El Capitán del 2 de Mayo

Loignorito

Mirad que os avisé...
Desde
11 May 2011
Mensajes
19.756
Reputación
74.466
Lugar
Valencia
Recordemos lo que hace 206 años y un día, aconteció en nuestras tierras, en España:

El capitán del Dos de Mayo

Kiko Méndez-Monasterio

A los quince años ingresó en el Cuerpo de Artillería y destacó en su oficio como luego iba a destacar en la Historia. Murió el 2 de mayo de 1808.


monteleon-644x362.jpg


Nació en Sevilla, en 1767, en el palacio de su abuela, la condesa de Miraflores. Le bautizaron larguísimo: Luis Gonzaga Guillermo Escolástica Manuel José Joaquín Ana y Juan de la Soledad Daoíz Torres. A los quince años ingresó en el Cuerpo de Artillería, entonces reservado a los nobles, y destacó en su oficio -por aplicado- como luego iba a destacar en la Historia, por heroico. Murió el 2 de mayo de 1808.

Oh capitán, mi capitán. Esos versos que le dedicó Whitman a Lincoln nosotros se los debemos a Luis Daoíz, porque en él se encarnó la España de varios siglos, y con su gesto supo darle a esa patria agonizante un final más digno del que le estamos preparando ahora.

En su carrera militar no falta ninguno de los enemigos ancestrales, ni de los nuevos, porque empezó combatiendo como voluntario en la defensa de Ceuta, contra “el jovenlandés”, igual que sus antepasados se habían batido en los primeros tiempos de la Reconquista, igual que miles de soldados españoles lucharían luego en las costas africanas, en esa hemorragia permanente de lo nuestro.

Más tarde le tocó guerrear contra la Revolución francesa, la que había estremecido a toda Europa al asesinar a sus reyes. En esa campaña fue hecho prisionero y los revolucionarios le ofrecieron -sin éxito- un buen puesto en su ejército, conscientes de que era un oficial valioso, que además de extensos conocimientos técnicos sabía manejarse en media docena de idiomas, incluido el latín.

Y, por supuesto, en el capitán donde se concentra la historia militar española no podía faltar una guerra contra la armada inglesa, en Cádiz y en América, como artillero embarcado, y probablemente recordando esa vieja advertencia de Quevedo que en la generación de Daoíz se estaba haciendo realidad: “y es más fácil, oh España, en muchos modos,/ que lo que a todos les quitaste sola,/ te puedan a ti sola quitar todos.”

Moriremos por ella

El capitán Luis Daoíz estaba en Madrid cuando llegaron los treinta mil soldados napoleónicos al mando de Murat. Aunque el gobierno se empeñaba en presentarlos como aliados, el pueblo cada vez entendía menos a esos mesiés que en teoría estaban de paso pero que nunca acababan de irse.

Su amigo Pedro Velarde -más joven, más impulsivo- está dispuesto a dar un empujón para que los franceses se decidieran a marchar, y con ese propósito prepara una insurrección. Entre los dos empiezan a sumar a otros oficiales artilleros, pero Velarde comete alguna imprudencia y el plan es descubierto y desbaratado por el propio ministro del Ejército.

La última noche de abril, Velarde le informa del fin de la conspiración. Hablan después de la delicada situación militar y política. Daoíz se despide de su amigo con una frase propia del siglo romántico, y que todavía hoy suena como un pistoletazo de melancolía: “España está perdida, pero tú y yo moriremos por ella”.

El primero de mayo hay escaramuzas entre francess y paisanos. Murat saca a las tropas a la calle mientras el gobierno español manda a las suyas acuartelarse. Al día siguiente las escaramuzas se han convertido en rebelión popular. El capitán Velarde y el teniente Ruiz se unen a los amotinados, han conseguido reunir un puñado de hombres y se dirigen al Parque de Monteleón, donde saben que hay municiones y armamento. Rendir a los franceses que están allí no es difícil, pero Daoíz aún no se ha unido a la revuelta, es más, sostiene en la mano la orden directa que le obliga a permanecer al margen de los combates. El capitán está dudando porque ya no es joven, porque con toda seguridad sabe que es imposible derrotar al mejor ejército de Europa con un puñado de paisanos iracundos. Esos instantes de reflexión hacen de Daoíz un héroe más grande, porque no se ha contagiado de la fiebre de sangre que recorre Madrid, y su gesto no es fruto de la rabia ni de la desesperación, sino de un impulso espiritual que antes se admiraba y que llamamos heroico. Con una mano arrugó las órdenes, con la otra empuñó el sable y sin otro titubeo se puso al mando de ciento cincuenta soldados y civiles.

