El movimiento espírita y “la espiritualidad al revés”

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Madmaxista
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Por si queréis leerlo con colorido y no se os haga tan pesado. Hilo no apto para Come-cosas, sufrirán desprogramación mental.

Fuente: CAP. 8.- EL MOVIMIENTO ESPÍRITA Y

CAP. 8.- EL MOVIMIENTO ESPÍRITA Y “LA ESPIRITUALIDAD AL REVÉS”

Seguimos repasando algunos de los numerosos movimientos modernos que configuran y dan cuerpo a la base invertida del Novus Ordo Seclorum. Si en capítulos anteriores se abordaron inversiones en el campo político, científico o arquitectónico, ahora abordaremos el dominio “religioso” (utilizando la palabra “religioso” a falta de encontrar otra palabra que se adapte a este obtuso objeto). Se trata sin duda del dominio más difícil de tratar, con mayor variedad de confusiones, y con mayor complejidad de desvaríos y contrahechuras. Sin embargo, aunque todo es confusión en los numerosísimos “movimientos neoespiritualistas”, todos comparten algo que les hace fácilmente estudiables: el error. Este error (subrayamos el singular de esta palabra) contrasta con la pluralidad de escuelas, sociedades, comunidades, e iglesias que pertenecen a una masa deforme de movimientos que acostumbran a rivalizar entre sí. Por lo demás, esta rivalidad se circunscribe generalmente a un proselitismo que da fundamento a la existencia de tal número de movimientos. En otras palabras: el “neoespiritualismo” está –por supuesto- abierto a todos; y cuántos más, siempre mejor. ¿Mejor para quién? El singular error que comparte todo el espectro “espiritual” de la modernidad supone ser la raíz de lo que aquí estamos tratando: la estructura del Establishment. Tras el colapso tradicional y la instauración del Nuevo Orden Mundial, ¿qué se le ofrece al “nuevo hombre” en cuestión de “espiritualidad”? Un error que remplace inversamente la verdad, un motivo de división con sus semejantes, una ilusión en donde perderse con estériles conflictos.

Ya que tratar todos los movimientos neoespiritualistas sería agotador para nos y para los lectores (pues es precisamente su pluralidad lo que les característiza), vamos a tratar aquí uno de ellos, el “espírita”, que supuso ser un pionero en muchos sentidos, y la inspiración y mayor influencia de muchísimos otros posteriores. Además, el origen histórico del espiritismo se sitúa en el contexto clave –el siglo XIX- donde se articula explícitamente el monstruoso proyecto que este libro aborda: El Novus Ordo Seclorum. Y no sólo eso: es del “movimiento espírita” de donde vienen teorías deformadas, invertidas o directamente inventadas, que están muy presentes tanto en movimientos sin vinculación aparente con el movimiento espírita, como en individuos comunes que no saben qué viento les sopla. Sería muy sencillo reírse aquí de lo grotesco del espiritismo, pero esto no nos interesa ni lo más mínimo. Lo que aquí nos ocupa es alertar de la enorme influencia que el movimiento espírita ha tenido y tiene en el pensar popular, en las expresiones artísticas de la modernidad, y en hombres y mujeres que confiesan ser “ateos”, “agnósticos”, “cristianos” o de la religión que ellos quieran. Si el movimiento espírita puede resultar cómico a simple vista, el impacto que éste ha tenido en el ser humano no tiene la menor gracia. Teorías netamente espíritas están presentes en la mentalidad de gentes de lo más variopintas: desde tipos “materialistas” declaradamente modernos, hasta hombres que se aferran a tradiciones de expresión (lamentamos usar esta palabra) residual. Es por ello precisamente por lo que hemos escogido este movimiento neoespiritualista y no otro; a pesar de que existen algunos que podrían competir con él en infame importancia, tales como el “ocultismo europeo”, el “teosofismo”, el “neorrosacrucismo”, y –más recientemente- el “neovedantismo”, la “conscienciología”, el “raelismo”, la “cienciología” y más. Confesamos que –a estas alturas- no daríamos abasto si quisiéramos combatir movimientos neoespiritualistas. Optamos por no hacerlo, dejar que se combatan y se destruyan entre sí, y trabajar humildemente para que todo vuelva a cauces un poco más normales. Lo que sí haremos es declarar –a quien quiera oír- el nefasto error neoespiritualista y su utilidad en el Novus Ordo Seclorum.

Definición y origen del Movimiento Espírita

Ante todo, el movimiento espírita es un movimiento moderno, y como tal, su origen es más o menos reciente, y se puede datar. En el caso del espiritismo, su origen data de 1848 y no antes; ni el término “spiritism” ni cualquiera de las doctrinas que quiera encerrar este término, tienen existencia antes de este año. Esto último es importante por un doble motivo: en primer lugar porque toda supuesta conexión del espiritismo con una tradición anterior –mucho menos, “antigua”- es completamente inexistente; y en segundo lugar, porque es precisamente el violento, romántico y oscuro siglo XIX el contexto histórico que da a luz a semejante “ismo”. Si el contexto histórico del movimiento espírita es incorregiblemente moderno, su contexto geográfico no lo es menos: son los Estados Unidos (y después, Francia, en su desarrollo) las tierras que vieron nacer el espiritismo. Fueron los sucesos sufridos por la familia Fox en Hydesville los que dieron pie a la interpretación de unos fenómenos que se hizo llamar “modern spiritualism”. ¿Qué fenómenos fueron estos y cuál fue esa interpretación? Los fenómenos no eran en absoluto “nuevos”: eran los típicos fenómenos de un “lugar fatídico” (según la denominación clásica) o de la “casa encantada” (según denominaciones más recientes). En la casa de la familia Fox se movían objetos, se escuchaban voces, se veían imágenes… y demás fenómenos que siempre han existido y que nunca se le han dado importancia (al contrario: la perspectiva iniciática siempre los ha despreciado). Lo que resultó nueva fue la fascinación por estos fenómenos, y –sobre todo- la interpretación de que estos fenómenos eran causados por los muertos que habitaron aquel lugar. Este es el punto central de la doctrina espírita (si es que se le puede llamar así): la posibilidad práctica de “comunicar” con los muertos a través de algún tipo de materialización. Este dogma espírita es lo que resulta completamente moderno: nunca antes el “culto a los antepasados” de las diferentes tradiciones había poco equilibrado en una comunicación con los muertos groseramente expresada, y nunca antes fenómenos propios de la brujería más baja se habían interpretado como “señales de los difuntos”. Pero el “modern spiritualism” no se conformó con eso: primeramente se sacó de la manga una figura necesaria para que esa “comunicación” fuera posible: el “médium”. También se inventó una pseudo ritualística dedicada a la práctica de esa supuesta “comunicación”: la “sesión”. Sin embargo, todo esto sólo resultaría un grotesco circo sólo peligroso para sus seguidores, si no fuera porque posteriormente se exportó divulgándose por Europa, y se intelectualizó de la manera más baja que exigía la intención de dicho movimiento.

