Fornicious Jr
Madmaxista
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Barcelona, en algunos momentos de su historia capital mundial del anticlericalismo y en otros, según como cae la moneda, la más ferviente beata, experimenta desde hace dos décadas un proceso de descatolización sin parangón en toda la cristiandad. En 1998, ocho de cada 10 barceloneses se autodefinía como católico, de los que van a misa o de los que simplemente creen pero no practican. Hoy son tres de cada 10 y lo que apunta el oceánico material estadístico disponible en el Ayuntamiento de Barcelona es que ese porcentaje seguirá cayendo a plomo en los próximos 20 años, por simple ley de vida (solo predomina esa fe entre los mayores de 65 años) y también por un fenómeno singular, cuanto más tiempo hace que reside en esta ciudad, más descreído es el ciudadano.
Lo dicho, el departamento de estudios de opinión es un océano a menudo poco surcado por la prensa y, sin embargo, muy rico en pesca informativa. A modo de menú… Los no creyentes (49%) no son mayoría probablemente porque ese 29% de la población que ha nacido en el extranjero se ha afincado en la ciudad con una fe propia de su país de origen. En cuatro distritos de la ciudad, el número de centros de culto cristianos pero no católicos supera al de iglesias y parroquias católicas. En Barcelona hay censados 25 cultos distintos que dan pie a 974 comunidades religiosas distintas. Solo judías hay seis ramas diferentes de esa fe, con lo que ello comporta, según esa broma que los propios miembros de esa comunidad predican: dos judíos, tres opiniones. El caudal informativo de la estadística municipal da pie incluso a miradas exóticas. Los católicos son más de ir en autobús, mientras que los fieles al resto de divinidades prefieren el metro. Los ciclistas son por lo general unos descreídos, y más aún los del Bicing, unos ateos sin solución. Y un último apunte antes de la inmersión en las encuestas. Ciutat Vella, Gràcia y Sarrià-Sant Gervasi son distritos de una misma ciudad, topográficamente muy pequeña, de apenas 99 kilómetros de superficie, pero los perfiles religiosos de cada uno de esos distritos parece de continentes distintos.
El catolicismo solo es predominante entre los mayores de 75 años
Durante la inauguración el pasado 8 de diciembre de la estrella que corona la torre de la Virgen María en la Sagrada Família, el arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Omella, dijo que aquel ornamento será “un punto de luz en la noche barcelonesa”, expresión que se puede tomar literalmente, pues es ciertamente una bombilla, o, tal y como suele expresarse la Iglesia tan a menudo, metafóricamente, como si esta ciudad anduviera desnortada como en otras épocas de su historia, pues recuérdese que en reacción a sus episodios pasados de anticlericalismo no le basta con tener un templo expiatorio de los pecados, sino que tiene dos, uno en el Eixample y otro en el Tibidabo).
Los católicos (practicantes o no) eran en 1998 el 78,5% de la población. En 2018, según los últimos datos de la encuesta de valores sociales que cada dos años elabora el departamento municipal de estudios de opinión, ese porcentaje había descendido al 34,4%. Hay datos más recientes. La encuesta de servicios municipales de 2021, es decir, otra fuente informativa, incluye también una batería de preguntas sobre esta cuestión. Ahí los resultados son menos decepcionantes desde la perspectiva de Omella. Los católicos practicantes son un 12% de la población y los que no van a misa ni cumplen con el resto de deberes de esta fe son un 29%. La suma ofrece un consolador 41%, pero la tendencia de ambas curvas es, pese a todo, descendente.
¿Hasta cuándo? Tres fuerzas empujan a la fe católica hacia una suerte de jibarización dentro de la sociedad barcelonesa. La primera es la edad de los creyentes. Su peso estadístico solo es apabullante entre los mayores de 75 años. En cada franja de edad anterior a esa desciende paulatinamente, hasta producirse el ‘sorpasso’ en los menores de 44 años. Por debajo de esa edad, la suma de practicantes y no practicantes de la fe católica es siempre inferior a la cifra de creyentes de otras confesiones. La proyección a 20 años vista invita a prever que el catolicismo perderá fuelle en Barcelona de forma muy acusada, porque la de esta ciudad es una población envejecida. Uno de cada seis barceloneses tiene más de 75 años. Ley de vida.