1600px-Monumento_a_Daoiz_y_Velarde_en_la_Plaza_del_2_de_Mayo_de_Madrid.jpg

Monumento a Daoiz y Velarde en la Plaza del 2 de Mayo de Madrid.jpg

Dos mil franceses -incluida caballería- se lanzaron contra el Parque de Monteleón en sucesivas oleadas, sin poder rendirlo durante toda la mañana. Por fin escasean las municiones y los hombres. Velarde ha muerto y Ruiz es evacuado gravemente herido. A pesar de las heridas, Daoíz se mantiene en pie junto a los cañones, blandiendo el sable. Los enemigos lanzan otra descarga de fusilería y llegan hasta el oficial para atravesarlo con sus bayonetas. Oh capitán, mi capitán. Nuestro terrible viaje ha terminado.​

Fuente: La Gaceta

---------- Post added 03-may-2016 at 01:11 ----------

El teniente Ruiz: el 'otro' del Dos de Mayo

Cuando se habla de la epopeya del 2 de mayo de 1808 siempre se menciona a Daoiz y Velarde, pero hubo muchos más.
José Javier Esparza

ruiz_0.jpg


Jacinto Ruiz y Mendoza. Así se llamaba. Hijo de un subteniente de Infantería, Antonio Ruiz, y de su mujer Josefa Mendoza. Nacido en Ceuta el 16 de agosto de 1779. Criado en la misma Ceuta, en el ambiente marcial de la guarnición. Jacinto iba a ser militar como su padre. En cuanto cumplió dieciséis años entró en calidad de cadete en el regimiento de permanente de Ceuta. Cinco años después salió como segundo subteniente. En 1801 ya era subteniente, que en la época era un empleo de oficial subalterno. Se le asignó su primer destino: el regimiento de voluntarios de Madrid. España libró por entonces algunas guerras –la de la Convención contra Francia, la de las Naranjas contra Portugal-, pero Jacinto no participó en ninguna de ellas. En marzo de 1807 ascendía a teniente sin haber entrado nunca en combate. Pero los sucesos que en España iban a desencadenarse en ese momento alterarían tan rutinaria vida cuartelera.

El Dos de Mayo

En la primavera de 1808 España ardió. El incendio comenzó por Madrid. Recordemos sumariamente los acontecimientos. Después de un indigno juego de conspiraciones y deslealtades, el rey Carlos IV y su hijo, el príncipe Fernando, habían terminado en Bayona sacando brillo las botas de Napoleón. España y Francia habían firmado un tratado, el de Fontainebleau, que permitía a Napoleón meter sus tropas en España para llegar a Portugal y cerrar los puertos lusos al tráfico inglés. Y las tropas de Napoleón entraron, en efecto, pero no sólo cruzaron España, sino que además se quedaron. El emperador francés aprovechó la pésima relación entre Carlos IV y su heredero Fernando para birlar a uno y a otro la corona, que terminaría en las sienes de José Bonaparte, hermano de Napoleón. Cuando llegó el mes de mayo de 1808, en España gobernaba una Junta sin poderes, al frente de un ejército cuyas órdenes eran colaborar con los franceses. Quien de verdad mandaba en España era el jefe francés, el mariscal Murat, un tipo tan valiente como poco reflexivo. Y en realidad fue Murat quien lo lió todo.

Este Murat, en un gesto de pura arrogancia, neutralizó a la Junta de Gobierno que había quedado en Madrid como representante de Fernando VII. La situación del poder en España era, en ese momento, de absoluto caos. El Gobierno no existía. El Ejército esperaba órdenes del Rey. Pero el Rey estaba dejando de ser Fernando VII para ser Carlos IV, que a su vez daba la corona a Napoleón. El Ejército no podía actuar sin órdenes del Rey o del Gobierno, pero el Rey ya no reinaba y el Gobierno ya no gobernaba. Entonces ocurrió algo aparentemente trivial, pero que iba a desencadenar una matanza. Fue el 27 de abril. Murat, al parecer por indicación de Carlos IV, solicitó a Palacio el traslado de dos hijos del rey que estaban en Madrid. En la noche del 1 al 2 de mayo, la Junta accedió a la petición. Pero, mientras tanto, el exterior de palacio había ido llenándose de gente. El pueblo, que ya estaba soliviantado, se concentró frente a los balcones de la familia real y vio cómo soldados franceses se llevaban en un carruaje a los hijos del rey. Lo que se produjo entonces fue una pura reacción sentimental.

