El blanqueo del terror etarra

Eric Finch

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El blanqueo del terror etarra | El Quicio de la Mancebía [EQM]

El blanqueo del terror etarra

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Collage de arcu, 08 de abril de 2017

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De vencimientos etarras

Con motivo del carnaval que estos días han celebrado los terroristas para teatralizar un parcial desarme presentado como una ‘artesanía de la paz‘, pactada con el bipartidismo y el nacionalismo, con el aplauso de los mochileros y el silencio de Ciudadanos, el debate sobre si han sido realmente vencidos o, por el contrario, llevan todas las de ganar a cambio de dejar de apiolar, quisiera subrayar algunas de mis reflexiones al respecto:

  • No han sido derrotados judicialmente [+ de 300 asesinatos sin resolver].
  • No han sido derrotados políticamente [están en el Congreso, están en Navarra y han pactado con nosotros el proceso político consistente en dejar de apiolar a cambio de].
  • No han sido derrotados socialmente [el País Vasco mantiene graves carencias de libertad; en Navarra sigue habiendo pueblos donde pegarle a un guardia civil y su compañera es una bronca de bar; y el silencio de los corderos vascos y españoles todos se ha consolidado irreversiblemente].
  • No han sido derrotados jovenlandesalmente [en las escuelas vascas no se enseña a los niños que ellos fueron unos asesinos; la Iglesia vasca no ha pedido perdón por sus complicidades, a pesar de que ahora el actual y populista Papa pide perdón por casi todo lo que en su seno no le gusta].
  • Perder, e mi entender, es otra cosa. Nos dieron aceite de ricino sangriento, malo, durante décadas, apoyados -activa o pasivamente- por una parte significativa de la población vasca -y no vasca, que no se olvide- hasta que el bipartidismo consideró que mediante trueques -y ahí incluyo el yo ya no te persigo si tu no matas- podía facilitarles su participación en la democracia y aquí paz y, después, gloria bilateral, equidistante. Eso no es vencer.
  • Tampoco hay que olvidar que precisamente para mantener esa puerta abierta, el bipartidismo jamás les trató como una guerrilla -que es lo que eran- sino como una banda…, con la gran ventaja para ellos de que el Estado no utilizó los instrumento que otorga el status de guerra, y los paganos de ello fueron las víctimas, es decir, también todos los españoles.
  • Urkullu, con motivo de la entrega de armas -de las no usadas, por supuesto, ya que los terroristas tampoco serán vencidos en su silencio en torno a sus asesinos pendientes de identificar- ha reiterado -y TVE lo ha hecho saber- que está del lado de TODAS las víctimas. Y ya sabemos qué entiende él -y el PNV- por TODAS. La bilateralidad y equidistancia: Estado de Derecho y asesinos.
  • Hay una forma sencilla de comprender cuando un Estado de Derecho vence en legitima defensa de su pueblo. Asómense a Francia. Los asesinos solían incluir a Francia en la liturgia de sus comunicados. Pero sabían de sobra que con París no podrían. Así que se refugiarían allí y guardarían allí sus armas, pero ni un paso más. Y fíjense en el caso catalán: ni siquiera cuando los golpistas hablan de los ‘Paises catalanes’ se atreven a incluir la Cataluña francesa. Y eso que allí se habla el mismo catalán. Pero se estudia en francés. Y es que, desgraciadamente, París no es Madrit.
  • Y no nos equivoquemos tampoco en el asunto del perdón. El perdón es cuestión de tiempo, como los nichos municipales de ahora: en cuanto te descuidas ya están avisando a la familia para que vuelva a pagar o a la fosa común. Y los actuales bisnietos ya no saben ni cómo se llamaba el bisabuelo. El asunto es la educación: que en la escuela se enseñe quiénes eran los asesinos, quién los asesinados y quién el Estado de Derecho. Y no parece que nadie esté interesado en que esa exigencia histórica, sociológica, jovenlandesal, política figure entre las cláusulas del denominado ‘proceso de paz’. Tampoco Madrit tiene el menor interés en controlar los textos escolares, ya saben.
  • Los presuntos vencedores, España, los españoles, hemos vencido tanto que nos hemos quedado casi sin representación constitucional en el País Vasco. Y, de entre esos pocos, aún hay un ala izquierda [PSOE] que va a donde Otegui a hacerse la foto…
  • Si los asesinos eran nacionalistas con pistola y ahora ya no disparan y van entregando -previo pacto secreto y, por tanto, antidemocrático- las pistolas… ¿de qué vencidos hablamos? ¿Vencidos como políticos o vencidos como pistoleros? Si las pistolas se usaban también para imponer el nacionalismo radical ¿de que victoria política estamos hablando?
  • La canallada más grande ha consistido en que jamás se ha pretendido asentar, desde el poder, la idea básica de que las víctimas de los asesinos eramos también todos nosotros, la sociedad entera. Y eso ha facilitado, está facilitando, la infame liturgia reconciliatoria.
  • Y, finalmente, en clave de humor [si me lo permiten]: A los defensores de que los asesinos han sido derrotados yo les preguntaría por qué no acceden, al menos, a convenir que la victoria se ha repartido en plan porciones del caserío [vasco] me fío… Lo digo porque si hay un ‘proceso de paz’ será que, al menos, se está produciendo un reparto de cromos donde la bilateralidad, equidistancia, consiste en que nadie pierda del todo… Y eso, toda la vida de Dios, ha sido un empate!

