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En 1797, el almirante británico héroe de la Batalla de Trafalgar, atacó Santa Cruz de Tenerife para saquear y hacerse con todo el archipiélago, sin imaginarse que se iba a encontrar en frente al general Gutiérrez apoyado por una parte de la población civil de la isla
Israel VianaMADRID Actualizado:26/12/2019 08:35hGUARDAR
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En primer lugar, por la elección de Santa Cruz de Tenerife como objetivo de su ofensiva. Una decisión pésima en la que no había tenido en cuenta las condiciones que presentaba aquella isla canaria, sin duda las peores de todo el archipiélago para ser invadida por mar. «No hay más que pasear por las impresionantes llanuras de Ucanca y los paisajes lunares al pie del Teide, rey silencioso y envuelto en celajes, para tener clara intuición de que quien acuda allá con intención de dominio o con las armas en mano emprenderá, por propia culpa, un sangriento calvario», cuenta el escritor e historiador Víctor San Juan en su último libro, «Veintidós derrotas navales de los británicos», reeditado por Renacimiento en junio.
Y en segundo lugar, porque ni en sus peores pesadillas pudo imaginarse que en el bando contrario iba a encontrarse a prácticamente todo el pueblo tinerfeño, comandado por el general Antonio Gutiérrez de Otero: labriegos, pescadores, artesanos y criados muy mal armados y poco preparados, que fueron reclutados entre la población civil, para protagonizar uno de los episodios más épicos y olvidados de la historia de España.
De haberlo sabido de antemano, es probable que Nelson tampoco hubiera reculado, puesto que en aquel momento que se creía prácticamente invencible. Venía de protagonizar algunas de las batallas más importantes de la historia del imperio británico en aquella época y acababa de ser condecorado y ascendido por su combate en San Vicente. La confianza en sí mismo era desorbitada y no se paró a considerar la gran cantidad de señales que le advertían de una posible derrota.
«La infantería de la marina»
El asalto de la temida flota inglesa se produjo entre el 22 y el 25 de julio de 1797. La escuadra británica estaba formada por nueve navíos de guerra y 3.700 soldados, mientras que las defensas isleñas se componían de 1.600 hombres. La estrategia de Nelson era tomar el puerto de Santa Cruz de Tenerife, robar todo lo que pudiera en el puerto y, a continuación, conquistar el resto de la isla sin apenas resistencia. Y al ser la plaza más fuerte de las islas Canarias, que él consideraba una minucia, pensó que después podría ocupar fácilmente el resto del archipiélago.
El ataque de Nelson se produjo con muchos menos efectivos de los que utilizaron para la misma isla sus antecesores británicos, como el caso de William Blake, porque pensó que serían más que suficientes para dicho objetivo. Tal y como reconoció después el almirante jefe de la flota británica, Jervis, que fue el primero en lanzarse desde su posición en el bloqueo de la flota española en Cádiz: «No se embarcaron más tropas, porque se juzgó que bastarían los marineros y la infantería de la marina». Y fue ese su grave error, porque Santa Cruz podía ser pequeña, pero estaba muy bien defendida: 21 fuertes y numerosas baterías cuyo centro neurálgico era el castillo de San Cristóbal, ubicado además frente al muelle del puerto, que contaba con más de 90 piezas de artillería tras una gruesa muralla de 3,5 metros de espesor.
El gobernador de la plaza era el mencionado Gutiérrez, un veterano general de 63 años que había hecho sus primeras armas en Italia, las Malvinas y Baleares y había destacando en las campañas de Menorca. En 1791 pidió el traslado a Canarias, que le fue concedido, pero lo cierto es que cuando Nelson apareció por las costa de Santa Cruz, el español no atravesaba por su mejor momento, según detalla San Juan. Principalmente, por su edad y porque sufría un fuerte ataque de asma… lo que no le impidió cumplir con su deber de buen marino y militar.
En la segunda semana de julio de 1797, Nelson reunió a sus ocho capitanes a bordo de su barco para planificar el ataque. La decisión fue desembarcar en la madrugada del 22, aprovechando la oscuridad de la noche, con 200 hombres de cada velero y 100 de cada fragata inglesa en las playas de Valle Seco. En total, 1.100 hombres que debían apoderarse de las fortificaciones del sector noreste antes del amanecer. Pero aquel primer plan se truncó desde el inicio debido al fuerte viento que había: las tres fragatas que partieron hacia tierra (Seahorse, Terpsichore y Emerald) tardaron mucho tiempo en lograr aproximarse. Y cuando por fin lo lograron, eran ya las 10.00 horas y hacía un rato que los vigilantes tinerfeños los habían descubierto.