La segunda fuerza que centrifuga la fe católica fuera de la sociedad barcelonesa acaba de ser nuevamente refrendada en el informe anual que el Ministerio de Educación publica sobre el estado del sistema educativo español. Incluye un apartado dedicado a cuántos alumnos cursan enseñanzas de religión por comunidades autónomas. Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha ocupan el podio de las regiones con más alumnos matriculados en esta materia. Catalunya ocupa de forma destacadísima el último lugar. Un 16,7% de los niños de primaria de los centros públicos (que son un 65,3% del total del alumnado) tienen clases de religión, en secundaria la cifra desciende a un 12,5% y en el bachillerato ya son solo un 1,4%. Los centros concertados corrigen parcialmente esa situación, pero el peso de la escuela pública es tal que esboza un cuadro general desalentador para la Conferencia Episcopal Española.
El otro factor a tener en cuenta, aunque sea solo a título anecdótico, pero reflejado efectivamente así en las encuestas, es que quienes han vivido toda su vida en Barcelona, con independencia de la edad que tengan, suelen tender al descreimiento. Es solo un dato.
El cristianismo no católico se impone en cuatro distritos
En cuatro de los 10 distritos de la ciudad, el número de centros de culto católicos es menor ya que el de otras confesiones cristianas. Es así por el momento en Sants-Montjuïc, Nou Barris, Sant Andreu y Sant Martí. Es así, además, a pesar de un factor que juega en su contra, la tensión inmobiliaria. Abrir un centro de culto es caro, subraya Khalid Ghali, director de la Oficina de Asuntos Religiosos del Ayuntamiento de Barcelona. Sin ese condicionante, el mapa podría ser otro.
En el año 2017 había en la ciudad 517 centros de oración de distintas confesiones. Esa cifra ha decrecido hasta situarse en 2020 (último censo disponible) en 493. Son sobre todo los templos evangélicos los que han propiciado que en esos cuatro distritos las iglesias católicas no ocupen el primer lugar de la clasificación. En Nou Barris, por ejemplo, hay 34 frente a 17. En Sant Andreu, la desproporción es mayor, 33 contra 10.
Un caso aparte es Ciutat Vella, según se mire, toda una anomalía. Por lógicas razones históricas es el distrito con más iglesias y parroquias católicas, 29, una cifra que incluye, por supuesto, iconos arquitectónicos como Santa Maria del Mar o la propia Catedral de la ciudad. En todo el distrito, a pesar de su perfil social, sobre todo el del Raval, hay solo 15 oratorios islámicos. Lo llamativo es ese contraste. De las 10 zonas administrativas de Barcelona, Ciutat Vella despunta en número de centros de culto católicos y, a la par, es el distrito en el que el peso del resto de confesiones, según la encuesta de servicios municipales, es mayor, y el peso de la comunidad católica, menor.
Del Sarrià católico a la Gràcia descreída
Barcelona es, como se sabe, una ciudad sin ropa crecedera. Todo sucede dentro de un término municipal no muy extenso, apenas 99 kilómetros cuadrados, prácticamente agotados urbanísticamente, lo cual le concede una densidad de población, para lo bueno y para lo malo, de las más altas del mundo en la liga de ciudades contras las que compite. Lo doblemente llamativo son, además, las diferentes ciudades que conviven en su interior. El retrato sociológico de Sarrià-Sant Gervasi (el distrito más católico de la ciudad), Ciutat Vella (lo dicho en el anterior capítulo, un crisol de otras confesiones) y Gràcia (donde los no creyentes son el grupo más nutrido) bien podría ser el de tres ciudades situadas en continentes distintos.
La inmi gración impide que agnósticos y ateos sean mayoría
Agnóstico, ateos e incluso esa rama más militante que representaba Christopher Hitchens de los antiteístas son, según el mínimo común denominador de las encuestas disponibles, la mitad de los barceloneses, nada extraño en una ciudad que en el pasado cimentó algunos de sus grandes procesos de tras*formación urbana en el anticlericalismo. Lugares emblemáticos como la Boqueria y la plaza Reial fueron en su día solares disponibles fruto de quemas de iglesias y conventos. La cuestión es, no obstante, ¿qué peso tiene el descreimiento en Barcelona? Según la encuesta de valores sociales de 2018, el 54% de los barceloneses decía no profesar ninguna fe. Según la encuesta de servicios municipales de 2021, ese porcentaje es en realidad del 49%. La diferencia, importante porque supone rebasar o no la barrera del 50%, depende de una cuestión metodológica. Consultadas las responsables municipales de trabajar todo este caudal estadístico, uno de los problemas que se afrontan a la hora de recoger los datos es la dificultad de acceder demoscópicamente a la población viajero, un obstáculo que en 2021 se sorteó mejor que en 2018. Es decir, la conclusión que se extrae es que ha sido la inmi gración la que ha impedido que el porcentaje de agnósticos y ateos sostuviera la curva de crecimiento que mostraba desde 1998.