De entre los numerosos artículos publicados este fin de semana sobre la cuestión, les adjunto el contenido completo de dos de ellos: ‘La serpiente no pide perdón‘, de Arcadi Espada en El Mundo, ayer; e ‘Impunidades‘, de Jon Juaristi en ABC, también ayer.

Del magnífico texto de Arcadi me quedo con lo de

“Hace años escribí que los que exigen a ETA que pida perdón parecen ignorar que tendrán que dárselo.”

Efectivamente: el pueblo español se lo ha dado sin que los asesinos tengan que montar la pantomima de pedirlo.

De Juaristi, que describe magistralmente cómo los etarras han aniquilado la resistencia de la nación española al nacionalismo vasco, no comparto su argumento para no firmar el Manifiesto «Por un fin de ETA sin impunidad»:

“Me habría gustado mucho poder firmarlo, pero no lo voy a hacer. Una cosa es lo que me gustaría, y otra suscribir iniciativas noblemente testimoniales destinadas, por su inutilidad, a producir melancolía.”

Quiero creer que su justificación obedece a un reparto de cometidos entre los que nos sentimos indignados. Él representa a la realista resignación reflexiva de los melancólicos, indignados frente a una sociedad ducha en el anti cooperativismo, la desmemoria y la complacencia con la salud, el dinero y el amor, es decir, vivir en paz cueste lo que cueste: la verdadera vencedora.

Y los que, superada la aflicción, han acabado firmando, representan la solidaridad con las víctimas, es decir, entre nosotros mismos, y la rebeldía frente a un Estado de Derecho fistro, debilitado e inmoral que, desgraciadamente, saben de sobra que cuenta con el apoyo esa abrumadora mayoría social que quiere pasar página porque está ya muy acostumbrada a las ventajas prácticas que ello conlleva.

Por otros motivos, no tan distintos, pasó lo mismo, después de la II Guerra Mundial, en Alemania o Francia.

Sobre el precio de esas nueces, con distintos pero cómplices recogedores, quienes levantamos la voz estamos definitivamente condenados a ser minoría.

Pero mucho peor sería que nadie lo hiciera.
Digo yo.

EQM

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Cuando un vídeo vale más que mil carnavales

El reportero de OK DIARIO, Cake Minuesa, en Bayona el pasado sábado, 8 de abril, con motivo de la ‘entrega de armas‘ de los terroristas y entre los autodenominados “artesanos de la paz“, se encuentra con Josu Zabarte, conocido como el Carnicero de Mondragón y que cumplió 30 años de condena en la guandoca por su participación en 17 asesinatos.

Cuando le pregunta qué tiene que decir a las víctimas, el Carnicero de Mondragón se ha encogido de hombros: “Nada, ellas tendrán que decir”. “No, porque a algunas las mataste tú”, le ha replicado el reportero. “Ah, no lo sabía”, ha contestado cínicamente el etarra. Ha invitado al malo de ETA a pedir perdón a las víctimas. El malo de 17 personas apenas se han inmutado: “No tengo que pedir perdón, eso será un problema tuyo, no mío, no tengo nada que decir”. Vean y escuchen sus palabras, el ambiente intimidatorio y las reflexiones de sus colegas pacificadores:

Periodista Cake Minuesa muestra la HIPOCRESÍA de los que se presentan como "luchadores por la paz" - YouTube
Fuente: Ok Diario.

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Ilustración de Raúl Arias [España, 1969] en El Mundo, 090417​

La serpiente no pide perdón

Arcadi Espada en El Mundo, 090417

Mi liberada:

A lo largo de toda la sanguinaria historia de ETA, los demócratas trataron de no contaminarse con la lengua del terrorismo. Así se resistieron a llamar violencia al terrorismo, conflicto a la agresión, ejecución al asesinato, impuesto al chantaje, o comandos operativos a bandas. La resistencia fue difícil y no siempre exitosa. Demasiadas veces el terrorismo, que ya le disputaba al Estado el monopolio de la violencia, se apoderaba también de su prosa.

