Elpaisdelasmaravillas
Madmaxista
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Nunca una biografía autorizada fue tan problemática. Hace ahora 25 años se publicó ‘El Rey’ (1993), ensayo de José Luis de Vilallonga sobre Juan Carlos I, basado en más de 70 horas de conversación con el monarca. El libro generó todo tipo de rumores sobre tensiones internas en la Casa Real por la pertinencia o no de su publicación. Pese a que ya ha pasado un cuarto de siglo, las fuentes consultadas para realizar este artículo siguen sin ponerse de acuerdo: unos califican el libro de “gran éxito” y otros de “gran cagada”. En efecto, de la 'cagada' al 'éxito' hay un abismo, ¿pero y si todos tienen un poco de razón? Teoría: cuando hay un Borbón revoltoso por medio, todo es posible, hasta que éxito y cagada no sean términos contradictorios, sino complementarios...
Bienvenidos a la historia oculta del libro que hizo entrar en pánico a la Casa Real por las indiscreciones de Juan Carlos I, soliviantó a varios protagonistas de la tras*ición y el 23-F (Suárez, Armada), puso uno de los últimos clavos en la tumba del gran fontanero real (Sabino Fernández Campo), pudo hacer quebrar una editorial histórica (Plaza & Janés)... y pese a todo se vendió como rosquillas y supuso un triunfo propagandístico para un Juan Carlos I cuya capacidad para salirse del carril en sus ratos libres tocó techo, al tiempo que su reinado iniciaba un lentísimo declive por eso mismo…
Duelo de titanes campechanos
Escribir una biografía autorizada basada en entrevistas a Juan Carlos I era un proyecto maldito mucho antes de que a José Luis de Vilallonga se le ocurriera intentarlo en el verano de 1991. Sabino Fernández Campo, secretario y jefe de la Casa Real (1977-1992), se había ganado una merecida fama de cancerbero: dos veces se había puesto en marcha el libro —con Miguel de Grecia y Baltasar Porcel de biógrafos— y dos veces se había parado, pese a las muchas horas de entrevistas realizadas; no porque los biógrafos se hubieran excedido en algún momento —Porcel, de hecho, llevó con absoluta discreción la decisión de la Casa Real de tirar su proyecto a la papelera— sino por un exceso de precaución. En ese contexto, no sería muy aventurado deducir que a Sabino le debió dar un telele cuando Juan Carlos I le comunicó que su nuevo biógrafo iba a ser José Luis de Vilallonga, escritor, aristócrata, 'bon vivant'... y con una merecida fama tanto de progre como de poco discreto. Lo que es seguro es que Sabino le dijo al Rey que lo de Vilallonga no era buena idea, y que su advertencia cayó en saco roto. En la biografía de Sabino —’La sombra del rey’, Manuel Soriano, 1995— se describe lo ocurrido como “profunda discrepancia”. La biografía ‘autorizada’ del Rey empezaba con mal pie desde el minuto uno.
¿Por qué el Rey eligió a Vilallonga como biógrafo real contra el criterio de Sabino? Al margen de las innegables cualidades de Vilallonga como cronista, jugaron a su favor otras circunstancias más mundanas: el aristócrata formaba parte de la pandilla mallorquina de Marta Gayá, entonces y ahora (tras varios desvíos por el camino) amiga íntima del Borbón. Hacía tiempo que Vilallonga y el Rey compartían confidencias y cuchipandas en los veraneos en la isla. Un clima de confianza que quizás explique la ligereza con la que don Juan Carlos iba a tratar ciertos asuntos de Estado en la biografía.
El libro comenzó a escribirse en invierno de 1992, durante la larga convalecencia del Rey tras un accidente de esquí en Baqueira. Con Vilallonga visitando su despacho en Zarzuela por las tardes, y con el monarca fumando Cohibas y disertando relajadamente sobre su reinado. Estábamos ante un duelo de titanes campechanos en toda regla.
