"El orgasmo no es un complot de Occidente": Islam y sesso, una relación de amor y repruebo. Artículo EL CONFIDENCIAL

ATARAXIO

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"El orgasmo no es un complot de Occidente": Islam y sesso, una relación de amor y repruebo

En las sociedades fiel a la religión del amoras, la aproximación al sesso es cada vez más problemática a medida que los islamistas y ultraconservadores ganan peso. ¿Su solución? Una represión aún mayor


"El orgasmo no es un complot de Occidente". Lo clama el escritor argelino Kamel Daoud, harto ya de una oleada de tabúes que se van apoderando del mundo de la religión del amor: cada día se exige más a las mujeres que sean decentes, púdicas, religiosas, vírgenes... pero también cada día aumenta el acoso sensual en la calle. A las que parece que no lo son, primero, y luego, a todas.
La dicotomía se presenta entre la mujer virtuosa y virgen, que no plantea una amenaza al patriarcado, frente a una 'occidentalizada', es decir sexualmente permisiva, que supone una depravación jovenlandesal. Todo es cuestión de un pudor regulado por las ‘fetuas’ (dictámenes religiosos) de imames y telepredicadores, fundamentalistas de un nuevo islam que ha demonizado el sesso y ha convertido el cuerpo de la mujer en su gran obsesión. Algo que hay que cubrir con un evlo y tener bajo control estricto.
El jeque jovenlandés Abdelbari Zemzemi es el rey de las fatuas sensuales. Ha dado su bendición a las mujeres para que usen “una zanahoria o una botella” para querersese y a los hombres para que se compren una muñeca hinchable como pareja. Cualquier cosa está bien “para no caer en el pecado”, es decir, tener relaciones sensuales fuera del matrimonio. Eso nunca.


Los permisos de Zemzemi solo se aplican –dice– a las personas “que lo necesitan” y especialmente a las que están teniendo “impedimentos” para unirse en el santo matrimonio. Para los demás, “amén” a todo experimento, siempre cuando sea entre cónyuges. En un dictamen anterior, Zemzemi consideró que el sesso de un marido con su difunta esposa, recién fallecida, es “totalmente legítimo” porque ella, su mujer, “le pertenece antes y después de la fin”.
A falta de leyes, la sociedad se encarga de establecer las reglas: un hombre y una mujer no pueden pasar la noche juntos en un hotel egipcio ni jovenlandés a falta de un certificado de matrimonio. Puede que sin este papel, incluso un paseo romántico por la costa de Tánger, cogidos de la mano, acabe en comisaría. Darse un beso en público es ya una falta de respeto, con anillo o sin él.
La dicotomía se presenta entre la mujer virtuosa y virgen, que no plantea una amenaza al patriarcado, frente a una 'occidentalizada', que supone una depravación jovenlandesal
Proteger el honor de la familia por encima de todo, ser chica de bien, y actuar de acuerdo a lo preestablecido es el máximo deber ciudadano de cada fémina.
De ahí que violar a una mujer no se considera tanto una agresión contra la libertad de ella sino como un delito contra la jovenlandesal pública; un delito en el que ella tendrá parte si – a ojos de la sociedad – hizo algo para que el hombre se sintiese “impulsado” a violarla. Por ejemplo andar sola de noche o llevar una falda corta. El delito no es la agresión, es el sesso. Por eso también está penado en casi todos los países fiel a la religión del amores el sesso libremente consentido entre adultos (el artículo 490 del Código Penal jovenlandés prevé hasta un año de prisión para ello, aunque raramente se aplica).
La sexualidad femenina como amenaza
“A mí se me ha perforado la mente con que el sesso antes del matrimonio es malo y que mi virginidad es lo más importante”, reconoce Mariam, de 24 años. “La mayoría de las mujeres árabes con las que he tenido relaciones solo mantienen sesso traseril para no romper su himen, e incluso así, después tienen muchos remordimientos”, explica Karim, de 27 años. “Aunque es cuestión de vergüenza y timidez, de tabú, también tiene mucho de ignorancia. Todos sabemos cómo se tienen hijos, pero nadie habla del sesso porque les da vergüenza. Hablar de disfrutarlo es ya algo inimaginable”.
La obsesión por regular y controlar cada detalle de las relaciones individuales en las sociedades fiel a la religión del amoras, espoleada por la oleada de fundamentalismo religioso que vive la región desde hace un par de décadas, ha convertido la cuestión del sesso en un tabú social cada día más severo. La propia idea de una “sociedad fiel a la religión del amora”, tal y como la define el fundamentalismo islámico, es precisamente la de una sociedad en la que no existe la “depravación jovenlandesal de Occidente”, es decir la posibilidad del sesso libremente compartido y disfrutado entre adultos. En la sociedad islámica, tal y como la intentan fijar los jeques del fundamentalismo, el honor de un hombre reside en el control del cuerpo de todas las mujeres de su familia: su esposa, sus hijas, su hermana, su progenitora. La sexualidad de ellas es una amenaza para el orden social, una fuente de inmoralidad: no tienen capacidad de controlarse a sí mismas y necesitan de un hombre que proteja su virtud y su pureza.
“Sé un hombre: tapa a tus mujeres”. Este fue el lema de una campaña que hizo furor en las redes sociales en jovenlandia el pasado verano. No era una idea nueva: copiaba una iniciativa lanzada en Argelia en 2015. El mensaje cargaba a los hombres de la responsabilidad de garantizar que “sus” mujeres no fueran en bikini a la playa ni llevaran ropa corta o ajustada en verano. La respuesta no tardó: la activista jovenlandés Betty Lachgar –ya experimentada en lanzar campañas por la libertad sensual, por la derogación de la ley que criminaliza las relaciones sensuales entre adultos no casados, la despenalización del aborto y la legalización de la gaysidad– y la rifeña Zoubida Maallem Boughaba difundieron el lema “Sé una mujer libre”.