En cualquier caso, ello no quita que Barcelona es, en el contexto europeo, español y catalán también, una ciudad refractaria a la religión. La media europea de no creyentes era en 2018 del 35%, la española del 39,4% y la catalana del 43,3%. La religión, en general, tiene un peso muy escaso (33,4%) o nulo (42,8%) en la vida de los barceloneses, unas cifras muy por encima de la media europea.
Religión y medios de tras*porte, una sorpresa estadística
El área de estadística del Ayuntamiento de Barcelona, cual barman de coctelería, prepara combinados de sabores muy contrastados. Posee una herramienta informática que permite miradas insólitas sobre la ciudadanía. Es posible cruzar preguntas en principio no contempladas. Por ejemplo, ¿hay alguna correlación entre la religión que se profesa y las preferencias a la hora de desplazarse por la ciudad? Es curioso, pero sí.
Los católicos prefieren el bus, más incluso los practicantes que los no practicantes. Son también el cliente más frecuente del taxi. Los fieles del resto de confesiones prefieren el metro. La motocicleta y la bicicleta son la forma preferente para desplazarse de los no creyentes, aunque con un plus especial en el caso de los usuarios del servicio del Bicing.
La nueva barcelonidad también la define la fe
A modo de resumen, esta mirada sobre algo tan personal como son las creencias religiosas de los barceloneses no hace más que añadir una nueva paleta de colores a lo subrayado en anteriores crónicas de este diario sobre qué define en este primer tercio del siglo XXI la barcelonidad, un concepto que si antaño fue monolítico o, como máximo, dual, es hoy suficientemente líquido como para que nadie pueda atribuirse la voz de hablar en nombre de todo el conjunto. Un 51% de los barceloneses reside en esta ciudad con posterioridad al año 2006. Los nacidos en Barcelona ya ni siquiera son mayoría, son solo un 48,8% del total de los vecinos. Los nacidos en el extranjero son una cifra creciente, un 29% según el último recuento, cuando hace 20 años eran solo un 4,9%, y vista la bajísima fertilidad de la ciudad, una tierra parece que preocupantemente yerma, es factible predecir que en pocos años los barceloneses venidos a este mundo más allá de las fronteras españolas superarán en número a los que lo hicieron en Barcelona.
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La religión añade una variable más a esa heterogeneidad. Fue una controversia de hace unos 15 años el hecho de que algunas escuelas, por no excluir, dejaron de llamar vacaciones de Navidad a las vacaciones de Navidad y vacaciones de Semana Santa a las vacaciones de Semana santas. Pasaron a ser las vacaciones de invierno y las de primavera, respectivamente, para pasmo de muchos. La laicidad militante es una forma de encarar esta cuestión, como mínimo cuando se circunscribe al ámbito escolar. Otra opción es la que promueve la Oficina de Asuntos Religiosos del Ayuntamiento de Barcelona, donde por cierto también son bienvenidos los Ateos de Catalunya, y que consiste en dar visibilidad en igualdad de condiciones a las celebraciones de cada una de las creencias que cohabitan en la ciudad. La Ashura fiel a la religión del amora, la Janucá judía, la Maslenitsa de los cristianos ortodoxos y el Ratha-yatra hindú se celebran desde hace años con la misma normalidad que el Domingo de Ramos o, por poner un ejemplo muy poco conocido, el Sinulog de la comunidad católica filipina de Barcelona, que se conmemora en la iglesia de Sant Agustí y que recuerda la conversión de este pueblo asiático a esa confesión cristiana.
