"El desastre del Ingreso Mínimo Vital y la estupidez: Cipolla tenía razón"

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El desastre del Ingreso Mínimo Vital y la estupidez: Cipolla tenía razón


Jordi Arcarons
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23/08/2020
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“Cualquier cuento de horror debería tener un origen o un secreto”, escribía Stephen King en 1983 en su breve narración El camión del tío Otto. El Ingreso Mínimo Vital (IMV) no es un cuento, pero es un horror. No tiene uno sino los dos requisitos de King: un origen y un secreto. El origen es conocido por todo el mundo: las peores condiciones de existencia de gran parte de la población no rica producidas por las políticas económicas puestas en funcionamiento desde 2010 (con un gobierno del PSOE y extremadas poco después por los gobiernos del PP) y las medidas decretadas por el confinamiento del el bichito-19.

Cada nuevo dato es peor que el anterior. El secreto debería ser también conocido, aunque no es fácil dada la desproporción de los medios que amplifican lo que hace el gobierno español y los mismos medios en lo que se refiere a la difusión y conocimiento de la renta básica incondicional y universal (RB). Muchos medios, es verdad, expusieron al principio del estado de emergencia algunas noticias sobre la RB, si bien introduciendo confusiones increíbles como identificar el IMV con la RB. Pero el secreto es este: el apoyo sin fisuras del gobierno actual, tanto la parte del PSOE como la de UP, a los subsidios condicionados y la aversión de este mismo gobierno a una RB incondicional y universal.

En cualquier caso, el IMV despertó esperanzas entre mucha gente necesitada. Muy normal. También dispuso de muchos defensores provenientes del mundo de los “expertos” (este conjunto tan poco claro como el de los tertulianos). Y además algunos de los “expertos” se convirtieron en poco más que palmeros entusiastas sin el menor atisbo de vergüenza. Eso no es o no debería ser tan normal. Como la derecha extrema y la extrema derecha atacaban con la cantinela de la “paguita”, los defensores del IMV tenían un buen pretexto para redirigir las atenciones y desviar las críticas que no provenían de la derecha con la consabida música de que “hacen el juego a la derecha”. La cosa sonaba ya entonces muy débil, muy débil. Extremadamente autojustificativa. Parecía que se veían venir el chaparrón, el fracaso, el horror. La táctica utilizada con los críticos: la más agresiva. Los críticos del IMV que defendíamos la RB éramos calificados con no mucha amabilidad de pretender “saltos revolucionarios” (sic) hacia la RB; de no entender que el “gradualismo” es la quintaesencia del funcionamiento del mundo (aunque en realidad es su pobre concepción del funcionamiento del mundo lo que ellos mismos defendían, pero no se trata ahora de ponernos quisquillosos); de ser terribles esencialistas que no ven más que la RB y cualquier cosa que se aparte de ella es vista como malvada; que calificar de subsidio para pobres al IMV era pura aporofobia (aunque el propio ministro Escrivá hubiera dicho que era un subsidio para extremadamente pobres qué más da)… Como argucias retóricas podían tener su efectividad. Para mantener a los fieles firmes por un tiempo, quizás también. Que esta argumentación se atuviera a la verdad, a la voluntad sincera de discutir razones, era lo de menos.

Todo ello se acompañaba con la propaganda gloriosa (la hemeroteca no perdona). La de que el “IMV” era algo así como un avance histórico del Estado de Bienestar, un hito sin parangón, un rien va plus de la innovación del bienestar. Y que era de ciegos no ver un paso de gigante como el que representaba el IMV en la lucha contra la pobreza. Expresiones que a fuer de ampulosas pretendían esconder su ridiculez y banalidad. Solo faltaban majorettes.

Hasta algunos amigos llegaron a decir con la mejor de las voluntades: no hay que enfrentarse al IMV. Ha despertado muchas ilusiones y no hay que descargar la artillería de entrada.

Han pasado ya casi tres meses desde que el IMV está vigente. Nadie, nadie, ni el más ferviente enemigo del IMV y partidario de la RB llegó a imaginar un escenario tan desastroso, que dejaría en lugar modesto a algunos de los cuentos de horror de Stephen King. Pero los del prolífico autor son al fin y al cabo cuentos, el IMV es una cruda realidad. Ahora los defensores del IMV piden tiempo. Con tiempo el IMV funcionará. ¿De verdad se puede defender esta posición ante la situación de necesidad de gran parte de la población? ¿Cuánto tiempo? ¿Un año, dos? Pocas esperanzas se ofrece para las personas que tienen escasos ingresos, si alguno, que son muchas y cada vez son más. Recordemos además que el IMV está dirigido, según el ministro del ramo, a los extremadamente pobres, con lo que los pobres que no lo sean extremadamente ya están por diseño excluidos, el 80%. De entrada.

