Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Y "El carro triunfal del antimonio" me llevó a ver una entrevista online a Espinosa de los Monteros.
Un par de horas antes lo había intentado con una cutre-conferencia de dos horas y pico sobre asesinos en serie. Eran las cinco y media de la tarde y mi cerebro no sabía qué hacer ante la imposibilidad de conciliar el sueño. Vencido y casi riendo me levanté de la cama para ir al salón, que es como salir de Málaga para meterte en Malagón. Un aire acondicionado descargado de gas desde hace no sé cuantos años preside desde lo alto de la puerta, ciego y en silencio, mis peripecias caseras. Antes de ayer le di al botón de ON como quien echa una Primitiva de la máquina y prácticamente no hizo nada. En otros años abría algo la boca aunque fuera para expulsar el mismo aire caliente. Claro está que lo apagaba; pero bueno, la movía y hacía algo. Ya no. Después de todo es difícil exhalar aire fresco cuando uno está dentro de un horno. Casi imposible. Y ahí sólo quedan tres opciones: o te pones a rezar por un milagro, o llamas a un técnico o, inasequible al desaliento de los cuarenta y cinco años que se te están acabando, recurres a la magia.
La conferencia de los asesinos en serie se desarrollaba en un bar. Había una tele apagada con un icono móvil sobre su fondo neցro. Pronto fijé mi atención en él, más o menos a los cinco minutos. Un rato después me di cuenta que la palabra iba formando una especie de rombo irregular. Bajaba tres veces por un lado y subía cuatro por el otro. De hecho creo que variaba, no sé...nunca fui muy bueno con estas cosas. La verdad es que el calor estaba jodiéndome vivo. Le di al vídeo para adelante, vi que en vez de la palabra ahora salía la cara de un tío feo y, oyendo la monótona voz del más joven de los dos expertos, decidí que ya había tenido más que suficiente.
Salí a la calle y la leche fue más tibia de las que estaba recibiendo en el salón.
De camino hacia la Administración sentí como la voz de una vieja que desde su balcón me llamaba por mi nombre para pasar una tarde de amor. Miré hacia arriba y no vi a quien esperaba ver, tan sólo unos toldos amarillentos que gemían atrapados entre los palos que les daban forma al irregular compás del aire acondicionado por el sol. Lástima.
Allí, tras el cristal, estaba la hermosa joven. Miriam es su nombre. El otro día escuché a alguien llamarla así. Es un bonito nombre. Lleva gafas y una gran melena castaña y rizada que a veces, ¡ay!, recoge en un moño. Una vez me atendió recién duchada. Estaba perfecta con el pelo mojado y sin peinar. Se lo dije.
- Hola, un euromillón y una bonoloto
- Ahí tienes
- Adiós
- Adiós, Kufisto
Di la vuelta a la manzana y pasé a la frutería del jovenlandés d la esquina. Compré naranjas y regresé a casa. Eran las seis y cuarto cuando ni la gata salió a recibirme.
Había que hacer algo y busqué algún libro que leer. Miré en viejas y sucias cajas ya mil veces removidas sin encontrar nada. Si uno es su biblioteca yo, desde luego, soy la mía.
Por mirar algo más lo hice en el armarito donde muy al principio de vivir aquí estaban las copas. Por entonces yo era un ser social que hasta tenía novia y a veces hacíamos cenas de amigos y todo ese rollo. No pasó mucho tiempo que saqué el cristal y metí el papel: ahí, apilados entre facturas de la luz de la primera década de este milenio, colecciones de VHS, pastillas caducadas y auriculares rotos duermen su sueño casi eterno una serie de novelas y biografías que sólo de verlas se me quitan tanto las ganas de leer como vienen las de darme de cocotazos contra la pared.
