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Servando Gonzalez - historian, semiotician, writer, political satirist, intelligence analyst
Servando Gonzalez, historian, semiotician, writer, political satyrist, intelligence analyst
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El Mito del Marxismo Cultural
Por Servando González
27 de Agosto del 2020
Por razones difíciles de explicar, el llamado “marxismo cultural” todavía está de moda. Según los que se empecinan en buscarle una quinta pata al gato, el marxismo cultural, arraigado en las universidades y otros centros de alta cultura, es directamente responsable por el desbarajuste ideológico que en estos momentos tiene lugar en los EE.UU. y que, como un bichito maligno mucho peor que el cobi19,[1] se ha extendido por casi todo el mundo occidental.
No obstante, a pesar de toda la baraúnda, el marxismo cultural no existe, y tal vez nunca existió. Nunca pasó de ser una ficción, una entelequia para capturar incautos. En realidad lo que ahora estamos experimentado es una guerra ideológica y, como afirmó Tzun Tsu, “la guerra se basa en el engaño”. Lo que estamos viviendo en esta momentos no es el resultado del marxismo cultural, sino de una bien organizada operación de guerra psicológica contra los pueblos del mundo.
Según la teoría más aceptada, el creador del marxismo cultural fue el comunista italiano Antonio Gramsci. Mientras estaba en prisión entre 1929 y 1935, Gramsci llegó a la festinada conclusión de que Marx estaba equivocado y escribió abundantemente sobre el tema.
Según Marx, la sociedad se compone de una base, formada por las actividades económicas, y una superestructura, formada por la filosofía, la política, la religión, y en general la cultura y la ideología.[2] Marx pensaba que, para cambiar la sociedad, era preciso tomar primero el control económico de la sociedad capitalista, la base, por medio de una revolución violenta, para luego tras*formarla en comunista, y esto traería eventualmente un cambio en la superestructura.
Por el contrario, Gramsci llegó a la conclusión de que la la teoría de Marx estaba de cabeza, y trató de ponerla de pie. Según Gramsci, la toma del poder político por una revolución violenta se había vuelto demasiado riesgosa, casi imposible, y pensó que la solución era cambiar primero la superestructura y, luego de haber tomado el control de la cultura y la ideología, tras*formar la base económica sería una tarea bastante fácil.
La aplicación de la teoría de Gramsci, ahora rebautizada como marxismo cultural, es lo que, según algunos, ha sido la causa principal de lo que está pasando actualmente en los EE.UU. Esto explicaría por qué en estos momentos, la mayoría de los jóvenes estadounidenses con un título universitario en las humanidades piensa que el comunismo es mucho mejor que el presente capitalismo.
Pero esa visión difiere considerablemente de la realidad.
Si bien es cierto que el llamado capitalismo actual es un desastre, donde los ricos son cada día más ricos y los pobres más pobres, en realidad esa opinión se basa en premisas falsas. Ese capitalismo que muchos odian con razón, en realidad no tiene nada de capitalismo. Se trata de un capitalismo monopolista, que dista mucho de ser el verdadero capitalismo.
Una de las mejores características del verdadero capitalismo es la competencia. Si los precios o la calidad de las hamburguesas de McDonald’s no me convienen, camino media cuadra y hallo mejores precios y calidad en Wendy’s. Pero una de las características esenciales del capitalismo monopolista es que lucha por eliminar la competencia. Fue John D. Rockefeller, a quien muchos identifican como un ícono del capitalismo, quien dijo: “La competencia es un pecado.”
Y lo que dijo lo llevó a cabo. Rockefeller no acumuló su fortuna haciendo mejores productos o dando mejores precios, sino eliminando la competencia, y lo hizo a sangre y fuego. En realidad, desde el punto de vista meramente económico, el capitalismo monopolista tiene dos modalidades: el fascismo, en el que los monopolios controlan el estado, y el comunismo, en el que el estado controla los monopolios.
Pero ese no es el problema más grave que confronta la teoría del marxismo cultural. Paradójicamente, su mayor problema es precisamente el marxismo.
