El preso al que dieron por muerto en la guandoca de Asturias reclama 50.000 euros

david53

Madmaxista
Desde
18 Abr 2011
Mensajes
11.403
Reputación
30.806
Gonzalo Montoya, el preso cuya fin fue confirmada por error en la guandoca de Asturias el 7 de enero, ha solicitado a la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias una indemnización de 50.000 euros.


15157899947859.jpg



El hombre que entró 'muerto', en una bolsa de color, en el depósito de cadáveres de Oviedo y ahora dice que si le devuelven a la guandoca se mata
Aquí su larga historia y cómo dos veces ha escapado de las garras de la fin
El preso 'resucitado' en Asturias: "Lo primero que recuerdo es estar en una bolsa de color"
La historia comienza con dos chavales de etnia etniana, enamorados, Gonzalo y Katia, que deciden fugarse juntos cuando apenas tienen 13 años porque sus familias no les dejan casarse. Cinco hijos y la necesidad de darles de comer llevan a Gonzalo a robar un puñado de chatarra valorado en 20 euros... y de ahí a prisión. De ella salió el pasado domingo en una bolsa de color y con un certificado de defunción. Pero no estaba muerto. Despertó en el depósito de cadáveres. Gonzalo el Chino volvía a burlar a la fin.

«Mi marido cree mucho en Dios, pero Dios no lo quiere todavía con él. Ya me lo ha devuelto dos veces». Son palabras de Katia Tarancón a las puertas de la UCI del Hospital Universitario de Asturias, en Oviedo, donde Gonzalo se recupera. Ella también se repone del shock que supuso pasar, en un mismo día, de llorar la fin de su esposo a saber que todo había sido un error y que su hombre estaba vivo. Esta vez se había atiborrado a pastillas, las que le dan el viernes en la guandoca para todo el fin de semana y las que él había «conseguido» de trapicheo, según su familia. No era la primera vez que el Chino esquivaba la fin, y en ambas ocasiones su intención fue quitarse la vida.

«Nunca soportó estar dentro de prisión», asegura Katia. «No puede estar en sitios cerrados, no sube ni en el ascensor. ¡Imagínate entre rejas todo el día!». Ni en la guandoca ni fuera de ella lo tuvo fácil Gonzalo Montoya Jiménez en sus 29 años de vida. Es el pequeño y único varón de cuatro hermanos nacidos en una familia humilde de Avilés y vive de la chatarra. Conoció a Katia con 12 años y se enamoró de ella, unos meses mayor. Sus familias no les dejaron casarse y decidieron fugarse sin nada, con lo puesto. Cuando los encontraron ya habían estado «juntos», recuerda ella: «Entonces nos casaron por el rito etniano». No hubo celebración. No la necesitaron. Unos meses después nació Marcos, que ahora tiene 15 años. Luego llegó otra niña (ahora de 13), otra (de 11) y otra más (de nueve). Hasta que hace cuatro años nació Alexandro, el pequeño. Cinco bocas que alimentar.

La venta de chatarra y una ayuda social de poco más de 400 euros no daba para alimentarlos a todos. Y «¡qué iba a hacer el pobre...!», lamenta Katia. Robó un par de veces algo de chatarra. Siempre pequeños hurtos, asegura su abogado, Luis Tuero.

En el último robo saltó la verja de una empresa y se llevó lo que le entraba en una mochila. El vigilante le pilló. Su valor en el mercado, según el fiscal, unos 20 euros. Gonzalo, al que todos llaman el Chino por sus ojos rasgados, no tenía antecedentes, pero la suma de todo aquello acabó en una condena de tres años y medio de guandoca. «Pensó que saldría pronto», dice su hermana pequeña, Verónica. Y nada hacía pensar que no fuera así. Nunca antes había tenido problemas con la justicia ni con las drojas. Por ello ingresó en el módulo de respeto de la prisión asturiana de Villabona. «Allí sabíamos que estaría bien. Pero al poco tiempo hubo un incidente con otro preso por un cigarrillo. Mi hermano fuma mucho, mucho, y, claro, por aquello lo cambiaron de módulo». Gonzalo pasó al ocho, uno de los más duros de la guandoca.

Entre las rejas del penitenciario los problemas mentales comenzaron a aflorar. El Chino padece una fuerte depresión, claustrofobia y una epilepsia para la que necesita tratamiento. «Ya le han dado muchos ataques en la guandoca. En uno tuvieron que sujetarle los funcionarios y varios presos, y no podían con él», asegura su padre, José Carlos Montoya. No llevaba ni un año en prisión cuando el Chino se cortó por primera vez los brazos con una cuchilla de afeitar. Se estaba desangrando cuando un interno lo vio y avisó a los funcionarios. «Aún tiene las marcas», asegura Katia. Pero se recuperó pronto. Desde entonces pasó a estar medicado y acompañado en todo momento dentro de la prisión, siguiendo el protocolo antisuicidios. Como compañía, alguno de sus primos que cumplen condena por robo y otros delitos.

Permisos denegados
La dureza de la guandoca y los problemas mentales fueron, según su familia, lo que motivó que el Chino, desde su llegada a prisión en febrero de 2015, no haya disfrutado de ningún permiso, aunque apenas le queda medio año para cumplir íntegra su condena.