Desesperado por encontrar algo que hacer antes que volver a ver la conferencia de los asesinos múltiples, vi un librito debajo de todos los demás que enseguida reconocí. Era ese del antinomio que seguro no compré y o me llevé de la biblioteca, o no se lo devolví a un amigo, o lo robé en alguna de las ferias de mi juventud, o yo qué sé...El tiempo pasa y olvidas las cosas, gracias a Dios.
Lo único que recordaba de él era que no había entendido nada. Yo era muy joven y enamoradizo y supongo que semejante título hizo presa en mi. "El carro triunfal del antimonio"...jorobar, me sonaría de querida progenitora, como una especie de hechizos y todo eso para hacer caer a tus pies a todas las titis que deseabas..."El carro triunfal..." Hace dos horas que me he enterado de que el antimonio es un metal.
Bueno, el libro escrito por un monje benedictino era una paranoia continua, algo parecido a mi etapa temprana en el blog. Lo dejé y miré por antimonio en Google, pues no me había quedado claro de que estaba hablando el estropeado monje aún leyendo cuarenta de sus lunáticas páginas. Un metal, eso es el antimonio de los huevones. Un metal.
Tengo un ventilador de pie que es una maravilla. Creo que lo compré casi cuando la época de las pijas cenas aquellas. Hará ya más de diez años y ahí sigue, cumpliendo su función. Si no fuera por él yo ya estaría hecho pan.
Espinosa de los Monteros estaba haciendo una entrevista con uno que dice ser anarco-capitalista, creo, cosa que me suena igual que antimonio y que por lo menos hoy no buscaré su significado.
La seguí un poco más que la de los asesinos en serie. Ahí no había lugar para las distracciones en forma de palabra que se mueve haciendo rombos irregulares en un televisor apagado. La mitad de la pantalla la ocupaba el careto de uno y la otra mitad la del otro. Cada dos por tres se caía el experimento y casi que era mejor. Y cuando no todo eran los esperados lugares comunes aún para una audiencia de dos mil y pico iluso que estábamos viéndolos. Y a este pijo y a sus pijopaletos les he votado dos veces.
Será por el antimonio.
No sé porqué pero siempre escribo anticonio.
Un par de horas antes lo había intentado con una cutre-conferencia de dos horas y pico sobre asesinos en serie. Eran las cinco y media de la tarde y mi cerebro no sabía qué hacer ante la imposibilidad de conciliar el sueño. Vencido y casi riendo me levanté de la cama para ir al salón, que es como salir de Málaga para meterte en Malagón. Un aire acondicionado descargado de gas desde hace no sé cuantos años preside desde lo alto de la puerta, ciego y en silencio, mis peripecias caseras. Antes de ayer le di al botón de ON como quien echa una Primitiva de la máquina y prácticamente no hizo nada. En otros años abría algo la boca aunque fuera para expulsar el mismo aire caliente. Claro está que lo apagaba; pero bueno, la movía y hacía algo. Ya no. Después de todo es difícil exhalar aire fresco cuando uno está dentro de un horno. Casi imposible. Y ahí sólo quedan tres opciones: o te pones a rezar por un milagro, o llamas a un técnico o, inasequible al desaliento de los cuarenta y cinco años que se te están acabando, recurres a la magia.
La conferencia de los asesinos en serie se desarrollaba en un bar. Había una tele apagada con un icono móvil sobre su fondo neցro. Pronto fijé mi atención en él, más o menos a los cinco minutos. Un rato después me di cuenta que la palabra iba formando una especie de rombo irregular. Bajaba tres veces por un lado y subía cuatro por el otro. De hecho creo que variaba, no sé...nunca fui muy bueno con estas cosas. La verdad es que el calor estaba jodiéndome vivo. Le di al vídeo para adelante, vi que en vez de la palabra ahora salía la cara de un tío feo y, oyendo la monótona voz del más joven de los dos expertos, decidí que ya había tenido más que suficiente.
Salí a la calle y la leche fue más tibia de las que estaba recibiendo en el salón.