“¡Que nos lo llevan, que nos lo llevan!”, grita la muchedumbre. El pueblo invade el palacio. El infante aparece en un balcón; la muchedumbre hierve. Y Murat, dispuesto a aplastar cualquier alboroto, manda a palacio un batallón de granaderos que dispara contra la multitud. Pero la sorpresa de los franceses es que el gentío no se retira, sino que comienza a pelear. En muy pocas horas, la lucha se extiende a todo Madrid. Es un paisaje aterrador: navajas y cuchillos contra sables y cañones. Nuestro ejército –en Madrid, apenas 3.000 hombres- tiene órdenes de cooperar con los franceses. Pero una parte del ejército español rompe la disciplina y se subleva. Eso es lo que ocurrirá en el Parque de Artillería de Monteleón. Allí se escribirá la página más épica del Dos de Mayo.

Los artilleros de Monteleón

Los madrileños, lanzados ya a la refriega contra el francés, necesitan armas. ¿Dónde encontrarlas? En el Parque de Artillería. Y hacia allá se dirige la muchedumbre. En Monteleón, como en todas partes, había un destacamento francés: unos setenta soldados. La primera reacción de los franceses es abrir fuego contra los paisanos. Pero un oficial español, el teniente Rafael de Arango, se presenta en el lugar y lo impide. En torno a esa hora empiezan a llegar oficiales de Artillería al Parque. ¿Por qué? Desde varias semanas atrás, un grupo de militares, especialmente artilleros, habían hecho planes de insurrección. Entre ellos hay dos que se convertirán en protagonistas épicos de esta jornada: Daoiz y Velarde. Ambos acudieron esa mañana del 2 de Mayo al Parque de Monteleón.

La crónica tiene que ser vertiginosa, porque todo ocurrió en unas pocas horas. A las ocho de la mañana se presenta en el Parque el capitán de Artillería Luis Daoiz, sevillano, veterano de la guerra de los Pirineos, comandante de batería en ese acuartelamiento. La guarnición española es escasísima: cuatro oficiales, tres suboficiales y diez soldados. Arango le da novedades y le entrega las órdenes de la superioridad: ningún movimiento. Al mismo tiempo, otro artillero, el capitán Pedro Velarde, cántabro, despacha con sus superiores en el Estado Mayor. Ni Daoiz ni Velarde son protagonistas casuales de los sucesos: ambos habían conspirado meses atrás para levantarse contra la ocupación francesa. Aquella primera conjura no llegó a ningún lado, pero los acontecimientos habían terminado por dar la razón a los dos soldados. Velarde explica a sus jefes la situación. Por orden de éstos o por iniciativa propia, coge un fusil y se dirige al Parque. Pero Velarde hace algo más: marcha al cuartel del regimiento de Voluntarios del Estado y convence al coronel jefe para que le ceda una compañía. Es la unidad de Jacinto Ruiz, nuestro personaje.

¿Qué estaba haciendo Jacinto Ruiz en ese momento? Estaba en la cama, enfermo. Pero cuando oyó el fragor de las detonaciones en la calle, se levantó a toda prisa, se calzó el uniforme y salió corriendo hacia su cuartel, en la calle Ancha de San Bernardo. Se presentó al coronel de su Regimiento. Éste le dio órdenes muy concretas: salir al frente de una compañía –la tercera, concretamente-, acudir al Parque de Monteleón y ponerse a las órdenes del capitán Daoiz. Ruiz marcha de inmediato. Con él va el capitán Velarde. Son sólo treinta y tres hombres más dos oficiales. Pero es ya el ejército español el que corre al Parque de Monteleón.