Carlos Marx, el creador del marxismo, era en realidad un agente de los capitalistas monopolistas y sus amigos banqueros. Ellos fueron quienes le suministraron a Marx los fondos para que escribiera su Manifiesto Comunista, y tan sólo un somero análisis demuestra que el comunismo es en realidad una invención de los capitalistas monopolistas y los banqueros internacionales para mejor explotar a los obreros y a los campesinos.
Muchos de los que creen en la existencia de ese llamado marxismo cultural, están de acuerdo en que nació en las universidades norteamericanas. Pero esto no tiene lógica, porque en los EE.UU. no era necesario controlar la superestructura capitalista para, una vez bajo control, usarla para convertir la base económica e imponer el comunismo. Y esto no es necesario porque, desde comienzos del siglo pasado, los EE.UU. siempre han sido un país comunista. Encubierto, pero definitivamente comunista.
¿Por qué hago esa afirmación? Porque este es uno de los países en los que desde hace tiempo se implementaron muchas de las estructuras necesarias para convertirlo al comunismo.
Veamos.
Según el Manifiesto Comunista, una de las premisas para implementar el comunismo en un país es la creación de un banco central. En 1913 el “coronel” Edward Mandell House, un agente de los Warburgs y otros banqueros internacionales que había llegado a ser la mano derecha del Presidente Wilson, lo convenció de que aprobara la creación de un banco central, una idea a la que muchos patriotas norteamericanos siempre se habían opuesto. Y el 23 de diciembre del 1913, el propio Wilson firmó la ley que creó el llamado Banco de la Reserva Federal que, contrariamente a los que muchos norteamericanos piensan, es una institución privada controlada por banqueros internacionales.
Una premisa cardinal mencionada por Marx en el Manifiesto Comunista para la creación de un estado comunista es la implementación de un impuesto nacional gradual, es decir, que mientras más gana una persona más elevados son los porcentajes que debe pagar en impuestos. Pues bueno, ya existe. Se trata del Servicio de Rentas Internas (Internal Revenue Service, IRS), creado en 1862 por el presidente Lincoln y ratificado en 1913 como la decimosexta enmienda de la Constitución. Este es el instrumento usado por el gobierno para cada año apropiarse de una parte considerable de lo que los norteamericanos han ganado trabajando duro. Pero, por supuesto, los super ricos inventaron las corporaciones, las fundaciones y otros artificios para no pagar impuestos. Por ejemplo, en el 2018, la billonaria Amazon no pagó ni un centavo en impuestos
Otra de las premisas establecidas por Marx en el Manifiesto Comunista es el establecimiento de un sistema nacional de educación. Ese sistema, que obliga a los padres a enviar a sus niños a las escuelas del gobierno, ha existido en este país desde hace muchos años. En estos momentos se ha convertido en un arma de guerra ideológica en contra de los propios norteamericanos.
En 1902, John D. Rockefeller creó la Junta Nacional de Educación (Public Education Board) y donó 129 millones de dólares para su funcionamiento. Poco después los EE.UU. aprobaron leyes imponiendo la educación primaria obligatoria a todos los ciudadanos.
Eso explica la razón por la que en estos momentos el nivel educacional de los niños y adolescentes norteamericanos es uno de los más bajos del mundo. En contraste, el nivel de adoctrinamiento político es uno de los más altos. La gente inculta es más fácil de manipular que la educada.
También Marx especificó en su Manifiesto Comunista la necesidad de eliminar la propiedad privada. Si usted piensa que la propiedad privada todavía existe en los EE.UU. le aconsejo que no deje de pagar los impuestos de la casa o del auto que ya pagó en su totalidad, porque se va a llevar una desagradable sorpresa.
Hoy día en los EE.UU. existen leyes[3] que le permiten al gobierno apropiarse de la propiedad privada de un ciudadano tan sólo alegando que la necesita para llevar a cabo un proyecto que consideran de beneficio público. Generalmente, el supuesto beneficio público luego resulta que tan sólo ha beneficiado a algunos de los políticos que aprobaron robarle la propiedad privada a un ciudadano.