“Creo que don Juan Carlos fue muy valiente al autorizarme a escribir ‘El Rey’, y que demostró, haciéndolo, tener un gran conocimiento de lo que puede esconderse tras la de derechasda que nos sirve a todos de protección. Consintió más de una vez que le hiciera preguntas altamente indiscretas. Siempre contestó a todas. Yo sabía —y él también— que al día siguiente los dos nos arrepentiríamos, yo de haber hecho tal o cual pregunta y él de haberla contestado. ‘Esto —me había dicho el Rey— no debería contártelo. Pero tú sabrás lo que conviene hacer con ello”, admitiría Vilallonga en un libro posterior (‘Franco y el Rey’, 1998).
El aristócrata aportó más datos sobre la laxitud retórica y conceptual del monarca en la introducción de ‘El Rey’. “No me hagas hablar ordenadamente de las peripecias en las que me he visto metido. Mejor es que charlemos como dos amigos”, dijo el monarca el primer día. “El Rey hablará según le plazca”, concluyó Vilallonga. ¿Incendio asegurado?
Un negocio muy arriesgado
Uno de los elementos clave del embrollo es que el encargo de escribir una biografía de Juan Carlos I no vino de España, sino de Francia, lo que iba a limitar la capacidad de la Casa Real para cambiar según qué cosas del texto... francés.
El editor francés Bernard Fixot pagó un generoso adelanto a Vilallonga por el proyecto. Fue él quién negoció la venta del libro a España: de entrada pidió 50 millones de pesetas. Mucho dinero para una editorial histórica —Plaza & Janés— que pasaba por graves apuros económicos, pero que decidió hacerse con los derechos españoles del ensayo tras un tortuoso proceso interno: la gran mayoría de la junta directiva de Plaza & Janés —12 de los 14 miembros— se mostró en contra de comprar el libro, pero prevaleció la opinión del director general —un directivo alemán del grupo Bertelsmann, que había comprado la editorial en 1984— y del director editorial, el editor Enrique Murillo, cerebro de toda la operación. “Los directivos no se oponían por razones políticas de ningún tipo, sino porque iba a ser un libro muy caro. Recuerdo bien la frase del director comercial: ‘Los libros de Vilallonga no venden”, cuenta Murillo a El Confidencial.
En octubre de 1992, Murillo contrató el texto en la Feria del Libro de Fráncfort tras firmar con Fixot un “contrato escrito a mano” y con una pequeña rebaja. “Salió por 45 millones de pesetas [521.000 euros al cambio actual], pero era una apuesta muy arriesgada. Plaza & Janés estaba en una situación terrorífica: llevaba tiempo perdiendo más de 1.000 millones al año. La apuesta era sacar el libro de Vilallonga para salvar la editorial”, cuenta Murillo. Salvarla… o acabar de hundirla.
Fue una decisión a la desesperada: apostarlo todo a un libro que tenía todas las papeletas para dar problemas… como así fue.
Hablamos por teléfono con Enrique Murillo sobre la trastienda de la publicación.
PREGUNTA. ¿Cuál fue su primera toma de contacto con el proyecto de Vilallonga?
RESPUESTA. Meses antes de contratarlo. José Luis [de Vilallonga], con quién había trabajado antes, me iba leyendo extractos por teléfono. Yo conocía el jaleo que había en la Casa Real sobre la mera existencia del libro, pero Vilallonga me aseguró que el Rey estaba enterado de todo lo que iba escribiendo y que se iba a publicar seguro.
P. ¿A qué se refiere con jaleo? Se dice que Sabino Fernández Campo llegó a escribir un informe enumerando los motivos por los que no era buena idea que se escribiera…
R. Yo ese informe no lo he visto, pero era conocido que Sabino no estaba de acuerdo con el libro.
El desacuerdo entre Sabino y el Rey —que acabaría en ruptura poco tiempo después— se agudizó cuando el manuscrito llegó a Zarzuela. Escena narrada así en la biografía de Sabino: “Vilallonga entregó en la Zarzuela el original y, al leerlo, Sabino se alarmó… El jefe de la Casa creía que la obra sería contraproducente para la Corona y así se lo hizo saber a don Juan Carlos. A Sabino lo que le parecía más grave era que el Rey apareciera hablando de los entresijos y de los personajes del 23F. Insistió con rotundidad en que don Juan Carlos no debía aparecer relatando en primera persona tan controvertido suceso”. Entonces empezó a sonar el teléfono de Murillo.
