El Pionero
Alcalde y presidente de Fútbol Paco premium
Un día cualquiera, Gabriel Felipe dijo basta. No había ocurrido nada en particular. Ningún cliente se había sobrepasado esta vez, ni se había visto obligado a consumir cocaína sin que le apeteciera, solo por cumplir. "Simplemente no podía volver a la sauna. Llegó un punto que no podía más, tenía ardor de estomago de mí mismo", recuerda este brasileño de 24 años en una conversación telefónica.
Había llegado desde Brasil a Barcelona con 20 años. Sin ningún conocido en la ciudad y con el dinero justo para sobrevivir durante un mes, la primera y única actividad que ejerció en su nuevo destino fue la prespitación. "Nunca me había prostituido antes", asegura Gabriel Felipe, que provenía de una familia que él define como "de clase media", pero "con muchos problemas de homofobia".
Acudía a una sauna de Barcelona, donde otros muchos chicos jóvenes, la mayoría de ellos también latinoamericanos, se disputaban los clientes. Todos lo hacían por su cuenta. La figura del proxeneta es inexistente en el mundo de la prespitación masculina, una actividad destinada a una clientela casi exclusivamente también masculina.
El uso de drojas con los clientes, generalmente cocaína y "tina" (metanfetamina), es habitual y suele redundar en un mayor beneficio para el "cafre", como se conoce en el argot a los hombres que ejercen la prespitación, pero la carga psicológica y física del consumo es, a veces, insostenible.
"La decisión de parar fue también por las drojas. No quería más, pero los clientes pagaban mucho y acababas aceptándolo", declara Gabriel Felipe, que permaneció seis meses en casa "depresivo, casi sin salir y levantándome todos los días a las cuatro". Pasado ese tiempo, la necesidad económica le llevó a retomar la prespitación y, ahora, asegura, lo ve como un "trabajo normal".
Disociación y motivos económicos
La clave para llegar a ese punto es lo que, Roberto Sanz, psicólogo de la Fundación Sexpol, define como disociación. "Las personas que ejercen la prespitación generalmente tienen una parte disociada de la mente, como cuando un médico se pone la bata", explica el sexólogo. "Esta gente tiene su vida sensual relativamente normalizada y, cuando van a trabajar, tienen un papel que ejercen sin que les afecte".
No existen datos ni siquiera estimados sobre el número de hombres que ejercen esta actividad en España. Tampoco hay, por tanto, sobre los clientes. La mayoría de ellos, según las fuentes consultadas para este reportaje, son hombres de más de 45 años.
Al contrario que en el mundo de la prespitación femenina, la trata y la esclavitud sensual no son un fenómeno habitual entre los hombres cisgénero -término que se opone al de tras*género-, que no la ejercen por coacción. "Habría que ver si la libertad es realmente libertad. Muchas personas lo ejercen libremente en el sentido de que no han encontrado otro trabajo y no quieren cobrar 400 euros al mes y eso no es libertad", considera Sanz.
"Me cuesta hacerlo y me da mucho ardor de estomago, pero te pagan primero y ya tienes el dinero. Hay que apagar la cabeza y dejar que pase", declara Gabriel Felipe. "Me da libertad, me permite viajar. Trabajo, vuelvo a Barcelona un par de semanas, descanso mi cuerpo y empiezo otra vez. Yo ya no podría trabajar como camarero seis días a la semana para ganar 1.200 euros al mes".
Los límites del consentimiento
El pasado 5 de septiembre, un joven de 20 años interpuso una denuncia de agresión por parte de un grupo de encapuchados en el barrio madrileño de Malasaña, que, según su testimonio, le habían metido en un portal y le habían grabado con una navaja la palabra “lgtb” en el glúteo. El joven se desdijo de su testimonio unos días después.
No obstante, las heridas eran reales y, según diversas fuentes, entre ellas una información publicada por el diario El Español, se las produjeron dos clientes mientras se encontraba ejerciendo la prespitación. El caso, que tuvo una enorme repercusión mediática, ha generado un debate sobre los límites del consentimiento en la prespitación masculina.
"En un trabajo sensual no hay consentimiento, solo una relación de poder y un acto violento", afirma rotundamente Sanz, psicólogo de Sexpol. "Desde el punto de vista de la prespitación masculina, la fuerza física podría estar más igualada, pero gran parte del poder se ejerce desde el dinero y el contrato así que, por muy fuerte que sea un trabajador sensual, se va a ver obligado a hacer ciertas cosas que no le interesan".
A pesar de todo, Gabriel Felipe asegura haber vivido pocas situaciones en las que viera su integridad física en peligro. "La primera fue en la sauna, con un cliente que tenía el fetiche de pegar y no quiso parar. Tuve que avisar a la seguridad", afirma. En otra ocasión, un cliente quiso que el servicio fuera sin protección y, ante su negativa, se puso agresivo. "Cogí la mitad del dinero y salí corriendo, pensaba que me iba a agredir".