En Estados Unidos, país más creyente que España y con más tradición en la convivencia de distintas confesiones, es común que incluso la Casa Blanca se sume, aunque sea con timidez a las celebraciones de algunas comunidades no cristianas. En Barcelona, solo por subrayar lo absurdo de la polémica vistas las cifras que ofrecen las estadísticas municipales, cada año se repite el cansino debate de que durante la fiesta mayor de la ciudad, la Mercè, haya concejales, como la propia alcaldesa, que no asisten a la misa que fuera de programa celebra la jerarquía católica. En Ciutat Vella, por cierto.
Lo dicho, el departamento de estudios de opinión es un océano a menudo poco surcado por la prensa y, sin embargo, muy rico en pesca informativa. A modo de menú… Los no creyentes (49%) no son mayoría probablemente porque ese 29% de la población que ha nacido en el extranjero se ha afincado en la ciudad con una fe propia de su país de origen. En cuatro distritos de la ciudad, el número de centros de culto cristianos pero no católicos supera al de iglesias y parroquias católicas. En Barcelona hay censados 25 cultos distintos que dan pie a 974 comunidades religiosas distintas. Solo judías hay seis ramas diferentes de esa fe, con lo que ello comporta, según esa broma que los propios miembros de esa comunidad predican: dos judíos, tres opiniones. El caudal informativo de la estadística municipal da pie incluso a miradas exóticas. Los católicos son más de ir en autobús, mientras que los fieles al resto de divinidades prefieren el metro. Los ciclistas son por lo general unos descreídos, y más aún los del Bicing, unos ateos sin solución. Y un último apunte antes de la inmersión en las encuestas. Ciutat Vella, Gràcia y Sarrià-Sant Gervasi son distritos de una misma ciudad, topográficamente muy pequeña, de apenas 99 kilómetros de superficie, pero los perfiles religiosos de cada uno de esos distritos parece de continentes distintos.
El catolicismo solo es predominante entre los mayores de 75 años
Durante la inauguración el pasado 8 de diciembre de la estrella que corona la torre de la Virgen María en la Sagrada Família, el arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Omella, dijo que aquel ornamento será “un punto de luz en la noche barcelonesa”, expresión que se puede tomar literalmente, pues es ciertamente una bombilla, o, tal y como suele expresarse la Iglesia tan a menudo, metafóricamente, como si esta ciudad anduviera desnortada como en otras épocas de su historia, pues recuérdese que en reacción a sus episodios pasados de anticlericalismo no le basta con tener un templo expiatorio de los pecados, sino que tiene dos, uno en el Eixample y otro en el Tibidabo).
Los católicos (practicantes o no) eran en 1998 el 78,5% de la población. En 2018, según los últimos datos de la encuesta de valores sociales que cada dos años elabora el departamento municipal de estudios de opinión, ese porcentaje había descendido al 34,4%. Hay datos más recientes. La encuesta de servicios municipales de 2021, es decir, otra fuente informativa, incluye también una batería de preguntas sobre esta cuestión. Ahí los resultados son menos decepcionantes desde la perspectiva de Omella. Los católicos practicantes son un 12% de la población y los que no van a misa ni cumplen con el resto de deberes de esta fe son un 29%. La suma ofrece un consolador 41%, pero la tendencia de ambas curvas es, pese a todo, descendente.
¿Hasta cuándo? Tres fuerzas empujan a la fe católica hacia una suerte de jibarización dentro de la sociedad barcelonesa. La primera es la edad de los creyentes. Su peso estadístico solo es apabullante entre los mayores de 75 años. En cada franja de edad anterior a esa desciende paulatinamente, hasta producirse el ‘sorpasso’ en los menores de 44 años. Por debajo de esa edad, la suma de practicantes y no practicantes de la fe católica es siempre inferior a la cifra de creyentes de otras confesiones. La proyección a 20 años vista invita a prever que el catolicismo perderá fuelle en Barcelona de forma muy acusada, porque la de esta ciudad es una población envejecida. Uno de cada seis barceloneses tiene más de 75 años. Ley de vida.
La segunda fuerza que centrifuga la fe católica fuera de la sociedad barcelonesa acaba de ser nuevamente refrendada en el informe anual que el Ministerio de Educación publica sobre el estado del sistema educativo español. Incluye un apartado dedicado a cuántos alumnos cursan enseñanzas de religión por comunidades autónomas. Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha ocupan el podio de las regiones con más alumnos matriculados en esta materia. Catalunya ocupa de forma destacadísima el último lugar. Un 16,7% de los niños de primaria de los centros públicos (que son un 65,3% del total del alumnado) tienen clases de religión, en secundaria la cifra desciende a un 12,5% y en el bachillerato ya son solo un 1,4%. Los centros concertados corrigen parcialmente esa situación, pero el peso de la escuela pública es tal que esboza un cuadro general desalentador para la Conferencia Episcopal Española.
