Rodrigo Chulo
Himbersor
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Suena en la radio de la furgoneta la voz de un divulgador científico que asegura que los chimpancés «ponen la mesa para comer». El primate va a tener más suerte que David, repartidor que este jueves, como otros muchos días, apenas comerá. Si acaso podrá tomarse un bocadillo. Le quedan 140 expediciones por hacer. Se ha levantado a las cinco de la mañana y una hora después se ha plantado en un polígono industrial de una ciudad de provincias para cargar. Tiene toda la mañana y la tarde por delante para distribuir toda la mercancía y recoger nuevos encargos. David (nombre supuesto) es un falso autónomo que se lleva limpios al mes unos mil euros. Para ganar este magro salario tienen que trabajar entre 12 y 14 horas diarias, de lunes a viernes y sábado alternos. Las averías, los gastos de mantenimiento de la furgo, el seguro del vehículo, las multas, los 15 euros diarios de gasolina, incluso la carretilla corren de su cuenta. Considera que se administra bien, le gusta su trabajo porque adora los coches y el trato con la gente, si bien es consciente de que el oficio de mensajero es la antítesis de la vida, una modalidad moderna de esclavitud. Hablar de conciliación familiar suena a broma pesada. «Yo a esto le llamo la no vida. Empiezo a las seis de la mañana y acabo a las nueve de la noche. Voy a cumplir cuarenta años y estoy soltero, sin compromiso y sin hijos. Si tuviera pareja me estaría reclamando y si tuviera hijos no podría verlos. Estoy todo el día en la calle, pero realmente no estoy con nadie».
David llega a casa derrengado. Apenas puede quedar con los amigos, ver la tele o consultar el correo electrónico. Se ha pasado todo el santo día mirando con el rabillo de un ojo el reloj y con el otro buscando aparcamiento, teniendo cuidado para no arrollar a ningún peatón y yendo a la carrera porque son muchas las veces que deja el coche atravesado o en doble fila. «Algunos policías locales son comprensivos y hacen la vista subida de peso, pero otros son unos huesos. No merece la pena discutir. El mes pasado me calzaron dos multas de 60 euros cada una». Al llegar a casa sólo le queda tiempo para ducharse, cenar y ver unos cuantos vídeos en YouTube, no más de cuatro porque a las once de la noche se va a la cama.
Después de casi dos décadas en el oficio, ha aprendido a escanear rápido el código de barras de un paquete, pedir el DNI a su destinatario y solicitar que le estampe un garabato en su teléfono. Aunque dice disfrutar con lo que hace, al menos ha intentado fajarse de la prisión del volante en dos o tres ocasiones. «Bienvenido a mi oficina», dice David cuando entra el periodista en la cabina de una furgoneta de tamaño mediano, con el salpicadero repleto de albaranes y bolígrafos. Hace una entrega y vuelve jadeando. «A veces esto es muy sacrificado. Ves que no hay límite y vale todo; una vez tuve que hacer seis viajes para subir unas persianas de Leroy Merlin a un cuarto con entreplanta y sin ascensor. Eso me lleva como mínimo 20 minutos», lamenta David. Las luces de emergencia emiten un tic tac parecido al de un cronómetro, el instrumento que puebla sus peores pesadillas.
Con sólo pulsar el botón de cualquier tienda virtual se pone en funcionamiento un sofisticado proceso que termina cuando el producto seleccionado llega a manos del comprador. Detrás de cada clic hay sin embargo una compleja maquinaria que se engrasa con sueldos bajos, horas extras sin pagar por doquier y accidentes de tráfico. Un reciente informe de la Fundación Línea Directa ha constatado un incremento del 41% en el número siniestros de carretera en los que estaban implicados conductores de furgoneta entre 2011 y 2015. La razón no es otra que la explosión del comercio electrónico. Las prisas, sin embargo, se están traduciendo en un aumento sin tasa de los percances mortales.
Cansancio letal
La fatiga mata. Durante estos años han perecido 935 trabajadores y han sufrido heridas 4.600 personas. Buena parte de la culpa estriba en la eclosión del comercio 'online', que ha crecido de forma exponencial. En el primer trimestre de 2017, el comercio electrónico creció un 26% con respecto al año anterior, hasta el punto de que representó una facturación de 7.785 millones de euros, según datos de la Comisión Nacional de Mercados de la Competencia (CNMC). Si antes se entregaban 125.000 paquetes al día, ahora la cifra se eleva a 1,2 millones. De acuerdo con la patronal del sector, Uno Logística, 35.000 repartidores se afanan en toda España por satisfacer los gustos del cliente. A veces lo hacen en condiciones espantosas. Según Juan Carlos Gutiérrez, jefe de la sección sindical de UGT en Correos Exprés en Madrid, un trabajador se lleva por entrega entre 1,40 y 1,80 euros. Si el comprador no está en casa, dejan de ganar. «Si tienen que hacer un tercer intento ya pierden dinero», denuncia el portavoz sindical. David ha llegado a un acuerdo con su jefe para obtener entre 80 y 100 euros al día. Los esclavos de galeras remaban en la antigüedad bajo la amenaza del látigo. Hoy los mensajeros se enfrentan a empresarios que han tirado los precios por los suelos y a compradores desaprensivos. Contradiciendo el axioma, el cliente no siempre lleva la razón.