Hyppolite Rivail, un francés vinculado al ocultismo europeo decimonónico y a grados inferiores de la francmasonería alemana, decidió interesarse por el “modern spiritualism” para más tarde fundar la “Escuela Espiritista” en París. Cambiando su nombre gratuitamente por el céltico Allan Kardec, firmó los libros teóricos que sentaron las bases del movimiento espiritista o espírita, hasta el punto que –en ocasiones- dicho movimiento se hace llamar kardecismo. Sin embargo, el mismo Rivail reconoció no haber escrito completamente dichos libros, y esto le exime en verdad de ser el responsable de trabajos de un nivel tan bajo. Junto a Rivail (Kardec) había una suerte de colectivo de “médium” en los que se encontraban literatos franceses, ocultistas más o menos científicos, y futuros miembros de lo que sería la “Sociedad Teosófica”. Esto resulta importante porque, si después encontramos que el “ocultismo”, el “teosofismo” y el “espiritismo” rivalizan y polemizan entre sí, también se encontrará que su membresía se tras*vasa de un movimiento a otro con una facilidad pasmosa. Esta contradicción siempre convivió (también hoy) en los movimientos neoespiritualistas; y ello se puede ilustrar con el 1º Congreso Espiritista en Cleveland, donde asistieron “ocultistas” renombrados como Papus (entre otros), y personajes vinculados con el “teosofismo” como Madame Harclinge-Britten. Como ya dijimos, a pesar de que existen innumerables diferencias entre las sociedades neoespiritualistas, no existe ni una sola esencial, tal y como demuestra esta especie de oscura fraternidad que todos ellos muestran en congresos, agrupaciones y comités diversos.

Pero no vamos a detenernos en detalles históricos, y esperemos que lo dicho hasta aquí sirva como un resumen del origen y formación del movimiento espírita. Lo que interesa en exclusiva de este movimiento –ya lo dijimos antes- es la influencia que tuvieron y tienen sus errores teóricos en el mundo moderno. Por lo tanto, dejaremos a un lado a las individualidades fundadoras del movimiento espírita (pues sólo podemos valorarlas como “marionetas” que fueron utilizadas por la fuerza infrahumana) Pasemos a ver entonces lo que dijeron, teorizaron y divulgaron estas pobres y siniestras marionetas.

Algunas distorsiones e inversiones teóricas del Movimiento Espírita

Ese desarrollo del movimiento espírita se apoyó –ya lo dijimos- en una suerte de “intelectualización” formulada por pobres y múltiples libros que, a posteriori, generarían la diversidad de escuelas, ramas, e “iglesias” del movimiento, tal y como existen actualmente. El contexto de esta intelectualización fue la Europa moderna, y así se entiende que en ella participaran personajes de diferentes raleas: médicos, psicólogos, abogados, profesores, literatos… es decir, “profesiones liberales” modernas que ni tienen ni pueden tener conexión con contextos iniciáticos mínimamente serios. Sin embargo, esto tampoco explicaría la ínfima calidad de los libros espírita (pues nos consta que sus autores habrían sido capaces de escribir libros algo más presentables) Lo que hace de las teorías neoespiritualistas -en general- un completo sinsentido, es la necesidad de presentar una doctrina popular, asimilable por todos, accesibles a las masas en donde poder clavar los colmillos del proselitismo. En otras palabras: las teorías espíritas buscaban precisamente una divulgación a cualquier precio, o –más exactamente- una vulgarización paródica de una doctrina.

Para dar fundamento a esas vulgares teorías, el movimiento espírita echó mano de la única autoridad que Europa concibe: la ciencia moderna. Así, no es difícil encontrar como pioneros del neoespiritualismo a médicos eugenistas, psicólogos, científicos, neomalthusianos, físicos de lo más variado… que dieron una base pseudocientífica a materias que ni son si ni pueden ser objeto de la ciencia moderna. Para entender la función de esta comunidad científica, basta comprender el refrán castellano “En el país de los ciegos, el tuerto es el rey.”, con la excepción de que aquí el rey no tiene ningún ojo. Es por ese carácter científico moderno por el que todas las teorías neoespiritualistas tienen un tinte “evolucionista”, pues es ese “evolucionismo” el denominador común de todas las concepciones de la modernidad.

A pesar de ese “evolucionismo”, el espírita (como muchos neoespiritualismos) no duda en reivindicar fantásticas conexiones con tradiciones del mundo antiguo, e incluso adoptar terminología ajena para elucubrar sus más disparatadas teorías, cargadas siempre de un sentimentalismo sumamente comercial. El peor parado de todo esto es un ya apaleado cristianismo, contexto religioso del que sale toda rama espírita. Así, llegarán a formarse agrupaciones espíritas que se harán llamar “cristianas” (incluso, “católicas” y “protestantes”), y hasta se formarán “iglesias espíritas”, tal y como se puede ver actualmente en todo el continente americano. Todo este carácter vulgar, popular, sentimental, y ese arraigo en la mentalidad moderna-cristanoide del S. XIX y XX, permite que las teorías espírita puedan influenciar tanto y a tantos, incluso a sujetos que creen situarse en perspectivas materialistas o agnósticas. Al ser tantas estas teorías, aquí sólo plantearemos tres que son comunes más o menos a la contradictoria variedad de escuelas espíritas, y que –sobre todo- influenciarán profundamente a propios y extraños en la paródica vivencia moderna de la “espiritualidad”, lo que más adelante llamaremos “la espiritualidad al revés”.