La realidad parece muy lejana a la de la prespitación femenina. "En muchos casos, los trabajadores sensuales tienen herramientas suficientes para poner los límites y hay más casos de saber negociar gestionar y limitar que no de violencia", explica Héctor Adell Lorente, técnico de la asociación Stop Sida, que les da atención en salud sensual y emocional.
El riesgo de la implicación emocional
David tiene 51 años y ejerce la prespitación desde 2017. Al principio era una actividad complementaria a su trabajo como productor musical, pero, con la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, se ha convertido en su única fuente de ingresos.
"A mi los clientes no me llaman para hacer un masaje, soy un perfil de prácticas más extremas como BDSM -una práctica sensual en la que se reparten roles de dominación y sumisión y en la que se llevan a cabo actos de maltrato consensuados-", explica David.
En su caso, que un cliente se pueda sobrepasar con él es bastante improbable, dado que en el 99% de los casos ejerce un rol dominante. Tampoco consume drojas mientras trabaja. Su principal reto es tratar de evitar una implicación emocional con sus clientes.
"En el momento en el que terminas, hay clientes a los que la cabeza les hace 'click' y empiezan a soltar cosas como 'dios nos va a castigar' o 'mi mujer y mis hijos me quieren, ¿por qué hago esto?'", relata David. "Ahí tienes que poner barreras para que lo que te está vomitando ese tío en ese momento no te afecte, porque, si no tienes la suficiente fortaleza, te acabas creyendo que tú eres el culpable de que esté engañando a su mujer".
Para él, es solo una ocupación temporal, a la espera de poder regresar a su sector. "La gente piensa que es dinero fácil, es verdad que estoy cobrando mucho dinero, pero no es tan fácil por el tema emocional", explica David. "Y tienes que acostarte con gente con la que no lo harías gratis y realizar prácticas que no te gustan. El BDSM no me gusta, el sesso lo he entendido siempre de igual a igual".
Gabriel Felipe tampoco se ve ejerciendo la prespitación durante mucho más tiempo. "Creo que ya he resuelto mis problemas psicológicos ahora y estoy más confiado", declara. "Yo invierto y pienso poder, algún día, alcanzar mis propósitos y dejar esto. Tener una vida normal, pero con una independencia financiera, ser independiente de cualquier trabajo que tenga un jefe".
Había llegado desde Brasil a Barcelona con 20 años. Sin ningún conocido en la ciudad y con el dinero justo para sobrevivir durante un mes, la primera y única actividad que ejerció en su nuevo destino fue la prespitación. "Nunca me había prostituido antes", asegura Gabriel Felipe, que provenía de una familia que él define como "de clase media", pero "con muchos problemas de homofobia".
Acudía a una sauna de Barcelona, donde otros muchos chicos jóvenes, la mayoría de ellos también latinoamericanos, se disputaban los clientes. Todos lo hacían por su cuenta. La figura del proxeneta es inexistente en el mundo de la prespitación masculina, una actividad destinada a una clientela casi exclusivamente también masculina.
El uso de drojas con los clientes, generalmente cocaína y "tina" (metanfetamina), es habitual y suele redundar en un mayor beneficio para el "cafre", como se conoce en el argot a los hombres que ejercen la prespitación, pero la carga psicológica y física del consumo es, a veces, insostenible.
"La decisión de parar fue también por las drojas. No quería más, pero los clientes pagaban mucho y acababas aceptándolo", declara Gabriel Felipe, que permaneció seis meses en casa "depresivo, casi sin salir y levantándome todos los días a las cuatro". Pasado ese tiempo, la necesidad económica le llevó a retomar la prespitación y, ahora, asegura, lo ve como un "trabajo normal".
Disociación y motivos económicos
La clave para llegar a ese punto es lo que, Roberto Sanz, psicólogo de la Fundación Sexpol, define como disociación. "Las personas que ejercen la prespitación generalmente tienen una parte disociada de la mente, como cuando un médico se pone la bata", explica el sexólogo. "Esta gente tiene su vida sensual relativamente normalizada y, cuando van a trabajar, tienen un papel que ejercen sin que les afecte".
No existen datos ni siquiera estimados sobre el número de hombres que ejercen esta actividad en España. Tampoco hay, por tanto, sobre los clientes. La mayoría de ellos, según las fuentes consultadas para este reportaje, son hombres de más de 45 años.
Al contrario que en el mundo de la prespitación femenina, la trata y la esclavitud sensual no son un fenómeno habitual entre los hombres cisgénero -término que se opone al de tras*género-, que no la ejercen por coacción. "Habría que ver si la libertad es realmente libertad. Muchas personas lo ejercen libremente en el sentido de que no han encontrado otro trabajo y no quieren cobrar 400 euros al mes y eso no es libertad", considera Sanz.