El otro factor a tener en cuenta, aunque sea solo a título anecdótico, pero reflejado efectivamente así en las encuestas, es que quienes han vivido toda su vida en Barcelona, con independencia de la edad que tengan, suelen tender al descreimiento. Es solo un dato.
El cristianismo no católico se impone en cuatro distritos
En cuatro de los 10 distritos de la ciudad, el número de centros de culto católicos es menor ya que el de otras confesiones cristianas. Es así por el momento en Sants-Montjuïc, Nou Barris, Sant Andreu y Sant Martí. Es así, además, a pesar de un factor que juega en su contra, la tensión inmobiliaria. Abrir un centro de culto es caro, subraya Khalid Ghali, director de la Oficina de Asuntos Religiosos del Ayuntamiento de Barcelona. Sin ese condicionante, el mapa podría ser otro.
En el año 2017 había en la ciudad 517 centros de oración de distintas confesiones. Esa cifra ha decrecido hasta situarse en 2020 (último censo disponible) en 493. Son sobre todo los templos evangélicos los que han propiciado que en esos cuatro distritos las iglesias católicas no ocupen el primer lugar de la clasificación. En Nou Barris, por ejemplo, hay 34 frente a 17. En Sant Andreu, la desproporción es mayor, 33 contra 10.
Un caso aparte es Ciutat Vella, según se mire, toda una anomalía. Por lógicas razones históricas es el distrito con más iglesias y parroquias católicas, 29, una cifra que incluye, por supuesto, iconos arquitectónicos como Santa Maria del Mar o la propia Catedral de la ciudad. En todo el distrito, a pesar de su perfil social, sobre todo el del Raval, hay solo 15 oratorios islámicos. Lo llamativo es ese contraste. De las 10 zonas administrativas de Barcelona, Ciutat Vella despunta en número de centros de culto católicos y, a la par, es el distrito en el que el peso del resto de confesiones, según la encuesta de servicios municipales, es mayor, y el peso de la comunidad católica, menor.
Del Sarrià católico a la Gràcia descreída
Barcelona es, como se sabe, una ciudad sin ropa crecedera. Todo sucede dentro de un término municipal no muy extenso, apenas 99 kilómetros cuadrados, prácticamente agotados urbanísticamente, lo cual le concede una densidad de población, para lo bueno y para lo malo, de las más altas del mundo en la liga de ciudades contras las que compite. Lo doblemente llamativo son, además, las diferentes ciudades que conviven en su interior. El retrato sociológico de Sarrià-Sant Gervasi (el distrito más católico de la ciudad), Ciutat Vella (lo dicho en el anterior capítulo, un crisol de otras confesiones) y Gràcia (donde los no creyentes son el grupo más nutrido) bien podría ser el de tres ciudades situadas en continentes distintos.
La inmi gración impide que agnósticos y ateos sean mayoría
Agnóstico, ateos e incluso esa rama más militante que representaba Christopher Hitchens de los antiteístas son, según el mínimo común denominador de las encuestas disponibles, la mitad de los barceloneses, nada extraño en una ciudad que en el pasado cimentó algunos de sus grandes procesos de tras*formación urbana en el anticlericalismo. Lugares emblemáticos como la Boqueria y la plaza Reial fueron en su día solares disponibles fruto de quemas de iglesias y conventos. La cuestión es, no obstante, ¿qué peso tiene el descreimiento en Barcelona? Según la encuesta de valores sociales de 2018, el 54% de los barceloneses decía no profesar ninguna fe. Según la encuesta de servicios municipales de 2021, ese porcentaje es en realidad del 49%. La diferencia, importante porque supone rebasar o no la barrera del 50%, depende de una cuestión metodológica. Consultadas las responsables municipales de trabajar todo este caudal estadístico, uno de los problemas que se afrontan a la hora de recoger los datos es la dificultad de acceder demoscópicamente a la población viajero, un obstáculo que en 2021 se sorteó mejor que en 2018. Es decir, la conclusión que se extrae es que ha sido la inmi gración la que ha impedido que el porcentaje de agnósticos y ateos sostuviera la curva de crecimiento que mostraba desde 1998.