El espíritu espiritista: Con esta redundancia titulamos la contradicción que se encuentra en la base y el término mismo del espiritismo. ¿Qué entiende el espiritismo por “espíritu”? Ya dijimos que lo esencial para esta gente es la posibilidad de “comunicar” con muertos (o lo que ellos creen que son muertos). Eso que se manifiesta en la “comunicación” es –para ellos- el “espíritu”, como una suerte de parte del ser “descarnada” (así dicen) que anda pululando (ellos dicen “errando”) después de la fin. Resulta muy novedosa esta interpretación del “espíritu”, pues ni siquiera el dualismo cartesiano lo concibe así, y mucho menos la triada espíritu-alma-cuerpo de doctrinas alquímicas de la Edad Media. Desde el punto de vista de cualquier fuente mínimamente seria, el “espíritu” es siempre “la parte superior del ser”; y sin embargo, para el espiritismo será precisamente lo contrario: la fuerza residual del psiquismo de un ser. Esta fuerza residual es lo que en sánscrito se llama “pretas”, en latín “manes”, y el hebreo “ob”. Esta fuerza psíquica no tendría nada de “espiritual”, y así se entiende que sean materializaciones tan groseras. Este “ob” es llamado también en hebreo “habal d garmin” (literalmente, “viento de los huesos”), y resulta algo a no tener en cuenta por alguien que se interese mínimamente por el espíritu. En la Qabbalah, el ob sólo interesa para un tipo de práctica: existe una “magia evocativa” que siempre ha sido despreciada, evitada y nada recomendada por todas las tradiciones. Esta “magia evocativa” es una de las principales “aficiones” del neoespiritualismo, en esa fascinación por los fenómenos, lo besugo (ellos dirán “paranormal”), y –en definitiva- todo lo que les resulte raro. La confusión del “espíritu” según el espiritismo es otro ejemplo (y a estas alturas del libro ya hemos visto unas cuantas) de una inversión tan propia de la modernidad y tan útil para la “doctrina luciferina” (de la que ya hemos hablado en capítulos anteriores) Cuando se trata de equivocar, distorsionar la constitución del ser humano resulta clave: el espírita habla de espíritu cuando está evocando la inercia psíquica, identifica su esencia con su parte residual, cree que lo que sobrevive a su cuerpo es lo que precisamente nunca estuvo vivo. Se puede hacer una idea así, de lo perversamente distorsionada que está la perspectiva moderna con respecto a la constitución del ser humano.

La distorsionada constitución del Ser Humano: Resulta difícil exponer los errores de una teoría cualquiera cuando los que formulan dicha teoría ni siquiera parecen ponerse de acuerdo con ella. Eso es lo que ocurre con las diversas teorías de la constitución del ser humano según los neoespiritualismos: sólo deciden dejar de polemizar cuando se trata de su error central: su noción de “espíritu”. Después, cada escuela divaga en una serie de terminología tal como “periespíritu”, “cascarón”, “cuerpo astral”… y demás palabrejas con las que no merece la pena detenerse mucho aquí. La tendencia es dar una visión groseramente materializada de la constitución sutil del ser humano. En su desvarío, llegan a dar una “localización al espíritu” (como si el espíritu estuviera aquí o allí), “peso al alma” (tal y como enunciaron algunos grotescos personajes), o “corporeidad a lo sutil” (a pesar de que semántica y lógicamente, el “cuerpo” no es sino precisamente la más tosca manifestación del ser, y que –por lo tanto- hablar de “cuerpo sutil” es una contradicción manifiesta). Estas inexactitudes y contradicciones terminológicas no les importa demasiado a los neoespiritualistas; para ellos, el interés está puesto en otro lugar: los fenómenos raros de la parte de su ser que desconocen. ¿Es gratuito decir que esa parte peor conocida puede ser también la más peligrosa?

Pero, a poco que se tome la molestia de examinar estas teorías, se descubrirá que, ni tan siquiera para equivocarse, el neoespiritualismo resulta original. Todas estas teorías modernas son deformaciones brutales de concepciones tradicionales orientales, que intelectuales europeos han escuchado alguna vez, que jamás han comprendido ni asimilado, y que después interpretan a su manera de la forma más vergonzosa. Recordemos que –en todos los dominios- la modernidad es incapaz de “tomar prestado” algo de Oriente, tal y como a veces ella se excusa; la modernidad directamente usurpa, roba, expolia cosas de Oriente (siempre las más formales y superficiales), para después distorsionarlas a su antojo. En este caso particular, las diferentes divagaciones sobre los diferentes “cuerpos” del ocultismo, espiritismo, teosofismo y otros, son irrespetuosas y distorsionadas interpretaciones de la teoría de los sariras (o khosas) en la India, que nada tiene que ver con todo eso, y que aquí no podemos ni intentar exponer, para no sugerir una comparación que siempre va a resultar odiosa. Este caso no es asilado, pues habrá más teorías neoespiritualistas que se escudarán vilmente en teorías tradicionales orientales. Aquí citamos otra:

La reencarnación: Si hay una teoría neoespiritualista que más ha calado en la mentalidad del hombre moderno esa es –sin duda- la “reencarnación”. Actualmente, hay muchos hombres y mujeres que “creen” en la “reencarnación”, e imaginan el origen de su creencia en la Grecia, el Egipto y –sobre todo- la India antigua. Aunque es una amplia mayoría la que así cree, esa mayoría se equivoca; y por más que así crean, la mayoría democrática importa nada cuando se trata de la verdad. Ni la palabra “reencarnación”, ni la teoría que esta voz encierra se puede encontrar en contextos que no sean cristianos y modernos. Existen otras teorías tal como la metempsicosis en doctrinas antiguas, la “tras*migración de las almas” en Occidente, teorías indias del devenir del ser humano… y, de hecho, es precisamente la “reencarnación”, una mezclada y brutal deformación de todas esas teorías tradicionales que nada tienen que ver con la tosca pseudodoctrina neoespiritualista. “Rencarnation”, “rencarnacão”, “reencarnación”… son palabras que derivan de una previa y necesaria “encarnación”, y de este término, sólo diremos que le corresponde exclusivamente a la teología cristiana. Fue el contexto ocultista decimonónico que aquí se ha presentado quien comenzó a hablar de “des-encarnar”, “re-encarnar”, y demás torpísimas concepciones que tienen como raíz semántica, “la carne”, voz muy usada por todo tipo de jovenlandesalistas cristianos.

Es ese jovenlandesalismo uno de los protagonistas de las teorías reencarnacionistas. El reencarnacionista “cree” que la individualidad (que él identifica con el espíritu de manera inapropiada) se despoja del cuerpo tras la fin, y esa individualidad va cambiando de cuerpo en cuerpo (aunque sería más apropiado decir “de carne en carne”), por una especie de tosca ley jovenlandesal en la que el “hombre bueno” va a “carnes” de seres en situación privilegiada, y los “hombres malos” van a ocupar “carnes” de forma infrahumana, si no bestiales. Como se ve, además de una suerte de carnicería, se trata del “evolucionismo” moderno aplicado a los estadios postmortem, un “evolucionismo espiritual” que reivindicarán personajes como el mismo Rivail (Kardec), que dijo: “Nacer, morir, renacer otra vez, y progresar sin cesar; tal es la ley”. Por lo tanto, es ese “progreso” (concepto netamente moderno) lo que busca ese “evolucionismo espiritual”, que se mueve en un difuso dominio jovenlandesal al que vulgarmente se le llama “Ley del Karma”, adoptando de nuevo un incomprendido término ajeno para dar nombre a una infantil ley jovenlandesal del premio y el castigo aplicados al misterio postmortem.