El sesso fuera del matrimonio, el gran tabú
Esta relación de amor-repruebo que mantiene el islam con el sesso es bastante reciente. Durante los siglos de esplendor de la civilización arábiga, hasta aproximadamente el XVII, abundaba no solo la poesía erótica –tanto heterosexual como gays– sino también los tratados de sexología e incluso los manuales para ligar. El flirteo se consideraba una de las bellas artes, de Córdoba a Bagdad, y no consta que tener éxito se castigara con la lapidación. “Tenemos la suerte de que la religión fiel a la religión del amora, a diferencia de la católica o la judía, considera que la relación sensual debe dar placer, no sólo servir a la procreación”, subraya la feminista jovenlandés Aïcha Zaïmi Sakhri, que a finales de los años 90 lanzó la revista 'Femmes du Maroc'.
Entre consejos de belleza, moda y reportajes críticos con el patriarcado se escondía en cada número una doble página de color con información sensual: anatomía del clítoris, consejos de cómo llegar al orgasmo, masturbación. “Claro que es audaz, dirán dios mío, de qué hablan… pero no está prohibido. Lo que no podemos hacer es hablar del sesso fuera del matrimonio. De este tema hablamos sólo entre líneas. Porque estas relaciones están prohibidas por la ley”, reconocía Sakhri. Pero el placer en sí no está demonizado por los teólogos.
El sustituto de la educación sensual, la pronografía, crea una concepción distorsionada de las relaciones donde no hace falta el consentimiento
Cuando Rania Fahmi, de 20 años y de una zona rural de Egipto, sale a la calle, lo hace vestida de neցro y de largo, sin nada que marque una curva, con el pelo cubierto... pero parece que la simple presencia de una mujer en un callejón basta para despertar la bestia masculina. Rania se ha visto obligada a arrear varios golpes con el bolso al hombre que la acosaba, haciéndose viral en las redes sociales y llevando a su agresor a prisión.