David puede poner varios ejemplos en los que se ha encontrado con lo peorcito de cada casa. «Hace no mucho me mordieron dos perros, de esos neցros pequeños. Cuando voy a una vivienda procuro no pisar ni siquiera el felpudo. Me resulta muy violento ver cómo un animal se me tira al pie, me da un bocado, me levanto la pernera y veo que tengo sangre. Te quedas en shock. Le pides explicaciones al dueño del animal y se hace el loco», dice David, que a pesar de su mala pata ama los animales.
El sector de la mensajería, que se ha fundido y confundido en los últimos años con el de la paquetería, se ha convertido en un oficio de alto riesgo. A David un cliente furioso le arrebató el paquete de las manos y le dio con la puerta del vehículo en las narices. Alegaba que el producto no había llegado a la hora concertada. Como quiera que David puso el pie entre la puerta y el interior de la furgoneta, el cliente iracundo dio varios portazos. «Tuve suerte porque llevaba un calzado de seguridad, esos zapatos con punta de acero, pero el tío seguía, pam, pam, pam. 'Dale, dale', le dije, 'que la puntera es de acero'», cuenta David.
Este apasionado del motor lleva en su camioneta de todo: bicicletas, tornillos, pinturas, teléfonos, tarjetas de crédito, ropa... Distribuye productos de empresas tecnológicas como Amazon, el gigante de la logística, pero también de Privalia y Mediamarkt, además de bancos, tiendas y clínicas dentales. No son pocos quienes van a unos grandes almacenes y se prueban una chaqueta, ven que la talla les queda bien y luego, para ahorrar cinco euros, la encargan a una tienda virtual.
David, que se define como un «repartidor de prestigio» dotado de mucha labia, compensa los malos modos y la ingratitud poniendo al mal tiempo buena cara. Se queja, sin embargo, de que los compradores ignoran los derechos y obligaciones del tras*portista. Por cortesía llevan el producto hasta la puerta de casa, aunque por ley sólo están obligados a dejarlo en el portal. «Tampoco tenemos por qué llevar cambio. Yo siempre llevo suelto y voy con un bolso lleno de monedas, porque si pides que bajen puede tras*currir un mundo si les sorprendes en pijama. A lo mejor tienes que cobrar 36,42 euros y te dan un billete de 50. Si les replicas que no tienes cambio, te mandan al bar a pillar efectivo. Pierdes mucho tiempo».
«Trabajar a piñón»
Este miembro del sufrido gremio del reparto sale adelante gracias a una ruta bien diseñada, organización y veteranía. «Luego, claro, hay que ir a piñón». David tiene milimetrado el tiempo de entrega y sabe que emplear más de dos minutos en cada gestión puede ser ruinoso. Primero empieza con las llamadas entregas exclusivas, las que se dan en mano de nueve a diez de la mañana. Por lo general se trata de documentos o piezas de traslado urgente. Entre las dos y cinco y media de la tarde se encarga de los comercios, luego de los particulares y al final efectúa la recogida para el siguiente día. Entonces conduce hasta el almacén, descarga, etiqueta los nuevos recados y pone rumbo a su domicilio a eso de las nueve o nueve y media.
Al principio, el reparto era cosa de moteros y conductores, luego fueron reclutados ciclistas y está por venir el gremio de los mochileros. Lo último en el negocio de la paquetería son los andarines, gente que distribuirá la mercancía a pie. Se empieza poniendo el coche propio y al final corre el trabajador con los gastos de la suela del calzado. De hecho, algunos repartidores ya cargan con la mochila al hombros si el tráfico por los cascos históricos de las ciudades dificulta el tránsito de vehículos. «A veces no tienes más huevones que andar por zonas conflictivas. En las calles estrechas del Madrid viejo no tienes más remedio que echarte a la espalda las cosas. Anduve mucho días así en diciembre, en Navidades», dice Javier, otro nombre ficticio de un repartidor que trabaja para una empresa que ofrece sus servicios de manera exclusiva para Amazon. Su empresa, que le ha contratado como asalariado, le paga la hora a 6,25 euros.