La intransigencia de Nelson
Alguno de capitanes, conscientes de este mal inicio, como Bowen y Trowbridge, acudieron al Nelson para recomendarle que suspendiera el ataque. Pero reste se mostró imperturbable y les ordenó seguir adelante. Cuando los soldados británicos pusieron el primer pie en la isla, los tinerfeños, efectivamente, les estaban esperando. Entre ellos, además de la guarnición de Palo Alto, San Andrés y San Miguel, 150 cazadores provinciales que, agazapados en la vegetación del terreno, acribillaban a todo el que desembarcaba. El panorama era tan desalentador que dieron la orden de volver a los barcos y huir con los supervivientes.
Nelson escribió a su superior, el lord Saint Vincent, para comunicarle el fracaso de su plan, pero no hizo en su misiva la más mínima autocrítica por haber mandado a la fin a un buen número de sus hombres y a pesar de las advertencias de sus capitanes: «No discutiré el porqué no nos hemos apoderado de Santa Cruz. Vuestra amistad confiará en que se ha hecho todo lo posible, aunque sin éxito. Esta noche yo, pese a mi modestia, mandaré todas las fuerzas, dispuestas a desembarcar bajo las baterías de la ciudad, y mañana mi cabeza se verá probablemente coronada de cipreses o de laureles».
Nelson seguía empeñado en su plan suicida contra un enemigo que, lejos de ser el objetivo fácil que había supuesto, demostró ser uno de los defensores más aguerridos y fuertes con los que se había cruzado el héroe británico hasta entonces. Por eso el segundo ataque, visto el daño que le había producido el primero, fue aún más devastador… y apunto estuvo de costarle la vida.
El segundo intento de Nelson
Con el almirante a bordo de una de sus lanchas de desembarco, tal y como le había prometido a Saint Vincent, se lanzaron los ingleses en plena oscuridad contra el frontón fortificado de la ciudad que encarnaba el castillo de San Cristóbal y los muelles. Dirigiendo al grupo, formado por aproximadamente 700 hombres, estaban también algunos de sus capitanes: Bowen, Freemantle, Miller, Hood, Thompson y Waller. Un conjunto que representaba toda la plana mayor de la Royal Navy en Tenerife, muchos de los cuales había vencido gloriosamente en San Vicente el mes anterior. Y ahora, a la desesperada, esperaban resarcirse de la humillación sufrida días atrás.
Cada uno de los siete grupos tenía asignado un punto de desembarco. A la 1.30 de la madrugada, sin embargo, fueron descubiertos desde el mercante español San José. Y a los pocos minutos, las campanas de todas las iglesias de Santa Cruz de Tenerife comenzaron a sonar en señal de alarma. Fue entonces cuando un auténtico infierno se desató sobre los atacantes: casi medio centenar de cañones y un fuego constante de fusiles y mosquetes empezaron disparar sin descanso contra ellos. El famoso cañón Tigre, hoy expuesto con orgullo en el Museo Histórico Militar de Canarias del Fuerte de Almeyda, disparó contra el cúter Fox y lo hundió con un centenar de hombres.
Los capitanes Freemantle y Thompson resultaron heridos nada más poner el pie en tierra. El propio Nelson también recibió un disparo en el codo derecho y fue rápidamente retirado hacia el Theseus con la ayuda de su hijastro, Nisbet, que le hizo un torniquete para evitar que se desangrara. Waller fue desviado de su objetivo y desembarcó mucho más lejos. Troubridge, Miller y Hood consiguieron desembarcar en la playa de las Carnicerías y llegaron hasta la plaza de la Pila y el monasterio de Santo Domingo, pero ninguno de ellos consiguió adentrarse más, porque todas las calles adyacentes estaban cubiertas de barricadas y defendidas con cañones. Muchos británicos cayeron allí mismo abatidos.
