david53
Madmaxista
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A pesar de sufrir dos horas de abordaje francés y recibir más de 500 proyectiles, los 250 soldados castellanos del San Mateo, arcabuceros y piqueros, aguantaron las acometidas enemigas en la batalla de las Terceiras (1582) hasta el punto de que la principal preocupación del maestre Figueroa pasó a ser que sus hombres no abandonaran el galeón
Tras la anexión de Portugal al Imperio español, el Rey Felipe II encargó al granadino Álvaro de Bazán que integrara en la flota hispánica, enfocada más para la lucha mediterránea, las grandes carracas lusas que invernaban en el puerto de Lisboa. Entre estas enormes embarcaciones se contaba un rocoso galeón nombrado San Mateo, de 600 toneladas, que fue apresado por el propio Bazán en los combates marítimos en Setúbal que precedieron a la toma de Lisboa.
En cuanto terminó de acondicionar la nueva flota atlántica, que los portugueses usaban en sus rutas comerciales, Bazán fue nombrado comandante de la campaña para recuperar el Archipielago de las Azores, que el Prior Antonio, pretendiente al trono, había rebelado contra Felipe II en su huida. El marinero granadino nombró al barco San Martín de 1.000 toneladas como su Capitana y se dirigió con 25 galeones, entre ellos el San Mateo, a reconquistar las islas rebeldes. Contra la flota hispano portuguesa, el Prior Antonio logró reunir a lo largo de 1582 una flota de 40 barcos, la mayoría de tonelaje medio, al mando de Felipe Strozzi, almirante florentino al servicio de Francia. En un tiempo récord, Francia levantó una sólida flota atestada de hugonotes entusiasmados con la idea de combatir al imperio católico. Sin embargo, dado que en ese momento Francia y España no estaban enfrentados, la presencia de Strozzi en las Azores no era oficial.
La epopeya del San Mateo
Poco había escrito sobre la lucha entre grandes galeones cuando ambas escuadras se enfrentaron. Ni siquiera Bazán, héroe en Lepanto, conocía los pormenores de un tipo de combate donde la artillería se presumía protagonista. Por si acaso, embarcó en sus barcos a otro de los protagonistas de Lepanto, al Tercio de Lope de Figueroa, a la espera de hacer valer la superioridad de su infantería llegado el caso de un abordaje masivo.
El 26 de julio de 1582, las dos flotas se toparon frente a frente. Tras una serie de maniobras por hacerse con el viento a favor, los españoles se prepararon para lanzar una ráfaga artillera. No en vano, el viento y las mareas beneficiaban a los franceses. Y la cosa todavía iba a complicarse más para los intereses hispanos. El galeón San Mateo, al mando de Lope de Figueroa, y donde iban embarcados los mejores soldados de la flota, se adelantó al resto y se dirigió en solitario al corazón enemigo. Han asegurado muchos historiadores que se trató de una audaz iniciativa a cargo del maestre de campo Lope de Figueroa; tantos como los que sostienen que fue un error de navegación.
El hecho de que Alonso, hermano de Bazán, fuera el capitán de este galeón armado con 32 piezas de artillería sugiere que todo pudo ser parte de un plan concebido antes del combate.
No lo creyó así Strozzi, que se lanzó al abordaje de la nave aislada con cinco naves de gran potencia bajo su mando directo. En ese momento pensó que iba a ser una presa fácil. El ataque llegó desde babor por parte del Saint Jean Baptiste, de Strozzi, y por la otra banda por el Brissac, mientras otros tres barcos más se situaban por los extremos de proa y popa. Como explica Agustín R. Rodríguez González en su biografía sobre Álvaro de Bazán (Edaf, 2017), los españoles prefirieron no responder al fuego a discreción de los franceses. Ello se debió a la táctica impuesta por Figueroa, y común entre los españoles, de retener el fuego hasta que los franceses estuvieran borda a borda. La descarga de arcabuceros y fusileros sembró de cadáveres la cubierta enemiga. Frascos y vasijas incendiarias o primitivas granadas de mano fueron el otro recurso de los españoles para mantener a distancia al enemigo.
A pesar de sufrir dos horas de abordaje francés y recibir más de 500 proyectiles, los 250 soldados castellanos del San Mateo, arcabuceros y piqueros, aguantaron las acometidas hasta el punto de que la principal preocupación del maestre Figueroa pasó a ser que sus hombres no abandonaran el galeón para lanzarse éllos al abordaje enemigo. El maestre de campo se vio obligado a prohibirles, bajo pena de fin, saltar a los barcos enemigos. En el momento de mayor presión, el San Mateo fue atacado por cuatro bajeles directamente, entre ellos la Almiranta y la Capitana, mientras otros cuatro barcos se ocupaban, como si de perros guardianes se tratara, de cerrar el paso a un posible socorro.