Vayamos a los hechos. Son conocidos porque han sido denunciados por asociaciones profesionales y sindicatos entre otros. Muy brevemente para refrescarlos. Datos que ofrece la UGT. 714.000 solicitudes presentadas. Solo se han resuelto 32.629, el 4,57%. Menos de un 5% de resoluciones: a eso se le llama urgencia social. Y de las resoluciones solamente el 12,7% han sido favorables. Es fácil el cálculo: el 0,58% del total presentadas. Poco más de 4.000, ¡de 4.000! De ahí que el secretario general de la UGT declare que el IMV “no lo cobra nadie”. La alternativa de este sindicalista es que se requiere un “sistema más automático” y no con tantos requisitos. Que no concluya con la defensa de la universalidad e incondicionalidad de la RB es pedirle demasiado. Hay que añadir a esta cifra las 74.000 altas de oficio, antiguas familias perceptoras de la ayuda por hijo o menor a cargo, a las que se les ha otorgado directamente el IMV de manera temporal, pero que deberán presentar igualmente en los próximos meses la solicitud como el resto, si es que quieren seguir cobrándolo, lo que causa pavor por lo que les puede esperar.1 Si se mantiene el ritmo de resoluciones positivas, las 714.000 se quedarán en 91.000 concesiones, que sumadas a las 74.000 altas de oficio (no sabemos cuántas decaerán) harían un total de 165.000 hogares, menos del 20% de los previstos, lo que implicaría alcanzar a uno de cada diez hogares en pobreza extrema o uno de cada veinte en pobreza relativa (con datos de la ECV del 2018). No obstante, faltan datos esenciales para acabar de valorar el desastre: cuántos hogares no han tramitado el IMV porque están intentando tramitarlo presencialmente ante las dificultades de hacerlo digitalmente (no hay ninguna información del tapón y las listas de espera en las oficinas del INSS); y cuántos hogares a los que se le concederá el IMV ya percibían un subsidio autonómico, por lo que su mejora en ingresos será marginal (únicamente la diferencia entre el importe autonómico y el IMV).

Junto a los problemas de diseño de la medida, hay otros de carácter operativo que han resultado demoledores. Así, el decreto del IMV dejaba poco definido el rol de otros operadores necesarios para que el IMV llegara a buen puerto: los servicios de las CCAA (en particular, la relación del IMV con las rentas mínimas existentes en cada comunidad), el papel de los servicios de empleo o de los servicios sociales locales. En estos momentos, todo está por desarrollar. Solamente hay convenios con una comunidad autónoma y con 150 ayuntamientos (en el reino hay más de 8.000). Mientras, el tiempo va pasando y las necesidades de las personas se agravan.

Costes administrativos y de gestión. No sabemos, nadie lo puede saber todavía, pero por su concepción de ultracondicionado, el IMV es un candidato a batir récords de costos administrativos y de gestión. Algún día se sabrán.

¿Qué dicen, cuando lo dicen, los defensores permanentes del IMV y del “avance histórico del Estado de Bienestar” que suponía? Que ya habían “alertado de algunos defectos”, que ya habían asesorado sobre determinadas ineficiencias (o cualquier palabra que se les ocurra al efecto), que ya, que ya, que ya… ¡Qué genios! Si se sabía con antelación algunos de los errores del IMV y aún así se lo calificaba con la memez de “avance histórico del Estado de Bienestar”, parece que algo no funciona de forma decente. Pongamos que el IMV hubiera funcionado (“ya lo había dicho”). Pongamos que no funciona como hasta el más fanático defensor del mismo ya está convencido que ocurre (“yo ya había advertido de algunos defectos”). Una táctica 100% ganadora. Poco interesante intelectual y políticamente, además de completamente vacía de información. Esta táctica de los defensores del IMV podemos resumirla de forma más general de la siguiente manera. El modelo (es decir, el de subsidios condicionados) es bueno, si falla es por errores que pueden rectificarse. Que vuelve a fallar, rectifiquemos los nuevos errores. Que vuelve a fallar… lo mismo. Sin descanso. En Europa hay experiencias muy veteranas que están a disposición de cualquiera, y los “errores” son muy parecidos, ¿no debería hacer pensar que el problema es del mismo modelo? Preguntar eso es producto, para alguno de estos fieles del IMV, de lo antigradualistas dogmáticos o ultraizquierdistas (sic) que algunos podemos llegar a ser. Para otras personas más abiertas a entender el mundo, se trata de pura racionalidad.