Baste ver la escritura ministerial con la que el diario El País dio cuenta de la decisión de ETA de reanudar sus crímenes en la primavera de 2007: “La medida entrará en vigor a partir de las 00.00 horas de mañana 6 de junio”. Y cómo no hablar de la Bbc, abecé. Siempre ha preferido que los terroristas le dicten la manera en que deben escribirse sus noticias. Hasta el punto de que evita llamar a los terroristas por su propio nombre, tan técnico y desprovisto de sesgos. La calamidad de la televisión británica llega hasta hoy mismo, en que al informar de su penúltima operación de propaganda proclama que los terroristas son “la última insurgencia de Europa”, ooh, la, la, la.

La entrega de las armas ha supuesto un fracaso democrático. Tras décadas de luchar contra los intentos de que una banda de asesinos pasara por ser un ejército, de pronto una parte de los demócratas, repartida entre políticos y periodistas, accede a dar ese trato a la banda en su hora terminal. Creyendo que estaban narrando la derrota militar de ETA han narrado la derrota de la paz demócrata. La claudicación tiene sólidos antecedentes lejanos. La misma palabra rendición que siguen utilizando los demócratas, exigiéndosela a ETA. No deja de ser la palabra que un ejército exige, ¡y concede!, a otro. También la palabra derrota, que es el título que ponen los demócratas al relato del final de ETA, participa de esa equiparación entre ejércitos. ¿Acaso se derrota al malo en serie? ¿Cómo derrotar a algo como el terrorismo, que no ha ganado nunca, en ninguna parte, porque en realidad no lucha? ¿Lucha el orate? No, solo mata.

Por mucho que el orate político, a diferencia del orate común, exija algo a cambio de su no crimen -que el pueblo vasco sea libre, por ejemplo-, la imposibilidad de cumplir su exigencia agota el crimen en sí mismo. Pero eso no quiere decir que ya no quede en el País Vasco algo o alguien contra lo que un demócrata deba luchar. Quedan los 300 mil vascos que creen que ETA fue un ejército, cuya lucha tuvo causas, que es la manera sombría y eufemísticamente delincuente con que se dice causas justas, y que consideran que sus gudaris (uf: qué haría la escritura sin la cursiva profiláctica) se sacrificaron y que no fue en vano.

No sólo el sacrificio de los suyos: su corazón de doble fondo considera que las víctimas, los muertos, los heridos, los desterrados, también son parte de los inevitables sacrificios para que este País Vasco nuestro haya puesto un pie firme en la historia. Son esos 300 mil que vivieron sin sacrificio, sin responsabilidad y sin cuidado a la sombra caldeada del crimen y que hoy ocupan buena parte del poder político y social, contra los que hay que luchar. Contra ellos y la xenofobia victoriosa que los impregna.

Las palabras no construyen nada. Ni ejército organiza un ejército ni rendición la ordena ni derrota la endosa. Las palabras hacen algo mucho más interesante, que es reflejar lo que somos, aun contra nuestra voluntad. Muchos demócratas, incluso demócratas heroicos que lucharon contra ETA, que se hubieran resistido como jabatos a admitir que ETA era un ejército, acto seguido exigían su rendición y su derrota porque, en realidad, habían interiorizado que ETA era un ejército. Un ejército, además, con su prosa: sus comunicados, su detalle de las operaciones, su justificación. El error más profundo de la cobertura periodística y política de ETA ha sido la reproducción de su discurso. Y ha llegado hasta este mismo fin de semana, cuando el comunicado del desarme se ha tratado con la unción que merece un incunable. Dar la palabra al terrorismo no habrá tenido mayor consecuencia respecto a la difusión de sus ideas. Eso no es lo importante.

Pero ha servido para asignar entidad, cuerpo, al grupo de criminales; para insistir en que había algo más que un grupo de orates que habían adoptado la política al modo en que otros adoptan el sesso. Las palabras son prestigiosas por sí mismas, con independencia de la experiencia que traduzcan. Los asesinos comunes se distinguen de los políticos en que no hablan en los periódicos. Como en el caso de la rendición y el ejército, políticos y periodistas subrayaban justo esto: que ETA era una banda de criminales, sin más. Y luego de subrayarlo se entregaban a la difusión y análisis de sus comunicados, legalizando lo clandestino. Una práctica extravagante: como si en el Londres bombardeado los periódicos hubiesen difundido las razones y consignas nazis.