P. ¿Cuándo contactó con usted la Casa Real?
R. Nada más recibir las galeradas en francés, recibí una llamada de la Casa Real diciéndome que el libro no se podía publicar. Creo recordar que me llamó Rafael Spottorno [secretario general de la Casa del Rey desde enero de 1992].
P. Porque Sabino ya se había ido…
R. Eso es. Me dijeron: "Usted ha contratado este libro, pero este libro no se puede publicar". Les dije que era consciente de las disensiones en la Casa Real, pero que el libro lo había comprado una multinacional de la edición y que naturalmente sí se iba a publicar. Me convocaron a una reunión en la Zarzuela… Luego hubo tres o cuatro reuniones más a las que asistieron Fernando Almansa [que acababa de sustituir a Sabino como jefe de la Casa del Rey] y Spottorno…
P. Y hubo acuerdo...
R. La actitud fue amistosa desde el principio. Ellos sabían que no podían impedir la publicación del libro y yo me presté a escuchar sus sugerencias. Los tres teníamos una copia del manuscrito en francés, fuimos viendo dónde podía haber problemas y limamos. No hubo censura, pero sí introdujimos algunos cambios. Almansa y yo viajamos luego a París a convencer a Vilallonga de que había que hacer esos cambios, que no fueron muchos.
P. Se cortaron extractos donde el Rey aludía a Suárez y a Armada...
R. Bueno, tomé la prudente decisión de destruir más tarde el manuscrito con las correcciones… Así que ahora mismo no podría comprobar los detalles concretos de lo que se cortó, pero se trató de pulir algunos deslices poco diplomáticos del Rey…
P. ¿Recuerda discutir esos deslices con la Casa Real? Me refiero en concreto a las partes cortadas sobre el 23-F.
R. El problema de fondo es que había militares condenados por el 23-F que podían aprovechar ciertos pasajes del libro para intentar reabrir el caso. Se trataba de evitar que el libro pudiera ser utilizado por los condenados. Era poco prudente no asumir esas correcciones: la reapertura del caso —juzgado y sentenciado— hubiera generado un grave problema a la democracia española.
Como recuerda Murillo, la versión española del libro no difería mucho de la francesa, pero el asunto no es menor: lo que se recortó podía haber resucitado un agujero neցro de la sentencia del 23-F...
La fisura del juicio a los golpistas
Durante el juicio del 23-F, los abogados defensores de los golpistas intentaron que el Rey declarara como testigo porque, según ellos, sus clientes habían actuado en su nombre y por obediencia debida, y en cualquier caso, Juan Carlos I había realizado gestiones durante el 23-F que era necesario aclarar para conocer la verdadera naturaleza del golpe de Estado.
Zarzuela utilizó todos sus resortes para sacar del foco judicial al monarca y que su nombre apareciera lo menos posible en las actas del consejo de guerra. Hasta el punto de atribuir a Sabino conversaciones con Armada la noche del 23-F... que en realidad había mantenido el Rey. Conversaciones que el Rey admitía haber tenido en el libro de Vilallonga, sin ser consciente quizá de que estaba abriendo la Caja de Pandora...
En efecto, Sabino negó en la vista pública del 23-F que el Rey hubiera hablado esa noche con Armada, contradiciendo el testimonio del general y principal acusado de la asonada. Los jueces militares hicieron más caso a Sabino que a Armada en ese punto: más allá de las referencias a hechos absolutamente innegables —el mensaje televisivo del Rey y el envío de dos télex firmados por el monarca a la Junta de Jefes de Estado Mayor y a Milans del Bosch—, el nombre de Juan Carlos I brillaba por su ausencia en la sentencia del 23-F.
Merece la pena revisar lo que se cuenta sobre Vilallonga, el Rey y el 23-F en ‘La sombra del Rey’, porque la biografía de Sabino refleja el punto de vista del fontanero real: “El libro de Vilallonga venía a poner en evidencia el laborioso y discreto trabajo que diversas instituciones y funcionarios habían realizado para proteger al Rey frente a las campañas insidiosas de los golpistas y sus defensores durante el juicio… Sabino tuvo que emplearse a fondo para dejar al margen del procedimiento judicial a don Juan Carlos. Incluso en el sumario aparecía él como responsable de algunos actos del Rey, pero la polémica biografía venía a echar por tierra aquellas medidas cautelares. Por primera vez se entrecomillaban en boca del Rey juicios sobre personas y circunstancias que podrían reabrir el caso… La publicación del libro echaba por tierra el esfuerzo de los jueces y del staff de la Zarzuela, reabriendo un suceso extraordinariamente controvertido. Tratándose de un testimonio tan cualificado, el que Vilallonga atribuye entre comillas al Rey, podía haber dado lugar a una demanda de revisión de las sentencias”.
