El profesor del Congreso no es negacionista: una cacería más

Don Redondón

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El profesor del Congreso no es negacionista: una cacería más
"Lo que diferencia a la ciencia de los chamanes es que su capacidad para reconocer sus errores y realizar una aproximación diferente a la cuestión que intenta resolver. ¿Se está haciendo eso?"
Un catedrático invitado por PSOE y Podemos tacha la vacunación masiva de experimento
José-Ramón Laporte



Publicado 11/02/2022 04:45Actualizado 11/02/2022 09:04
Yuval Noah Harari lo explica muy bien en 21 lecciones para el siglo XXI. El homo sapiens comenzó a confiar en la ciencia porque vio que funcionaba. Los sacerdotes y chamanes bailaban la danza de la lluvia, pero en realidad su especialidad no era atraer la precipitación, sino inventar motivos para justificar que finalmente no cayera. La ciencia no resolvió la vida de los hombres, pero al menos logró desinfectar el agua e incluso se las ingenió para generar energía cuando la embalsaba.


Las creencias más arraigadas no proceden de las fantasías inmateriales, sino que entroncan con un hecho que resulta inexplicable. Para que alguien atribuyera las tormentas a la ira de los dioses, fue necesario que tronara. La ciencia aspira a dar respuestas exactas a diferentes fenómenos. Sin superchería. Como escribe el citado autor, “los científicos también saben tomar atajos y distorsionar la evidencia”, pero les diferencia de los sacerdotes algo fundamental, y es la disposición a “admitir el fracaso e intentar una aproximación diferente”.
Compareció a principios de esta semana un experto en banderillas en el Congreso de los Diputados y pronunció algunas frases que chocan con el discurso oficial sobre algunas de las banderillas contra la el bichito-19. El hombre se llama Joan-Ramón Laporte y es profesor emérito de Farmacología de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Afirmó: “Las de Pfizer y Moderna no son verdaderas banderillas. Son fármacos con una tecnología nunca usada hasta ahora, y menos en campañas masivas (…). “Sus ensayos clínicos no demuestran que reduzcan la mortalidad”. También sugirió que Pfizer y Astrazeneca han ocultado los “efectos graves e incapacitantes” que sufrieron tres de las personas que participaron en su fase de desarrollo.
A los pocos días de que pronunciara estas palabras, YouTube retiró el vídeo de varios canales de su plataforma -según publicó El Mundo- porque incumplía sus términos y condiciones. Y a la vista de las suspicacias que se despertaron sobre su persona, el propio Laporte tuvo que aclarar que ni hizo una proclama antivacunas ni está en contra de estos tratamientos profilácticos, pero así se señala en los titulares de varios medios de comunicación. La Sexta le acusó de lanzar “argumentos negacionistas” en el Congreso.
Ciencia también es negar
¿Tiene razón el profesor? Las respuestas deberían proporcionarse desde la ciencia y la estadística. Los datos demuestran que la mortalidad relacionada con la el bichito-19 ha descendido desde la primera hasta la sexta ola. Ahora bien, ¿se debe al éxito de la campaña de banderillación exclusivamente o también a la menor virulencia de las nuevas variantes? ¿O a una mezcla entre ambos factores? Serán los especialistas quienes deban dirimir esa cuestión, pero, a poder ser, en un debate libre. Sin apriorismos ni cacerías contra los discrepantes.
Lo preocupante es que la duda reciba la censura de YouTube. Es decir, de la filial de Alphabet (Google). Porque la afirmación no la ha lanzado alguien ajeno al campo de la investigación, sino un científico que ha dedicado varias décadas a la farmacología. Lo lógico sería que se combatieran sus argumentos con hechos que los desmonten. Pero la censura nunca es gratuita; siempre tiene un fin y eso es lo que lleva a sospechar. Porque quien la ha ejercido en este caso debería ser consciente -y estoy seguro de que lo es- de que su acción ha servido para equiparar a Laporte con los más dementes antivacunas y los conspiranoicos, a los que también se veta.
Llegados a este punto, conviene volver a citar la frase anterior: lo que diferencia a la ciencia de los chamanes es que es capaz de reconocer sus errores y realizar una aproximación diferente a la cuestión que intenta resolver.
La ciencia ofrece soluciones y los hechos son los que confirman si lo que propone funciona o no. ¿Ha dicho la verdad Pfizer desde el primer momento sobre la efectividad de su banderilla o ha trampeado con los datos para vender más unidades? ¿Han hecho la vista subida de peso los estados a este respecto, y han aceptado terceras y hasta cuartas dosis para que mejorara la relación con estas farmacéuticas y pudieran firmar contratos más ventajosos?
Son cuestiones que van más allá del ámbito sanitario. Es más, podrían equipararse con la relación de confianza o desconfianza que se establece entre el vendedor y el cliente. ¿Puede estar un comprador satisfecho y no dudar de las intenciones del comerciante cuando rectifica sobre la efectividad del producto que le vende? ¿Es negacionista quien reclama o simplemente quien señala esa evidencia?
Resulta digna de elogio la capacidad de investigación y la rapidez para desarrollar tratamientos por parte de las farmacéuticas, pero tener fe ciega en el vendedor suele resultar contraproducente. Básicamente, porque todo el que comercializa un bien o un servicio persigue fines muy diferentes al bien común.
¿Dónde está la posverdad?
Por eso resulta bastante peligroso encuadrar la duda razonable dentro del terreno de la posverdad. Es decir, de ese concepto que popularizó una parte del establishment para tratar de dar una explicación sencilla y corta -y bastante inexacta- a la victoria de Donald Trump. Pero esto es lo que ha ocurrido desde el inicio de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo y no es precisamente sano. Quien se oponía al discurso oficial era tachado de negacionista. Y ese discurso lo trazaban los Pedro Sánchez, Fernando Simón, Trilla y compañía, que no han hecho más que equivocarse. Y que mentir.
Porque en enero de 2020 a los ciudadanos se les decía que las banderillas iban a solucionar la crisis sanitaria y esa afirmación no era exacta, pues una mutación del bichito -como ocurre con la gripe- puede restar efectividad a los tratamientos y alargar el problema. A quien dudaba, se le llamaba antivacunas. Y a quien matiza la versión oficial y señala los intentos de las farmacéuticas de esconder bajo la alfombra los aspectos incómodos, se le acusa de dar “argumentos negacionistas”. La Sexta lo hizo.
No deja de ser curioso que incluso antes del 9 de noviembre de 2020, cuando Pfizer anunció la primera banderilla, hubiera veterinarios que advirtieran de que ningún inyectable de este tipo iba a ser 100% eficaz. Así lo había demostrado la investigación con animales -sostenían- y, de momento, el primate humano sigue perteneciendo a ese reino. Pero los gobiernos vendieron el mensaje contrario y configuraron un mito. El que aseguraba que las banderillas eran la solución. Y, ciertamente, son una herramienta muy importante contra la infección, pero tienen defectos que son precisamente los que señalaba Laporte. Y los cuales las farmacéuticas siempre tendrán a aminorar. Lo más grave es que los estados hayan hecho lo mismo.
Que las verdades y las mentiras caigan sobre su propio peso. Así ha ocurrido siempre. El conocimiento ha permitido que las banderillas se impongan a los hierbajos -por fortuna-. También ha hecho que la ciencia haya sido capaz de ridiculizar muchos mitos. Si la principal compañía de internet, la que maneja infinidad de datos de cada ciudadano, censura a quienes dudan y lo hace sin explicaciones ni contra-argumentos, se puede decir que hemos entrado en un terreno peligroso. En una edad que puede llegar a ser muy oscura.
 
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