Así, el reencarnacionista dice: “Yo en el pasado fui judío”, “Yo en otra vida fui mujer”, “Yo antes era un jirafa”… y se queda tan ancho, sin cuestionarse qué entiende por ese “yo” con el que comienza sus frases. Ese “yo” (que algunos modernos creen poder “descarnar” y volver a “encarnar”) no es sino la individualidad, a la que tan sentimentalmente están apegados, y que ansían poder perpetuar a toda costa. Como el hombre moderno no puede concebir en él nada más profundo que su torpe noción de identidad individual, inventa una teoría que le permita dar continuidad a aquello que no será tras la fin porque tampoco lo es en vida. Y no sólo se conforman con consolarse al creer que su cómoda identidad va a perdurar; además, el reencarnacionista osa interpretar la desgracia, el dolor y la miseria de los hombres bajo simples fórmulas jovenlandesales que lo eximen de su responsabilidad. Así, movimientos espíritas publicaron trabajos con titulares como “Los oficiales nazis reencarnaron en el África de color subdesarrollada, donde ahora están pagando por lo que hicieron en el pasado”, y cosas aún peores, que no vamos a señalar aquí por un mínimo de decoro que siempre va a ser más importante que la documentación de este capítulo. Sólo diremos que el neoespiritualismo reencarnacionista en ocasiones ha llegado a cotas de una vileza endiablada, y cualquier criterio formado que eche un vistazo a este tipo de movimientos se dará cuenta enseguida.

Pero lo peor de la reencarnación está por venir: ya dijimos que existen teorías tradicionales orientales (especialmente, de India) que los modernos tomaron irrespetuosamente como “modelo” para inventar su “reencarnacionismo”. Ya que el europeo no tiene ni capacidad, ni voluntad, ni tiempo, ni paciencia para comprender mínimamente una doctrina oriental, pretende asimilarlas por la vía rápida a través de contrahechuras, prejuicios y simplificaciones. Y así, no tiene ningún inconveniente en enunciar que “la India siempre ha creído en la reencarnación”. La cosa se oscurece aún más cuando indios educados en inglés a través de sistemas educativos coloniales, utilizan esa misma traducción - “reencarnación”-, para referirse a teorías que ellos mismos ya acostumbran a ignorar completamente. Así, la teoría moderna de la reencarnación tienen un satánico efecto boomerang: no sólo impone la divulgación de un error, sino que se infiltra y destruye la antigua manifestación de una verdad. Esta infame maniobra de inversión doctrinal es sólo un ejemplo de la destrucción de las tradiciones orientales que el mundo moderno ha llevado a cabo a todos los niveles: militar, político, social, económico, e –incluso- en la misma base doctrinal teórica, como es el caso. Y así, una vez más, de tanto repetir una mentira, ésta no se convierte en verdad, pero –al menos- lo parece: “La reencarnación vienen de la India.” Por nuestra parte, podemos decir la verdad más veces, pero jamás más claro: ninguna teoría tradicional propia de India (ni tan siquiera dentro del budismo, ni tan siquiera dentro del jainismo) resulta ser la “reencarnación” tal y como la entienden en su ambigüedad y falta de concilio, orientalistas, académicos de todo tipo, indios modernos, ocultistas europeos, hinduistas angloparlantes, y seguidores del movimiento espírita que aquí tratamos. Quizá, el reencarnacionismo sólo resulta interesante para observar la refinada bajeza con la que la necesidad de inversión opera.

Sin duda existen más errores teóricos originarios del movimiento espírita que no carecería de interés aquí abordar, pero no vamos a extendernos en demasía con todo esto, pues con estos tres puntos (verdaderamente centrales en la pseudodoctrina espírita) se puede extraer una buena síntesis para el provecho del lector. Si este estuviera interesado en más detalles y documentación sobre las absurdas teorías de este movimiento neoespiritualista, remitimos al lector a las obras escritas por los mismos autores espiritistas, tales como el propio Allan Kardec, M. Leon Denis, Arthur Conan Doyle o muchísimos otros, también contemporáneos. Allí encontrarán un vasto material de reveladoras estupideces, siempre y cuando encuentren coraje para afrontar lecturas que en muchas ocasiones –advertimos- resultarán insoportables.

Influencia del error espírita en el mundo moderno

Si el movimiento espírita resulta algo grotesco para gran parte del público en general, eso no convierte al poder del movimiento subestimable. Todos los movimientos neoespiritualistas tienen una intención más obscura de la que puede parecer a simple vista, y sus “fundaciones” no se pueden interpretar como inocentes actos espontáneos. Por nuestra parte, no caeremos en el error de infravalorar cualquier movimiento neoespiritualista: su nefasta influencia resulta fatal en gentes de todo tipo, gentes incluso que no están vinculadas activamente en movimiento alguno, y gentes incluso que parecen ajenas a estos asuntos. En el caso particular del movimiento espírita, resultan obvios los terribles efectos en sus seguidores; para ello basta echar un vistazo al deplorable estado de salud de sus “médiums” y seguidores, o visitar –con cierta distancia- un “hospital espírita”, “una casa de caridad espírita”, o una “feria del libro espírita” (que actualmente hay en muchos lugares del mundo, especialmente en el continente americano). Esto no nos concierne aquí, aunque reconocemos que una monografía o un documental en ese sentido, sorprenderían a más de uno. A un nivel más amplio, los peligros más graves de este movimiento no son los que atañen a sus seguidores (que ya serían graves), sino los que afectan a un público general, inconsciente a estas materias. Además, es precisamente esa inconsciencia y la falta de interés por estos problemas, lo que hacen del hombre moderno, una presa fácil de unas influencias contra-intelectuales e infrahumanas que –por lo general- están presentes en todos los movimientos neoespiritualistas.

Por poner algunos ejemplos, muchos de los lectores podrán alegar que se encuentran muy alejados de estas materias; y sin embargo, muchos de ellos lloraron cuando vieron la película hollywoodiense “Ghost”, se emocionaron con la producción “El sexto sentido”, o fueron al cine para apoyar al director español Alejandro Amenábar, y sus “Los otros” (Por cierto, superproducción que dirigió después de comercializar películas sobre redes satánicas de secuestro y tortura, “Tesis”, y sobre anhelos modernos de inmortalidad depositados en la crionia tras*humanista, “Abre los ojos”). La mayoría de lectores creerán reírse de la charlatanería propia de los espiritistas, pero conocerán probablemente el libro “La casa de los espíritus” de Isabel Allende, habrán seguido la serie televisiva “Expediente X”, o la telenovela de éxito internacional, “Alma gemela”, producción del monstruo de la televisión, Globo TV. La mayoría de lectores pensarán que el movimiento espírita no supone ningún peligro para sus vidas, pero permitirán que sus hijos lean los libros de Harry Potter, vean la película infantil “Casper”, o participen en las modernas fiestas de Halloween donde podrán disfrazarse de fantasmas, muertos vivientes o asesinos en serie. La mayoría de lectores pueden considerarse ateos, agnósticos, católicos, protestantes, o lo que quieran, pero con certeza todos tendrán la idea general de que el hindú, el budista y el chiflado de la new-age de turno “creen en la reencarnación”. La mayoría de los lectores asegurarán no creer en ninguna sarta de tonterías, pero se aterrorizarían al ver objetos moverse, escuchar voces hablarles y demás fenómenos que calificarían como “paranormales”. La mayoría de lectores creerán mantenerse en una perspectiva “materialista” de la vida, pero si les preguntan “¿qué es el espíritu?”, tras una breve cara de estupefacción y boca abierta, llegarán a articular algo parecido a la concepción espiritual del espiritismo. Así es: los movimientos neoespiritualistas van tras*formando el pensar de los hombres modernos (de todos los hombres modernos) de una forma muchas veces imperceptible por estos. Es más: cuando estos creen estar “entreteniéndose” o “distrayéndose”, es precisamente cuando están siendo más brutalmente atacados por la imposición de la inversión doctrinal. La desidia del moderno es ideal para que la gran inversión se infiltre sigilosamente en la población: cultura pop, cine, TV, periódicos, literatura, comic, deporte… En lo que respecta a los movimientos neoespiritualistas, estos se encargan de rellenar el área de la mentalidad moderna que vagamente él califica como “espiritual” o “religiosa”. En la “era global”, se encontró una religión mundial para todos los hombres y mujeres del globo: la imposición del error, el culto infra-material de masas, el satanismo inconsciente, lo que en el apartado siguiente llamaremos “la espiritualidad al revés.”

