El genuino adiós de un impresor de La Vanguardia: "Bueno. Ha llegado el día"

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"Bueno. Ha llegado el día. Tenía por costumbre leer las necrológicas –un deporte como otro cualquiera– hasta hoy, 9 de marzo, que aparece la mía”. Así comienza la esquela dedicada a Manuel Brañas González que publica en su última edición La Vanguardia, la casa en la que este barcelonés nacido en el barrio de Sants hace 83 años trabajó durante más de cuatro décadas como impresor. Porque para Brañas este diario era como su segunda familia.

“Era muy feliz en la empresa”, cuenta su hijo Agustí, que tiene aún muy presente la imagen de su padre vestido con una camisa azul y unas letras bordadas en rojo en las que se leía el nombre de esta cabecera. Y detalla que quien escribe la necrológica no es en realidad el protagonista de la esquela, sino Agustí. Pero ¿por qué hacerse pasar por su padre? Para plasmar a través de sus palabras lo que él sentía y también porque le gustaba leer las necrológicas del diario. “Siempre decía: ‘Voy a leer los que hoy han dejado de fumar’, y yo le prometí que cuando fuera el momento le haría la suya”, aclara.


Manuel Brañas dejó de fumar el viernes, aunque no practicaba este hábito, excepto en ocasiones puntuales. Llegó su momento tras una larga batalla contra el alzheimer y el parkinson que fue apagando sus recuerdos. Aún así, “en los pocos momentos que tenía de lucidez, le preguntábamos: ‘¿Padre, qué has trabajado?’, y nos respondía: ‘Sí, sí, esta noche he tenido que ir, que se ha roto el papel y he salido tarde’”, relata su hijo.

Sus vivencias forman parte de lo que significa elaborar cada día una nueva edición del diario. Además de la rotura de una bobina de papel, otras circunstancias, explicaba como al producirse una noticia de última hora, “tenían que parar máquinas y rehacerlo todo”.


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Después de 42 años, Brañas se jubiló de este periódico a los 63 años, a finales del siglo pasado

Los últimos años en los que sirvió a La Vanguardia lo hizo programando los ordenadores para distribuir los ejemplares del diario en sus diferentes rutas. “Tuvo que hacer un gran esfuerzo, porque él era una persona muy manual y mecánica”, recuerda su familia. Sin embargo, superó la prueba con afán para que la edición impresa llegara siempre a tiempo a su destino mientras la mayor parte de la ciudad dormía.

Después de 42 años, Brañas se jubiló de La Vanguardia a los 63 años, a finales del siglo pasado. Pese a ello, siguió vinculado a este diario como lector. “Una de las ocupaciones más divertidas que tenía una vez jubilado era la de leer el diario”. Especialmente las necrológicas.



Según lo describe su hijo Agustí, Manuel era un pícaro elegante y feliz del barrio de Sants que se entregó siempre a la familia

Como recuerda Agustí en la esquela publicada ayer, sus amigos y conocidos le llamaban cariñosamente El Vanguar porque “él siempre hablaba mucho y muy bien” del Grupo Godó. Para su familia, era El astuta de Sants, por su carácter pícaro, y El marqués, por su elegancia y por ser el mismo apodo con el que se refería al periodista deportivo Andrés Astruells. Brañas era muy forofo del Barça.

La esquela no deja dudas sobre su afición: “He disfrutado de grandes noches de fútbol con bocata de bacon brutal y cerveza –que me perdone su majestad el colesterol– pero ahora no deja de darme disgustos xDDD”. Ser culé también le abrió el corazón de una mujer con unos ojos extraordinarios, Teresa Sillué Vilà, con quien compartió la vida desde los 20 años de edad.

“Cuando lo conoció en la fiesta mayor de Sants, le preguntó de qué equipo de fútbol era. Y si no hubiese sido del Barça, lo hubiera aviado”, asevera su hijo. Lejos de eso, formó junto a él un gran hogar. Agustí querría que el recuerdo de su padre sirviera para tras*mitir finalmente un mensaje positivo: “Que todos los que están en una situación similar y sufren una enfermedad de este tipo, que disfruten de la familia”.

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Reconoce que le gustaba tocar los huevones a la familia, muy de langostas...

DEP
 
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