Desesperado, Gonzalo lo volvió a intentar hace unos meses. Su primo había salido de la celda y él se quedó dentro. Una vez solo, cogió la sábana, se la enrolló al cuello y la ató. Ya no aguantaba más. Quería morir. La suerte quiso que su primo se diera cuenta a tiempo de que no salía de la celda. Cuando fue a por él, ya estaba colgado y medio jovenlandesado. Lo sujetó por las piernas y llamó a gritos a los funcionarios. El Chino perdió el conocimiento y se despertó ya en la enfermería, recuerda su padre. «¡Aquello fue un milagro! Le dieron más pastillas, pero el médico sólo le ve una o dos veces al mes y nosotros no sabemos si se las toma o no. Después de aquello tenía que haber salido de prisión. No es mala persona. Es un buen chaval. Todos le quieren y no ha apiolado a nadie. Los hay que roban millones y están en la calle y mi hijo allí dentro por 20 euros [de chatarra]», lamenta.

El Chino no sólo no salió, sino que siguió sin permisos. Ni siquiera la visita de su familia y de sus hijos los sábados le ayudaba. Katia recuerda la última, el sábado, día de Reyes. «Él me decía: "Estoy mal. No puedo más. Os quiero mucho a ti y a los niños". Y yo le veía muy triste y le decía que aguantara, que ya le quedaba poco. Sólo seis meses. En agosto obtendría la libertad... Su hijo pequeño sólo recuerda a su padre en prisión. Entró cuando él tenía un año. Sólo le besa en los vis a vis, una vez al mes. No pensé que lo intentaría otra vez».

Esa misma noche Gonzalo estaba solo en su celda. A pesar de su historial y del protocolo, su compañero estaba de permiso, según su familia. El Chino tenía con él todas las pastillas del fin de semana y se las tragó. En el primer recuento de la mañana del domingo día 7 los funcionarios lo encontraron en su celda vestido, recostado en una silla, frío, azul. Y al ver que no respondía a ningún estímulo, avisaron de inmediato al médico. Le vieron dos. El que estaba de guardia durante la noche y el que entró de servicio por la mañana. Ambos certificaron su fin. Llamaron a un forense, que la confirmó, y un juez procedió al levantamiento del cadáver. La sorpresa llegaría cinco horas después.

Siguiendo el protocolo, fue introducido en una bolsa de tonalidad neցro y conducido en un furgón funerario al Instituto de Medicina Legal de Oviedo, donde se le debía practicar la autopsia para conocer la causa exacta del fallecimiento. Fue allí donde un auxiliar se llevó el susto más grande de su vida. El cadáver, que ya llevaba unas cinco horas esperando turno para la mesa de autopsias, se movía dentro de la bolsa y además... roncaba. El Chino, al que ya habían marcado el pecho con un rotulador para abrírselo, en palabras de la familia, estaba vivo. Juan Carlos Montoya pasó de llorar la fin de su querido hijo a celebrar su resurrección.

15157901829393.jpg


Según el Gobierno asturiano, los médicos se dieron cuenta antes de que entrara en la sala de autopsias. Es un caso insólito que ha dado la vuelta al mundo. Ya se ha abierto una investigación para dilucidar si hubo un error. Gonzalo no recobró la consciencia hasta 24 horas después de la rocambolesca historia. La familia, por su parte, estudia interponer una demanda por negligencia.

La vuelta a la vida de Gonzalo ha dejado atónitos no sólo a sus familiares. También a los médicos. El del Chino podría ser un caso de catalepsia, conocida como «fin aparente». La persona entra en un estado biológico en el que yace inmóvil, sin signos vitales. La catalepsia -frecuente sobre todo en los pueblos y aldeas entre 1870 y 1910, y una rareza en la actualidad- puede observarse en pacientes que sufren epilepsia, párkinson, histeria u otros tipos de psicosis. Y puede durar unos minutos, horas o varios días en los casos extremos.

Nadie avisó a Katia
El pasado domingo Katia estaba con sus cinco hijos en casa. Nadie la llamó desde la guandoca. Se enteró de la (supuesta) fin de su marido por un amigo del mayor, cuyo padre también se encuentra en prisión. «Tuve que telefonear yo a la guandoca y después de un rato me dijeron: "Hemos hecho todo lo posible por él. Lo sentimos". Yo y mis hijos empezamos a llorar y a gritar. Más tarde, ya en la puerta del hospital, cuando vi entrar la camilla, fue el médico de la ambulancia el que me dijo: "¡Tranquila, mujer, que está vivo!". Nadie nos ha dado más explicaciones. Desde entonces los críos sólo quieren verle, porque no creen que su padre no haya muerto. Me preguntan todos los días: "¿De verdad que padre está vivo?"».

Y la verdad es que Gonzalo padece una grave neumonía, tiene el riñón dañado y el cuerpo hinchado. Está nervioso y ya ha pasado por la UCI dos veces. A su familia se le ha estado permitiendo esta semana entrar a verle, siempre custodiados por la Guardia Civil. Lo primero que Gonzalo pidió a su Katia cuando la vio fue un cigarrillo y que no le dejara dormir. «Tengo miedo a verme otra vez en la bolsa», llegó a comentarle. «Me da miedo cerrar los ojos». Aquella bolsa de color donde pasó varias horas en el depósito del anatómico forense es su único recuerdo de los últimos días y lo que más le atormenta. Eso y volver a entrar en prisión. «Si me mandan otra vez, me mato», les ha dicho.

La familia estudia pedir el indulto. A Gonzalo lo sacaron de la guandoca porque estaba supuestamente muerto, razona su padre. «Así que ahora que está vivo no voy a permitir que lo metan otra vez allí». Hablan de negligencia pero también de milagro. Porque El Chino ha vuelto a burlar a la fin. Sólo esperan que esta segunda vez, por lo menos, le cambie la vida.

Gonzalo Montoya, el resucitado: "Me da miedo cerrar los ojos"
 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Me pregunto en que le hemos fallado al señor Montoya...
 
Volver