Podría seguir enumerando las medidas comunistas implementadas desde hace muchos año en los EE.UU., pero creo que con esa muestra basta. Lo que se hace evidente es que no hacía falta recurrir al marxismo cultural para, algún día en un futuro lejano, implementar el comunismo en este país, por la simple razón de que comunismo ya existe aquí desde hace mucho tiempo.
Entonces, ¿por qué recurrir al marxismo cultural para implementar un comunismo que ya existe? Bueno, haciendo uso del mismo razonamiento de Gramsci, yo diría que el marxismo cultural en realidad no pasa de ser una cortina de humo para que tanto sus promotores como sus opositores no sepan que el comunismo ya fue impuesto en este país hace muchos años y que funciona a las mil maravillas.
Esto no quiere decir en modo alguno que todos los que impulsan y promueven el marxismo cultural estén al tanto de que todo no pasa de ser una patraña. Es por eso que los propios comunistas inventaron la categoría de los “orates útiles”.
La extrema izquierda norteamericana siempre ha estado fascinada con el comunismo. Pero la izquierda norteamericana, como casi todas las izquierdas, es la creación bastarda de los capitalistas más reaccionarios. Eso explica la aparente contradicción de que son precisamente los capitalists monopolistas quienes más contribuyen a las causas y las organizaciones de izquierda. Por supuesto que, para enturbiar las aguas, no lo hacen directamente, sino que se valen de sus fundaciones “filantrópicas” como intermediarias para evitar que la gente descubra la verdadera fuente del dinero.[4] Esto explica el por qué la izquierda norteamericana es la más reaccionaria del mundo. Algunos de ellos se autotitulan “progresistas”. Mejor sería llamarlos “regresionistas”. Esos regresionistas son los que más han impulsado el llamado marxismo cultural
.
No obstante, hay cosas aún peores que el marxismo cultural.
El verdadero objetivo de la presente operación de guerra psicológica encubierta tras la lucha contra un bichito que no es más peligroso ni letal que el de la gripe que nos azota cada año, es la imposición de un sistema totalitario comuno-fascista global: el llamado Nuevo Orden Mundial. En realidad, el comunismo y el fascismo son las dos alas de un ave de rapiña llamada totalitarismo. Y el pájaro necesita las dos alas para volar. Eso explica el por qué siempre hay elementos de fascismo en el comunismo y elementos de comunismo en el fascismo. Pero vaticino que el Nuevo Orden Mundial que se nos avecina inexorablemente será mucho peor que el comunismo tal y como lo concibieron quienes se lo soplaron al oído a Marx o como lo soñó Gramsci.
Aunque sus promotores lo tienen bien oculto, ese Nuevo Orden Mundial dista mucho de la visión utópica que nos presentan. En realidad el NOM es una especie de vuelta al medioevo, pues conlleva la destrucción de la civilización industrial y la vuelta a una sociedad con sólo dos clases sociales: los super-ricos, aislados en su opulencia, y los ultra-pobres, en la más abyecta miseria.
Por cierto que, aunque muchos lo ignoran, Cuba fue el país que los capitalistas monopolistas usaron como campo de pruebas para probar la eficacia de la implementación del NOM. Lo lograron porque Cuba era el país del mundo que, por su economía, su sociedad y su idiosincracia, más se parecía a los EE.UU. Y su agente secreto Fidel Castro llevó el plan a cabo a la mayor perfección.
Lejos de ser un fracaso, la Cuba de Castro ha sido un éxito total, y así lo han reconocido quienes siempre lo apoyaron y ayudaron tras bastidores. Contrariamente a lo que piensan muchos ilusos, ese apoyo no vino de Moscú.
En febrero del 2001, una delegación de banqueros de Wall Street y ejecutivos del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), encabezada por David Rockefeller, que incluía a William Rogers, Carla Hill, Mark Falcoff, James Jones y otros, estuvo de visita en Cuba por unos días.[5] Durante la visita, Castro tuvo varias largas reuniones privadas con su benefactor David Rockefeller. Después de la visita, uno de los visitantes, Peter Peterson, a la sazón uno de los directores del CFR, elogió los avances que el (des)gobierno de Castro había logrado en los campos de la educación y la salud pública. Según Peterson, Cuba era uno de los países mejor educados del mundo occidental.