Las dos horas de lucha desigual permitieron la llegada de los refuerzos y la batalla se situó en la posición que Strozzi había querido evitar: una maraña de barcos luchando cuerpo a cuerpo. Ahora sí, la victoria española quedaba servida. Ni siquiera hizo falta derramar mucha sangre: la flota enemiga se dispersó en mil direcciones en cuanto murió Strozzi y se perdieron los mejores barcos. Las bajas francesas rondaron los 2.000 muertos, siendo apresados o hundidos diez buques del tamaño del San Mateo.
El maestre de campo a bordo San Mateo se vio obligado a prohibirles, bajo pena de fin, saltar a los barcos enemigos
Con cubiertas más altas y con soldados adiestrados para el combate marítimo -Lepanto da fe de ello-, las fuerzas de Bazán suponían un rival inabordable una vez iniciada la fase de los abordajes. Sin la protección de la flota francesa, cuyos barcos restantes iniciaron la huida al ver caer a la nave capitana, la isla de las Terceiras quedaba lista para su conquista. Solo una tormenta otoñal y la inoportuna llegada de la flota de Indias impidieron que se pudiera realizar el desembarco militar en ese mismo año.
La anexión completa del Imperio portugués animó al Rey a tomar una decisión que llevaba posponiendo varias décadas: la guerra con la Inglaterra de Isabel I. El episodio más conocido de este conflicto fue la mal llamada Armada Invencible, que fracasó en su objetivo de contactar con Alejandro Farnesio en la costa flamenca.
Sin el fallecido Bazán, algunos de sus almirantes de confianza presentes en las Terceiras trataron de emular la estrategia allí ofreciendo un señuelo como el San Mateo a los ingleses. Pero ni estos cayeron en la trampa, ni el nuevo comandante español, Medina-Sidonia, era partidario de presentar batalla a los ágiles barcos británicos. Su empeño en hacer las veces únicamente de convoy de tras*porte condenó al peor de los desenlaces a la Armada.
El barco de la Armada que vendió cara su piel
El 6 de agosto de 1588, la escuadra recaló en las proximidades de Calais con la intención de permanecer allí fondeada mientras su comandante escribía a Farnesio. Sin embargo, en la madrugada del 7 al 8 de agosto, la Armada española recibió el ataque de ocho brulotes (barcos incendiarios), que rompieron por primera vez el orden de la flota y, en un momento de pánico, algunos capitanes soltaran las cadenas de sus anclas para salir cuanto antes de Calais. Aquella salida desordenada derivó en un intercambio de fuego con los ingleses, que causaron averías de gravedad en barcos principales como el San Felipe, el San Mateo, el San Martín o el San Marcos.
En el legendario galeón estaba embarcado Don Diego Pimentel, maestre de campo del tercio de Sicilia, que en Lisboa reclutó a 277 hombres (repartidos entre las compañías de Ávalos, Pimentel y Francisco Marquez). El capitán del galeón, por su parte, era Don Juan Iñiguez Maldonado. Todos ellos se propusieron vender cara la piel del San mateo.
La columna inglesa al mando de Drake, con los barcos más fuertes de la escuadra inglesa, castigaron a los españoles en su desordenada salida de Calais. Hartos de la pasividad de la Armada, los galeones españoles con más mordiente, el San Mateo, el San Martín y el San Felipe, entre otros, cubrieron la retaguardia para dar tiempo al resto de barcos a marcharse de aquella ratonera. Este movimiento heroico rescató al San Juan de Recalde, que más demorado estaba a pleno cañonazo del enemigo. Rodeado por el Ark Royal, el Golden Lion y el White bear, el San Mateo y el San Felipe combatieron contra al menos diez navíos durante varias horas.
Esa misma noche, el San Mateo y el San Felipe se echaron a la costa como animales heridos. Diego Pimentel se negó a abandonar el barco a pesar de los graves daños cuando Medina-Sidonia envió un socorro para que se trasladara la tripulación del San Mateo. Al contrario, Pimentel rogó al capitán general que le mandase «algún piloto para poder seguir navegando y un buzo para estancar el casco de la nave», lo cual le negaron por ser «ya tarde y los mares muy grandes no pudieron llegar» a nave.
El San Mateo encalló entre Ostende y Sluis. Dos buques holandeses, ayudados de tres bajeles británicos, se apoderaron de él. La resistencia numantina le costó la vida a la mayoría de sus tripulantes. Solo Diego Pimentel y un puñado de hombres sobrevivieron a esta resistencia suicida, quedando presos de los holandeses durante un tiempo en Amsterdam.
En total, el galeón recibió otros 350 impactos de cañón. La nave fue saqueada hasta sus raíces. Aunque solo fue posible aprovechar la artillería debido al estado calamitoso del barco, el holandés Pieter van der Does llevó a Leiden una gran flámula del San Mateo para exponerlo a modo de trofeo en la iglesia Pieterschurch, donde permaneció tres siglos.
