El inicio de la Primera Guerra Mundial sucedió de forma tan abrupta que cogió a los gobiernos europeos de vacaciones y con la guardia baja. Pocos pensaban que un episodio menor, en comparación con las crisis marroquíes y balcánicas, como el asesinato de la archiduque Francisco Fernando terminase en un conflicto general. Por ello cuando la diplomacia dio paso a los cañones, los objetivos de guerra no estaban claros más allá de la obvia consecución de la victoria. Salvo Austria, los contendientes habían entrado en guerra fruto de sus obligaciones contractuales y aunque tenían claro objetivos generales, no habían desarrollado planes para la ordenación de posguerra. El hecho de que en un principio la guerra se antojase breve pospuso semejante contingencia, pero el paso a una larga guerra de posiciones fue perfilando los planes de los contendientes para adaptarlos a los nuevos aliados o a la coyuntura de los combates.
Es de sobra conocido el plan que, tras los tratados de Versalles, impusieron los vencedores a los Imperios Centrales y que desembocaría en un nuevo conflicto general en Europa y en el mundo. Un conflicto cerrado en falso que, al igual que la guerra Franco-Prusiana de 1871, generó un ánimo revanchista, pero esta vez al este del Rhin.
Resulta muy curioso, por contra, leer estudios sobre los planes para la paz en el caso de que la victoria de los Imperios Centrales se hubiera materializado. No como un ejercicio de ucronía o historia contrafactual, sino como estudios de planes descritos en los objetivos de guerra de los distintos aliados de los Imperios centrales. Aunque resulte muy jugoso caer en el ejercicio intelectual de ¿qué hubiera pasado si...? David Stevenson en su magna obra sobre la Primera Guerra Mundial (1914-1918) analiza entre batalla y batalla los objetivos de guerra de los distintos contendientes para entender mejor la dirección de su esfuerzo bélico.
Obviamente se trata de un ejercicio arduo y muy frustrante, porque se conserva poca documentación al respecto y porque nunca sabremos dónde terminaba el plan real y dónde empezaban los movimientos meramente políticos para dividir al enemigo o la propaganda. Como los Imperios Centrales no tuvieron la oportunidad para plasmar su plan de paz nos encontramos en un terreno muy resbaladizo, por lo que el autor prefiere tratar semejante información para arrojar un poco de luz sobre los esfuerzos bélicos de ambos contendientes.
Uno de los primeros aspectos que hay que tener en cuenta es el equilibrio entre las potencias dentro de las distintas alianzas. No se comportará de igual modo la Entente que los Imperios Centrales.
Existía un mayor equilibrio entre los miembros de la Triple Entente. Rusia y Francia eran dos potencias eminentemente continentales, mientras que Gran Bretaña era la potencia marítima por antonomasia. En un principio, cuando la guerra se preveía corta y su principal (y único) escenario sería el de tierra firme, la Fuerza Expedicionaria Británica (a penas seis divisiones) no era de vital importancia. Aunque se tratasen de divisiones entrenadas y que habían entrado en combate hacía no mucho, el número de víctimas harían que no fuesen determinantes. Pero el peso del Reino Unido en el conflicto solo podía aumentar cuando la ofensiva alemana fue detenida mostrando las graves deficiencias de las modificaciones del Plan Schlieffen. La estabilización de los frentes en Europa y el paso a la guerra de posiciones hizo que el movilizar los recursos imperiales y la apertura de nuevos frentes por todo el globo aumentara la importancia del Reino Unido como aliado.
Alemania era indiscutiblemente el socio principal de los Imperios Centrales, por tanto, aunque la guerra había comenzado como una contienda en los Balcanes, serán sus objetivos de guerra los que marquen el desarrollo de la estrategia de la Alianza.
La principal prueba documental que nos ha quedado sobre los planes alemanes lo constituye el llamado "Plan de Septiembre" presentado por el Canciller Imperial Bethmann-Hollweg en septiembre de 1914.
En dicho plan se buscaba "la seguridad del Reich por el mayor tiempo posible" para lo que era necesario alejar a Rusia lo más posible de sus fronteras orientales y dejar a Francia tan debilitada que no fuera posible el ánimo de revancha.
Así mismo se esperaba aumentar las colonias del Reich en África posiblemente a costa del Congo Belga.