Cuando llegan al Parque, Ruiz y Velarde encuentran a los paisanos que asedian la puerta del cuartel: piden armas. Dentro del Parque la tensión es extrema. Daoiz es el jefe del puesto. Arango le ha entregado la orden: nada de formar causa común con el pueblo. Daoiz pasea por el patio, crispado, con el papel de la orden en la mano. Velarde le apremia: hay que dejar entrar a los madrileños. Al otro lado de la puerta, la multitud vitorea al Rey, a España, a la Artillería. Llega un momento en que Daoiz no puede más. Coge la orden, la rompe, desenvaina el sable y manda abrir las puertas: que entre el pueblo. Manda a Velarde y Ruiz que encierren al destacamento francés. La suerte está echada.

El final

Todo es cosa de minutos. Daoiz y Velarde organizan la defensa con unos ciento veinte paisanos, los soldados de Ruiz, siete cañones y dieciséis artilleros. Hay otros nombres: Cónsul, Carpegna, Osma, Areco, Novella, entre los militares. Y junto a ellos, decenas de hombres y mujeres ardiendo de indignación. Daoiz coloca en la puerta del Parque una batería de cuatro cañones; la munición, botes de metralla. Velarde, mientras tanto, distribuye por los muros a soldados y paisanos armados con fusiles. Van a resistir.

Casi inmediatamente aparecen los franceses: la división westfaliana del general Lefranc, con orden de tomar el Parque. Los franceses encuentran las puertas cerradas; no saben qué pasa dentro. Daoiz deja que se acerquen. Cuando los franceses fuerzan las puertas, Daoiz da la orden de fuego. Nuestros cañones lanzan una descarga mientras los paisanos disparan desde las casas colindantes. Los franceses huyen en desbandada. Ha sido sólo el primer asalto. Daoiz saca tres cañones fuera del Parque. Los defensores, soldados, hombres y mujeres, toman posiciones. Los franceses cañonean a su vez. El fuego de los de Napoleón hace estragos. Jacinto Ruiz resulta herido en un brazo; le curan a toda prisa y vuelve a la lucha. Los franceses lo intentan de nuevo. Segundo asalto: el mismo resultado.

Murat se entera de lo que está pasando y envía más hombres. Los manda el general Lagrange. Los franceses vuelven a cañonear. A los españoles se les acaba la munición. Se combate ya a la bayoneta. Velarde cae muerto de un balazo. Jacinto Ruiz, nuestro personaje, recibe un tiro en la espalda que le sale por el pecho. En la puerta del Parque se amontonan defensores y atacantes. Daoiz aguanta como puede, apoyado en un cañón: un pedazo de metralla le ha destrozado una pierna. Los franceses han roto la línea. Todo está perdido. El mismísimo general Lefranc se acerca a Daoiz y le insulta, golpeándole en la cabeza. Daoiz, moribundo, aún tiene fuerzas para blandir su espada y herir al general. Las bayonetas francesas acaban con el artillero.

¿Y Ruiz? Cuando hubo terminado todo, soldados españoles retiraron los cadáveres. Al levantar el cuerpo de Jacinto Ruiz, notaron que respiraba. ¡No había muerto! El maltrecho teniente fue llevado a su cuartel. Allí corría peligro, de manera que inmediatamente se le ocultó en una casa particular: la de una dama llamada María Paula Variano. Allí fue atendido y curado. No había terminado su convalecencia cuando los franceses se desplegaron en torno a Madrid. Jacinto lo vio. No pudo evitarlo: decidió unirse a los patriotas, pese a los consejos de su médico, que no le consideraba aún curado. Así el teniente Ruiz salió hacia Badajoz, donde se acantonaba el ejército de Extremadura.

Jacinto era considerado un héroe por su gesta en Monteleón. El Gobierno le ascendió directamente a teniente coronel y le dio el mando de un regimiento de Guardias Walonas, los fieles soldados belgas de los Borbones españoles. Pero la herida de Madrid ya no le dejaría vivir mucho más. Enfermó muy pocos meses después. Llegó un momento en que ni siquiera pudo levantarse de la cama. En marzo de 1809 se rinde a la evidencia: ha llegado el final. Morirá el trece de marzo, poco antes de cumplir los treinta años. Fue el último caído del Parque de Artillería de Monteleón. El último del Dos de Mayo.

