etsai
Será en Octubre
- Desde
- 12 Oct 2010
- Mensajes
- 29.110
- Reputación
- 145.153
El cautiverio de Cabrera, nuestro Guantánamo
Publicado el 14 enero, 2012 por Miguel García Vega
De 1809 a 1814, unos 11.200 prisioneros de guerra del ejército napoleónico fueron olvidados en el infierno de la isla de Cabrera en uno de los episodios más neցros y menos conocidos de la historia de nuestro país. Miles de personas fueron encerradas hasta morir en una pequeña isla sin nada qué comer y apenas agua dulce, una guandoca sin vallas porque entre los acantilados y las corrientes no eran necesarias. Al final quedaron unos poco más de 4.000 esqueletos vivientes que a su regreso a Francia contribuyeron, muy a su pesar, a aumentar la famosa leyenda de color sobre España; muchas veces, como en ésta ocasión, ganada a pulso. Un episodio que fue nuestro Guantánamo. Por cierto (paréntesis): se cumplen 10 años desde que Bush abriera dicho campo y 3 años 3 desde que Obama, que prometió cerrarlo inmediatamente, está en la presidencia de Estados Unidos.
Volvamos a Cabrera. En honor a la verdad las responsabilidades de este triste episodio habría que compartirlas con las autoridades francesas, que se desentendieron de sus compatriotas, y con los ingleses, que presionaron para que no se llegara a ninguna solución. Lo de los ingleses, que siempre se van de rositas en la historia, es motivo de estudio profundo. ¿A quién se le ocurrió que la historia de Europa la escribieran ellos? De todas maneras éste no es el tema y no pretendo con ello eludir la culpa en la tragedia de las autoridades españolas del momento, todo lo contrario.
El 19 de julio de 1808, en Bailén (Jaén) un ejército de soldados españoles mal equipados y poco adiestrados asombraron al mundo, el mito de la invencibilidad de Napoleón en batalla campal se había roto. Los 14.000 soldados españoles al mando de Castaños derrotaron a unos 10.600 franceses comandados por Dupont, que aún hoy se debe estar diciendo, allá donde esté, Oh mon Dieu, comment il est passé ça? El comandante español, general Castaños, se debe debe estar preguntando exactamente lo mismo.
Lo de Bailén lo comento porque es el inicio de la historia, no la historia de hoy, que no trata de victorias heroicas, de gloria a base de sangre y cosa. La de hoy no tiene gloria, sólo sangre y cosa. Aunque oficialmente se inician en la segunda guerra anglo-bóer (1899-1902), el cautiverio francés en la isla balear se puede considerar uno de los primeros campos de prisioneros de la historia (el primero abajo, en el comentario).
La rendición de Bailén (José Casado de Alisal, 1864)
Como decía al principio, de unos 12.000 solo 3.000 consiguieron sobrevivir a su cautiverio, aunque las cifras no son fiables porque durante los 5 años de horror la población no fue estable, hubo nuevas entradas de prisioneros, a otros les ofrecieron salir alistándose en el ejército español o británico (hecho que aceptaron sobre todo los combatientes napoleónicos no franceses: había alemanes, polacos, italianos, holandeses y otros) y otros, pocos, pudieron escapar. El contingente también incluía a algunas mujeres, hecho habitual en los ejércitos desde siempre, que hacían las labores de cocineras, cantineras, cortesanas y que acompañaban a sus maridos -sobre todo oficiales- durante las campañas. Mujeres acostumbradas a las más duras condiciones pero que no imaginaban, nadie podría, el grado de sufrimiento que les deparaba la pequeña isla balear. Entre las cautivas de cabrera las cifras varían mucho, entre 3 y 30.
