El emperador del clima va desnudo: desmontando la emergencia climática.

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Revista | La Razón Comunista

Bruno Cossío



En este principio de siglo, en torno al cambio climático parecen arremolinarse todas las ciencias naturales del mismo modo que las ciencias sociales lo hacen alrededor de las cuestiones de género. Han pasado 30 años desde que por primera vez se diera la voz de alarma, y la cuestión del clima pasara de ser una cuestión de interés científico a mezclarse con la política y convertirse en un negocio más. En medio del juego de intereses y de un alarmismo que no se corresponde con lo que cualquiera observa en su realidad cotidiana, el debate, la duda o la simple y llana información objetiva acerca del tema, parecen estar fuera de la agenda. En estos tiempos se hace urgente poner en perspectiva el alarmismo climático: lo que se sabe, lo que se ignora, lo que se duda y lo que se yerra. En lo político, pero también en lo científico.





Una breve presentación



A Al Gore el hecho de no ser científico no le impidió recibir un premio Nobel por engendrar una película sobre el clima que se equivocaba en todo, así que el hecho de que yo tampoco lo sea no debería ser un problema a la hora de escribir este artículo... Siempre he tenido una curiosidad voraz por los temas medioambientales, al principio con honesta y terrible preocupación, y con el paso de los años, después de décadas escuchando predicciones fallidas y esperando catástrofes que nunca llegaron, orientando esa curiosidad al cuestionamiento constante de todo aquello que se nos presenta como científicamente probado, especialmente en aquellos temas que se nos exige no dudar. Como superviviente al apocalipsis del agujero de ozono, a la lluvia ácida, a tres fechas límite para frenar el calentamiento global y a la extinción de las abejas, me he ganado el derecho a opinar algo con cierto criterio.



El cambio climático ha sido una preocupación del ser humano desde que el hombre es hombre. Seguramente entre las primeras cosas que nos planteamos estaban el sol, el viento, la lluvia, el frío... Inevitablemente, como sucedía con todo lo que no comprendíamos, se explicó a través de mitos y supersticiones y se intentó controlar a través de rituales: desde la danza de la lluvia hasta el sacrificio de niños. En innumerables sociedades el mal clima era visto como castigo de los dioses por nuestros pecados, que podían ser pagados con algún tipo de sacrificio.



Irónicamente, la teoría del cambio climático actual que conocemos todos (las temperaturas de la Tierra se están elevando de manera catastrófica por culpa del CO2 que emiten las actividades humanas) no deja de ser una nueva edición de estos mitos. Y, como veremos en el siguiente apartado, parece que nuestra especie siempre ha sido incapaz de aceptar, aunque sólo sea como una posibilidad más, que el clima cambia de manera natural, que siempre lo hará, y lo que haga o deje de hacer el hombre quizá no es tan importante.



Repasemos la teoría de manera sencilla: la Tierra se está calentando desde hace un siglo y medio y buena parte de ese calentamiento (y todo el producido desde 1950) se debe a la emisión de gases de efecto invernadero, fundamentalmente el CO2, lo que podría llevar a cambios catastróficos para la vida en el planeta y para la civilización. Esto es ciencia asentada e indiscutible y el debate está cerrado.



Ahora bien, seguramente nunca oigamos las preguntas pertinentes y obvias ante estas afirmaciones: ¿Es normal que cambie el clima?¿Cuánto han subido las temperaturas?¿Hay precedentes de temperaturas iguales o superiores a las actuales?¿Qué causó los cambios climáticos del pasado?¿Cuál es la temperatura ideal para la Tierra?¿Cómo sabemos con seguridad que este calentamiento lo provoca el CO2?¿Es malo el CO2?¿Cuánto CO2 producimos y cuánto hay en la atmósfera?¿Cuál es el nivel de CO2 deseable o normal?¿Se puede hacer algo?¿Es grave? A todas estas preguntas pretendo responder a lo largo de las siguientes páginas.



Un siglo apocalíptico



Corrían los años 70 cuando los medios de comunicación de masas comenzaron a dar voz a una preocupación creciente en la comunidad científica: algo anómalo estaba sucediendo con las temperaturas del planeta. Periódicos como el New York Times, el Washington Post y la revista Time[1] empezaron a hablar en términos preocupantes y hasta catastróficos. Un grupo de científicos reunidos en la Univesidad de Brown remitió a la Casa Blanca una carta[2] exponiendo el peligro inminente al que se enfrentaba la humanidad: se hablaba de un cambio climático abrupto que dañaría las cosechas y que provocaría fenómenos meteorológicos extremos. Aunque muchos creían en las causas naturales de este acontecimiento, algunos, como el Doctor Rasool de la NASA, comenzaron incluso a señalar el posible papel del hombre en esta alteración catastrófica del clima del planeta, y señaló a la quema de combustibles fósiles como causa principal[3].