Fuente: La Gaceta

---------- Post added 03-may-2016 at 01:19 ----------

La lucha callejera


906px-Malasana_y_su_hija_-_Eugenio_%C3%81lvarez_Dumont.jpg

Malasaña y su hija batiéndose contra los franceses,
por Eugenio Álvarez Dumont (1887).
Retrato pictórico de la lucha callejera el 2 de mayo de 1808 en Madrid.


Manuela Malasaña

Era hija del panadero francés Jean Malesange, españolizado "Malasaña", y de su esposa Marcela Oñoro. De profesión bordadora, vivía en el cuarto piso del número 18 de la calle de San Andrés, del entonces conocido como barrio de Maravillas (hoy comúnmente conocido como barrio de Malasaña).

Las circunstancias de su fin, con sólo 17 años, son discutidas, siendo dos las versiones más aceptadas. Según una versión de los hechos, sustentada por el escritor Ángel Fernández de los Ríos, Manuela a imagen de otras jóvenes y desde el balcón de su piso, se incorporó a la defensa del Parque de Artillería de Monteleón, situado en la posteriormente bautizada como Plaza del Dos de Mayo, liderada por los oficiales Luis Daoíz y Pedro Velarde, facilitando el suministro de pólvora y municiones a su padre que disparaba contra las tropas francesas, cuando fue alcanzada por un disparo enemigo.1 Otra variante de esta versión afirma que habría sido hecha prisionera y ejecutada bajo la acusación de habérsele encontrado un arma en su poder. El erudito Carlos Cambronero pone en duda la primera versión al negar que la joven muriera antes que su padre, fundamentado en el hallazgo de un certificado de defunción del padre que documenta que falleció con anterioridad al levantamiento.

Según la otra versión, Manuela Malasaña habría permanecido al abrigo de la lucha en el taller de bordado donde trabajaba, por orden de la dueña del taller y hasta tanto cesaran los disparos. Pero al regresar a casa y cruzarse con una patrulla de soldados franceses, éstos habrían intentado abusar de ella mientras la registraban, y para defenderse habría usado las tijeras propias de su profesión que en ese momento portaba. Otros dicen que simplemente las tijeras fueron descubiertas en el registro, acusada de portar "armas" fue ejecutada inmediatamente. Según esta versión Manuela habría muerto después de las 18 horas en el sitio de la actual Plaza del Dos de Mayo.

Su cuerpo fue registrado con el nº 74 en la relación de 409 víctimas de aquella jornada, documentación que se conserva en los Archivos militares y municipales de Madrid, estudiados en 1908.

Fue enterrada en el Hospital de la Buena Dicha, hoy Iglesia de la Buena Dicha, en la calle de Silva, que había sido fundado en 1594 y que acogía a gente pobre. En este lugar fueron atendidos muchos de los heridos en aquel 2 de mayo y enterrados muchos de los caídos.

Su idealizado retrato se encuentra en la Sala de Heroínas del Museo del Ejército y es obra del militar José Luis Villar y Rodríguez de Castro.

Manuela debía ser famosa en su barrio por su juventud y simpatía, y el hecho de morir tan joven y entregando su vida a la causa de la libertad hizo que se creara en torno a su memoria una gran leyenda de heroína. Madrid dedicó a su memoria una calle con su nombre en su antiguo barrio de Maravillas, que se cruza con la calle de San Andrés cerca de donde vivía. Por extensión, en la década de los '80, todo el barrio de Maravillas comenzó a ser conocido como barrio de Malasaña. Móstoles también le dedicó tiempo después un instituto de bachillerato - cuyo nombre fue elegido por votación entre los alumnos-, una calle y una estación de metro en la [[Línea 12 (Metro de Madrid)|Línea 12 MetroSur].

Fuente: Wikipedia

En el Pretil de los Consejos, por San Justo y por la plazuela de la Villa, la irrupción de gente armada viniendo de los barrios bajos era considerable; mas por donde vi aparecer después mayor número de hombres y mujeres, y hasta enjambres de chicos y algunos viejos fue por la plaza Mayor y los portales llamados de Bringas. Hacia la esquina de la calle de Milaneses, frente a la Cava de San Miguel, presencié el primer choque del pueblo con los invasores, porque habiendo aparecido como una veintena de franceses que acudían a incorporarse a sus regimientos, fueron atacados de improviso por una cuadrilla de mujeres ayudadas por media docena de hombres.2
Benito Pérez Galdós: El 19 de Marzo y el 2 de Mayo

Fuente: Wikipedia

---------- Post added 03-may-2016 at 01:33 ----------

La represión

La represión fue cruel. Murat, no conforme con haber aplacado el levantamiento, se planteó tres objetivos: controlar la administración y el ejército español, aplicar un riguroso castigo a los rebeldes para escarmiento de todos los españoles y afirmar que era él quien gobernaba España. La tarde del 2 de mayo firmó un decreto que creó una comisión militar, presidida por el general Grouchy, para sentenciar a fin a todos cuantos hubiesen sido cogidos con las armas en la mano («Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas»).

