ATARAXIO
Madmaxista
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La matanza de mascotas de Londres: un sacrificio por amor
En la primera semana de la Segunda Guerra Mundial, casi medio millón de perros y gatos murieron en Londres por decisión de sus amos. Los mataron por ‘amor’.
La gente hacía cola para sacrificar a sus queridas mascotas. Clínicas veterinarias y perreras estaban inmersas en una campaña de exterminio sin precedentes.
Este episodio tuvo lugar en septiembre de 1939, en la primera semana de la Segunda Guerra Mundial: los londinenses acabaron con casi medio millón de perros y gatos.
Los veterinarios se quedaron sin cloroformo, tenían que usar corrientes eléctricas para matarlos. Y hubo problemas para encontrar sitio donde enterrar a tantos. Fue como un arrebato de histeria colectiva en un país que se considera amante de los animales.
Los sacrificios de animales se desataron ante el miedo a los bombardeos y la oleada turística alemana
La oleada de sacrificios empezó sin un motivo acuciante. Lo ha comprobado la historiadora británica Hilda Kean. En su libro The great cat and dog massacre intenta explicar las razones por las que se llegó a aquella masacre de animales domésticos.
Los alimentos aún no estaban racionados y había carne abundante para alimentar a los perros y gatos, procedente de caballos sacrificados por su edad. Tampoco había riesgo inminente para los ciudadanos o sus mascotas: los ataques aéreos sobre Londres no comenzaron hasta el verano de 1940. Todo apunta a que los londinenses sacrificaron a sus animales de forma preventiva.
¿Y si no se permitía llevarlos al refugio antiaéreo? ¿Y si eran víctimas de los gases químicos? ¿Y si los invadían los alemanes?
UNO DE CADA CUATRO ANIMALES
En septiembre de 1939, al menos 400.000 perros y gatos fueron víctimas de una oleada de sacrificios en el área metropolitana de Londres, cifra que suponía en torno a la cuarta parte de las mascotas que vivían en la ciudad.
Muchos dueños de animales no soportaban la idea de que sus mascotas se arrastraran hambrientas a través de las ruinas. Los mataron por compasión. Pero, en la primavera de 1940, muchos dueños de animales se arrepintieron de lo que habían hecho. El destino de las mascotas que sobrevivieron a la matanza fue muy diferente. La gente pasaba tanto tiempo haciendo cola para la comida de sus animales como para la de la familia.
Aunque alimentar a los gatos con leche estaba prohibido, se estima que unos 80 millones de litros acabaron cada año en sus cuencos. Las autoridades hicieron la vista subida de peso: se valoraba la labor que los gatos hacían en la lucha contra ratas y ratones.
Los perros eran muy útiles en la búsqueda de víctimas de los bombardeos. Emocionó Spot, el perro que escarbó durante 12 horas para sacar a su familia de los escombros: los halló, pero muertos. Los animales subieron la jovenlandesal de las personas. El gorrión Clarence, por ejemplo, iba con su dueña a los refugios antiaéreos y animaba a la gente con sus trucos y piruetas. Cuenta Hilda Kean que se forjó un entrañable vínculo entre las mascotas y sus amos durante los años que duró la contienda. Sin embargo, en la posguerra las cosas cambiaron: alimentarlos se había vuelto demasiado caro. En 1947 hubo que sacrificar a más de 15.000 perros por falta de instalaciones donde acogerlos.
La gran masacre de perros y gatos: cuando el Gobierno provocó que los británicos sacrificaran en masa a sus mascotas por temor a los nazis
Ocurrió en 1939. El Gobierno británico, ante la inminente entrada en guerra con la Alemania nancy y esperando una brutal campaña de bombardeos contra el país -que ocurriría-, realizó una serie de recomendaciones a sus ciudadanos. El Comité Nacional de Animales para la Prevención de Ataques Aéreos (NARPAC, en sus siglas en inglés) publicó unos panfletos informativos titulados Consejo para propietarios de animales en los que se podía leer: «Si no puedes colocarlos al cuidado de los vecinos, realmente lo más caritativo es hacer que los sacrifiquen». El pasquín contenía el anuncio de una pequeña pistola de perno.
Llevados por la histeria prebélica, cientos de miles de británicos siguieron las recomendaciones del Gobierno, a pesar de algunos movimientos contrarios, y sacaron de sus vidas a sus mascotas. Lo hicieron ellos mismos o saturaron las clínicas veterinarias. Cuando cayeron las primeras bombas sobre Londres, se produjo otra oleada de sacrificios. Algunos cálculos apuntan a que murieron entre 500.000 y 750.000. Tiempo después, muchos de ellos lamentarían haber acabado con sus compañeros y culparon al Gobierno.
«Aquellas personas, en la histeria del momento, mataron a sus mascotas por amor, porque pensaban que no podrían alimentarlas ni cuidarlas durante los bombardeos», explica.
Lara, que asegura que «ha tenido muchos perros», rememora cuando tuvo un fox terrier llamado Guido, epiléptico, y tuvieron que sacrificarlo. «Recuerdo a mi padre, que era castellano viejo, llorando sobre el volante», rememora.
Con esos mimbres emocionales e históricos, Lara compone una historia que mezcla, con aquella dantesca matanza animal, la Casa Real británica, el mundo del periodismo y del espionaje y el de la infancia en guerra. Un emocionante viaje al Londres del Blitz siguiendo los pasos de un fox terrier llamado Duncan, su joven amo, Jimmy, su padre y a una periodista que recuerda indudablemente a la actriz Maureen O’Hara.
En la primera semana de la Segunda Guerra Mundial, casi medio millón de perros y gatos murieron en Londres por decisión de sus amos. Los mataron por ‘amor’.