Cuando alguien recurre a la violencia para difundir sus ideas la democracia debe retirarle su derecho a la palabra; y la democracia española nunca cumplió con esa obligación. Nuestra pusilanimidad democrática debatió mucho sobre la conveniencia de mostrar cadáveres en las portadas y mucho menos sobre la difusión gratuita de las palabras con que los terroristas ponían en contexto esos cadáveres de visión tan desagradable. Extraño respeto a las víctimas el que las ocultaba mientras especulaba con las razones por las que debieron [de] morir: desde aquel remoto frecuentaba círculos ultraderechistas hasta el sabían lo que hacían cuando mataron a Ernest Lluch.

Todo esto tiene implicaciones para las víctimas. Nunca he comprendido su relación con el perdón. Hace años escribí que los que exigen a ETA que pida perdón parecen ignorar que tendrán que dárselo. La exigencia es otra tortuosa forma de dar coherencia y prestigio a los asesinos. Es ontológicamente imposible que ETA pida perdón. La serpiente no pide perdón. ETA solo fue un dedo en el gatillo. El perdón, como cualquier actividad elaborada de la conciencia, no está a su alcance. Como máximo un hombre, o lo que quede de él, podría pedir perdón a su víctima. A lo que quede de su víctima. Y ésta sabrá si aceptarlo. El único perdón colectivo deberían pedirlo los 300 mil vascos. Pero eso supondría reconocer algo terrible: que ellos, pueblo vasco al que con toda justicia se le han devuelto las armas, fueron ayer los autores intelectuales del crimen tanto como son hoy sus perversoss encubridores.

Y tú, sigue ciega tu camino

A.



Aportación de Leonard Giovannini al texto de Arcadi, en el blog de éste, 260317:

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Mujeres que leen cartas, por Leonard Giovannini

Hoy plagiamos una obra de Théodule Augustin Ribot. Esta vez K se encarna en una señora más de su edad.

La idea, en un primer momento, era colocar a un encapuchado vistiendo un grotesco uniforme de general y masajeando los hombros de K. Pero la metáfora velaba la realidad. El único modo de representar lo sucedido en España en los últimos cincuenta años es retratar a todos y cada uno de los criminales y a todos y cada uno de los simpatizantes del crimen. A los trescientos mil. Por ello, detrás de K hay una inmensa pared con trescientos mil retratos (de los que solo vemos medio centenar, afortunadamente). Hemos recurrido a la obra de Ken Currie, cuyo estilo es muy apropiado para pintar jovenlandesalidades despellejadas. En fin, puesto que los criminales y sus simpatizantes insisten en que no se les olvide ¡debemos concedérselo! Proponemos, por lo tanto, un 1959 inverso.

Ahora bien, este proyecto supera incluso la capacidad de trabajo de un Abreu. Trescientos mil retratos, algunos de ellos de rostros francamente estomagantes, requieren trabajo en equipo. Lo más práctico -y pedagógico- es que los trescientos mil se pinten a sí mismos. Cada uno realizará su propio retrato (¡en la época de Photoshop, cualquier fotografía se convierte en pintura al óleo!) en un acto que será de reconocimiento de culpa o de autojustificación o de orgullo radiante según el grado de vileza que retenga cada uno.

El proyecto Los Trescientos Mil requiere la habilitación de un gran edificio -en el centro de Bilbao, por ejemplo- donde exponer de forma permanente los retratos de los criminales y de los trescientos mil simpatizantes del crimen. No debe haber en todas las instalaciones ni una mención a Eta, ni una bandera, ni un emblema; ningún símbolo, meros espejismos. En todos estos años solo ha habido criminales y simpatizantes del crimen.

El Verdadero Pueblo Vasco, los Trescientos Mil Héroes, los Gudaris y sus Chachas, nos deben ese museo. Han sido libertadores primero y pacificadores después, de modo que no tienen por qué avergonzarse: van a colaborar. Sus nietos podrán recordar la alegre muchachada que fueron

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Collage de arcu, 09 de abril de 2017​
 
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Juicio | Opinión | EL PAÍS

Juicio

El instrumentalismo simplón y el escapismo copan las justificaciones sobre ETA

José María Ruiz Soroa

8 ABR 2017 - 09:10 CEST

Argüía hace semanas Arnaldo Otegi, en un enésimo intento para ir camuflando la iniquidad de su posición política en los años del terror, que “él nunca había dicho que apiolar estuviera bien”; es más, añadía, “ni siquiera ETA dijo nunca que apiolar estuviera bien”. De lo que se deduciría, se supone, una cierta absolución jovenlandesal para quienes practicaron o ampararon con su discurso la matanza. Nunca dijeron que estaba bien, lo hicieron poco menos que a regañadientes jovenlandesales.