Otro famoso símil para convencer a las chicas de que elegir el hiyab es la única manera de ser una mujer decente es el de la piruleta: “Si te ofrecen dos caramelos, uno con su envoltorio y el otro ya abierto y rodeado de moscas ¿cuál elegirías?” Las “moscas”, en esta versión, son los chicos que siguen a una mujer en la calle para gritarle obscenidades. Pero sufrir este acoso no es culpa de las moscas: es culpa de quien no lleva el envoltorio.
Socialmente. Legalmente no, o ya no. El pasado septiembre, el Gobierno jovenlandés anunció por fin una nueva ley, largamente reclamada por los movimientos feministas, para erradicar la violencia contra las mujeres. No solo tipifica por primera vez como delito forzar a alguien a casarse contra su voluntad, sino también penaliza con seis meses de guandoca y multa el acoso sensual. Queda por ver si se aplicará.
La experiencia de Egipto no deja mucho lugar al optimismo: también allí se castiga el acoso con seis meses de prisión y multa desde una reforma legal de 2014. Pero cuando la activista Amal Fathy publicó este año un video en las redes sociales en el que relataba cómo había sido acosada sexualmentecuando hacía gestiones en un banco y denunciaba que el Gobierno no está haciendo lo suficiente para proteger a las mujeres contra esta lacra, el arma legal se convirtió en bumerán. El video llegó a la prensa internacional y la policía no tardó en ir a su casa y arrestarla. A finales de septiembre pasado, un tribunal la sentenció a dos años de guandoca y una multa de 490 euros por “difundir noticias falsas” y manchar la imagen del país.
El himen a toda costa
Atrapados entre sus impulsos sensuales y la responsabilidad de vigilar sobre la decencia de “sus” mujeres –un concepto que para muchos no incluye solo las de su familia, sino todas las de su país o incluso cualquier fiel a la religión del amora en el mundo– , muchos jóvenes han descubierto una válvula: las otras. Las que no son fiel a la religión del amoras. Las 'occidentales'. Ellas no necesitan ser decentes: nacen pilinguis, más o menos. Ligar con una europea es la solución perfecta para un chico de la religión del amor que no tiene medios para casarse, pero se horroriza ante la idea de manchar el honor de la que podría ser su futura esposa.
Es la vía de escape de Tareq (nombre ficticio) , un egipcio de 25 años para el que “no hay otra solución más allá del matrimonio” para poder tener relaciones sensuales con una mujer. Reconoce que es “una necesidad humana digan lo que digan los religiosos” e ironiza que está “harto del prono”. “Quiero tocar a un cuerpo humano sin pagar por ello”, suspira, mientras toma una cerveza en un bar de Ámsterdam. El Barrio Rojo es su atracción favorita: “¿Y qué quieres que haga? ¿Violar a las chicas en la calle? Aquí al menos dan a la gente esta salida, allí nos ahogamos con lo que hay”. El próximo verano celebrará su boda por todo lo alto con una chica cinco años más joven y a la que apenas conoce. Ambos residen en El Cairo. Le quedan pocos meses pero “son una eternidad”. No tiene remordimientos por lo que pueda pensar su prometida. Es un matrimonio arreglado con “una chica decente y con estudios”, cuenta con orgullo.
Ella no tiene esta vía de escape mientras se prepara para la misma boda. Será el día en el que perderá la virginidad, ese símbolo de dignidad que le garantiza un matrimonio. Un símbolo que no ha perdido vigor desde los días de la tradición en los que garantizaba el honor público de la familia. Hace una generación –lo cuenta la socióloga jovenlandés Soumaya Naamane Guessous en su tesis “Más allá del pudor”, una investigación sobre las costumbres sensuales de las marroquíes, realizada en los años 80 y bestseller en todas las librerías marroquíes hasta hoy, con una decena larga de reediciones– no faltaban madres que daban a sus hijas el consejo de 'enrollarse' con sus novietes todo lo que quisieran... siempre y cuando preservaran el himen. Eso no.


Hoy, la obsesión llega más lejos. Hay casos en los que una pareja de novios,tras una etapa de encuentros sensuales, decide casarse... y que por mutuo acuerdo deciden que la chica acuda a una clínica para recomponerse el himen y ser virgen de nuevo para su ahora futuro esposo. Porque ¿cómo se va a casar él con una chica que no haya sabido preservarse para el día de la boda?
En el Magreb, la floreciente industria de la recomposición del himen se denuncia a veces como un negocio que se aprovecha de los tabúes y, como no, los refuerza. Pero en otras longitudes puede ser un salvavidas. En los países árabes al este de Egipto, y hasta el sureste de Turquía, persiste la terrible costumbre de los asesinatos de honor: si el vecindario sospecha que una chica podría haber perdido la virginidad, o que actúa como si pudiera estar dispuesta a perderla, sobre la familia recae la obligación de matarla. Una tradición tan fuerte que varios países prácticamente la permiten por ley: en Jordania, el castigo para el malo no suele sobrepasar los seis meses.
Cuando se propuso, en 2003, reformar la ley para abolir la atenuante del 'honor' vulnerado, los diputados de los Hermanos fiel a la religión del amores votaron en contra. Ante la pregunta de cómo podían proteger con su voto una tradición que no viene en el Corán ni es compatible con la norma islámica de que nadie debe ser ejecutado sin juicio público y sentencia de un juez, la respuesta era fácil: no, apiolar no es islámico, aducían, pero sirve para evitar que a las chicas se les ocurra cometer un pecado.
 
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El somodismo y gomorrismo, es una tendencia natural de la gente, igual que el consumo de drojas, por eso, las civilizaciones, han atado en corto los desvaríos sensuales, que no es otra cosa que drojarse con dopamina de una manera fácil de obtener .

Centrar a las personas en que el objetivo del sesso es crear una familia y la fidelidad, ha sido el intento a veces infructuoso del orden social, que como en el caso de España, se ha descuidado y de ahí que estemos en esta distopía de niñas con miembro viril y a punto de extinguirnos .
 
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