Pero ciñéndonos al movimiento espírita propiamente dicho, su influencia perceptible tampoco es desdeñable: se trata de un movimiento organizado (en una mareante multiplicidad, pero organizado), influyente, poderoso, y presente en numerosos países. La presencia espírita sólo se manifiesta en los estados occidentales; ella puede ser minoritaria y discreta (como es el caso de la actual Francia, país donde se desarrolló) o mayoritaria y de gran popularidad (como es el caso de Brasil). Al dar un repaso a los estados con presencia espírita, se entiende que su contexto religioso siempre será el cristianismo jovenlandesalista y difuso propio de los estados occidentales modernos. Es por ello por lo que muchísimas escuelas espíritas se hacen llamar “cristianas” (e incluso, integrarán los evangelios canónicos junto a los libros de Allan Kardec en sus disparatados corpus) No sólo eso: muchas organizaciones espíritas se hacen llamar “iglesias” como la influyente Nacional Spirist Church of Alberta en Canadá. Si ya definimos el carácter del espiritismo como eminentemente moderno, ahora completamos dicha definición con su carácter jovenlandesalista. De hecho, es el mismo movimiento espírita el que declara que su “doctrina” (ellos la llaman así) se desarrolla desde una perspectiva “científica, filosófica y jovenlandesal”. En efecto, la perspectiva del espiritismo resulta ser ese carácter científico moderno, cristanoide, y jovenlandesalista que impregnan todas las ramas, escuelas, y grupos espíritas.

Por ejemplo, el jovenlandesalismo protestante siempre impregna cualquier manifestación de espiritismo anglosajón. Sólo en Estados Unidos, se tiene registro de la existencia de 241 grupos explícitamente espiritistas; sin embargo, este número sería muchísimo mayor si se contaran grupos definitivamente influenciados por el espiritismo, pero que optaron por otra nominación, bien por motivos comerciales, de imagen u otros. Actualmente, Estados Unidos es quien ostenta el curioso record de albergar al mayor número de agrupaciones y sectas neoespiritualistas, es el segundo país con mayor número de agrupaciones espiritistas, y es el campeón absoluto en lo que se refiere al número de movimientos declaradamente satanistas. También es el líder en casos de serial killers indiscutiblemente vinculados a redes satánicas de secuestro y asesinato. Uno de los más famosos de estos chalados, Charles Manson, declaró en varias ocasiones ser la “reencarnación” de otros personajes también poco apreciables, que no merece la pena aquí citar. Muchas de estas redes, organizaciones y asesinos se encuentran actualmente en Los Ángeles, ciudad famosa también por la industria cinematográfica que alberga, la cual está también fuertemente influenciada por el neoespiritualismo en general, y por el movimiento espírita en particular. Existen superproducciones de Hollywood apologistas de la doctrina espírita (ya se citaron algunas), pero existirían muchísimas más películas (muchas de ellas, auténticos blockbusters) repletas de alusiones, simbolismo y mensajes subliminales para programar al gran público. No sólo eso: existe un “género” exclusivamente dedicado a ello: el género de terror (en inglés, “terror movie” o thriller). Actualmente, este género hollywoodiense (el de “terror”) se orienta con alevosía a la población más joven, habiéndose creado una etiqueta para este adoctrinamiento juvenil en el terror: “teen-thriller”. La influencia de todas estas películas en todo el mundo resulta inmensa y fatal. Además, resulta curioso observar que ese “terror” como género cinematográfico propagandístico del neoespiritualismo, sea la misma voz que utilizará la propaganda política del Nuevo Orden Mundial y su “terrorismo”. Por supuesto que todo esto no resulta casual. ¿Será por lo tanto cierto cine de Hollywood un verdadero “acto de terrorismo”? Preferimos no responder a esta pregunta, y no porque dudemos de la respuesta, sino porque resulta ya imposible escribir con propiedad utilizando la palabra más pisoteada, deformada y amada sin consentimiento del diccionario de la neolengua del Nuevo Orden Mundial: el “terrorismo”. Ese será un lodazal que –como el lector entenderá- siempre haremos por evitar.