Las penalidades de los franceses empezaron antes de llegar a Cabrera. En su contra tenían que estaban en el momento y lugar equivocados. Esos mismos soldados habían sido los responsables del atroz saqueo de Córdoba y de otras localidades andaluzas, por lo que el ambiente no estaba para modales versallescos. Por otro lado, España en ese momento no estaba ni preparada para enfrentarse al ejército francés ni, mucho menos, para ocuparse de un contingente tan numeroso de presos fruto de una victoria inesperada. Por último, los franceses tenían en contra la natural predisposición de la gente de éstas tierras a la crueldad contra animales y personas y a la histórica incompetencia de sus gobernantes; porque, por pocos recursos que hubiera, se podía haber encontrado una solución mejor.
El primer destino de los prisioneros fue el puerto de Cádiz. Como no sabían donde meterlos los recluyeron en pontones (barcos prisión), en cinco viejos barcos ‘retirados’, entre ellos ‘El Argonauta’ que había participado en la batalla de Trafalgar. Unas 14.000 personas en un lugar donde como máximo cabían 6.000. La altura entre puentes no era más de metro y medio, por lo que se hacía difícil estar de pie. Háganse el cuadro: Cádiz, verano, calor y humedad. Vivían entre sus propias heces, ratas y sarama. Piojos, chinches, escorbuto, disentería. Recibían agua potable cada cuatro días, cocían sus correajes de cuero para hacer caldo. Cada dos días morían entre 30 y 40 personas en aquellos barcos.
El problema era tan grave en Cádiz que se decide quitárselo de encima de la peor manera: llevarlos en barco a Cabrera y allí, literalmente, abandonarlos a su suerte. Cuando, durante el cautiverio, los franceses reclaman desesperadamente una ayuda, la respuesta de las autoridades fue enviar a un sacerdote, Damián Estelrich, para que se ocupara de sus almas. Una crueldad muy nuestra.
(Uno de los pocos restos que quedan en Cabrera)
Como su propio nombre indica, la isla era solo apta para las cabras. Un pedazo de tierra sin apenas vegetación, sin comida y muy escasa agua: tenían que hacer horas de cola para beber apenas un cuenco.
Las provisiones desde Mallorca llegaban cada cuatro días (básicamente pan y habas) y eran totalmente insuficientes para un contingente tan numeroso. Además, cuando había un temporal o cualquier otra causa de retraso (nunca hemos sido alemanes) el suministro simplemente se interrumpía. Al principio no faltaron desaprensivos que comerciaron con los franceses; al final éstos no tenían ni sus ropas para intercambiar, así que el abandono fue total.
Los presos franceses, como buenos soldados, intentaron organizarse sin oficiales, porque ellos se libraron de Cabrera; por esas casualidades de las guerras, las papeletas del infierno suelen tocar siempre entre la tropa. Algunos construyeron pequeñas cabañas de adobe y piedra a las que llamaron Napoleonville, la única población que ha tenido la isla en su historia. También construyeron un pequeño lugar de reunión llamado, en el más puro sentido del humor militar, Palais Royal.
http://www.miguelgarciavega.com/wp-content/uploads/2011/12[tonalidad="DimGray"]/cabrera03.jpg
(Representación, se me antoja que un tanto romántica, de Napoleonville)[/tonalidad]
Se crea en la isla un capitalismo primitivo. El bien más preciado eran las ratas (se formaron granjas) y la unidad de moneda las habas. Un ratón de campo pequeño valía cinco habas, una buena rata pata de color, 26. También se comerciaba con lo que se podía pescar y, cómo no, las mujeres fueron moneda de cambio.
No todos los prisioneros se sometieron a la disciplina militar ni mantuvieron la nueva estructura social. Mientras unos vivían en Napoleonville, otros decidieron montárselo por su cuenta. Se formaron, al margen de la improvisada población, otros dos grupos.
Unos, llamados los robinsones, vivían en las montañas. Solo bajaban al puerto a recibir su ración de comida, cuando había suerte, y luego se volvían a la montaña. Supongo que ya habían tenido suficiente civilización para una vida.
Un tercer grupo, los tártaros, constituían el escalón más bajo de la pirámide social cabretense. Era gente que había cometido algún delito, asesinatos o que sufrían perturbaciones mentales y que, rechazados por sus compañeros, vivían en cuevas en estado semisalvaje.
