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Susana Reina | @feminismoinc
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“No se me quita de la cabeza haber tomado conciencia de esa sensación de libertad”
En medio de esta cuarentena, salgo a caminar por los alrededores de mi casa en el horario que permiten hacerlo. Horas de mucho calor y humedad. La mascarilla se me pega a la piel sudada, la respiración se me hace lenta y difícil, la sensación de ahogo llega pronto. La menopausia, con sus calorones internos, se suma al desespero. Un deseo inmediato de arrancarme la máscara se me antoja urgente y lo hago. El aire fresco alivia mi cara, la brisa sanadora me saca una sonrisa amplia. Sensación de libertad que llega de inmediato. La respiración ahora es limpia y profunda, camino liviana y reconfortada.
Enseguida veo gente que camina en dirección contraria a la mía viéndome con ojos de desaprobación. Miradas furtivas, entrecejos fruncidos, distanciamiento físico en reacción a mi cara descubierta y limpia. Muchos de esos, hombres que vienen ejercitándose, sin camisa por cierto, pero soy yo la que se siente desnuda, impura, atrevida. Me vuelvo a colocar la mascarilla, reacciono apenada.
Me viene a la cabeza la imagen de las fiel a la religión del amoras usando velos y túnicas cuando salen a la calle y lo que pudieran sentir si se las quitaran. Ellas han llevado su rostro cubierto por siglos como una imposición política, algunos dicen que religiosa, sin libertad para decidir si usan el velo o no. Entiendo que el uso de la mascarilla contra la el bichito–19 se hace por razones higiénicas y recomendaciones anti contagio para todos y todas. Las prendas de vestir talibanas son una obligación no relacionada con ninguna medida de seguridad sanitaria y aplica solamente a las mujeres.
Restricción de libertades
Uno de los peores países donde una mujer puede vivir es Irán, según el Foro Económico Mundial, por la restricción extrema de sus libertades. En Irán se aplica la ‘Sharía’ o ley islámica, que se trata de un código de conducta jovenlandesal muy restrictivo. Entre otros dictámenes, como la prohibición de acceder a ciertas carreras universitarias o trabajar sólo con el permiso del marido, a las mujeres se les somete a cumplir códigos de vestimenta tan estrictos (uso del velo, no maquillaje ni uñas pintadas, no ropas coloridas ni ajustadas) que, en caso de incumplimiento, ellas pueden ser apresadas o sentenciadas a recibir latigazos como hemos visto en casos reportados por Amnistía Internacional. Esto se extiende a niñas desde los nueve años.
El patriarca Muhammed Salih Al-Munajjid, en el sitio web de Arabia Saudita Islamqa.com, declara que la cara de la mujer debe estar cubierta: “Es la parte más tentadora de su cuerpo, porque lo que la gente mira más es la cara, por lo que la cara es la más grande aura de una mujer”.
Inquieta escuchar recientes declaraciones a un diario por parte de una guía de un grupo de oración para mujeres fiel a la religión del amoras: “Occidente ha luchado vehementemente contra el velo y ahora hombres y mujeres conocerán los beneficios de cubrirse”, mientras enseña una foto en la que se puede ver a una mujer cubierta con un “niqab” (velo integral) junto a otra que lleva la cara cubierta con una mascarilla. “Si la humanidad entera siguiera los preceptos del islam no habría enfermedad en el mundo…El islam prohíbe comer los animales que perjudican a nuestra salud, limita el contacto físico, protege a las mujeres mediante el velo. Los conocimientos islámicos son más avanzados que cualquier ciencia actual”, concluye.
El burka completo se hizo obligatorio en Afganistán bajo el mandato del talibán Habibullah (1901-1919), quien impuso su uso a las mujeres que componían su numeroso harén para evitar que la belleza del rostro de estas tentara a otros hombres. Según reportan quienes lo han usado por prueba, cubre los ojos con un velo tupido que impide ver normalmente, puesto que el enmallado que la compone limita la visión lateral haciendo perder la ubicación espacial.
Su uso se encuentra en el debate público y es denunciado como un “símbolo de la opresión de la mujer”, al mismo nivel que una serie de prácticas, tales como la mutilación genital femenina, los asesinatos de honor y los matrimonios forzados. Otros afirman que son expresión de costumbres y tradiciones que deben ser respetadas, apelando al relativismo cultural. Yo me pregunto ¿por qué solamente sobre las mujeres?
Activismos para burlar la censura
El caso es que, en los últimos años, cada vez más activistas de países islámicos han protestado contra estas imposiciones de formas muy creativas buscando burlar la censura. Entre ellas está la de los “miércoles blancos”, una invitación a mujeres iraníes a quitarse el velo en la calle, tomarse una foto y colocarla en redes sociales, mostrando a otras que la libertad y los derechos se pueden conquistar. También filman y difunden cuando los policías u hombres que defienden el código de vestimenta las acosan o increpan por quitarse el hiyab en un lugar público, una iniciativa que también se comparte en redes con el hashtag #MyCameraMyWeapon —#MiCámaraMiArma—.
Más de una ya ha recibido palizas por ello, han sido apresadas, torturadas para que renieguen de la campaña, desaparecidas y amenazadas por los ayatolás. Incluso sus familiares han sido acosados. Según Amnistía Internacional, los delitos que se les imputan son “incitar a la prespitación”, “atentar contra la seguridad nacional” o “propaganda contra el sistema”, entre otros. Como muestra de ello, en 2019, la abogada de derechos humanos Nasrin Sotoudeh fue condenada a 33 años de guandoca y 148 latigazos.
En mayo de 2014, la periodista y activista Masih Alinejad creó el movimiento #MyStealthyFreedom —#MiLibertadFurtiva—, que lanzó a través de Facebook. El objetivo era desobedecer el código de vestimenta e inmortalizarlo de alguna forma.
Los cuerpos de las mujeres son territorios de conquista, espacios politizados donde el patriarcado ejerce su poder controlando lo que puede o no hacer con él. Botines de guerra donde la religión y las costumbres culturales se superponen para restringir o permitir según sus intereses, lo que una mujer puede o no hacer. La vestimenta, simbólicamente, representa ese control. Y estas activistas se rebelan contra ello.
¿Parte de la vestimenta que llegó para quedarse?
Ya las grandes empresas de moda y almacenes de ropa están diseñando, produciendo y mercadeando mascaras de todos los tipos y diseños que vayan a tono y a juego con la ropa que usas, con ergonomías y adaptaciones que permitan sentirlas a gusto. Pareciera que eso va a ser normal de ahora en adelante.
Sin embargo, su presencia nos hace replantear muchas consignas sociales que hasta ahora eran parte de las relaciones interpersonales en términos de apertura, tras*parencia, confianza. Del “dar la cara” y conocer los rostros como parte definitoria de la identidad de un otro ajeno. Al mirar un rostro recabamos mucha información: el estado de ánimo de la persona, su actitud, sus intenciones, sus emociones. Gran parte de lo que conocemos como fundamentos de la comunicación no verbal, sin duda queda en revisión con este nuevo código de vestimenta al cual habrá que acostumbrarse y al mismo tiempo, resignificar la forma como nos relacionamos con los demás.
Pero mientras, no se me quita de la cabeza haber tomado conciencia de esa sensación de libertad de poder quitarte de encima algo que te molesta mucho y la solidaridad que siento en la piel con aquellas que, por opresión, estén donde estén, oriente u occidente, por razones de política, religión o jovenlandesal, no les está permitido hacerlo o peor aún, ni siquiera saben que tienen derecho a ello.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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