"Me cuesta hacerlo y me da mucho ardor de estomago, pero te pagan primero y ya tienes el dinero. Hay que apagar la cabeza y dejar que pase", declara Gabriel Felipe. "Me da libertad, me permite viajar. Trabajo, vuelvo a Barcelona un par de semanas, descanso mi cuerpo y empiezo otra vez. Yo ya no podría trabajar como camarero seis días a la semana para ganar 1.200 euros al mes".
Los límites del consentimiento
El pasado 5 de septiembre, un joven de 20 años interpuso una denuncia de agresión por parte de un grupo de encapuchados en el barrio madrileño de Malasaña, que, según su testimonio, le habían metido en un portal y le habían grabado con una navaja la palabra “lgtb” en el glúteo. El joven se desdijo de su testimonio unos días después.
No obstante, las heridas eran reales y, según diversas fuentes, entre ellas una información publicada por el diario El Español, se las produjeron dos clientes mientras se encontraba ejerciendo la prespitación. El caso, que tuvo una enorme repercusión mediática, ha generado un debate sobre los límites del consentimiento en la prespitación masculina.
"En un trabajo sensual no hay consentimiento, solo una relación de poder y un acto violento", afirma rotundamente Sanz, psicólogo de Sexpol. "Desde el punto de vista de la prespitación masculina, la fuerza física podría estar más igualada, pero gran parte del poder se ejerce desde el dinero y el contrato así que, por muy fuerte que sea un trabajador sensual, se va a ver obligado a hacer ciertas cosas que no le interesan".
A pesar de todo, Gabriel Felipe asegura haber vivido pocas situaciones en las que viera su integridad física en peligro. "La primera fue en la sauna, con un cliente que tenía el fetiche de pegar y no quiso parar. Tuve que avisar a la seguridad", afirma. En otra ocasión, un cliente quiso que el servicio fuera sin protección y, ante su negativa, se puso agresivo. "Cogí la mitad del dinero y salí corriendo, pensaba que me iba a agredir".
La realidad parece muy lejana a la de la prespitación femenina. "En muchos casos, los trabajadores sensuales tienen herramientas suficientes para poner los límites y hay más casos de saber negociar gestionar y limitar que no de violencia", explica Héctor Adell Lorente, técnico de la asociación Stop Sida, que les da atención en salud sensual y emocional.
El riesgo de la implicación emocional
David tiene 51 años y ejerce la prespitación desde 2017. Al principio era una actividad complementaria a su trabajo como productor musical, pero, con la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, se ha convertido en su única fuente de ingresos.
"A mi los clientes no me llaman para hacer un masaje, soy un perfil de prácticas más extremas como BDSM -una práctica sensual en la que se reparten roles de dominación y sumisión y en la que se llevan a cabo actos de maltrato consensuados-", explica David.
En su caso, que un cliente se pueda sobrepasar con él es bastante improbable, dado que en el 99% de los casos ejerce un rol dominante. Tampoco consume drojas mientras trabaja. Su principal reto es tratar de evitar una implicación emocional con sus clientes.
"En el momento en el que terminas, hay clientes a los que la cabeza les hace 'click' y empiezan a soltar cosas como 'dios nos va a castigar' o 'mi mujer y mis hijos me quieren, ¿por qué hago esto?'", relata David. "Ahí tienes que poner barreras para que lo que te está vomitando ese tío en ese momento no te afecte, porque, si no tienes la suficiente fortaleza, te acabas creyendo que tú eres el culpable de que esté engañando a su mujer".
Para él, es solo una ocupación temporal, a la espera de poder regresar a su sector. "La gente piensa que es dinero fácil, es verdad que estoy cobrando mucho dinero, pero no es tan fácil por el tema emocional", explica David. "Y tienes que acostarte con gente con la que no lo harías gratis y realizar prácticas que no te gustan. El BDSM no me gusta, el sesso lo he entendido siempre de igual a igual".
Gabriel Felipe tampoco se ve ejerciendo la prespitación durante mucho más tiempo. "Creo que ya he resuelto mis problemas psicológicos ahora y estoy más confiado", declara. "Yo invierto y pienso poder, algún día, alcanzar mis propósitos y dejar esto. Tener una vida normal, pero con una independencia financiera, ser independiente de cualquier trabajo que tenga un jefe".
El rostro oculto de la prostitución masculina: "Hay que apagar la mente y dejar que pase"
Un día cualquiera, Gabriel Felipe dijo basta. No había ocurrido nada en particular. Ningún cliente se había sobrepasado esta vez, ni se había visto obligado...
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