Resumiendo: Zarzuela mintió para blindar al monarca de los ataques durante el juicio del 23-F; pero 12 años después del golpe de Estado y 11 después del juicio, el libro de Vilallonga resucitaba una historia que era mejor no menear.
Lista de ofendidos
Los relativos a Armada y el 23-F no fueron los únicos cambios en la versión española del libro. El Rey le contó a Vilallonga que Adolfo Suárez, entonces presidente del Gobierno, había engañado a los militares en 1976/7 al asegurarles que no legalizaría el Partido Comunista. Tras leer el manuscrito francés, Suárez escribió a Zarzuela un texto de cuatro páginas desmintiendo taxativamente al monarca (reproducido por Pilar Urbano en los anexos documentales de su libro ‘La gran desmemoria’). La Casa Real decidió eliminar dichos fragmentos, al igual que una serie de valoraciones más o menos despectivas —hechas bien por Vilallonga bien por el Rey— sobre Milans del Bosch, Arias Navarro, Tarradellas y don Juan de Borbón.
Alfonso Armada también pidió retirar una crítica a su persona. La Casa Real aceptó. El fragmento era el siguiente: “Es infinitamente, triste, José Luis, descubrir que un hombre [Armada] en el que había puesto toda mi confianza desde hace muchos años me traicionaba con tanta perfidia”.
¿Por qué el Rey no podía criticar a un militar condenado por golpista? ¿Había miedo a Armada? Son preguntas que no son fáciles de responder, pero que sí podemos poner en contexto histórico con la ayuda de los dos libros sobre el 23-F que más repercusión han tenido en los últimos años: 'Anatomía de un instante', de Javier Cercas, y 'La gran desmemoria', de Pilar Urbano.
Durante los meses anteriores al Golpe, el general Alfonso Armada maniobró para tumbar a Adolfo Suárez, y encabezar un gobierno de salvación nacional pluripartidista. Ni el Rey ni algunos socialistas vieron con malos ojos la opción Armada. Contra la opinión de Suárez, que consideraba a Armada un golpista en potencia, el Rey le nombró segundo jefe del Estado Mayor el 12 de enero de 1981. Armada, por tanto, volvía a Madrid. Asediado por todos, Suárez dimitió el 29 de enero de 1981. “No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”, alegó Suárez. Pero Armada, al que le habían dado mucha cuerda, decidió hacer como si nada: si no podía ser Presidente del Gobierno por las buenas, lo sería por las malas, y activó un golpe de Estado un tanto chapucero: cuando la noche del 23-F llegó al Congreso y le dijo a Tejero —con el que había pactado el golpe— que debía retirase y dejarle encabezar un gobierno de concentración nacional en el que cabrían ministros socialistas y comunistas, Tejero armó en cólera y le echó del Congreso. O cuando la confusión entre golpe duro y golpe blando deriva en astracán.
En otras palabras: si los meses previos al 23-F Armada jugó la carta de la ambigüedad —vendió que el Rey le había dado permiso para mover el árbol— tras ser condenado como organizador de la asonada, jugó la carta del silencio. Dada su fama de intrigante y el hecho de que conocía muchos secretos del Rey más allá del 23-F —fue su instructor militar desde 1954, jefe de la secretaría del Príncipe y secretario de la Casa del Rey hasta 1977—, quizás era mejor que Armada permaneciera en silencio y no tocarle mucho las narices en el libro de Vilallonga. ¿Pacto de no agresión?
La caída de Sabino
‘El Rey’ arrancó con una tirada de 30.000 ejemplares y acabó vendiendo 10 veces más: 300.000. “Una barbaridad” para un ensayo, según Murillo. “El éxito fue bestial. Creo que Sabino se equivocó, porque a la Casa Real le salió extraordinariamente bien la jugada. El libro contribuyó a legitimar al Rey”, zanja el editor Enrique Murillo.