La figura del andarín no es la última extravagancia del abanderado de turno de la mal llamada economía colaborativa. Los sindicatos se han levantado de la mesa de la negociación del convenio provincial cuando la patronal del sector, Uno Logística, ha querido imponer esta categoría profesional. Los empresarios quieren que el sueldo de esta nueva modalidad esté por debajo de la del mozo ordinario, que cobra entre 14.000 y 15.000 euros al año. «Yo los he visto salir del almacén que Amazon tiene en Legazpi (Madrid). Van con una especie de cesta y pueden llevar entre 40 y 50 kilos a cuestas», asegura Juan Carlos Gutiérrez, jefe de la sección sindical de UGT en Correos Exprés en Madrid. «El margen de beneficio para el trabajador es siempre ínfimo», argumenta Gutiérrez. La patronal prefiere no hacer comentarios sobre las negociaciones en curso.
El duro trabajo de mensajero: «Yo a esto le llamo la no vida»
David llega a casa derrengado. Apenas puede quedar con los amigos, ver la tele o consultar el correo electrónico. Se ha pasado todo el santo día mirando con el rabillo de un ojo el reloj y con el otro buscando aparcamiento, teniendo cuidado para no arrollar a ningún peatón y yendo a la carrera porque son muchas las veces que deja el coche atravesado o en doble fila. «Algunos policías locales son comprensivos y hacen la vista subida de peso, pero otros son unos huesos. No merece la pena discutir. El mes pasado me calzaron dos multas de 60 euros cada una». Al llegar a casa sólo le queda tiempo para ducharse, cenar y ver unos cuantos vídeos en YouTube, no más de cuatro porque a las once de la noche se va a la cama.
Después de casi dos décadas en el oficio, ha aprendido a escanear rápido el código de barras de un paquete, pedir el DNI a su destinatario y solicitar que le estampe un garabato en su teléfono. Aunque dice disfrutar con lo que hace, al menos ha intentado fajarse de la prisión del volante en dos o tres ocasiones. «Bienvenido a mi oficina», dice David cuando entra el periodista en la cabina de una furgoneta de tamaño mediano, con el salpicadero repleto de albaranes y bolígrafos. Hace una entrega y vuelve jadeando. «A veces esto es muy sacrificado. Ves que no hay límite y vale todo; una vez tuve que hacer seis viajes para subir unas persianas de Leroy Merlin a un cuarto con entreplanta y sin ascensor. Eso me lleva como mínimo 20 minutos», lamenta David. Las luces de emergencia emiten un tic tac parecido al de un cronómetro, el instrumento que puebla sus peores pesadillas.
Con sólo pulsar el botón de cualquier tienda virtual se pone en funcionamiento un sofisticado proceso que termina cuando el producto seleccionado llega a manos del comprador. Detrás de cada clic hay sin embargo una compleja maquinaria que se engrasa con sueldos bajos, horas extras sin pagar por doquier y accidentes de tráfico. Un reciente informe de la Fundación Línea Directa ha constatado un incremento del 41% en el número siniestros de carretera en los que estaban implicados conductores de furgoneta entre 2011 y 2015. La razón no es otra que la explosión del comercio electrónico. Las prisas, sin embargo, se están traduciendo en un aumento sin tasa de los percances mortales.
Cansancio letal
La fatiga mata. Durante estos años han perecido 935 trabajadores y han sufrido heridas 4.600 personas. Buena parte de la culpa estriba en la eclosión del comercio 'online', que ha crecido de forma exponencial. En el primer trimestre de 2017, el comercio electrónico creció un 26% con respecto al año anterior, hasta el punto de que representó una facturación de 7.785 millones de euros, según datos de la Comisión Nacional de Mercados de la Competencia (CNMC). Si antes se entregaban 125.000 paquetes al día, ahora la cifra se eleva a 1,2 millones. De acuerdo con la patronal del sector, Uno Logística, 35.000 repartidores se afanan en toda España por satisfacer los gustos del cliente. A veces lo hacen en condiciones espantosas. Según Juan Carlos Gutiérrez, jefe de la sección sindical de UGT en Correos Exprés en Madrid, un trabajador se lleva por entrega entre 1,40 y 1,80 euros. Si el comprador no está en casa, dejan de ganar. «Si tienen que hacer un tercer intento ya pierden dinero», denuncia el portavoz sindical. David ha llegado a un acuerdo con su jefe para obtener entre 80 y 100 euros al día. Los esclavos de galeras remaban en la antigüedad bajo la amenaza del látigo. Hoy los mensajeros se enfrentan a empresarios que han tirado los precios por los suelos y a compradores desaprensivos. Contradiciendo el axioma, el cliente no siempre lleva la razón.