233 muertos
Solo llegaron a poner pie en tierra unos 340 ingleses de los 700. La mayoría de ellos, para evitar ser exterminados, tuvieron que refugiarse en la iglesia de Santo Domingo. Troubridge tuvo que mandar a Hood con la bandera blanca para pedir clemencia a los españoles en la madrugada del 25 de julio. Llevaba con una serie de condiciones que incluía la promesa de no repetir las agresiones ni en Tenerife ni en ninguna de las islas Canarias. El general García no quiso ensañarse. Como dijo el historiador inglés Robert Southey pocos años después: «Satisfecho con su éxito, que era en realidad bastante completo, y respetando como hombre valiente y de honor la valentía de su enemigo, el español aceptó la propuesta».
Las pérdidas británicas ascendieron a 233 muertos y 110 heridos, incluyendo las heridas del propio Nelson, que perdió su brazo derecho y apunto estuvo de perder la vida. Por parte española las bajas fueron de 24 muertos y 35 heridos. La procedencia de los fallecidos manifiesta de forma clara la participación del pueblo, además del ejército en esta defensa heroica: nueve pertenecían al ejército regular, siete a las milicias canarias, cuatro eran paisanos y dos marineros españoles, además de dos marinos franceses. Es decir, más de la mitad fueron bajas civiles.
Hubo también muchos protagonistas entre los tinerfeños. Por ejemplo, el teniente Grandi, con cuya capacidad técnica e iniciativa consiguió abrir una tronera y dispuso las piezas que batieron de enfilada la playa, lo que impidió desembarcar al propio Nelson. O el teniente Vicente Sierra, con cuya capacidad para moverse y estar en todas partes, que capturó a cinco soldados ingleses en la plaza de la Pila y se los entregó al general Gutiérrez, que en aquel momento carecía de información correcta. Aquello le proporcionó los detalles exactos de la situación de las fuerzas británicas.
«Una carga para mis amigos»
Nelson fue amputado del brazo derecho, lo que unido al trauma de la derrota, le sumió en una profunda depresión. De ella da muestra en una carta que le envió al lord Saint Vincent: «Me he convertido en una carga para mis amigos y en un hombre inútil para mi país. Cuando deje de estar bajo su mando, seré un muerto para el mundo. Sigo adelante y ya nadie me ve». Y tampoco tuvo reparo en reconocer la generosidad de los artífices de su derrota, una de las pocas que sufrió a lo largo de su vida: «Justo es que reconozcamos la noble y generosa conducta de Juan Antonio Gutiérrez, el gobernador español. Tan pronto como se aceptaron las condiciones, hizo que nuestros heridos fueran a los hospitales y que se diera a nuestra gente las mejores provisiones. También hizo saber que los barcos ingleses quedaban en libertad de mandar hombres a tierra y de comprar los víveres que necesitaran mientras permanecían en la isla».
El ataque a Santa Cruz no fue un mero ataque pirata con el propósito de saquear las humildes posesiones de sus habitantes. Nelson quería hacerse con el control del importante enclave que eran las Islas Canarias. Eran la parada obligada para los navíos de la época, puesto que el Canal de Suez no estaba aún abierto y tenían que pasar por ellas todos los barcos procedentes de Europa hacia América, África o Extremo Oriente. El almirante y sus superiores querían privar a España de tan inmenso apoyo que significaba en la ruta hacia hacia América y el duro golpe que supondría para el Gobierno de Madrid.
Si Gutiérrez y los tinerfeños no hubieran acabado con éxito su defensa, es probable que hoy las Islas Canarias fueran propiedad de Gran Bretaña y no de España, puesto que de haberla conquistado, su defensa en el futuro, contando con el dominio del mar, era relativamente fácil como se ha podido demostrar. Dominar el archipiélago les permitiría, además, satisfacer desde Canarias la aguada, el abastecimiento y el alistamiento de buques como punto intermedio fundamental de la ruta atlántica.
Nelson se comprometió a llevar a sus pares la noticia de su propia derrota a la Península y lo cumplió. Pasó el año recuperándose de las heridas y, a principio de 1798, se lanzó a bordo del navío Vanguard para comenzar la campaña del Mediterráneo, hasta que se encontró con la fin en la batalla de Trafalgar, en 1805, después de que un tirador francés le disparara a bordo del buque HMS Victory. Gutiérrez, por parte, fue merecidamente ascendido, pero falleció en 1799 como consecuencia de sus numerosos achaques.