En los momentos más duros apareció la desesperación y el deseo de supervivencia por encima de todo. Se atestiguan casos de coprofagia y canibalismo. Un superviviente contó el caso de un lancero polaco que mató a un soldado francés para robarle y que, una vez muerto, le sacó el hígado y enterró el resto del cuerpo. Volvió junto a sus compañeros, cocinó el hígado y luego confesó su crimen. Fue llevado a Mallorca y fusilado, así que al final logró huir de la isla.
(Otro de los restos que quedan en la isla de aquel horror)
Hacia el final del cautiverio las autoridades empezaron a reaccionar y los enfermos más graves eran llevados a hospitales mallorquines. Una vez curados eran devueltos a la isla, con lo que se corrió la voz del buen trato en Mallorca y aumentaron las heridas y amputaciones autoinfringidas para conseguir la misma suerte. Ante el aluvión de casos, las autoridades baleares finalizaron los traslados.
Para los supervivientes el cielo se abrió cuando en 1814 se firmó la paz que acabó con la Guerra de la Independencia. Un barco francés llegó a rescatarlos y ellos, entre liberados y tal vez avergonzados, lo quemaron todo; de su paso por allí solo quedaron restos de objetos de metal, vasijas y botones. Hoy en Cabrera se levanta en su honor un obelisco de unos siete metros de altura en cuyo interior una cripta contiene, a modo de muestra, despojos y huesos.
Su llegada a los puertos de Marsella y Tolón supuso una conmoción en ambas localidades: eran muertos vivientes que, como decía al principio, aumentaron la leyenda de color de España. Pero eso fue tiempo después, porque a los presos de Cabrera la política les deparaba un último guiño cruel. Cuando volvieron a Francia no lo hicieron como héroes sino como sospechosos. Eran soldados republicanos olvidados en un país que volvía a ser monárquico. Una vez más, no le interesaban a nadie.
Fuente: El cautiverio de Cabrera, nuestro Guantánamo | el blog insostenible
Publicado el 14 enero, 2012 por Miguel García Vega
De 1809 a 1814, unos 11.200 prisioneros de guerra del ejército napoleónico fueron olvidados en el infierno de la isla de Cabrera en uno de los episodios más neցros y menos conocidos de la historia de nuestro país. Miles de personas fueron encerradas hasta morir en una pequeña isla sin nada qué comer y apenas agua dulce, una guandoca sin vallas porque entre los acantilados y las corrientes no eran necesarias. Al final quedaron unos poco más de 4.000 esqueletos vivientes que a su regreso a Francia contribuyeron, muy a su pesar, a aumentar la famosa leyenda de color sobre España; muchas veces, como en ésta ocasión, ganada a pulso. Un episodio que fue nuestro Guantánamo. Por cierto (paréntesis): se cumplen 10 años desde que Bush abriera dicho campo y 3 años 3 desde que Obama, que prometió cerrarlo inmediatamente, está en la presidencia de Estados Unidos.
Volvamos a Cabrera. En honor a la verdad las responsabilidades de este triste episodio habría que compartirlas con las autoridades francesas, que se desentendieron de sus compatriotas, y con los ingleses, que presionaron para que no se llegara a ninguna solución. Lo de los ingleses, que siempre se van de rositas en la historia, es motivo de estudio profundo. ¿A quién se le ocurrió que la historia de Europa la escribieran ellos? De todas maneras éste no es el tema y no pretendo con ello eludir la culpa en la tragedia de las autoridades españolas del momento, todo lo contrario.
El 19 de julio de 1808, en Bailén (Jaén) un ejército de soldados españoles mal equipados y poco adiestrados asombraron al mundo, el mito de la invencibilidad de Napoleón en batalla campal se había roto. Los 14.000 soldados españoles al mando de Castaños derrotaron a unos 10.600 franceses comandados por Dupont, que aún hoy se debe estar diciendo, allá donde esté, Oh mon Dieu, comment il est passé ça? El comandante español, general Castaños, se debe debe estar preguntando exactamente lo mismo.