Aunque pueda sorprender a muchos, no estoy hablando del calentamiento global, hoy llamado cambio climático, omnipresente hoy en todos los medios de comunicación, universidades y programas electorales, sino de la que en los años 70 llamaban la inminente Nueva Edad de Hielo. Así es: en aquel entonces, los científicos y los medios estadounidenses parecían convencidos de que la Tierra se enfriaba a un ritmo acelerado desde 1940. El Doctor Rasool, antes mencionado, hablaba de una caída de 6 grados de las temperaturas para 2021 provocada por las partículas de polvo emitidas por la quema de carbón y petróleo, que bloquearían la luz del sol. Algunos científicos comenzaron incluso a proponer soluciones como espolvorear carbón sobre el hielo para frenar el avance observado de los casquetes polares año tras año, observación también corroborada por científicos de la Unión Soviética[4].



Diez años después del punto álgido del temor a la nueva edad de hielo, de nuevo el clima volvía a convertirse en preocupación apocalíptica para la humanidad. De nuevo, peligro de quedarnos sin cosechas, fenómenos meteorológicos extremos y la causa, de nuevo, la quema de combustibles fósiles, pero esta vez por las emisiones de CO2 que, al tratarse de un gas que retiene brevemente la energía que absorbe, provocaría un efecto invernadero cada vez mayor. No era nueva esta teoría. En los calurosos años 30, los medios estadounidenses hablaban del derretimiento catastrófico de los glaciares que inundaría en cuestión de un par de décadas las ciudades costeras[5]. Esto no pasó, pero eso no ha impedido que se retome la predicción. Ambos periodos, el miedo al frío y el miedo al calor, están de sobra documentados en los medios de la época.



Unos registros insuficientes y deficientes



Después de esta introducción, sin duda lo primero que cabe plantearse es cómo es posible que sólo en el espacio de 10 años se pasara de hablar de una nueva glaciación a un calentamiento peligroso del planeta. El clima no es algo sobre lo que podamos sacar conclusiones con sólo unas décadas de estudio, puesto que se trata de una media de temperaturas, precipitaciones y otras variables meteorológicas medidas a lo largo de varias décadas y cuyo cambio se produce a largo plazo. No es cuestión de si este año hizo mucho calor y el pasado hizo mucho frío, sino de las tendencias observadas en un lugar a lo largo de muchos años. Los llamados científicos climáticos (realmente físicos o geólogos) basan sus afirmaciones en un periodo que, como mucho, abarca desde 1870 hasta hoy. Pocas conclusiones se pueden sacar en un espacio de tiempo tan corto, sobre la normalidad o anormalidad de ciertos cambios o sobre su beneficio o perjuicio.



Pero hay un problema añadido y es la escasez de registros en gran parte del planeta hasta mediados del siglo XX: sólo EEUU, tiene un buen registro de las temperaturas desde hace más de un siglo que cubre todo su territorio[6], por lo que esos gráficos aterradores que nos muestran sobre el calentamiento del último siglo no dejan de ser reconstrucciones y estimaciones, reconstruidos una y otra vez sobre observaciones muy incompletas ¿Son fiables estos modelos? El Centro Nacional de Estudios Atmosféricos estableció, en tiempos del miedo a otra glaciación, que las temperaturas de la Tierra entre 1940 y 1970 habían caído 0,4 grados, por debajo de los valores de 1900[7]. La Academia Nacional de Ciencias de EEUU hablaba de un enfriamiento aún mayor en 1975[8]. Sin embargo, las últimas reconstrucciones de la NASA eliminan por completo este periodo de enfriamiento. Y es más: mientras las reconstrucciones que hizo la NASA en el año 2000 hablaban de un calentamiento de medio grado entre 1885 y 1998, las reconstrucciones de 2019 triplican el calentamiento para este periodo. Cada pocos años, la NASA y otras agencias entregadas a la causa del cambio climático elaboran nuevas gráficas y la tendencia general es la de enfriar cada vez más el pasado y calentar cada vez más el presente. Si no se puede medir la temperatura de cada año con precisión, difícilmente van a ser fiables los modelos predictivos que se deben ajustas a ellas.