Sin embargo, el país con más presencia espírita (tanto en seguidores como en agrupaciones así registradas) resulta ser Brasil. En el último censo sobre “confesión religiosa” (2009), dos millones y medio de brasileños se consideraban “espíritas”, siendo la tercera confesión religiosa después del catolicismo y el protestantismo (en una de sus formas, llamada evangelismo). Este dato resulta revelador en dos sentidos: en primer lugar, la popularidad del espiritismo ha convertido a este movimiento en una “confesión religiosa”, es decir, una “religión” más como oferta de la “libertad de culto” propia de un estado laico moderno. En otras palabras: la “doctrina espírita” –sin ser propiamente una religión- se convirtió en la tercera religión de Brasil; y esa calidad religiosa se lo dan más de dos millones y medio de seguidores y más de 800 federaciones, agrupaciones e iglesias registradas en la Federación Espírita Brasileña, organismo que –según él mismo- lleva a cabo “una actividad civil, religiosa, educacional y filantrópica” en todo el país. El segundo punto a tener en cuenta de este dato es que el espiritismo sólo es rebasado en éxito y popularidad por dos “confesiones” cristianas, siendo el movimiento espírita confesamente cristiano. Y no sólo eso: ¡las tres siguientes “confesiones” de ese absurdo ranking también se considerarían cristianas! Por lo tanto, todas las supuestas “religiones” mayoritarias que configuran la oferta religiosa del Brasil resultan ser el mismo lenguaje (a saber, el cristianismo), siendo todas ellas en verdad escisiones desgajadas no tanto del cristianismo, sino de la modernidad europea. No es casual que el espectro religioso del Brasil se configure así con respecto al movimiento espírita. Brasil es un estado moderno fundado por élites europeas colonizadoras que se sirvieron de la esclavitud (llamémosle “oficial”) de los pueblos jovenlandeses. Estos pueblos neցros fueron machacados y denigrados en todos sus aspectos; y sus cultos autóctonos degeneraron hasta tal punto que sólo pudieron sobrevivir residualmente mezclándose con el cristianismo, dando lugar a fenómenos sincréticos como el candomblé, la umbanda, y la macumba. (Algo parecido sucedió en muchos lugares de América, por ejemplo en Haití con el vudú). Por otro lado, las élites blancas gobernantes se nutrieron de más emigraciones europeas en los siglos XIX y XX, tales como ingleses, italianos, españoles, holandeses, alemanes… Algunos de estos nuevos pagapensiones europeos pertenecían a grupos y sociedades de importancia nefasta, todos ellos influenciados por el ocultismo, el teosofismo, el neorrosacrucismo, el espiritismo y demás neoespiritualismos aún peores. Estas dos “realidades sociales” de Brasil –por un lado, una masa popular con cultos sentimentalmente degradados a una devoción cristanoide; por otro, unas invertidas élites blancas irremediablemente modernas, algunas de ellas relacionadas con subversivos grupos contrainiciáticos- hicieron que el movimiento espírita se extendiera como una plaga. Actualmente, Brasil es un estado clave en la instauración del Nuevo Orden Mundial, es la joya de América del Sur del dominio Rothschild, y su consolidación en la agenda global se está llevando a cabo a través de ciertos eventos: Cumbre Internacional para la Tierra en Rio, Copa del Mundo de Fútbol Brasil 2014, Juegos Olímpicos Rio 2016… Además, Brasil es hoy un importante punto en la red del narcotráfico internacional, una reserva energética de emergencia controlada por multinacionales petroquímicas y mineras, y un enorme campo de pruebas experimentales de las grandes corporaciones farmacéuticas. Además de ser el país con mayor número de organizaciones espíritas, también es uno de los primeros países en el infame ranking de desaparición y secuestro de niños. Las grandes favelas de las metrópolis son auténticas minas para redes de secuestro motivadas por los más obscuros fines. Tampoco es desdeñable el número de asociaciones y seguidores de movimientos que se declaran abiertamente “satanistas”. No estamos culpando aquí al movimiento espírita de todos estos horrores de la realidad del Brasil. No; esto sería un tremendo error por nuestra parte, además de una manifiesta injusticia. Nos consta que la mayoría de espíritas brasileños permanecen inconscientes a estas materias, como también lo están los evangélicos, los católicos, los testigos de Jehová, y todos los demás… Una vez más, en esta compleja trama, el individuo sólo supone ser un peón con inconsciente responsabilidad y ninguna culpa. Lo que aquí estamos declarando –eso sí- es que, a un nivel operacional, la cúspide del espiritismo, el catolicismo, el protestantismo, el satanismo y todo el resto, es la misma. Para ilustrar esto último basta recordar que tanto los diezmos de los feligreses evangélicos, como las ventas de CD´s del cura católico pop-star de turno, como las ventajas fiscales de la caridad espírita, como los honorarios de adivinación de las bahianas del candomblé, como lo recaudado con pegatinas para el coche con el mensaje “Deus é fiel”, como los beneficios de los tours de grupos de Rock reconocidos satanistas, todo ese dinero se ingresa en cuentas de un mismo cártel bancario.

Pero no vamos a detenernos en el caso particular brasileño, pues éste no deja de ser uno más en un inmenso mundo que ya dice estar “globalizado”. Estas generalidades sirven de introducción para el apartado que cierra el capítulo, en el que haremos una síntesis de estos múltiples errores neoespiritualistas condensados todos ellos en la común vivencia religiosa que propone el Novus Ordo Seclorum, lo que aquí llamaremos “la espiritualidad al revés”.

“La espiritualidad al revés”

Todas las constituciones de los estados modernos redactan como un “derecho”, una supuesta “libertad de culto” que algunos ciudadanos dan por sentada, otros interpretan como un “progreso en las libertades individuales”, y del cual pocos cuestionan su trasfondo. ¿Por qué se hace del culto un derecho? Para comprender esto podemos observar como otro “derecho fundamental” es el “derecho a la vida”. El entusiasmo que nos genera el ver como cuidan de nuestra vida haciendo de ella un “derecho”, a veces no nos deja ver que esto es una inmensa tontería (solemne y legislada, pero una tontería de las obesas): la vida no es un “derecho”, sino un hecho. Somos seres vivos, y –mientras tanto- estar vivo se da por hecho. No interviene ningún tercero vivificante entre nosotros y nuestra vida, pues es la vida el atributo de nuestro ser, verbo copulativo, por lo tanto, no predicativo, y no tras*itivo. Somos vivos, y esto no requiere otra proposición, ni condición, ni derechos, ni siniestros. Siendo así entonces, ¿Por qué hicieron de esta vida un “derecho”? Sencillo: al hacer de la vida un “derecho”, necesariamente alguien o algo otorgará ese derecho, y ese papel se lo adjudicará rápidamente el poder político. Hacer de la vida un derecho (aún siendo, “fundamental”) pone más fácil el camino para quitar ese derecho, es decir, la vida. Si la vida es un hecho natural, apiolar es un deshecho contranatural; ahora bien, si la vida es un”derecho”, apiolar sólo resulta ser un “delito”… y ya sabemos que la justicia acostumbra a ser ciega en estos asuntos.

Si esto ocurre con el primer “derecho humano”, ¿qué ocurre con el decimoctavo artículo según la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el derecho a la libertad de culto? Pues que el culto -además de un “derecho”- ya no es sólo un “hecho” sino un “acto”, y -como todo acto- acarreará unas consecuencias sobre las cuales ni el poder judicial, ni el legislativo, ni cualquier forma del poder político tiene competencia. Así, la “libertad de culto” se ha convertido en el mundo moderno en un derecho que pertenece a la “vida privada”, una actividad respetable en cualquier caso, y una premisa insertada en el carácter estatal moderno que llaman “laicismo”. Después de haber desarrollado mil y una “religiones” rivales y polémicas entre sí, ¿qué es lo que deja el Novus Ordo Seclorum al hombre moderno en materia de “fe” y “religión”? El derecho a escoger entre un conglomerado de incontables doctrinas articuladas por otro incontable número de organizaciones donde perderse, dividirse consigo mismo y con sus semejantes, y –sobre todo- triturar las energías en disputas estériles. La religión que etimológicamente uniría, a efectos prácticos dividirá al moderno en un desorden infrahumano de tendencia contraespiritual que el Nuevo Orden Mundial llamará “libertad religiosa”. Es por ello por lo que la “religión” no supone problema alguno para la secularización global; al contrario, resulta ser una fiel aliada. Pero antes de seguir usando esta palabra tan usada, ¿alguien puede decir qué es “religión”?

