castguer
Madmaxista
Lo que se ha dado en llamar verdadera democracia representativa (no la falsa representatividad del parlamentarismo, por muchos defensores que tenga) es precisamente la "democracia": que los diputados electos sean una correa de tras*misión entre la voluntad popular y el ejercicio del gobierno, y no entre el ejercicio del gobierno y los intereses de un clan (ya sea un partido, una empresa privada o la banca). Si tal cosa no existe, entonces no existe ninguna democracia, por mucho que haya referendos, elecciones, encuestas a pie de calle para medir la temperatura social, etc.,etc., etc. Si el punto de partida es la desinformación que posibilita la impostura, la mayoría de los que aquí estamos no vemos diferencia entre eso y el despotismo. Y si ese despotismo obedece a las directrices de una serie de grupos de poder y presión, me parece que también la mayoría le llamamos a eso plutocracia.Y sabemos que vivimos en plutocracia.
Bien sé que la voluntad popular, el poder decisorio del pueblo no ha existido nunca ni existirá jamás, no es más que un concepto cáscara, vacío de contenido. En las democracias representativas el pueblo no puede ser nunca soberano. La representación del pueblo no es más que una ficción política. El mismo concepto de pueblo es en sí misma otra ficción; todos los conceptos políticos son ficciones, meras convenciones, modelos figurados para hacer creer a la comunidad política que está representada, que sus intereses son defendidos y que su seguridad está garantizada. No se trata por tanto de encontrar el mecanismo perfecto, que no existe, sino de encontrar la fórmula que permita, aun siendo el mecanismo imperfecto, minimizar los riegos de una mala utilización sobre la comunidad (sociedad civil) que es en definitiva la destinataria última del producto político.
Por eso da risa cuando ves la fiebre colectiva de participar, "tirar todos del carro", avanzar juntos... toda esa cosa, eso es telecracia, borregacia, o como se le quiera llamar. Si unos poderes no controlados por la ciudadanía deciden nuestros destinos (empezando por la deformación de nuestras mentes en la enseñanza escolar básica), la democracia no existe, es un nombre, una pretensión, una impostura. El problema añadido de España, a diferencia de algunos países limítrofes (que también sufren el Estado de partidos) es que aquí se vive la cultura de la dedocracia, heredada no de un régimen "autoritario" (como ayer lo definía el zascandil de R. Vera en Intereconomía), sino dictatorial y de carácter fascista, vamos a llamar a las cosas por su nombre. El caldo de cultivo del posfranquismo unido a la impostura del Estado de partidos que rige la política europea es lo que posibilita esa plutocracia de la que hablamos: que la política esté en manos de una élite de poder integrada por banqueros, aristócratas de partido y heredereos de todos los totalitarismos (véase gran parte de la genovesada y los socialfascistas en Hispanistán, véase pilinguin y su camarilla en Rusia).
Demos
Bien sé que la voluntad popular, el poder decisorio del pueblo no ha existido nunca ni existirá jamás, no es más que un concepto cáscara, vacío de contenido. En las democracias representativas el pueblo no puede ser nunca soberano. La representación del pueblo no es más que una ficción política. El mismo concepto de pueblo es en sí misma otra ficción; todos los conceptos políticos son ficciones, meras convenciones, modelos figurados para hacer creer a la comunidad política que está representada, que sus intereses son defendidos y que su seguridad está garantizada. No se trata por tanto de encontrar el mecanismo perfecto, que no existe, sino de encontrar la fórmula que permita, aun siendo el mecanismo imperfecto, minimizar los riegos de una mala utilización sobre la comunidad (sociedad civil) que es en definitiva la destinataria última del producto político.
Por eso da risa cuando ves la fiebre colectiva de participar, "tirar todos del carro", avanzar juntos... toda esa cosa, eso es telecracia, borregacia, o como se le quiera llamar. Si unos poderes no controlados por la ciudadanía deciden nuestros destinos (empezando por la deformación de nuestras mentes en la enseñanza escolar básica), la democracia no existe, es un nombre, una pretensión, una impostura. El problema añadido de España, a diferencia de algunos países limítrofes (que también sufren el Estado de partidos) es que aquí se vive la cultura de la dedocracia, heredada no de un régimen "autoritario" (como ayer lo definía el zascandil de R. Vera en Intereconomía), sino dictatorial y de carácter fascista, vamos a llamar a las cosas por su nombre. El caldo de cultivo del posfranquismo unido a la impostura del Estado de partidos que rige la política europea es lo que posibilita esa plutocracia de la que hablamos: que la política esté en manos de una élite de poder integrada por banqueros, aristócratas de partido y heredereos de todos los totalitarismos (véase gran parte de la genovesada y los socialfascistas en Hispanistán, véase pilinguin y su camarilla en Rusia).
Demos