Con respecto a las anexiones en Europa la mayor parte de potencias de ambos bandos coincidían en que era contraproducente la anexión de amplios territorios ajenos a la nacionalidad anexionista. Al fin y al cabo todos eran conscientes de las dificultades internas que llevaba sufriendo Austria-Hungría desde el auge de los movimientos nacionalistas. Por eso, aunque las anexiones planteadas por el Plan de Septiembre no eran cuantiosas sí eran significativas y de un alto valor estratégico: Luxemburgo, Lieja, Amberes, la región minera francesa de Briey, los Vosgos occidentales y probablemente una franja costera en el canal de la Mancha que incluyese Dunkerque y Boulogne. Para lo demás se establecería un control económico y una dependencia de Alemania. Así Francia sería enormemente dependiente de la economía alemana y se le haría pagar una fuerte indemnización de guerra. Bélgica sería formalmente independiente pero también económicamente dependiente del Reich, y con una política exterior subordinada a sus intereses.
Para la ordenación general del continente, los planes se centraban en la creación de un gran espacio aduanero que subordinase el corazón de Europa a Alemania. Fue la llamada Mitteleuropa, donde además de Francia y Bélgica (en calidad de Estados dependientes del Reich) también se integrarían el Imperio Austro-Húngaro, Holanda, Escandinavia y la nueva Polonia surgida como Estado tapón a expensas de territorios rusos.
Aunque nos puede parecer excesivas, lo cierto es que el "Plan de septiembre" es solo un mero borrador y así era considerado por los políticos en Berlín. De hecho fue presentado como "borrador provisional para una paz en Europa". Lo que tiene de significativo el documento es que es el único plan por escrito del que disponemos sobre las motivaciones postbélicas alemanas. Y en muchos aspectos era solo una compilación de ideas de difícil realización. El caso de la MittelEuropa era una idea que entusiasmaba a los políticos, pero nunca tuvo un apoyo empresarial en toda regla, puesto que los mercados alemanes estaban situados fuera de la demarcación de lo que sería esa zona económica subordinada al Reich. De ahí que haya que matizar mucho la importancia del documento, pues corremos el riesgo de caer en un ejercicio de Historia-Ficción.
De hecho es solo una muestra de por dónde iban las ideas de los políticos en Berlín, porque el propio Bethmann-Hollweg y el ministro de guerra Falkenhayn sabían que no podrían conseguir una victoria de permanecer la triple Entente unida en un conflicto prolongado, por lo que se buscaba desesperadamente una paz por separado con Rusia que permitiese a Alemania romper el impasse del frente occidental. Con todo, las negociaciones para firmar una paz por separado con Bélgica indican al historiador que el borrador, por impreciso que fuera, sí marcaba ciertas líneas maestras ya que las condiciones alemanas expuestas a los enviados del rey de Bélica así lo indican: Bélgica formaría parte de la unión aduanera alemana, se produciría una desmilitarización del país, el libre tránsito para las tropas alemanas, una ocupación militar con duración indeterminada, la cesión de una base naval costera, así como la cesión de todas las acciones de la compañía de los ferrocarriles belgas. Obviamente las negociaciones no llegaron a buen puerto, pero es muestra de que Berlín no quería que Bélgica escapase a su área de influencia aún a costa de fracasar sus negociaciones de paz. La idea de políticos y militares alemanes coincidían en lo esencial con lo esencial del Plan de Septiembre. Planteaban una unión monetaria bajo el marco alemán, una franja costera a disposición de la marina alemana, así como una serie de medidas destinadas a debilitar la unidad belga como una administración y educación separadas para la zona flamenca.
Los objetivos en el frente oriental nunca estuvieron tan definidos ya que se iban configurando en función de las necesidades bélicas. Alemania tenía la esperanza de poder arrancar a Rusia una paz por separado (como así fue en 1917 aunque no bajo esas circunstancias) y por ello la documentación no es tan precisa sobre los planes de posguerra. Aunque se preveía la anexión de una pequeña franja báltica, nunca se precisó sobre qué hacer con la Polonia dividida entre las tres monarquías absolutas del momento. Se tonteó con la idea de crear un principado polaco dentro de la Monarquía de los Habsburgo, algo disparatado pero que el Reich apoyaría antes de sumar una cantidad inasimilable de polacos a Alemania que, a la larga, sería perjudicial para la cohesión interna del país.
Al final la historia es la que es y los acontecimientos y tratados fueron los que todos bien conocemos. La tarea del historiador es el estudio de lo que fue, no de lo que pudo ser, por eso un análisis de los documentos que establecen una paz bajo victoria alemana se acercan peligrosamente al campo de la historia contrafactual. Con todo una cosa se desprende del estudio de esta documentación y es que los Imperios Centrales hubieran impuesto una paz tan draconiana como la impuesta por los planes de la Entente, solo suavizada por las presiones de Estados Unidos.
The New England Courant: El Plan de Septiembre