Visto el éxito, cabría pensar que Sabino se pasó de agonías. Pero, claro, se trata de una valoración a toro pasado que no tiene en cuenta el contexto de la época, porque igual Sabino sí tenía motivos para estar preocupado por las iniciativas heterodoxas del Rey: corría el glorioso 1992 —cuando la satisfacción con la democracia y la monarquía estaba en máximos eufóricos—, pero pese a ello, o quizá precisamente por ello, el Rey estaba un tanto desaforado. Por explicarlo con un símil futbolístico: Sabino era el Mourinho de los secretarios reales, le gustaba jugar con muchos defensas y evitar riesgos innecesarios; rigidez táctica que chocó varias veces durante ese año mágico con el carácter aventurero de Juan Carlos I. Hasta que la situación se hizo insostenible y se convirtió en un ‘o tú o yo’...
El libro de Vilallonga erosionó la relación entre Sabino y el Rey y fue uno de los motivos de la ruptura en enero de 1993. El divorcio (o mejor dicho: el despido de Sabino) se desencadenó también por otros motivos: de las inquietantes maniobras de acercamiento de Mario Conde al Borbón —son los meses previos a la intervención de Banesto (diciembre de 1993), cuando el banquero, que derrocha aún popularidad y carisma, maniobra para pasar de líder financiero a líder político y merodea por Zarzuela como Pedro por su casa— a las escapadas secretas del Rey a Suiza para reunirse con Marta Gayá (que contaron con la ayuda logística de Vilallonga), ante la estupefacción de un Gobierno socialista obligado a hacer cabriolas legales por la ausencia del monarca.
‘Cubrir’ al Rey se convirtió en 1992 en un quebradero de cabeza. Hasta el punto de que tanto Sabino como el Presidente del Gobierno, Felipe González, lanzaron veladas advertencias a Juan Carlos I coincidiendo con su ‘fuga’ suiza de ocho días con Gayá: el 18 de junio de 1992, preguntado si había consultado con el Rey el nombre del nuevo ministro de Asuntos Exteriores (Francisco Fernández Ordoñez tenía un cáncer terminal y Javier Solana iba a ocupar su puesto), Felipe González espetó: "No he podido hacerlo porque el Rey no está". España entera se acababa de enterar de que el monarca estaba fuera del país sin motivo aparente. Luego nos enteraríamos de que el Rey había firmado una ley en Madrid… un día que estaba en Suiza. "O el lugar es falso, o la fecha es falsa o la firma es falsa", resumió ‘El Mundo’ sobre este fenómeno paranormal.
Al día siguiente del aviso para navegantes de Felipe González, ‘El País’ publicó que Juan Carlos I estaba haciéndose un “chequeo médico rutinario” en Suiza, “según fuentes de la Administración”, lo que no solo no era cierto sino que redobló la histeria: ¿estaba el Rey enfermo?
Para acabar de rematar la ceremonia de la confusión, Sabino apareció esa mañana en directo en el programa de radio de Luis del Olmo, para desmentir la enfermedad del monarca… y mandarle un recadito: “Lo que yo creo y lo que se me ha dicho es que está descansando, un pequeño descanso, descanso de montaña que le viene muy bien. Dar paseos. No es ninguna cosa médica, pero es una cosa complementaria para la salud" (traducción libre de 'lo que se me ha dicho': el Rey está fuera de control y yo no me hago responsable).
Javier Ortiz disparó esos días con bala desde las páginas de opinión de ‘El Mundo’: “Si se dedica a mandar a su señora a los actos oficiales para él marcharse cada dos por tres de alegres vacaciones... pues lo mismo va la gente y se cabrea, y le da por pensar que tal vez un presidente de la República podría salirle más económico. No sería la primera vez que este país hiciera, por así decirlo, Borbón y cuenta nueva”. La opinión de Ortiz era tan arriesgada como inédita, dado el pacto de silencio entre la prensa y Zarzuela vigente desde la tras*ición, pero el incendio por la fuga del Rey con su amiga íntima no pasó a mayores. Eran otros tiempos…
El 'lo que se me ha dicho' de Sabino no le hizo ninguna gracia al Rey, que ese año se cansó de que Sabino le hiciera de niñera/institutriz y le insinuara qué podía hacer y qué no en sus ratos libres.
