El reino unido cierra su última central térmica y sus últimos altos hornos a la vez

Anónimo222

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Seguramente por un cierto complejo de culpa, por su responsabilidad en haber creado la adicción al carbón que impulsó la revolución industrial, el Reino Unido es ahora el primer país rico que lo ha eliminado por completo como instrumento para generar electricidad. La última central de ese tipo, la de Ratcliffe-on-Soar, acaba de cerrar sus puertas.

El acontecimiento, que coincide con la clausura también de los últimos Altos Hornos, simboliza el final de la era industrial en Gran Bretaña, país pionero en la campaña para reducir a cero las emisiones de carbono y completar la tras*ición a formas de energía limpias, como la eólica y la solar. Hace un siglo, en 1920, toda su electricidad era generada mediante el carbón; en 1982, un 80%; en el 2012, un 40%; y a ahora, cero.

La dependencia británica del carbón ha durado casi un siglo y medio, ya que la primera central se inauguró en el Viaducto de Holborn (pleno centro de Londres) en 1882, muy poco después de que Thomas Edison revolucionara la industria y la forma de vivir con el uso efectivo de la primera bombilla. La hulla fue el alimento de la máquina de vapor, que hizo del Reino Unido el rey de la primera ola de la industrialización (luego el motor de combustión y la ingeniería de precisión lo fueron de la segunda, y ahora los coches eléctricos, la inteligencia artificial y los smartphones lo son de la tercera, de la que este país se ha quedado en fuera de juego).

Por mucho que merezca la adulación de los medioambientalistas, el objetivo del nuevo Gobierno laborista de reducir a cero las emisiones de carbono de aquí a seis años genera considerable controversia, porque China, India y Rusia (rivales estratégicos) no comparten esos planes, Alemania no tiene previsto suprimir la dependencia del carbón hasta el 2038, y Estados Unidos lo utiliza para generar un 16% de electricidad, sin fecha concreta para eliminar ese porcentaje. Londres quiere dar ejemplo, y las voces críticas dicen que se está dando demasiada prisa, cuando carece todavía de las infraestructuras para depender por completo de la energía eólica, marina y solar (las renovables proporcionan un 40% del total de su suministro), y técnicas como la captura de carbono y la utilización del hidrógeno aún se encuentran en una fase primigenia.

La planta de Ratcliffe-on-Soar (Nottinghamshire) que ahora cierra, la última, se inauguró en 1968, con una potencia de 2.000 megavatios, llegó a emplear a 3.000 ingenieros y en la actualidad es propiedad de la empresa alemana Uniper, que ha dicho que reubicará a los 154 empleados que quedan en otras de sus instalaciones. El último cargamento de carbón, un total de 1.650 toneladas, llegó a sus instalaciones el pasado mes de junio. Era ya la despedida.

El fin de la era del carbón en estas islas no responde tan sólo a consideraciones medioambientales, con la progresiva reducción de los límites de emisiones permitidos, sino que ese tipo de centrales eléctricas se habían vuelto poco rentables por el coste de la materia prima, la complicación de la extracción y los impuestos.

En su cruzada contra los combustibles fósiles, el Gobierno laborista ha decidido no renovar las licencias para la explotación del petróleo que queda en el mar del Norte (Noruega en cambio sigue haciéndolo), y su próximo objetivo es reducir la dependencia del gas como generador de electricidad. Las centrales de ese tipo están a sólo un 20% de capacidad.

El cierre de la última central eléctrica por carbón abre el camino al futuro post industrial de un Reino Unido cuya economía se basa más en los servicios, y menos en las manufacturas (un 10% de la producción). Pero el resto del mundo es otra cosa, y consume al año 8.500 millones de toneladas anuales de la materia prima.

Por convicción y por rentabilidad. España “ha sido el único país de Europa Occidental en el que las empresas propietarias de centrales térmicas de carbón han anunciado sus propios planes de cierre, sin obligación”, remarcan desde la organización ecologista Greenpeace. Es cierto que detrás ha estado el Primer Plan Integral de Energía y Clima (Pniec), impulsado por el Gobierno de Pedro Sánchez. En él se estableció el año 2030 para dar el apagón definitivo al carbón, pero se ha adelantado finalmente al 2025. El acelerador lo han pisado las propias empresas, un vez constatado que tras el despliegue de las renovables y la caída del precio del MWh, y el mayor coste de los derechos de carbono que se les exige, esas instalaciones les generan no solo contaminación sino también pérdidas económicas. En la actualidad se mantienen activas tres plantas: Soto Ribera y Aboño, en Asturias, propiedad de la energética portuguesa EDP, y Es Murterar, en Alcúdia (Baleares), propiedad de Endesa, que está funcionando con dos de los cuatro grupos que tenía. Será la que más tarde en cerrar, como la más estratégica para garantizar la seguridad de suministro. En lo que va de año, estas instalaciones apenas han aportado el 1% de la generación eléctrica, frente al 14,3%% del 2018, según los datos de Red Eléctrica Española (REE). En el resto de la Unión Europea el abandono del carbón está costando algo más. Entre otras cosas porque la presencia de renovables tiene menos peso. Italia, Hungría y Francia tienen planteado el cierre en 2027. Dinamarca y Finlandia, en 2028 y 2029, respectivamente, mientras que Alemania mantendrá su dependencia de este fósil al menos hasta el 2038 y Bulgaria, en 2040.
 
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