En cualquier caso, ello no quita que Barcelona es, en el contexto europeo, español y catalán también, una ciudad refractaria a la religión. La media europea de no creyentes era en 2018 del 35%, la española del 39,4% y la catalana del 43,3%. La religión, en general, tiene un peso muy escaso (33,4%) o nulo (42,8%) en la vida de los barceloneses, unas cifras muy por encima de la media europea.
Religión y medios de tras*porte, una sorpresa estadística
El área de estadística del Ayuntamiento de Barcelona, cual barman de coctelería, prepara combinados de sabores muy contrastados. Posee una herramienta informática que permite miradas insólitas sobre la ciudadanía. Es posible cruzar preguntas en principio no contempladas. Por ejemplo, ¿hay alguna correlación entre la religión que se profesa y las preferencias a la hora de desplazarse por la ciudad? Es curioso, pero sí.
Los católicos prefieren el bus, más incluso los practicantes que los no practicantes. Son también el cliente más frecuente del taxi. Los fieles del resto de confesiones prefieren el metro. La motocicleta y la bicicleta son la forma preferente para desplazarse de los no creyentes, aunque con un plus especial en el caso de los usuarios del servicio del Bicing.
La nueva barcelonidad también la define la fe
A modo de resumen, esta mirada sobre algo tan personal como son las creencias religiosas de los barceloneses no hace más que añadir una nueva paleta de colores a lo subrayado en anteriores crónicas de este diario sobre qué define en este primer tercio del siglo XXI la barcelonidad, un concepto que si antaño fue monolítico o, como máximo, dual, es hoy suficientemente líquido como para que nadie pueda atribuirse la voz de hablar en nombre de todo el conjunto. Un 51% de los barceloneses reside en esta ciudad con posterioridad al año 2006. Los nacidos en Barcelona ya ni siquiera son mayoría, son solo un 48,8% del total de los vecinos. Los nacidos en el extranjero son una cifra creciente, un 29% según el último recuento, cuando hace 20 años eran solo un 4,9%, y vista la bajísima fertilidad de la ciudad, una tierra parece que preocupantemente yerma, es factible predecir que en pocos años los barceloneses venidos a este mundo más allá de las fronteras españolas superarán en número a los que lo hicieron en Barcelona.
Noticias relacionadas
La religión añade una variable más a esa heterogeneidad. Fue una controversia de hace unos 15 años el hecho de que algunas escuelas, por no excluir, dejaron de llamar vacaciones de Navidad a las vacaciones de Navidad y vacaciones de Semana Santa a las vacaciones de Semana santas. Pasaron a ser las vacaciones de invierno y las de primavera, respectivamente, para pasmo de muchos. La laicidad militante es una forma de encarar esta cuestión, como mínimo cuando se circunscribe al ámbito escolar. Otra opción es la que promueve la Oficina de Asuntos Religiosos del Ayuntamiento de Barcelona, donde por cierto también son bienvenidos los Ateos de Catalunya, y que consiste en dar visibilidad en igualdad de condiciones a las celebraciones de cada una de las creencias que cohabitan en la ciudad. La Ashura fiel a la religión del amora, la Janucá judía, la Maslenitsa de los cristianos ortodoxos y el Ratha-yatra hindú se celebran desde hace años con la misma normalidad que el Domingo de Ramos o, por poner un ejemplo muy poco conocido, el Sinulog de la comunidad católica filipina de Barcelona, que se conmemora en la iglesia de Sant Agustí y que recuerda la conversión de este pueblo asiático a esa confesión cristiana.
En Estados Unidos, país más creyente que España y con más tradición en la convivencia de distintas confesiones, es común que incluso la Casa Blanca se sume, aunque sea con timidez a las celebraciones de algunas comunidades no cristianas. En Barcelona, solo por subrayar lo absurdo de la polémica vistas las cifras que ofrecen las estadísticas municipales, cada año se repite el cansino debate de que durante la fiesta mayor de la ciudad, la Mercè, haya concejales, como la propia alcaldesa, que no asisten a la misa que fuera de programa celebra la jerarquía católica. En Ciutat Vella, por cierto.