Poco después, en una visita que hizo a Cuba en abril de ese mismo año, el presidente del Banco Mundial James Wolfensohn, también miembro del CFR, expresó su convicción de que la Cuba de Castro era “el modelo a seguir.” Lo cual nos da una indicación bastante clara de dónde salió la idea de los cambios que están ocurriendo en estos momentos en los EE.UU. con el pretexto de protegernos un bichito que no es peor que el de la gripe que nos azota casi todos los años.
Por supuesto, no existe evidencia que indique que algunos de esos señores miembros del Consejo de Relaciones Exteriores, una organización que aglutina miembros de la derecha más reaccionaria, haya leído a Gramsci y mucho menos que sean marxistas o comunistas.
En definitiva, hay que reconocer que el hecho de que los promotores del Nuevo Orden Mundial sean malvados no necesariamente indica que sean orates. Todo lo contrario. Prueba de ello es la presente operación de guerra psicológica que en estos momentos han desatado contra los pueblos del mundo escudados tras el pretexto de potegernos de una mortal epidemia.
Carlos Marx creía que el comunismo habría que imponerlo en forma violenta y que los proletarios tan sólo llegarían al poder por una revolución.
Los Fabianos ingleses pensaron que ellos lograrían imponer el socialismo (versión ligera del comunismo), convenciendo a todo el mundo de que el socialismo era lo mejor. O sea, por convicción.
Por el contrario, Gramsci estaba convencido de que era posible implementar el comunismo infiltrando la superestructura social, o sea, comunismo por infiltración.
Pero los conspiradores globalistas del Nuevo Orden Mundial tuvieron una idea mucho mejor. Algo en lo que ninguno de los ideólogos comunistas pensó. Aprovechándose de la presente crisis artificial creada por las medidas que elos mismos han creado para combatir un bichito que todo indica que es menos letal que el que nos azota cada año, están imponiéndonos su Nuevo Orden Mundial comuno-fascista por infección. Y todo indica que lo están logrando.
Excelente idea. No se le ocurrió ni a Marx, ni a los Fabianos ni a Gramsci. Hay que quitarse el sombrero. Honor a quien honor merece.[6]
Notas:
1. Servando Gonzalez, “I’m Not Scared Anymore,” NewsWithViews.com, May 7, 2020, I’m Not Scared Anymore
2. Los positivistas lógicos consideraban que ideología era todo aquello que no era ciencia. Si aceptamos esa definición, debemos llegar a la triste conclusión de que casi todo lo que en estos momentos algunos llaman ciencia —calentamiento global, bióxido de carbono, combustibles fósiles, etc.—no pasa de ser ideología política mal disfrazada.
3. La ley se llama Eminent Domain.
4. Véase, for ejemplo: Evan Gahr, “Looking at Philanthropy The Gift of Giving: Paymasters of the PC Brigades,” The Wall Street Journal, Jan 27, 1995; Bob Feldman, “Alternative Media Censorship: Sponsored by CIA’s Ford Foundation?,” Disinfo.com, September 18, 2002, http://old.disinfo.com/archive/pages/article/id2709/pg1/index.html; Joyce Price, “Media Give Liberal Causes Millions More, Study Says,” The Washington Times, Nov. 14. 1993; Marshall Robinson, “The Ford Foundation: Sowing the Seeds of a Revolution,” Environment, v. 35 n. 3 (April 1993) 10-20; Goldie Blumenstyk, “New Head of Ford Fund’s Education Program is Champion of Women and Minority Students,” The Chronicle of Higher Education, v. 39 n. 16 (Dec 9, 1992), A27; Daniel Brandt, “Philanthropists at War,” NameBase NewsLine, No. 15 (October-December, 1996).
5. “Rockefeller-led U.S. delegation cozies up to Castro,” http://www.cubanet.org/CNews/y01/feb01/23e11.htm
6. Una versión abreviada de este artículo apareció en Angel Velázquez Callejas y Antonio Ramos Zúñiga, eds., El libro rojo del marxismo cultural (Ediciones Éxodus, 2020), pp. 163-171.