Vasili Záitsev
Madmaxista
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El experimento Tuskegee engañó y traicionó a centenares de hombres neցros de Alabama durante cuatro décadas. Bill Clinton se convirtió en el primer presidente en disculparse públicamente por lo ocurrido.
Por desgracia, los participantes en el experimento Tuskegee fueron traicionados. **Ninguno recibió dosis alguna del antibiótico con el que habrían superado la infección**. El estudio, que supuestamente iba a durar seis meses, se alargó durante cuarenta años. Los médicos se aseguraron de que los participantes no recibían ningún tipo de tratamiento contra la enfermedad, prometiendo comida caliente, alojamiento y un seguro de defunción a centenares de hombres de raza de color y clase socioeconómica baja, sin apenas estudios, que creyeron a ciegas que su Gobierno les estaba ayudando. En su lugar, las autoridades les engañaron de forma repetida hasta la fin, únicamente por salvaguardar el interés exclusivo de la ciencia, o al menos, de la ciencia que ellos practicaban.
"Sus derechos fueron pisoteados", lamentó Bill Clinton, el primer presidente de EEUU en disculparse públicamente
“Se supone que nuestro Gobierno debe proteger los derechos de los ciudadanos, pero sus derechos fueron pisoteados. Durante cuarenta años, centenares de hombres fueron traicionados, junto con sus viudas e hijos, junto al Condado de Macon, en Alabama, la ciudad de Tuskegee, la Universidad y la gran comunidad afroamericana. El Gobierno de los Estados Unidos se equivocó, hizo algo que estaba profundamente y jovenlandesalmente mal. Fue un ultraje a nuestro compromiso con la integridad y la igualdad de todos nuestros ciudadanos”, lamentó Bill Clinton aquel 16 de mayo de hace dos décadas.
En 1966, el trabajador social y epidemiólogo Peter Buxton fue el primero en dar la voz de alarma sobre las implicaciones éticas del experimento Tuskegee. Lo volvería a hacer en 1968, sin éxito. Nadie hasta entonces había puesto en tela de juicio el estudio. Tampoco lo harían después; un año más tarde, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) de Estados Unidos reafirmó la necesidad de la investigación, con el apoyo de la Asociación Americana de Medicina (AMA) y la Asociación Nacional de Medicina (NMA). “No quería creerlo. Éramos el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, nosotros no hacíamos ese tipo de cosas”, llegó a decir Buxton.
Peter Buxton decidió rebelarse y contar todo lo que sabía a los medios de comunicación. Así fue como el experimento Tuskegee llegó a la prensa, primero filtrando la información al periodista Jean Heller, del periódico Washington Star, y después al New York Times, que lo publicó en portada el 26 de julio de 1972. El escándalo no tuvo precedentes. El senador Edward Kennedy llevó la polémica al Congreso, donde declaró el propio Buxton, y poco después finalizó el estudio.
En ese momento, solo quedaban 74 supervivientes; en el año 2004, murió la última víctima. Los afectados por el experimento Tuskegee, por desgracia, no solo fueron los centenares de hombres que participaron en el estudio, sino que al no tratarse la sífilis que padecían, contagiaron a muchos de sus familiares, que también fallecieron por culpa de la infección. Los tribunales sentenciaron que debían percibir una indemnización de 9 millones de dólares.
A día de hoy, no se puede realizar ningún ensayo clínico sin el consentimiento informado previo del paciente, y el mismo año en el que el político demócrata se disculpaba, se firmó en Oviedo el Convenio sobre Derechos Humanos y la Biomedicina.
El tratado, vinculante para los países firmantes, incluida España, establece que “el interés y el bienestar del ser humano deberán prevalecer sobre el interés exclusivo de la sociedad o de la ciencia”. Conviene no olvidarlo nunca.
Por desgracia, los participantes en el experimento Tuskegee fueron traicionados. **Ninguno recibió dosis alguna del antibiótico con el que habrían superado la infección**. El estudio, que supuestamente iba a durar seis meses, se alargó durante cuarenta años. Los médicos se aseguraron de que los participantes no recibían ningún tipo de tratamiento contra la enfermedad, prometiendo comida caliente, alojamiento y un seguro de defunción a centenares de hombres de raza de color y clase socioeconómica baja, sin apenas estudios, que creyeron a ciegas que su Gobierno les estaba ayudando. En su lugar, las autoridades les engañaron de forma repetida hasta la fin, únicamente por salvaguardar el interés exclusivo de la ciencia, o al menos, de la ciencia que ellos practicaban.
"Sus derechos fueron pisoteados", lamentó Bill Clinton, el primer presidente de EEUU en disculparse públicamente
“Se supone que nuestro Gobierno debe proteger los derechos de los ciudadanos, pero sus derechos fueron pisoteados. Durante cuarenta años, centenares de hombres fueron traicionados, junto con sus viudas e hijos, junto al Condado de Macon, en Alabama, la ciudad de Tuskegee, la Universidad y la gran comunidad afroamericana. El Gobierno de los Estados Unidos se equivocó, hizo algo que estaba profundamente y jovenlandesalmente mal. Fue un ultraje a nuestro compromiso con la integridad y la igualdad de todos nuestros ciudadanos”, lamentó Bill Clinton aquel 16 de mayo de hace dos décadas.
En 1966, el trabajador social y epidemiólogo Peter Buxton fue el primero en dar la voz de alarma sobre las implicaciones éticas del experimento Tuskegee. Lo volvería a hacer en 1968, sin éxito. Nadie hasta entonces había puesto en tela de juicio el estudio. Tampoco lo harían después; un año más tarde, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) de Estados Unidos reafirmó la necesidad de la investigación, con el apoyo de la Asociación Americana de Medicina (AMA) y la Asociación Nacional de Medicina (NMA). “No quería creerlo. Éramos el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, nosotros no hacíamos ese tipo de cosas”, llegó a decir Buxton.
Peter Buxton decidió rebelarse y contar todo lo que sabía a los medios de comunicación. Así fue como el experimento Tuskegee llegó a la prensa, primero filtrando la información al periodista Jean Heller, del periódico Washington Star, y después al New York Times, que lo publicó en portada el 26 de julio de 1972. El escándalo no tuvo precedentes. El senador Edward Kennedy llevó la polémica al Congreso, donde declaró el propio Buxton, y poco después finalizó el estudio.
En ese momento, solo quedaban 74 supervivientes; en el año 2004, murió la última víctima. Los afectados por el experimento Tuskegee, por desgracia, no solo fueron los centenares de hombres que participaron en el estudio, sino que al no tratarse la sífilis que padecían, contagiaron a muchos de sus familiares, que también fallecieron por culpa de la infección. Los tribunales sentenciaron que debían percibir una indemnización de 9 millones de dólares.
A día de hoy, no se puede realizar ningún ensayo clínico sin el consentimiento informado previo del paciente, y el mismo año en el que el político demócrata se disculpaba, se firmó en Oviedo el Convenio sobre Derechos Humanos y la Biomedicina.
El tratado, vinculante para los países firmantes, incluida España, establece que “el interés y el bienestar del ser humano deberán prevalecer sobre el interés exclusivo de la sociedad o de la ciencia”. Conviene no olvidarlo nunca.