La “religión” –palabra netamente occidental- es uno de los aspectos exteriores de una tradición; es decir, parte de lo que con propiedad se llamaría el “exoterismo” de una forma tradicional. En situaciones normales, si existe una parte exterior, necesariamente tendrá que haber una parte interior, de la misma manera que cuesta concebir un huevo que sea sólo cáscara. ¿Existiría entonces en cada una de las incontables “religiones” de la modernidad, un núcleo esotérico que les diera fundamento? Por supuesto que no: no estamos ni mucho menos en una situación normal, y lo que hoy se llama “religión” supone ser por sus propios textos, una “libertad”, un “derecho civil”, una “opción individual”.

Les habrá quienes se pregunten: Si la “religión” (o más apropiadamente, las “religiones”) del mundo moderno resulta ser una cuestión civil, ¿por qué no es el poder político quien administra esas cuestiones y por qué entonces existen miles de iglesias, agrupaciones y comunidades que se encargan de ello? Esa es la cuestión clave: en verdad, ya hoy, es ese único poder político global quien domina y administra esta y todas las cuestiones del ser humano (o lo que queda de él). Las “iglesias”, “agrupaciones”, “comunidades” (todo eso que da cuerpo a lo que se define sin rigor como “religión”) dan al ciudadano global una ilusión de espiritualidad desvinculada de su vida real, cargada de un jovenlandesalismo adoctrinante dirigido al “buen comportamiento” civil, y articulada en el peor intencionado error intelectual que aquí definiremos como “contrainiciación”. ¿Libertad de cultos? ¡Claro! En verdad, se trata de un único culto invertido, una única “religión” occidental. Algunos –con propiedad- lo llaman “satanismo”, nosotros preferimos llamarlo “la espiritualidad al revés”.

Además de ese error intelectual común, la inconsciencia es otra de las características de esta “espiritualidad al revés”, sobre todo en sus manifestaciones más exteriores. Así, se comprenderá cómo los religiosos modernos se definen a sí mismos a través de las formas más groseras y toscas, sin cuestionar ni mínimamente cuál es el centro de su “confesión”. No existe un núcleo metafísico en la contraespiritualidad moderna; como sucedáneo invertido, se exaltará la manifestación más baja del ser humano: su sentimentalismo. De esta manera, la intelectualidad pura será algo inexistente en la “espiritualidad al revés”; en ella, el hombre moderno sólo podrá dar rienda suelta a sus anhelos sentimentales, para encontrar un “consuelo” en el mejor de los casos, o una “contrainiciación” en las peores y más habituales de las veces. ¿Qué es esa “contrainiciación”? Tenemos una definición de origen magistral que tras*mitimos aquí:”Al no poder conducir a los seres humanos hasta estadios superiores de conocimiento, como la iniciación normal, la contrainiciación arrastrará indefectiblemente hacia lo infrahumano.” Así es: la “contrainiciación” (revistiéndose de carnavalesca apariencia tradicional o –como dirían muchos de sus seguidores- “religiosa”) conduce al hombre moderno a los estadios infrahumanos y –lo que lo hace aún más grave- de manera completamente inconsciente. Si el conocimiento amplía la conciencia, la caída libre hacia la ignorancia nos hace inconscientes, como meras piedras con apariencia humana movidas sólo por la inercia. En esa inconsciencia, el hombre moderno escoge (cree escoger) su “opción religiosa” como un derecho civil más, sin darse cuenta que a un nivel efectivo él continúa rindiendo culto a lo mismo que rinden culto sus compañeros de esclavitud. Él cree escoger ser “católico” o “protestante” de la misma manera que cree escoger ser de “izquierdas” o “derechas”, del “partido político A” o del “partido político B”, del “equipo de fútbol X” o del “equipo de fútbol Y”. A efectos verdaderos, nos existirán diferencias esenciales entre estas elecciones, salvo que con ellas el moderno encontrará una identidad para dividirse de sus semejantes humanos, en una serie de estériles diferencias, conflictos y rivalidades que colaborarán en el proceso hacia la infrahumanidad. Ese es el papel de la “espiritualidad al revés” en el Novus Ordo Seclorum, en la secularización deshumanizadora ulterior de la Civilización Occidental, y -para ello- lo que los modernos llaman “religión”, se servirá de iglesias (la “Iglesia Católica”, la “Iglesia Anglicana”, la “Iglesia Baptista”…), colectivos religiosos (protestantes, católicos, mormones…) y movimientos neoespiritualistas (espiritismos, teosofismos, cienciologías…) como instituciones donde se impartirá la “contrainiciación” en el inconsciente culto satánico. Es sencillo comprobar que a pesar de las múltiples formas religiosas de la modernidad, el culto es único: ¿Se trata –al fin- de un único Dios (falso) para todos los hombres? ¿Una falaz unicidad pseudo-teológica como cúspide jerárquica de la dividida y conflictiva multiplicidad de los seres humanos? ¿Es esta monstruosidad secular el satánico rostro del monoteísmo? Infelizmente, todo resulta menos sencillo que lo que nosotros como seres humanos podemos cuestionarnos; se trata de un problema más refinadamente enmarañado.

