Eric Finch
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El aliado y el ‘incel’
3 DE SEPTIEMBRE DE 2023
La polémica de Rubiales presenta muchas ramificaciones. Una de ellas es la aparición de dos figuras modernas: el aliado y el incel.
El aliado es el hombre feminista. El hombre feminista activista, concienciado. Esta figura recuerda a la del compañero de viaje del comunismo, el que no siendo comunista estaba cerca de su lucha. «Con el comunismo hasta la fin. Pero ni un paso más», que ahora el aliado podría reformular: «Con el feminismo hasta la cama, ¡pero ni un paso más!».
El feminismo iba a masculinizar a la mujer, pero también feminiza la sociedad. Por eso, el aliado primero, el más listo, es el que, antes de hacerse feminista, ya iba regalando los oídos de las mujeres. Todo ahora tiene un predominio femenino y hasta para escribir (o sobre todo, para escribir) hay que ganarse a la mujer, gran consumidora, gran lectora, gran aficionada, gran votante.
Todo busca gustar a la mujer. Presentar ese no sé qué seductor de un Julio iglesias.
Por eso, aquí hemos pasado de ver el machismo o machirulismo años 80, loquillesco, o el machirulismo indie de los 90, tras*formarse en unos discursos jovenlandesalistas de hombres concienciados que defienden activamente la nueva causa. El cambio de chaqueta ha sido colosal, con dimensiones de tras*ición. Despiadados amadores y hombres que discutían el sufragio femenino fungen ya de feministas.
Pero para que el movimiento sea coherente, para que el nuevo culto tenga credibilidad, hay que sacrificarle alguna pieza de vez en cuando, y a raíz de lo de Rubiales, el feminismo se ha cobrado la cabeza de un periodista que para colmo era periodista cultural y además muy feminista.
Mi teoría o mi sospecha es que la cancelación del periodista ha sido ayudada por ir muy lejos él en su feminismo. No se puede ser más papista que el Papa.
El feminismo masculino aceptable y de más éxito es el que apoya la causa, pero sin teorizar. Sin liderarla. El aliado más listo es el que dice: teoriza tú, mujer, que ahora te toca, y con dosis mágicas de cinismo y oportunismo adorna su cofeminismo, su apoyo, su ser compañero pero solo compañero, su sujetarle el bolso político-conceptual a la fémina, con un tono dulce y acaramelado. Ejemplos hay, y no daré nombres. El mundo nuevo exige un hombre nuevo con un tono nuevo: la suavidad llora-orinocos, el ternurismo más descarnado y la emotividad más dialogada.
En esto hay auténticos maestros. Hacen lo que Julio Iglesias hizo con la música: susurrar. Pongan la Ser, Onda Cero, lean un periódico, escuchen TVE, ¿no oyen los susurros?
La antigua matraca de cantautor ha sido sustituida por la seducción a lo Julio Iglesias. El soniquete melodioso. El tonito de arrullo, de gustar, ese bamboleo perfilado, ese ¡weeea, mujer! El hombre cantautor, con su turra guitarrera, sería el aliado-teórico. Este individuo no triunfará del todo. Tan importante como la teorización es acompañar con tono.
Y ese tono está en todo: en el periodismo, en la literatura, en la política, en los deportes, y hasta en los toros, según dicen los que saben.
Y ahí irá, a por la pasta y el cherchez la femme, el contingente pícaro de los nuevos aliados en tropel: los que tengan talento, a por el tono suave clitorial de intelectual satisfyer; los que menos, a repetir papagayamente los clichés feministas, con su cómica indignación anexa, en segundo plano, un discreto segundo plano, estilo duque de Edimburgo, ¡hay que ser Duques de Edimburgo de la indignación feminista!
El tuit de otro periodista aliado, precisamente, nos permitió estos días enlazar el caso Rubiales con la figura del incel. Porque los señalaba. Quienes dudan de la versión oficial serían incels, desconocedores absolutos del trato con la mujer.
El incel es el célibe involuntario, el hombre expulsado del mercado sensual. Esto surgió por obra de una mujer canadiense, que abrió un blog o un foro para quejarse de que no ligaba. Luego siguieron los hombres y comenzó algo así como una subcultura, forma de llamar a los guetos opinativos.
¿Son los aliados una subcultura? No, en cierto modo son el modelo de masculinidad de éxito. La barba cuidada, la masculinidad matizada, el eros y el discurso a buenas con el feminismo.
Y ese éxito se observaba en las palabras del periodista que venía a llamar incels a los ‘defensores’ de Rubiales. «No han hablado con una mujer que no sea su progenitora».
Pero ¿tienen razón los incels? La realidad es que hay mucha gente, y mucha gente joven, fuera del sesso. Hay tendencias que llevan a eso. Por ejemplo, el incremento del juego de maquinitas, antiguo arcade. El gaming como ocio frente al alcoholismo social de los 80 y 90. Esto reduce la posibilidad de sesso casual (las rondas de última hora en las discotecas, el mítico encuentro de listonazos, sería considerado ahora cultura de la violación). También, por ejemplo, se reduce el número de parejas surgidas en el trabajo. Desde mediados de los 90 empezó a bajar y los nuevos códigos de conducta no invitan a pensar que mejore.
Así que lo que queda, en soledad creciente, son las apps e Internet, y aquí hay una realidad demostrada: las preferencias de hombres y mujeres no se acoplan. En un estudio en sitios de ligue en EEUU, se vio que los hombres califican a las mujeres siguiendo un modelo de probabilidad normal. En el eje x: de menos a más atractivas, su valoración se distribuye como una suave curva normal. Pero en el caso de las mujeres, es completamente asimétrica: casi todos los hombres les parecían poco o nada atractivos.
Así que muchos hombres quedan fuera del mercado sensual. Y si ante el feminismo hegemónico esgrimen su queja, reciben una estigmatización: los incels se consideran afluentes de la extrema derecha y, como disidentes del feminismo, recibirán una censura creciente. Serán los negacionistas de esto.
Frente a ese cóctel de abstinencia y estigmatización, el aliado, siempre en la brecha, presume con un corte de mangas: él sí conoce a la mujer, él sí toca pelo. En esto hay una jactancia de triunfador frente a los que el mercado sensual fue «dejando atrás». Se invierten así las cosas en un discurso que algunos llamarían ¿neoliberal?: el aliado culpa al excluido del mercado de su propia suerte. El incel, parado del amor, desempleado del sesso, no ama porque no quiere, porque es inepto, poco apto, incapaz, extremista… Porque no sabe escuchar, comprender, adaptarse (¡porque no sabe feminismo!). O de otra forma: sus quejas están conformadas por el rencor y la ignorancia (ignorancia de hembra). Alt-right amorosa.
¿Cuántos incels desesperados, en lucha consigo mismos, decidirán hacerse aliados por pura flaqueza? En ese punto, en esa lucha agónica, se debate algo crucial.
El aliado, que mezcla progresismo y ejemplaridad, es un hombre feminista e íntimamente (en lo cárnico) neoliberal. Sistema puro. En su tartufismo, hipocresía, picaresca y adaptabilidad encontramos una figura odiosa a la vez que portentosa.