Bastaría con observar que si bien es cierto que nunca dijeron que estaba bien apiolar personas por la independencia del pueblo vasco, no es menos cierto que tampoco dijeron que estaba mal. En pocas palabras, nunca expresaron ningún juicio jovenlandesal sobre la matanza, probablemente porque no lo tenían. Ellos estaban en un lugar situado más allá de los juicios jovenlandesales. Y allí siguen. En eso radica su iniquidad, en no querer juzgar. Profieren, eso sí, juicios instrumentales o utilitarios sobre si el terrorismo ha servido o no para algo, hacen juicios de oportunidad acerca de si cabía o no otra postura, pero no hacen juicios jovenlandesales, esos que tienen que ver finalmente con el bien y el mal. Esta misma semana Julen Madariaga, fundador de ETA, se declaraba inmerso en profunda reflexión sobre si estuvo bien o no ponerla en activo y se absolvía diciendo que había servido para despertar al Pueblo. Pura razón instrumental. No, el juicio jovenlandesal es ése que distingue dos ideas en la palabra bien, como estableció Kant, distingue entre lo bueno (das Gute) y lo provechoso (das Wohl), y sólo tiene en cuenta la adecuación a lo primero para declarar jovenlandesal una conducta. El terrorismo ha podido ser provechoso o útil para acercarse a los fines perseguidos en la mente de sus autores, pero es radicalmente inmoral (no está bien) porque viola la formulación del imperativo categórico que obliga al ser humano a actuar de tal modo que tome a la humanidad, a cualquier otro, siempre como un fin en sí mismo y nunca como meramente un medio. Instrumentalizar al ser humano, ese es el mal.

Claro que cuando Txabi Echevarrieta asesinó a sangre fría en junio de 1968 a José Antonio Pardines y puso en marcha el tren del terror no se estilaba mucho, política e intelectualmente hablando, el seco jovenlandesalismo de raíz kantiana. Eran tiempos hegelianos, en los que lo trascendente era subirse al tren de la Historia (con mayúscula) o al del Pueblo, o al de la verdadera Libertad. Los juicios dominantes subordinaban cualquier consideración al fin trascendente con el que los activistas tenían línea directa, y lo demás eran quejas de las almas bellas y jovenlandesalismo universalista vacío. Pardines era una florecilla pisoteada por el tren de la Historia.

Pero para cuando Otegi dejó ETA y se dedicó a jalear su inevitabilidad, la historia (con minúscula) había acumulado ya tantas florecillas en el basurero del Pueblo Vasco como para que mucha gente redescubriera a Kant, o a los derechos humanos. Era ya hora de los juicios jovenlandesales, aquellos que en los sesenta sonaban a liberalismo bobo o a burguesía tímida: apiolar a un hombre era solo eso, apiolar a un hombre. Y está mal. Mantenerse como hace el personaje Otegi en los juicios instrumentales o utilitarios, o en la empatía simplona ante el sufrimiento (a todos nos duele), no es sino escapismo ético. No querer juzgar para no ser juzgado.

Escapismo en el que, cómo no, no está solo nuestro Otegi y nuestros terroristas. Porque huida de la jovenlandesal es también el subordinar la realización del juicio ético sobre la matanza al hecho de los demás, el mundo entero, lleve también a efecto idénticos juicios jovenlandesales sobre otras violencias, sobre todas las violencias. Estamos en contra del terrorismo, cómo no, nos dicen los Iglesias de turno, pero suspendemos nuestra condena hasta que los demás hagan también la suya. Condenar una sola violencia es tanto como justificar las demás, dicen, una trampa saducea. Al final, de nuevo, puro instrumentalismo el de poner entre paréntesis el propio juicio mientras no baje a la tierra el juicio universal. Instrumentalismo también, aunque más inteligente y mejor disfrazado, el de quienes acumulan víctimas en la memoria histórica del Pueblo Vasco (de nuevo con mayúscula) para ver así de recontextualizar y devaluar lo sucedido en los años del terror. Si conseguimos, parecen pensar, que todos imaginen un carro inmenso de florecillas tronchadas a lo largo de una historia sin fin (el Conflicto), en el que entran las de Gernika y las de ETA, lograremos que la sociedad, personas de aquí y ahora se lamenten de todo pero no enjuicien nada en concreto. Y en ello estamos promocionando el teatrillo.

J. M. Ruiz Soroa es abogado.
 
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