respecto a las bandas que funcionaban como un tablero. Según estuviese tangente a las franjas negras por arriba, por abajo, en línea con ellas o en el espacio intermedio, se fijaban 12 posiciones: 10 se correspondían con las cifras del 0 al 9, y dos a las letras X (repita) y M (error). Además las posiciones de la bola lateral expresaban incidencias (el mensaje no puede seguir por niebla, prioridad, etc...). Todos los mensajes iban cifrados y los torreros no conocía el código, de manera que se limitaban a reproducir el mensaje sin saber su significado.
Para cubrir los puestos en las torres se recurrió principalmente a militares licenciados, pues se les consideraba más adecuados dada la naturaleza de secreto y dureza de los puestos. Las líneas se organizaban militarmente en Divisiones, con jefaturas en la capital de provincia, y cada División en Secciones. La dotación de cada torre era de dos operarios más un auxiliar. Los torreros se alternaban en el puesto desde media hora antes de la salida del sol hasta que la oscuridad impidiese ver las posiciones (unas 10 horas en invierno, 15 o 16 en verano). También debían mantener el aparato telegráfico en perfecto estado, el mobiliario, el armamento (cinco carabinas) y las municiones de dotación en cada torre.
Con la pacificación del territorio con el fin de las Guerras Carlistas y la persecución del bandolerismo, junto con las ventajas del telégrafo moderno, este servicio desapareció, quedando la mayoría de sus torres abandonadas. Aún, si nos fijamos, podemos ver alguna en muchos de los parajes que pueblan España, aunque casi todas derruidas y olvidadas.
Fuente: http://www.coit.es/foro/pub/ficheros/torres_fortificadas_telegrafo_optico_en_la_cam_9398e71f.pdf
La telegrafía óptica es un logro del siglo XVIII, y constituye un gran avance técnico, haciendo posible la tras*misión de noticias con una rapidez desconocida hasta el momento. Ideado y puesto en marcha por la Francia revolucionaria, pronto se difunde por todo el continente europeo y por América, como elemento casi imprescindible del propio Estado liberal. Como siempre España fue un paso por detrás del resto del continente, y las líneas de telégrafo óptico articuladas por todo el país no se levantaron hasta la década de 1840, cuando ya en el resto de Europa comenzaba a funcionar la telegrafía eléctrica. Pero la España de mediados del siglo XIX, empobrecida, inmersa en guerras civiles, presa de constantes pronunciamientos militares y con extensas zonas amenazadas por el bandolerismo era un país ideal para este viejo sistema.
El introductor del sistema en España, José María Mathé, elige un sistema en el que las torres que albergaban el aparato óptico se construyeron como verdaderos fortines, con la entrada en alto, pocas ventanas y el piso bajo aspillerado; además el personal que las atendía tenía una organización paramilitar y estaba formado principalmente por antiguos soldados. Esto hombres ejercían las funciones de operarios-vigía, y además podían llevar los mensajes en persona en caso de urgencia y mala visibilidad.
http://www.altorres.synology.me/imagenes/tras*misiones/coronel_mathe.jpg
El Ministerio de la Gobernación publica un decreto en 1844 para un proyecto de telégrafo que debía unir Madrid con todas las capitales de provincia, fronteras y principales puertos, eligiendo al presentado por el coronel del Estado Mayor D. José María Mathé. Su experiencia en fortificación influyó en el diseño de las torres, verdaderas fortificaciones que albergaban armamento y municiones y que podían resistir los asaltos enemigos. El diseño de todas ellas era común, con pequeñas variantes: edificios cuadrados de tres pisos con entrada en alto, por el segundo; en el tercer piso se abrían ventanas para permitir la observación y en la azotea se colocaba el aparato telegráfico.
En cuanto a las condiciones de colocación, la distancia entre las estaciones debía ser como mínimo de dos leguas y máximo de tres, siguiendo las carreteras existentes, evitando la construcción en parajes deshabitados, y manteniendo la alineación siempre que fuera posible (aunque sus signos eran visibles con igual claridad desde todos los puntos del horizonte, gracias al ingenio de los diseñadores del sistema).
Respecto al aparato para trasmitir los mensajes, Mathé idea un bastidor cúbico de ocho barras de hierro dispuesta de manera que formaba dos cuadrados, uno interior y otro exterior paralelo. Ese armazón sostenía unos travesaños horizontales en los que se colocaban unos paneles alternando con espacios sin ellos, de manera que se formaba un tablero visual a modo de ajedrezado con espacios neցros y vacíos. En el centro de este espacio se movía arriba y abajo un cilindro hueco en forma de corona (indicador), que por su posición respecto a los paneles marcaba unas posiciones convenidas: una por cada signo codificado. Además, una esfera dorada en el exterior se usaba según estuviese visible o no para aportar informaciones auxiliares. Este indicador se manejaba con una polea unida a un volante.
El código visual lo determinaban las posiciones del indicador móvil con respecto a las bandas que funcionaban como un tablero. Según estuviese tangente a las franjas negras por arriba, por abajo, en línea con ellas o en el espacio intermedio, se fijaban 12 posiciones: 10 se correspondían con las cifras del 0 al 9, y dos a las letras X (repita) y M (error). Además las posiciones de la bola lateral expresaban incidencias (el mensaje no puede seguir por niebla, prioridad, etc...). Todos los mensajes iban cifrados y los torreros no conocía el código, de manera que se limitaban a reproducir el mensaje sin saber su significado.
Para cubrir los puestos en las torres se recurrió principalmente a militares licenciados, pues se les consideraba más adecuados dada la naturaleza de secreto y dureza de los puestos. Las líneas se organizaban militarmente en Divisiones, con jefaturas en la capital de provincia, y cada División en Secciones. La dotación de cada torre era de dos operarios más un auxiliar. Los torreros se alternaban en el puesto desde media hora antes de la salida del sol hasta que la oscuridad impidiese ver las posiciones (unas 10 horas en invierno, 15 o 16 en verano). También debían mantener el aparato telegráfico en perfecto estado, el mobiliario, el armamento (cinco carabinas) y las municiones de dotación en cada torre.
Con la pacificación del territorio con el fin de las Guerras Carlistas y la persecución del bandolerismo, junto con las ventajas del telégrafo moderno, este servicio desapareció, quedando la mayoría de sus torres abandonadas. Aún, si nos fijamos, podemos ver alguna en muchos de los parajes que pueblan España, aunque casi todas derruidas y olvidadas.
Fuente: http://www.coit.es/foro/pub/ficheros/torres_fortificadas_telegrafo_optico_en_la_cam_9398e71f.pdf