Uno de nosotros fue invitado a exponer su opinión sobre el IMV y la RB en la llamada “Comisión para la reconstrucción económica y social” el pasado 22 de junio en las Cortes.2 En esta exposición se dijo:



Siempre que trazamos una línea para dividir a las personas “merecedoras” y “no merecedoras” de los subsidios condicionados como es el caso del Ingreso Mínimo Vital, se pueden cometer dos tipos de errores. El primer tipo de error es el falso positivo que se comete cuando alguien pasa la prueba y no debería haberlo hecho. El segundo tipo de error es el falso negativo que se realiza cuando alguien falla la prueba y debería haberla pasado. Y los dos errores son muy frecuentes. Una persona recibe lo que no merece, según el criterio establecido entre merecedores y no merecedores, mientras que otra persona no recibe lo que merece. El primero no es importante, pero el segundo error tiene muy malas consecuencias para las personas que han quedado excluidas del subsidio condicionado. Dos estudios ofrecen unos datos muy desconsoladores para los subsidios condicionados. El primero, que agrupaba las ayudas condicionadas en 30 países encontró un promedio de error sorprendentemente alto: 50% quedaban excluidos de las ayudas. Otro estudio con 38 programas de ayudas focalizados a la pobreza en 23 países encontró que se excluye entre el 44 y el 97% de las personas a las que supuestamente dichos programas iban destinados a llegar. Así pues, las medidas que no son universales continuamente presentan este tipo de problemas: no cumplen los objetivos que buscan cumplir en un margen de error inusitadamente alto. Algo se está haciendo mal.



Por supuesto que la preocupación de muchos gestores y burócratas políticos es evitar a cualquier precio el primer error: seguro que no ha pasado ni uno. Podemos estar seguros. Costes administrativos y de gestión empleados en buena parte para filtrar posibles “defraudadores”. Aquí se pueden apuntar un gran éxito (sic). Pero el segundo error, el falso negativo, bueno, no queremos encarnizarnos demasiado, pero más que error en el caso del IMV es un desastre por el que deberán (o deberían si todo fuera perfecto) pagar sus responsables. Por justicia e higiene públicas deberían irse. No es en absoluto creíble que no supieran ni anticiparan el desastre que iba a suponer la puesta en funcionamiento del IMV. Y, claro está, si lo anticiparon es que son unos impostores. Si no, unos incompetentes. Debe exigirse responsabilidades, porque hay millones de personas en situación desesperada y porque este desastre ya lo hemos visto en las recientes implantaciones de otras rentas condicionadas mínimas autonómicas. Y un gobierno que no es capaz de remediar una situación socialmente tan crítica para millones de personas, es sencillamente un gobierno inútil para las necesidades urgentes y esenciales de la ciudadanía más vulnerable, un gobierno que no merece el menor crédito. O son unos inútiles soberbios o son un claro ejemplo de estupidez à la Cipolla,3 en ambos casos deberían irse cuanto antes. Aunque es posible que sean las dos cosas: soberbios y estúpidos.

Y consolarse con que la derecha lo hubiera hecho peor, es tremendamente suicida. Mientras, la derecha está contenta, “la paguita” ha cumplido sus expectativas: no generará más vagos a cuenta del Estado, por incomparecencia de este último. Quizás ahora se entiende porqué votaron a favor de la ley o se abstuvieron en su convalidación en el Congreso.

¿La derecha lo hubiera hecho peor? O más tenebrosamente: ¿lo hará peor? Porque el gobierno actual, si no amplía su base social defendiendo de forma decidida a la inmensa mayoría de la población no rica y se deja encandilar por las “grandes razones técnicas” de la política económica que le pide la patronal y la gran derecha económica, y por las razones de estado que le lleva literalmente a babear con la monarquía corrupta borbónica, con alguna tímida protesta de la parte minoritaria del gobierno, estará abriendo paso a que el próximo gobierno sea de la derecha extrema y la extrema derecha. Si opta por razones del erróneamente llamado “realismo” y/o del “mal menor” por las razones de la patronal y de los grandes poderes del estado plagado de nostálgicos del franquismo, este gobierno tiene los meses contados. Poco consuelo será entonces decir que la derecha lo hace aún peor.

“Que nadie se quede atrás”, “rescatar a la gente”, ¿en qué está quedando todo eso?4

En fin, las malas noticias no acaban aquí. Aún suponiendo que el IMV se acabara en meses o años implementándose exitosamente (y que llegase a su objetivo, al 20% de los pobres), y creer tal cosa es más propio de la fe que de la razón, son tantos los fallos estructurales y las insuficiencias que tiene como subsidio condicionado en sí, que la esperanza de que acabe con una parte importante de la pobreza (con toda la pobreza el IMV ya ha renunciado y esto hay que reconocérselo) del Reino de España es cero. Necesitamos un reset total o esto se va de las manos, y, ante los que piden tiempo, no, no hay tiempo.


El desastre del Ingreso Mínimo Vital y la estupidez: Cipolla tenía razón
 
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