El San Mateo: la roca flotante del Imperio español que combatió a ocho galeones franceses en solitario
Tras la anexión de Portugal al Imperio español, el Rey Felipe II encargó al granadino Álvaro de Bazán que integrara en la flota hispánica, enfocada más para la lucha mediterránea, las grandes carracas lusas que invernaban en el puerto de Lisboa. Entre estas enormes embarcaciones se contaba un rocoso galeón nombrado San Mateo, de 600 toneladas, que fue apresado por el propio Bazán en los combates marítimos en Setúbal que precedieron a la toma de Lisboa.
En cuanto terminó de acondicionar la nueva flota atlántica, que los portugueses usaban en sus rutas comerciales, Bazán fue nombrado comandante de la campaña para recuperar el Archipielago de las Azores, que el Prior Antonio, pretendiente al trono, había rebelado contra Felipe II en su huida. El marinero granadino nombró al barco San Martín de 1.000 toneladas como su Capitana y se dirigió con 25 galeones, entre ellos el San Mateo, a reconquistar las islas rebeldes. Contra la flota hispano portuguesa, el Prior Antonio logró reunir a lo largo de 1582 una flota de 40 barcos, la mayoría de tonelaje medio, al mando de Felipe Strozzi, almirante florentino al servicio de Francia. En un tiempo récord, Francia levantó una sólida flota atestada de hugonotes entusiasmados con la idea de combatir al imperio católico. Sin embargo, dado que en ese momento Francia y España no estaban enfrentados, la presencia de Strozzi en las Azores no era oficial.
La epopeya del San Mateo
Poco había escrito sobre la lucha entre grandes galeones cuando ambas escuadras se enfrentaron. Ni siquiera Bazán, héroe en Lepanto, conocía los pormenores de un tipo de combate donde la artillería se presumía protagonista. Por si acaso, embarcó en sus barcos a otro de los protagonistas de Lepanto, al Tercio de Lope de Figueroa, a la espera de hacer valer la superioridad de su infantería llegado el caso de un abordaje masivo.
El 26 de julio de 1582, las dos flotas se toparon frente a frente. Tras una serie de maniobras por hacerse con el viento a favor, los españoles se prepararon para lanzar una ráfaga artillera. No en vano, el viento y las mareas beneficiaban a los franceses. Y la cosa todavía iba a complicarse más para los intereses hispanos. El galeón San Mateo, al mando de Lope de Figueroa, y donde iban embarcados los mejores soldados de la flota, se adelantó al resto y se dirigió en solitario al corazón enemigo. Han asegurado muchos historiadores que se trató de una audaz iniciativa a cargo del maestre de campo Lope de Figueroa; tantos como los que sostienen que fue un error de navegación.
El hecho de que Alonso, hermano de Bazán, fuera el capitán de este galeón armado con 32 piezas de artillería sugiere que todo pudo ser parte de un plan concebido antes del combate.
No lo creyó así Strozzi, que se lanzó al abordaje de la nave aislada con cinco naves de gran potencia bajo su mando directo. En ese momento pensó que iba a ser una presa fácil. El ataque llegó desde babor por parte del Saint Jean Baptiste, de Strozzi, y por la otra banda por el Brissac, mientras otros tres barcos más se situaban por los extremos de proa y popa. Como explica Agustín R. Rodríguez González en su biografía sobre Álvaro de Bazán (Edaf, 2017), los españoles prefirieron no responder al fuego a discreción de los franceses. Ello se debió a la táctica impuesta por Figueroa, y común entre los españoles, de retener el fuego hasta que los franceses estuvieran borda a borda. La descarga de arcabuceros y fusileros sembró de cadáveres la cubierta enemiga. Frascos y vasijas incendiarias o primitivas granadas de mano fueron el otro recurso de los españoles para mantener a distancia al enemigo.
A pesar de sufrir dos horas de abordaje francés y recibir más de 500 proyectiles, los 250 soldados castellanos del San Mateo, arcabuceros y piqueros, aguantaron las acometidas hasta el punto de que la principal preocupación del maestre Figueroa pasó a ser que sus hombres no abandonaran el galeón para lanzarse éllos al abordaje enemigo. El maestre de campo se vio obligado a prohibirles, bajo pena de fin, saltar a los barcos enemigos. En el momento de mayor presión, el San Mateo fue atacado por cuatro bajeles directamente, entre ellos la Almiranta y la Capitana, mientras otros cuatro barcos se ocupaban, como si de perros guardianes se tratara, de cerrar el paso a un posible socorro.
