El buitre se equivocaba, se equivocaba...

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Salí un momento de la cocina para echarle un vistazo el salón y vi a un chico joven de gafas detrás de Gonzalo. Me acerqué y le pregunté qué iba a tomar. Hizo un gesto con la mano hacia la tragaperras, musitó algo y dijo que no quería nada. Entendí que era un familiar de Gonzalo, tal vez un hermano o un primo, puede que algún raro amigo, quien sabe, pero ante la duda lo dejé estar y regresé a la cocina para terminar de limpiar los platos de un mediodía muy ajetreado.

"No -me dije- si al final tendré un disgusto, verás"

Gonzalo había llegado al bar en plena efervescencia, a eso de las dos. Enseguida me di cuenta de que tenía uno de esos días.

- ¿Café? -le pregunté
- ¿Ves esto? -dijo dándole un ciliquitrón a la base de un refresco casi vacío que ya llevaba un buen rato sobre la barra esperando ser recogido. Y empezó a contar algo acerca del escaso líquido que aún contenía en su interior. Dejándole con la palabra en la boca fui a poner el café que no había llegado a pedir y al servírselo le quité de la mano sin violencias el Nestea al que estaba hablando.

Dos clientes estaban a su lado en animada charla futbolera. Gonzalo reconoció al más cercano, un antiguo amigo de correrías en la juventud que seguro ya lo había visto, y lo saludó.

- ¡Hombre, Gonzalo! ¿Qué tal estás?
- Harto.
- Ya...bueno -Y se dio la vuelta.

Pagó el café y se fue a la tragaperras, algo no habitual pero tampoco demasiado extraño. Yo le echaba un ojo de vez en cuando. Fueron sucediéndose las venidas a la barra por dinero a cuenta de la tarjeta. De diez en diez, siempre en monedas. No le decía nada. Ya se lo dije en un par de ocasiones. Me conformaba con mirar el datáfono, ver que la operación era aceptada y darle las diez monedas. Antes, para cabreo suyo, tenía un límite de veinte, quizá por orden paterna, pero hoy la pasó cinco veces y todas fueron aceptadas.

Ya no quedaba nadie en el bar aparte de Gonzalo y un par de parejas en la mesa del fondo que se irían poco después cuando aquel chaval entró al bar. Gonzalo llevaba un buen rato hablando por teléfono mientras la tragaperras jugaba con él. Empezó a cambiarme billetes.

- No juegues más, Gonzalo, shishi.
- No, si me ha dado un premio rellenito...Es que se me han quedado ahí unos cangrejos...

El chaval se fue de repente y aproveché la ocasión.

- Gonzalo -le dije- ¿conoces a ese que estaba detrás de ti?
- ¿Quien?
- ¡jorobar! Un chico joven que estaba sentado detrás de ti.
- No, no lo conozco -respondió sin apartar la vista de la máquina.

El chico regresó y esta vez pidió un Nestea. Luego se fue al mismo sitio y desde allí me hizo una especie de seña que devolví de forma resignada una de las veces que Gonzalo vino a la barra para cambiar otro billete.

- No juegues más, Gonzalo...
- No, si es que tengo ahí unos cocos...

Con su característico paso lento se acercó una vez más a la barra.

- ¿Nos fumamos un pito, Kufisto?
- En cuanto acabe la cocina, Gonzalo. Ya me queda poco.

Todavía andaba Gonzalo de camino a la puerta cuando el chaval se puso a jugar. Pasé a fregar los últimos platos del día.

El chaval estaba a punto de irse cuando salí tras limpiar el último plato.

- ¿Lo conoces? -le pregunté.
- ¿A quien? -respondió.
- Al que estaba jugando. ¿Es amigo tuyo?
- ¿Amigo mío? -respondió en tono de desprecio- ¿Ese? ¡Ja! ¡Pero si no tiene ni idea! ¡Ha dejado premios pasar! Si yo tuviera dinero...

Y se fue.

Un buitre. Un buitre descarado. Un buitre al olor. Ni hermano, ni primo, ni amigo, ni nada. Un buitre. Un puñetero buitre granudo con gafas.

Cogí el abrigo y salí afuera para fumar con Gonzalo.

- Con lo inteligente que eres, tío -le dije- ¿qué shishi haces jugando a esas cosas? De verdad que no me lo explico.
- ¿Sabes por qué lo hago, Kufisto? - dijo tranquilo.
- ¿Por qué?
- Porque así no pienso. Veo las lucecitas, pulso los botones y así no pienso.
- ¡Pero pierdes! ¡Pierdes! ¡Pierdes el dinero de tu jubilación en algo gilipollesco, en algo que nada tiene que ver contigo! Si me dijeran de cualquier otro, de tantos petulantes como he visto dejándose sueldos enteros en un sólo día...¿Te acuerdas cuando aquella mañana nos fuimos adonde sueles andar? Pero tú, tan espiritual que es para matarte, que puedes ver la belleza del musgo sobre una fruta piedra perdida en un erial, que te emocionas hasta las lágrimas cuando ves un águila sobrevolando el cielo...¡Juegas a las pilinguis tragaperras!
- Ya...Sí...¿Pero tú sabes lo que es estar de psicólogos y psiquiatras que no te escuchan, que a todo lo que dices responden con algo que no tiene nada que ver con lo que estás contando?...Mira, he pasado tres horas jugando en la máquina y sólo he perdido quince euros. Tres horas a quince euros son cinco euros a la hora. ¿Sabes lo que cobran uno de esos? He pasado tres horas sin pensar y sólo he perdido quince euros. Yo sólo quiero no pensar.


Fumamos un poco más. No hacía el frío que prometía la helada mañana. El sol todavía lamía el segundo piso del edificio de enfrente. En el tercero y último están las pilinguis.

- ¿Sabes lo que te digo, Gonzalo?
- ¿Qué?
- Que tienes razón.
 
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