David puede poner varios ejemplos en los que se ha encontrado con lo peorcito de cada casa. «Hace no mucho me mordieron dos perros, de esos neցros pequeños. Cuando voy a una vivienda procuro no pisar ni siquiera el felpudo. Me resulta muy violento ver cómo un animal se me tira al pie, me da un bocado, me levanto la pernera y veo que tengo sangre. Te quedas en shock. Le pides explicaciones al dueño del animal y se hace el loco», dice David, que a pesar de su mala pata ama los animales.
El sector de la mensajería, que se ha fundido y confundido en los últimos años con el de la paquetería, se ha convertido en un oficio de alto riesgo. A David un cliente furioso le arrebató el paquete de las manos y le dio con la puerta del vehículo en las narices. Alegaba que el producto no había llegado a la hora concertada. Como quiera que David puso el pie entre la puerta y el interior de la furgoneta, el cliente iracundo dio varios portazos. «Tuve suerte porque llevaba un calzado de seguridad, esos zapatos con punta de acero, pero el tío seguía, pam, pam, pam. 'Dale, dale', le dije, 'que la puntera es de acero'», cuenta David.
Este apasionado del motor lleva en su camioneta de todo: bicicletas, tornillos, pinturas, teléfonos, tarjetas de crédito, ropa... Distribuye productos de empresas tecnológicas como Amazon, el gigante de la logística, pero también de Privalia y Mediamarkt, además de bancos, tiendas y clínicas dentales. No son pocos quienes van a unos grandes almacenes y se prueban una chaqueta, ven que la talla les queda bien y luego, para ahorrar cinco euros, la encargan a una tienda virtual.
David, que se define como un «repartidor de prestigio» dotado de mucha labia, compensa los malos modos y la ingratitud poniendo al mal tiempo buena cara. Se queja, sin embargo, de que los compradores ignoran los derechos y obligaciones del tras*portista. Por cortesía llevan el producto hasta la puerta de casa, aunque por ley sólo están obligados a dejarlo en el portal. «Tampoco tenemos por qué llevar cambio. Yo siempre llevo suelto y voy con un bolso lleno de monedas, porque si pides que bajen puede tras*currir un mundo si les sorprendes en pijama. A lo mejor tienes que cobrar 36,42 euros y te dan un billete de 50. Si les replicas que no tienes cambio, te mandan al bar a pillar efectivo. Pierdes mucho tiempo».
«Trabajar a piñón»
Este miembro del sufrido gremio del reparto sale adelante gracias a una ruta bien diseñada, organización y veteranía. «Luego, claro, hay que ir a piñón». David tiene milimetrado el tiempo de entrega y sabe que emplear más de dos minutos en cada gestión puede ser ruinoso. Primero empieza con las llamadas entregas exclusivas, las que se dan en mano de nueve a diez de la mañana. Por lo general se trata de documentos o piezas de traslado urgente. Entre las dos y cinco y media de la tarde se encarga de los comercios, luego de los particulares y al final efectúa la recogida para el siguiente día. Entonces conduce hasta el almacén, descarga, etiqueta los nuevos recados y pone rumbo a su domicilio a eso de las nueve o nueve y media.
Al principio, el reparto era cosa de moteros y conductores, luego fueron reclutados ciclistas y está por venir el gremio de los mochileros. Lo último en el negocio de la paquetería son los andarines, gente que distribuirá la mercancía a pie. Se empieza poniendo el coche propio y al final corre el trabajador con los gastos de la suela del calzado. De hecho, algunos repartidores ya cargan con la mochila al hombros si el tráfico por los cascos históricos de las ciudades dificulta el tránsito de vehículos. «A veces no tienes más huevones que andar por zonas conflictivas. En las calles estrechas del Madrid viejo no tienes más remedio que echarte a la espalda las cosas. Anduve mucho días así en diciembre, en Navidades», dice Javier, otro nombre ficticio de un repartidor que trabaja para una empresa que ofrece sus servicios de manera exclusiva para Amazon. Su empresa, que le ha contratado como asalariado, le paga la hora a 6,25 euros.
La figura del andarín no es la última extravagancia del abanderado de turno de la mal llamada economía colaborativa. Los sindicatos se han levantado de la mesa de la negociación del convenio provincial cuando la patronal del sector, Uno Logística, ha querido imponer esta categoría profesional. Los empresarios quieren que el sueldo de esta nueva modalidad esté por debajo de la del mozo ordinario, que cobra entre 14.000 y 15.000 euros al año. «Yo los he visto salir del almacén que Amazon tiene en Legazpi (Madrid). Van con una especie de cesta y pueden llevar entre 40 y 50 kilos a cuestas», asegura Juan Carlos Gutiérrez, jefe de la sección sindical de UGT en Correos Exprés en Madrid. «El margen de beneficio para el trabajador es siempre ínfimo», argumenta Gutiérrez. La patronal prefiere no hacer comentarios sobre las negociaciones en curso.
El duro trabajo de mensajero: «Yo a esto le llamo la no vida»