El Prado y la falacia de Goya antitaurino

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La autora rebate a los comisarios de la gran exposición de dibujos de Francisco de Goya que conmemora el 200º aniversario del Museo del Prado y que adjudican al genio de Fuendetodos el papel de pionero del movimiento antitaurino
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Cuentan en las audioguías del Museo del Prado que Francisco de Goya fue un pionero del movimiento antitaurino. La gran exposición de dibujos Solo la voluntad me sobra, inaugurada este 20 de noviembre con motivo del 200º aniversario de la pinacoteca madrileña, ha servido como excusa para difundir de nuevo esta falacia que ya inició hace un tiempo la Real Academia de las Artes de San Fernando. Parece que a varios expertos en la vida y obra de Goya, con Manuela Mena a la cabeza, les salen úlceras al recordar que su pintor de cabecera, el genio de Fuendetodos, era aficionado a los toros. Porque, pese a quien le pese, lo fue y mucho.
Además de su conocida serie de grabados titulada La Tauromaquia, a lo largo de su fructífera vida profesional, Goya dedicó a este mundo pinturas, dibujos, tapices, litografías y estampas, una rica producción para un supuesto antitaurino y, lo que sí es seguro, para un pintor de cámara cuando la Tauromaquia no era considerada por aquellos años, ni mucho menos, un tema académico. Goya realizó muchas de estas obras para sí mismo, incluso siendo un octogenario, al final de su vida en Burdeos. ¿Qué necesidad tenía el aragonés de autofustigarse plasmando a toreros cuando, según los mentecatos de El Prado, el propio artista los aborrecía?
Casi recién llegado a Madrid, en 1780, el de Fuendetodos realizó un encargo para la Real Fábrica de Tapices que llevaba por título La novillada. En esta obra, aparece autorretratado un joven Goya mientras juega con un toro y mira divertido hacia el espectador. Más allá de la anécdota pictórica, son múltiples los indicios que señalan que el artista hizo sus pinitos como maletilla y novillero antes de instalarse en la capital.
Desde entonces, fueron ricas las referencias a cuestiones taurinas en el epistolario de Goya, principalmente en las cartas enviadas a su íntimo amigo Martín Zapater. A menudo, él, Zapater y Francisco Bayeu -cuñado de Goya-, discutían sobre quién era el torero del momento, si Pedro Romero o Costillares, precursores ambos de la Tauromaquia moderna. Parece un sinsentido que un supuesto antitaurino entrase en debates sobre qué matador ostentaba el cetro del toreo, como si a día de hoy un animalista discutiera sobre si prefiere ver en la plaza a Roca Rey o a Pablo Aguado. Pero estos son vestigios que los comisarios de El Prado también pasan por alto.
Por aquellas cartas, sabemos además que Goya acudía con frecuencia a distintas plazas, entre ellas la de Madrid donde, en 1801, fue testigo directo de la fin de su amigo Pepe-Hillo cuando éste entraba a apiolar a toro parado. La cogida impresionó tanto al artista que decidió cerrar con la trágica estampa su serie de grabados sobre Tauromaquia, realizando tres versiones distintas antes de elegir la definitiva.
Precisamente, sobre la descarnada puesta en escena de La Tauromaquia (1814-1816), dicen los actuales expertos de El Prado que resulta "ambigua" hasta "provocar la duda sobre la posición de Goya acerca de las corridas de toros", como si el aragonés hubiera tenido que seguir los pasos de Antonio Carnicero pintando una Fiesta descargada de crudeza en caso de haber querido defenderla. Según Manuela Mena, su admirado Francisco de Goya, hipotético animalista furibundo, se manifestaba así contra la violencia de los hombres y a favor de la nobleza de los animales, pasando por alto que el aragonés siempre fue un "fotógrafo" fiel de las luces y sombras de su tiempo.
Aunque Manuela Mena y sus colegas estrechos de mente no hayan querido ahondar en el asunto, la Fiesta de toros fue un espectáculo profundamente "ilustrado" y revolucionario en el que el hombre se situaba, por primera vez, en el centro mismo del escenario; un hombre cualquiera, nacido del pueblo, sin necesidad de arraigo aristocrático o religioso, un héroe anónimo como los luchadores "cuerpo a cuerpo" del 2 de mayo de 1808. La arquitectura de las plazas de toros ya era, de por sí, más "ilustrada" que cualquier teatro o iglesia, al repartir al público alrededor del punto equidistante del ruedo y el torero. Goya, gracias a su profundo conocimiento de la Tauromaquia, también supo plasmar esta racionalidad que ovillaba el aparente caos de la Fiesta de comienzos del siglo XIX.
Las cuatro litografías taurinas que realizó en Burdeos en el ocaso de su vida (1824-1825) son un prodigio artístico y técnico. En ellas, muy influido probablemente por los horrores de la Guerra de la Independencia, el artista se centró en la brutalización de la masa, como si los toros fueran un reflejo del sentir popular de España tras la abolición de las Cortes de Cádiz y el final de la esperanza liberal. Goya, desde el exilio, podría haber elegido cualquier otro tema para plasmar su sentir político, sin embargo, regresó al mundo que le había fascinado de por vida: la Tauromaquia. Su criado llegó a afirmar: "En dos cosas era mi amo incorregible: en su afición a los toros y en su afición a las hijas de Eva".
Este último punto también escama, por cierto, a la comisaria Manuela Mena quien opina que, además de antitaurino, Goya era gays a causa de la correspondencia que mantenía con su fiel amigo de la infancia, el anteriormente citado, Martín Zapater; y que si el artista contrajo matrimonio con Josefa Bayeu fue por puro interés. Posiblemente, al cabo de esta exposición en El Prado, el pobre "Francho", como le conocían en las capeas de su juventud, terminará siendo el motivo de alguna carroza del Orgullo lgtb 2020, convirtiéndose en emblema del actual "buenismo" imperante y de lo políticamente correcto.
Ya desearían, por cierto, muchos empresarios taurinos del siglo XXI tener detractores como Francisco de Goya, quien pasó media vida plasmando al detalle y con genialidad todas las suertes del toreo en vez de saltar al ruedo, como hacen los "antis" de ahora, "de gratis" y con el pecho pintado una vez que las mulillas han arrastrado al toro. Porque, para ser antitaurino, parece evidente que Goya gastó demasiado talento, tiempo y dinero sobre los tendidos. Algo no cuadra, señores comisarios de El Prado.
El Prado y la falacia de Goya antitaurino
 
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Quien mas crédito merece sobre las aficiones y "aficiones" de «don Francisco, el de los toros», -así conocido en "el ambiente taurino (y) testigo directo de la fin de su amigo, el torero Pepe-Hillo... ¿amigo de un torero un antitaurino?- es su criado, que llegó a afirmar: "En dos cosas era mi amo incorregible: en su afición a los toros y en su afición a las hijas de Eva".
Nohasefaltadisirnadamáh. Como sugiere la autora del texto, la corrección política es capaz de retorcer cualquier material hasta volverlo aséptico y acorde con los valores de la "nueva normalidad". Hay que adocenar al rebaño hasta erradicar de él la funesta manía de pensar. Un mundo feliz.
 
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