Lo de Bailén lo comento porque es el inicio de la historia, no la historia de hoy, que no trata de victorias heroicas, de gloria a base de sangre y cosa. La de hoy no tiene gloria, sólo sangre y cosa. Aunque oficialmente se inician en la segunda guerra anglo-bóer (1899-1902), el cautiverio francés en la isla balear se puede considerar uno de los primeros campos de prisioneros de la historia (el primero abajo, en el comentario).
La rendición de Bailén (José Casado de Alisal, 1864)
Como decía al principio, de unos 12.000 solo 3.000 consiguieron sobrevivir a su cautiverio, aunque las cifras no son fiables porque durante los 5 años de horror la población no fue estable, hubo nuevas entradas de prisioneros, a otros les ofrecieron salir alistándose en el ejército español o británico (hecho que aceptaron sobre todo los combatientes napoleónicos no franceses: había alemanes, polacos, italianos, holandeses y otros) y otros, pocos, pudieron escapar. El contingente también incluía a algunas mujeres, hecho habitual en los ejércitos desde siempre, que hacían las labores de cocineras, cantineras, cortesanas y que acompañaban a sus maridos -sobre todo oficiales- durante las campañas. Mujeres acostumbradas a las más duras condiciones pero que no imaginaban, nadie podría, el grado de sufrimiento que les deparaba la pequeña isla balear. Entre las cautivas de cabrera las cifras varían mucho, entre 3 y 30.
Las penalidades de los franceses empezaron antes de llegar a Cabrera. En su contra tenían que estaban en el momento y lugar equivocados. Esos mismos soldados habían sido los responsables del atroz saqueo de Córdoba y de otras localidades andaluzas, por lo que el ambiente no estaba para modales versallescos. Por otro lado, España en ese momento no estaba ni preparada para enfrentarse al ejército francés ni, mucho menos, para ocuparse de un contingente tan numeroso de presos fruto de una victoria inesperada. Por último, los franceses tenían en contra la natural predisposición de la gente de éstas tierras a la crueldad contra animales y personas y a la histórica incompetencia de sus gobernantes; porque, por pocos recursos que hubiera, se podía haber encontrado una solución mejor.
El primer destino de los prisioneros fue el puerto de Cádiz. Como no sabían donde meterlos los recluyeron en pontones (barcos prisión), en cinco viejos barcos ‘retirados’, entre ellos ‘El Argonauta’ que había participado en la batalla de Trafalgar. Unas 14.000 personas en un lugar donde como máximo cabían 6.000. La altura entre puentes no era más de metro y medio, por lo que se hacía difícil estar de pie. Háganse el cuadro: Cádiz, verano, calor y humedad. Vivían entre sus propias heces, ratas y sarama. Piojos, chinches, escorbuto, disentería. Recibían agua potable cada cuatro días, cocían sus correajes de cuero para hacer caldo. Cada dos días morían entre 30 y 40 personas en aquellos barcos.
El problema era tan grave en Cádiz que se decide quitárselo de encima de la peor manera: llevarlos en barco a Cabrera y allí, literalmente, abandonarlos a su suerte. Cuando, durante el cautiverio, los franceses reclaman desesperadamente una ayuda, la respuesta de las autoridades fue enviar a un sacerdote, Damián Estelrich, para que se ocupara de sus almas. Una crueldad muy nuestra.
(Uno de los pocos restos que quedan en Cabrera)
Como su propio nombre indica, la isla era solo apta para las cabras. Un pedazo de tierra sin apenas vegetación, sin comida y muy escasa agua: tenían que hacer horas de cola para beber apenas un cuenco.