La gente hacía cola para sacrificar a sus queridas mascotas. Clínicas veterinarias y perreras estaban inmersas en una campaña de exterminio sin precedentes.
Este episodio tuvo lugar en septiembre de 1939, en la primera semana de la Segunda Guerra Mundial: los londinenses acabaron con casi medio millón de perros y gatos.
Los veterinarios se quedaron sin cloroformo, tenían que usar corrientes eléctricas para matarlos. Y hubo problemas para encontrar sitio donde enterrar a tantos. Fue como un arrebato de histeria colectiva en un país que se considera amante de los animales.
Los sacrificios de animales se desataron ante el miedo a los bombardeos y la oleada turística alemana
La oleada de sacrificios empezó sin un motivo acuciante. Lo ha comprobado la historiadora británica Hilda Kean. En su libro The great cat and dog massacre intenta explicar las razones por las que se llegó a aquella masacre de animales domésticos.
Los alimentos aún no estaban racionados y había carne abundante para alimentar a los perros y gatos, procedente de caballos sacrificados por su edad. Tampoco había riesgo inminente para los ciudadanos o sus mascotas: los ataques aéreos sobre Londres no comenzaron hasta el verano de 1940. Todo apunta a que los londinenses sacrificaron a sus animales de forma preventiva.
¿Y si no se permitía llevarlos al refugio antiaéreo? ¿Y si eran víctimas de los gases químicos? ¿Y si los invadían los alemanes?
UNO DE CADA CUATRO ANIMALES
En septiembre de 1939, al menos 400.000 perros y gatos fueron víctimas de una oleada de sacrificios en el área metropolitana de Londres, cifra que suponía en torno a la cuarta parte de las mascotas que vivían en la ciudad.
Muchos dueños de animales no soportaban la idea de que sus mascotas se arrastraran hambrientas a través de las ruinas. Los mataron por compasión. Pero, en la primavera de 1940, muchos dueños de animales se arrepintieron de lo que habían hecho. El destino de las mascotas que sobrevivieron a la matanza fue muy diferente. La gente pasaba tanto tiempo haciendo cola para la comida de sus animales como para la de la familia.
Aunque alimentar a los gatos con leche estaba prohibido, se estima que unos 80 millones de litros acabaron cada año en sus cuencos. Las autoridades hicieron la vista subida de peso: se valoraba la labor que los gatos hacían en la lucha contra ratas y ratones.
Los perros eran muy útiles en la búsqueda de víctimas de los bombardeos. Emocionó Spot, el perro que escarbó durante 12 horas para sacar a su familia de los escombros: los halló, pero muertos. Los animales subieron la jovenlandesal de las personas. El gorrión Clarence, por ejemplo, iba con su dueña a los refugios antiaéreos y animaba a la gente con sus trucos y piruetas. Cuenta Hilda Kean que se forjó un entrañable vínculo entre las mascotas y sus amos durante los años que duró la contienda. Sin embargo, en la posguerra las cosas cambiaron: alimentarlos se había vuelto demasiado caro. En 1947 hubo que sacrificar a más de 15.000 perros por falta de instalaciones donde acogerlos.
La matanza de mascotas de Londres: un sacrificio por amor - XL Semanal
www.lavozdegalicia.es
La gran masacre de perros y gatos: cuando el Gobierno provocó que los británicos sacrificaran en masa a sus mascotas por temor a los nazis
La gran masacre de perros y gatos: cuando el Gobierno provocó que los británicos sacrificaran en masa a sus mascotas por temor a los nazis
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La gran masacre de perros y gatos: cuando el Gobierno provocó que los británicos sacrificaran en masa a sus mascotas por temor a los nazis
Ocurrió en 1939. El Gobierno británico, ante la inminente entrada en guerra con la Alemania nancy y esperando una brutal campaña de bombardeos contra el país -que ocurriría-, realizó una serie de recomendaciones a sus ciudadanos. El Comité Nacional de Animales para la Prevención de Ataques Aéreos (NARPAC, en sus siglas en inglés) publicó unos panfletos informativos titulados Consejo para propietarios de animales en los que se podía leer: «Si no puedes colocarlos al cuidado de los vecinos, realmente lo más caritativo es hacer que los sacrifiquen». El pasquín contenía el anuncio de una pequeña pistola de perno.
Llevados por la histeria prebélica, cientos de miles de británicos siguieron las recomendaciones del Gobierno, a pesar de algunos movimientos contrarios, y sacaron de sus vidas a sus mascotas. Lo hicieron ellos mismos o saturaron las clínicas veterinarias. Cuando cayeron las primeras bombas sobre Londres, se produjo otra oleada de sacrificios. Algunos cálculos apuntan a que murieron entre 500.000 y 750.000. Tiempo después, muchos de ellos lamentarían haber acabado con sus compañeros y culparon al Gobierno.
«Aquellas personas, en la histeria del momento, mataron a sus mascotas por amor, porque pensaban que no podrían alimentarlas ni cuidarlas durante los bombardeos», explica.
Lara, que asegura que «ha tenido muchos perros», rememora cuando tuvo un fox terrier llamado Guido, epiléptico, y tuvieron que sacrificarlo. «Recuerdo a mi padre, que era castellano viejo, llorando sobre el volante», rememora.
Con esos mimbres emocionales e históricos, Lara compone una historia que mezcla, con aquella dantesca matanza animal, la Casa Real británica, el mundo del periodismo y del espionaje y el de la infancia en guerra. Un emocionante viaje al Londres del Blitz siguiendo los pasos de un fox terrier llamado Duncan, su joven amo, Jimmy, su padre y a una periodista que recuerda indudablemente a la actriz Maureen O’Hara.