Una lectura de esta exposición puede dar la impresión de una respuesta atea –o peor aún, agnóstica- a todo este galimatías. No es así; nada más lejos de la realidad. Ya advertimos que todo es aún más complejo: todo entra dentro de lo planeado. El llamado “ateismo” es la respuesta negativa a la cuestión sobre la existencia de Dios. Para que se dé esa respuesta, tiene que darse el contexto que hace posible esa pregunta. Sin embargo, el ateo cree desvincularse de un problema con el mero hecho de responder negativamente a la pregunta que da pie a dicho problema. No es así: no hay diferencia esencial entre un teísta y un ateo (a pesar de lo que ellos “creen”), pues ambos se definen a través de la cuestión del teísmo, la cual –además de estar mal planteada- sólo se ha formulado de esta forma en contextos sumamente recientes, occidentales, y –cómo no- modernos. Incluso teológicamente, cuestionar “la existencia de Dios” es un absurdo lógico, ya que la “existencia” no se le puede atribuir a Dios – independientemente de lo que unos y otros quieran entender por Dios-. El error en la formulación de la pregunta teísta no está tanto en “Dios”, sino en la “existencia”, término repleto de problemas filosóficos que aquí no vamos ni a enunciar. Además, toda la cuestión teísta (tanto su respuesta afirmativa, como su aún más absurda contrapartida negativa) se basan en el dominio de la creencia. Así, de la misma manera que el creyente dice: “yo creo que Dios existe”, el ateo dice: “yo creo que Dios no existe”, sin conciencia de que está realizando la misma actividad que su compañero creyente, es decir: “creer”. El ateo está así creyendo en una proposición negativa, pero eso no lo convierte en menos crédulo. El ateo –por lo tanto- se define a sí mismo a través del dominio que él “cree negar”, a saber, la “fe”; y si no existiera ese dominio, él no podría definirse, es decir, sería el mismo ateo el que no tendría existencia. El ateo depende de su relación con Dios para ser eso mismo, “ateo”, aunque sea a través de una doble negación contradictoria que roza la esquizofrenia. La cuestión teísta siempre fue secundaria (o inexistente) en las tradiciones antiguas, y esto se puede ver especialmente en la tradición india, donde el término que con menor inexactitud traduciría al Dios de los teístas sería Iswara, el cual sólo va a tener un papel auxiliar. Este desdén por la cuestión teísta aún se puede ver con más claridad en el budismo, que algunos orientalistas modernos (en su solemne estupidez) lo calificaron como “religión atea”. Estos orientalistas comparten con los ateos el mismo desprecio por las palabras que usan; y precisamente –para nosotros- el ateismo moderno sólo puede valorarse como un balbuceo. Y para el Novus Ordo Seclorum, ¿qué papel tuvo y tiene ese ateísmo moderno? Pues uno bien claro: en su momento, el siglo XIX, el ateismo sirvió de base teológica (¿o quizá sería mejor decir “ateológica”?) de movimientos contra-tradicionales claves en el proyecto globalizador, como el socialismo, el comunismo, el anarquismo, y demás “ismos” políticos que sirvieron de pretexto para estúpidos conflictos que dividieron a los hombres hasta el punto de llevarlos al abismo de la infrahumanidad. Actualmente, el “ateísmo” resulta ser una opción más, una casilla más en el censo mundial de la “confesión religiosa”, una superficial manera que tiene el moderno para identificarse con algo que lo aparte de lo que verdaderamente lo define: su merluzez. Eso es –a grandes rasgos- lo que supone ser ateo en el Nuevo Orden Mundial.

Pero aún hay más: para cerrar el círculo contraespiritual de la “libertad religiosa” del Novus Ordo Seclorum, se propondrá como opción el “agnosticismo”, el cual sería etimológica y efectivamente la confesión de incapacidad gnoseológica; es decir, la confesión de que el ser humano ni conoce ni puede conocer. Así, con una falsa humildad, el agnóstico se presenta como el resultado final de la deshumanización en el dominio espiritual. ¿Cabe recordar que es exactamente el conocimiento lo que nos diferencia positivamente de las bestias? ¿Cabe recordar que es el conocimiento quien permite –para bien y para mal- lo humano? ¿Cabe recordar que negar ese conocimiento es poner una “equis” en la casilla “no humano”? Así es: el agnóstico dice “no saber”; lo que realmente no sabe es que el agnosticismo es la última opción en el censo de la confesión religiosa de la “espiritualidad al revés”. De la misma manera que en las encuestas estadísticas de control poblacional al servicio del Establishment, existe la casilla NS/NC (No sabe/No contesta), en la religión única del Nuevo Orden Mundial está el “agnosticismo” como punto que cierra el cuestionario contraespiritual. Así, a través de esas “casillas” se podrá comprobar que lo que se pretende es “encasillar” (es decir, delimitar) al “espíritu”, del cual poco más se puede decir salvo que es ilimitado. Delimitar lo ilimitado –además de ser una imposibilidad- resulta ser la pretensión satánica; y al ser una tarea imposible para esta fuerza, ella sólo podrá presentar una impostura, una parodia, una farsa trampeada.

Esta farsa es la que brevísimamente hemos expuesto aquí: mientras los hombres modernos se definen como católicos, protestantes, judíos, espíritas, mormones, ateos, agnósticos o con la palabra que les venga en gana, todos se cogen de la mano en el contenido esencial de su culto: la colaboración con la infrahumanidad. Así, después de definirse y dividirse a través de las múltiples religiones, el consenso satánico hace su trabajo: los seres humanos sólo consiguen ponerse de acuerdo para un único fin: destruirse.
 
El movimiento espírita fue obra del judío burgués Kardec allá por el s.XIX, dando rienda suelta a esa pulsión de señorito capitalista aburrido que quería algo más que el simple juego de naipes y fichas.

Hay una crisis económica galopante pero se ve que hay gente que no sabe por donde le da el aire.

hay que jorobarse.
 
El movimiento espírita fue obra del judío burgués Kardec allá por el s.XIX, dando rienda suelta a esa pulsión de señorito capitalista aburrido que quería algo más que el simple juego de naipes y fichas.

Hay una crisis económica galopante pero se ve que hay gente que no sabe por donde le da el aire.

hay que jorobarse.

el escéptico de jesús gil al menos hace más gracia.
 
Estupenda exposición. Me ha gustado mucho.

Y quiero resaltar esta frase, a menudo, muy manida: El fin, justifica los medios. Ganar mucho dinero a base de esto. No digo que sea bueno o malo. Pero luego nos quejamos de como va todo, de que mal funciona el mundo. Y me recuerda, que todos estamos enganchados en este carrusel.

Estamos tan llenos de conceptos, y de creencias, algunas más o menos chistosas, caricaturescas, variopintas o irrisorías, y de términos, teorias y otras ambiguedades, que se venden, se prostituyen, se les da publicidad, se hace negocio, se vive y se lucra de ello, y se nutre de ellas. Y más curioso, es que la mayoría sólo es un ejercicio imaginario, o mental, lleno de colorido, arte figurativo, y juguetes religiosos. Trabajamos para crear un gigantesco engranaje, cultural basado en un gran y loco circo, lleno de un sinfin de espéctaculos atiborrado de toda clase de pan y circo, entretenimiento, y básura tecnólogica y cultural.
 
La espiritualidad al revès significa solamente esto :

Que los que la practican estan enfermos de la mente por obsesividad compulsiva
 
Habló de pilinguis la tacones.

No me esperaba de ustec un uso del lenguaje tan heteronormativo y tan poco considerado para con las trabajadoras del sector sensual, muchas de ellas personas migrantes doble, triple o cuadruplemente discriminadas por su condición de personas no blancas, trabajadoras sensuales, mujeres y/o personas tras*género, tras*exuales y gayses.

Edito, además por si no fuese poco señalando de forma acusadora la condición étnica/racial del señor Kardec a modo de acusación. Lamentable su actitud.
 
Última edición:
Libro brutal el de la Danza Final de Kali, es incluso más crítico y radical con el sistema que nosotros.
 
qué opináis de esta película?

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