Las dos horas de lucha desigual permitieron la llegada de los refuerzos y la batalla se situó en la posición que Strozzi había querido evitar: una maraña de barcos luchando cuerpo a cuerpo. Ahora sí, la victoria española quedaba servida. Ni siquiera hizo falta derramar mucha sangre: la flota enemiga se dispersó en mil direcciones en cuanto murió Strozzi y se perdieron los mejores barcos. Las bajas francesas rondaron los 2.000 muertos, siendo apresados o hundidos diez buques del tamaño del San Mateo.
El maestre de campo a bordo San Mateo se vio obligado a prohibirles, bajo pena de fin, saltar a los barcos enemigos
Con cubiertas más altas y con soldados adiestrados para el combate marítimo -Lepanto da fe de ello-, las fuerzas de Bazán suponían un rival inabordable una vez iniciada la fase de los abordajes. Sin la protección de la flota francesa, cuyos barcos restantes iniciaron la huida al ver caer a la nave capitana, la isla de las Terceiras quedaba lista para su conquista. Solo una tormenta otoñal y la inoportuna llegada de la flota de Indias impidieron que se pudiera realizar el desembarco militar en ese mismo año.
La anexión completa del Imperio portugués animó al Rey a tomar una decisión que llevaba posponiendo varias décadas: la guerra con la Inglaterra de Isabel I. El episodio más conocido de este conflicto fue la mal llamada Armada Invencible, que fracasó en su objetivo de contactar con Alejandro Farnesio en la costa flamenca.
Sin el fallecido Bazán, algunos de sus almirantes de confianza presentes en las Terceiras trataron de emular la estrategia allí ofreciendo un señuelo como el San Mateo a los ingleses. Pero ni estos cayeron en la trampa, ni el nuevo comandante español, Medina-Sidonia, era partidario de presentar batalla a los ágiles barcos británicos. Su empeño en hacer las veces únicamente de convoy de tras*porte condenó al peor de los desenlaces a la Armada.
El barco de la Armada que vendió cara su piel
El 6 de agosto de 1588, la escuadra recaló en las proximidades de Calais con la intención de permanecer allí fondeada mientras su comandante escribía a Farnesio. Sin embargo, en la madrugada del 7 al 8 de agosto, la Armada española recibió el ataque de ocho brulotes (barcos incendiarios), que rompieron por primera vez el orden de la flota y, en un momento de pánico, algunos capitanes soltaran las cadenas de sus anclas para salir cuanto antes de Calais. Aquella salida desordenada derivó en un intercambio de fuego con los ingleses, que causaron averías de gravedad en barcos principales como el San Felipe, el San Mateo, el San Martín o el San Marcos.
En el legendario galeón estaba embarcado Don Diego Pimentel, maestre de campo del tercio de Sicilia, que en Lisboa reclutó a 277 hombres (repartidos entre las compañías de Ávalos, Pimentel y Francisco Marquez). El capitán del galeón, por su parte, era Don Juan Iñiguez Maldonado. Todos ellos se propusieron vender cara la piel del San mateo.
La columna inglesa al mando de Drake, con los barcos más fuertes de la escuadra inglesa, castigaron a los españoles en su desordenada salida de Calais. Hartos de la pasividad de la Armada, los galeones españoles con más mordiente, el San Mateo, el San Martín y el San Felipe, entre otros, cubrieron la retaguardia para dar tiempo al resto de barcos a marcharse de aquella ratonera. Este movimiento heroico rescató al San Juan de Recalde, que más demorado estaba a pleno cañonazo del enemigo. Rodeado por el Ark Royal, el Golden Lion y el White bear, el San Mateo y el San Felipe combatieron contra al menos diez navíos durante varias horas.
Esa misma noche, el San Mateo y el San Felipe se echaron a la costa como animales heridos. Diego Pimentel se negó a abandonar el barco a pesar de los graves daños cuando Medina-Sidonia envió un socorro para que se trasladara la tripulación del San Mateo. Al contrario, Pimentel rogó al capitán general que le mandase «algún piloto para poder seguir navegando y un buzo para estancar el casco de la nave», lo cual le negaron por ser «ya tarde y los mares muy grandes no pudieron llegar» a nave.
El San Mateo encalló entre Ostende y Sluis. Dos buques holandeses, ayudados de tres bajeles británicos, se apoderaron de él. La resistencia numantina le costó la vida a la mayoría de sus tripulantes. Solo Diego Pimentel y un puñado de hombres sobrevivieron a esta resistencia suicida, quedando presos de los holandeses durante un tiempo en Amsterdam.
En total, el galeón recibió otros 350 impactos de cañón. La nave fue saqueada hasta sus raíces. Aunque solo fue posible aprovechar la artillería debido al estado calamitoso del barco, el holandés Pieter van der Does llevó a Leiden una gran flámula del San Mateo para exponerlo a modo de trofeo en la iglesia Pieterschurch, donde permaneció tres siglos.
El San Mateo: la roca flotante del Imperio español que combatió a ocho galeones franceses en solitario