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Ilustración 1: Comparación entre las temperaturas globales estimadas por el Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas en 1974 y la NASA en 2017 para el mismo periodo. Elaborada por Tony Heller
Otra fuente de datos que tenemos son las mediciones satelitales de temperatura[9], pero éstas sólo se remontan a 1979 y, de nuevo, discrepan bastante unas de otras dependiendo de los modelos que usen. Como sea, estas muestran un calentamiento mucho más modesto que el esperado por los modelos. Existen también mediciones recientes basadas en el estudio de los anillos de los árboles, que corroboran un calentamiento previo a 1940, el enfriamiento de 1940 a 1970 y un calentamiento posterior[10]. En cualquier caso, parece razonable por las múltiples fuentes que tenemos asumir que durante el último siglo y medio el planeta se ha calentado, aunque su cuantificación exacta resulte casi imposible.



¿Qué es una anomalía más para el clima?



Como ya he dicho, es prácticamente seguro que el planeta se ha calentado los últimos 150 años, con oscilaciones mayores o menores. Esto es algo sostenido por prácticamente todos los científicos. La cuestión ahora es si es normal que el planeta se caliente, si es habitual que se caliente en la medida que lo ha hecho y si es peligroso de alguna manera para la vida o para la civilización. Para esto debemos recurrir a lo que llamamos registros paleoclimáticos.



Los registros paleoclimáticos son mediciones indirectas de la temperatura en distintas zonas del planeta mediante infinidad de fuentes: desde el estudio de isótopos depositados en sedimentos hasta el estudio de los anillos en los fósiles de ciertos árboles. Cuando se estudian los últimos 550 millones de años, nos encontramos con temperaturas medias hasta 12 ó 15 grados superiores a las actuales en algunos periodos y, de manera mucho más reciente, periodos glaciares con temperaturas en torno a 5 ó 6 grados menores que las actuales. La cuantificación de la temperatura varía de unas fuentes a otras, pero en lo que parecen coincidir es en que, a pesar de estar en una pausa “cálida” entre glaciaciones, la Tierra se encuentra actualmente en uno de los periodos fríos de esos últimos 550 millones de años. Lo anómalo del clima, visto esto, sería que fuese estable.



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Pero hablamos de cambios lentos, que casi siempre se han producido a lo largo de centenares de miles de años como poco ¿Qué hay de tiempos más recientes? Tenemos cientos de estudios y miles de evidencias de etapas más cálidas que la actual en los últimos 8000 años y muy especialmente del último milenio. Es más: de acuerdo con la mayoría de registros paleoclimáticos, de ese periodo de 8000 años sólo los 300 años previos al siglo XX fueron más fríos que éste. Tenemos evidencias arqueológicas de que tanto en época de los romanos como en el medievo, los viñedos se extendían hasta el norte de Inglaterra y el sur de Escocia, algo que el frío hace imposible en la actualidad. Es común encontrar bajo glaciares en retroceso restos de bosques de pocos cientos o miles de años, señal inequívoca de que durante cierto tiempo, en épocas recientes, las temperaturas fueron más cálidas que en la actualidad[11]. Los árboles crecían en mayores latitudes y alturas de lo que hoy permiten las bajas temperaturas[12]. La extensión del hielo marino del Océano Ártico es alta, cuando se compara con la que se estima que ha tenido los últimos 10.000 años, y también refleja menor extensión del hielo hace un milenio[13]. Existe actualmente un interés notorio por parte de algunos “científicos climáticos” por negar o relativizar estos periodos cálidos relativamente recientes, a pesar de la cantidad de evidencias que señalan su existencia. La página CO2 Science recopila en su llamado The Medieval Warm Period Project[14] una colección de estudios realizados en todo el planeta que prueban la existencia de esta etapa cálida reciente.



Como he dicho, entre este periodo cálido medieval y el periodo cálido actual hubo una etapa de enfriamiento conocida como la Pequeña Edad de Hielo y que tocó a su fin en 1850, por lo que un ascenso de las temperaturas no sólo era esperable sino deseable, si tenemos en cuenta las dificultades para las cosechas que supuso este periodo de inviernos especialmente duros. La vida en el planeta, los cultivos y, por tanto, la civilización humana, suelen beneficiarse más de los climas cálidos que de los fríos. Basta comparar la biodiversidad de los trópicos con la de la Antártida.





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