Las provisiones desde Mallorca llegaban cada cuatro días (básicamente pan y habas) y eran totalmente insuficientes para un contingente tan numeroso. Además, cuando había un temporal o cualquier otra causa de retraso (nunca hemos sido alemanes) el suministro simplemente se interrumpía. Al principio no faltaron desaprensivos que comerciaron con los franceses; al final éstos no tenían ni sus ropas para intercambiar, así que el abandono fue total.
Los presos franceses, como buenos soldados, intentaron organizarse sin oficiales, porque ellos se libraron de Cabrera; por esas casualidades de las guerras, las papeletas del infierno suelen tocar siempre entre la tropa. Algunos construyeron pequeñas cabañas de adobe y piedra a las que llamaron Napoleonville, la única población que ha tenido la isla en su historia. También construyeron un pequeño lugar de reunión llamado, en el más puro sentido del humor militar, Palais Royal.
http://www.miguelgarciavega.com/wp-content/uploads/2011/12[tonalidad="DimGray"]/cabrera03.jpg
(Representación, se me antoja que un tanto romántica, de Napoleonville)[/tonalidad]
Se crea en la isla un capitalismo primitivo. El bien más preciado eran las ratas (se formaron granjas) y la unidad de moneda las habas. Un ratón de campo pequeño valía cinco habas, una buena rata pata de color, 26. También se comerciaba con lo que se podía pescar y, cómo no, las mujeres fueron moneda de cambio.
No todos los prisioneros se sometieron a la disciplina militar ni mantuvieron la nueva estructura social. Mientras unos vivían en Napoleonville, otros decidieron montárselo por su cuenta. Se formaron, al margen de la improvisada población, otros dos grupos.
Unos, llamados los robinsones, vivían en las montañas. Solo bajaban al puerto a recibir su ración de comida, cuando había suerte, y luego se volvían a la montaña. Supongo que ya habían tenido suficiente civilización para una vida.
Un tercer grupo, los tártaros, constituían el escalón más bajo de la pirámide social cabretense. Era gente que había cometido algún delito, asesinatos o que sufrían perturbaciones mentales y que, rechazados por sus compañeros, vivían en cuevas en estado semisalvaje.
En los momentos más duros apareció la desesperación y el deseo de supervivencia por encima de todo. Se atestiguan casos de coprofagia y canibalismo. Un superviviente contó el caso de un lancero polaco que mató a un soldado francés para robarle y que, una vez muerto, le sacó el hígado y enterró el resto del cuerpo. Volvió junto a sus compañeros, cocinó el hígado y luego confesó su crimen. Fue llevado a Mallorca y fusilado, así que al final logró huir de la isla.
(Otro de los restos que quedan en la isla de aquel horror)
Hacia el final del cautiverio las autoridades empezaron a reaccionar y los enfermos más graves eran llevados a hospitales mallorquines. Una vez curados eran devueltos a la isla, con lo que se corrió la voz del buen trato en Mallorca y aumentaron las heridas y amputaciones autoinfringidas para conseguir la misma suerte. Ante el aluvión de casos, las autoridades baleares finalizaron los traslados.
Para los supervivientes el cielo se abrió cuando en 1814 se firmó la paz que acabó con la Guerra de la Independencia. Un barco francés llegó a rescatarlos y ellos, entre liberados y tal vez avergonzados, lo quemaron todo; de su paso por allí solo quedaron restos de objetos de metal, vasijas y botones. Hoy en Cabrera se levanta en su honor un obelisco de unos siete metros de altura en cuyo interior una cripta contiene, a modo de muestra, despojos y huesos.
Su llegada a los puertos de Marsella y Tolón supuso una conmoción en ambas localidades: eran muertos vivientes que, como decía al principio, aumentaron la leyenda de color de España. Pero eso fue tiempo después, porque a los presos de Cabrera la política les deparaba un último guiño cruel. Cuando volvieron a Francia no lo hicieron como héroes sino como sospechosos. Eran soldados republicanos olvidados en un país que volvía a ser monárquico. Una vez más, no le interesaban a nadie.
Fuente: El cautiverio de Cabrera, nuestro Guantánamo | el blog insostenible