De camino hacia la Administración sentí como la voz de una vieja que desde su balcón me llamaba por mi nombre para pasar una tarde de amor. Miré hacia arriba y no vi a quien esperaba ver, tan sólo unos toldos amarillentos que gemían atrapados entre los palos que les daban forma al irregular compás del aire acondicionado por el sol. Lástima.
Allí, tras el cristal, estaba la hermosa joven. Miriam es su nombre. El otro día escuché a alguien llamarla así. Es un bonito nombre. Lleva gafas y una gran melena castaña y rizada que a veces, ¡ay!, recoge en un moño. Una vez me atendió recién duchada. Estaba perfecta con el pelo mojado y sin peinar. Se lo dije.
- Hola, un euromillón y una bonoloto
- Ahí tienes
- Adiós
- Adiós, Kufisto
Di la vuelta a la manzana y pasé a la frutería del jovenlandés d la esquina. Compré naranjas y regresé a casa. Eran las seis y cuarto cuando ni la gata salió a recibirme.
Había que hacer algo y busqué algún libro que leer. Miré en viejas y sucias cajas ya mil veces removidas sin encontrar nada. Si uno es su biblioteca yo, desde luego, soy la mía.
Por mirar algo más lo hice en el armarito donde muy al principio de vivir aquí estaban las copas. Por entonces yo era un ser social que hasta tenía novia y a veces hacíamos cenas de amigos y todo ese rollo. No pasó mucho tiempo que saqué el cristal y metí el papel: ahí, apilados entre facturas de la luz de la primera década de este milenio, colecciones de VHS, pastillas caducadas y auriculares rotos duermen su sueño casi eterno una serie de novelas y biografías que sólo de verlas se me quitan tanto las ganas de leer como vienen las de darme de cocotazos contra la pared.
Desesperado por encontrar algo que hacer antes que volver a ver la conferencia de los asesinos múltiples, vi un librito debajo de todos los demás que enseguida reconocí. Era ese del antinomio que seguro no compré y o me llevé de la biblioteca, o no se lo devolví a un amigo, o lo robé en alguna de las ferias de mi juventud, o yo qué sé...El tiempo pasa y olvidas las cosas, gracias a Dios.
Lo único que recordaba de él era que no había entendido nada. Yo era muy joven y enamoradizo y supongo que semejante título hizo presa en mi. "El carro triunfal del antimonio"...jorobar, me sonaría de querida progenitora, como una especie de hechizos y todo eso para hacer caer a tus pies a todas las titis que deseabas..."El carro triunfal..." Hace dos horas que me he enterado de que el antimonio es un metal.
Bueno, el libro escrito por un monje benedictino era una paranoia continua, algo parecido a mi etapa temprana en el blog. Lo dejé y miré por antimonio en Google, pues no me había quedado claro de que estaba hablando el estropeado monje aún leyendo cuarenta de sus lunáticas páginas. Un metal, eso es el antimonio de los huevones. Un metal.
Tengo un ventilador de pie que es una maravilla. Creo que lo compré casi cuando la época de las pijas cenas aquellas. Hará ya más de diez años y ahí sigue, cumpliendo su función. Si no fuera por él yo ya estaría hecho pan.
Espinosa de los Monteros estaba haciendo una entrevista con uno que dice ser anarco-capitalista, creo, cosa que me suena igual que antimonio y que por lo menos hoy no buscaré su significado.
La seguí un poco más que la de los asesinos en serie. Ahí no había lugar para las distracciones en forma de palabra que se mueve haciendo rombos irregulares en un televisor apagado. La mitad de la pantalla la ocupaba el careto de uno y la otra mitad la del otro. Cada dos por tres se caía el experimento y casi que era mejor. Y cuando no todo eran los esperados lugares comunes aún para una audiencia de dos mil y pico iluso que estábamos viéndolos. Y a este pijo y a sus pijopaletos les he votado dos veces.
Será por el antimonio.
No sé porqué pero siempre escribo anticonio.