El Consejo de Castilla publicó una proclama en la que se declaró ilícita cualquier reunión en sitios públicos y se ordenó la entrega de todas las armas, blancas o de fuego. Militares españoles colaboraron con Grouchy en la comisión militar. En estos primeros momentos, las clases pudientes parecieron preferir el triunfo de las armas de Murat antes que el de los patriotas, compuestos únicamente de las clases populares.

En el Salón del Prado fueron fusiladas 32 personas el mismo día 2 de mayo, otras 11 personas fueron ejecutadas en otros puntos de la ciudad (Cibeles, Recoletos, Puerta de Alcalá y Buen Suceso). Al día siguiente los franceses fusilaron a 24 personas en la montaña del Príncipe Pío y otros 12 en el Buen Retiro. La cifra exacta de bajas ha sido objeto de gran controversia, pero el historiador Pérez Guzmán, que revisó todos los archivos disponibles en 1908, contabilizó 409 muertos, 39 de ellos militares, y 170 heridos, de los cuales 28 eran militares. El resto de los muertos y heridos eran civiles.3 Aún considerando otros fallecimientos que no fueran registrados (por la confusión del momento o por miedo a represalias francesas) se ha calculado que la cifra total de bajas no superó los 500 muertos, y solo una décima parte de ellos militares.

1572px-Francisco_de_Goya_y_Lucientes_-_Los_fusilamientos_del_tres_de_mayo_-_1814.jpg



Consecuencias

Murat pensaba haber acabado con los ímpetus revolucionarios de los españoles, habiéndoles infundido un miedo pavoroso y garantizando para sí mismo la corona de España. Sin embargo, la sangre derramada no hizo sino inflamar los ánimos de los españoles y dar la señal de comienzo de la lucha en toda España contra las tropas invasoras. El mismo 2 de mayo por la tarde, en la villa de Móstoles, ante las noticias horribles traídas por los fugitivos de la represión en la capital, un destacado político, Juan Pérez Villamil, Secretario del Almirantazgo y Fiscal del Supremo Consejo de Guerra, hizo firmar a los alcaldes del pueblo (Andrés Torrejón y Simón Hernández) un bando en el que se llamaba a todos los españoles a empuñar las armas en contra del invasor, empezando por acudir al socorro de la capital. Dicho bando haría, de un modo indirecto, comenzar el levantamiento general, cuyos primeros movimientos, aunque posteriormente suspendidos, fueron los que promovieron el corregidor de Talavera de la Reina, Pedro Pérez de la Mula, y el alcalde Mayor de Trujillo, Antonio Martín Rivas. Ambas autoridades prepararon alistamientos de voluntarios, con víveres y armas, y la movilización de tropas, para acudir al auxilio de la capital.

Fuente: Wikipedia
 
Última edición:
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Los borbones...como nos la jugaron los franceses.

Pues sí. No es de recibo que tengamos una dinastía germánica gobernando España. Si al menos lo hiciesen bien y en provecho de España, pero con ellos todo ha sido decadencia, quizá con alguna breve excepción.

Aparte de esto, me parece tremendo que no se popularice esta fecha lo que es debido. Los americanos tienen su 4 de Julio ¿porqué no celebramos nosotros el 2 de Mayo, fecha en la que comenzó la insurrección del pueblo contra el invasor francés? fueron unos 6 años para liberar España. Nos ayudaron ingleses y portugueses, supongo que más por debilitar a Napoleón y proteger sus propias monarquís que por "amor fraternal", pero ahí estuvieron. En fin, que somos un pueblo que no se molesta en recordar su historia, sus héroes, en cambio sí se recuerdan las derrotas como lo de la fallida oleada turística de Inglaterra. Es muy lamentable que seamos así de dejados.
 
Volver