“La discrepancia en torno a este libro entre el Rey y Sabino tuvo gran influencia en la decisión que tomó don Juan Carlos… La operación se precipitó como consecuencia de las maniobras del banquero Mario Conde y la publicación de ‘El Rey”, se cuenta en la biografía de Sabino que, insistimos, refleja la visión del antiguo jefe de la Casa Real.
El 30 de diciembre de 1992, pocas semanas antes de la publicación de ‘El Rey’, Sabino fue despedido por sorpresa durante una comida con los Reyes en Horcher. Entre plato y plato, el monarca dijo de pronto a doña Sofía: ”¿Sabes que Sabino nos abandona?”. En efecto, curiosa manera de anunciar un despido. Borboneando que es gerundio.
Algunos párrafos suprimidos
“Y alzando la voz, súbitamente indignado, don Juan Carlos dice: ‘Dime, José Luis, ¿quién iba a creer que el Rey no estaba en el ajo si Alfonso Armada se instala en los teléfonos de la Zarzuela? Sabino estuvo de acuerdo conmigo y nosotros decidimos que sería el Rey el que llamase personalmente, uno tras otro, a todos los capitanes generales. Con el resultado que tú sabes”.
“Es sabido, Señor', le dije al Rey, 'que Milans no era muy sutil, ¿pero era tan obtuso como para creer que Vuestra Majestad iba a arropar el golpe de Estado? ‘No’ —contesta don Juan Carlos—, ‘pero yo pienso que él creía que, ante el hecho consumado, yo no podía más que inclinarme a ello. En esto me conoce mal”
“Si yo fuera a llevar a cabo’, dice don Juan Carlos, ‘una operación ‘en nombre del Rey’, pero sin el acuerdo de este, la primera cosa en la cual habría pensado sería en aislarle del resto del mundo impidiéndole que se comunicara con el exterior. Y bien, esa noche pude entrar y salir de la Zarzuela a mi voluntad y, en cuanto al teléfono, ¡tuve más llamadas en unas pocas horas que las que había tenido en un mes! De mi padre, que se encontraba en Estoril —y se sorprendió mucho de poder comunicar conmigo—, de mis hermanas que estaban en Madrid e, igualmente, de los jefes de Estado amigos que me llamaban para alentarme a resistir. ¡Era un golpe de Estado montado sin sentido común!’. Y don Juan Carlos añade: ‘¡A Dios gracias, pues si yo no hubiera podido tomar contacto, como lo hice, con los capitanes generales, no me quiero imaginar lo que hubiera podido pasar!”.
Libros: El agujero neցro del 23-F: lo que el Rey contó a Vilallonga y no debería haberle contado. Noticias de Cultura
Bueno....tal vez era un pequeño error lo de que estaba en Suiza en un reconocimiento médico, en realidad lo que hacía era "jugar a los médicos". Mientras tanto los españoles ....en Babia. Más o menos igual que ahora
Bienvenidos a la historia oculta del libro que hizo entrar en pánico a la Casa Real por las indiscreciones de Juan Carlos I, soliviantó a varios protagonistas de la tras*ición y el 23-F (Suárez, Armada), puso uno de los últimos clavos en la tumba del gran fontanero real (Sabino Fernández Campo), pudo hacer quebrar una editorial histórica (Plaza & Janés)... y pese a todo se vendió como rosquillas y supuso un triunfo propagandístico para un Juan Carlos I cuya capacidad para salirse del carril en sus ratos libres tocó techo, al tiempo que su reinado iniciaba un lentísimo declive por eso mismo…
Duelo de titanes campechanos
Escribir una biografía autorizada basada en entrevistas a Juan Carlos I era un proyecto maldito mucho antes de que a José Luis de Vilallonga se le ocurriera intentarlo en el verano de 1991. Sabino Fernández Campo, secretario y jefe de la Casa Real (1977-1992), se había ganado una merecida fama de cancerbero: dos veces se había puesto en marcha el libro —con Miguel de Grecia y Baltasar Porcel de biógrafos— y dos veces se había parado, pese a las muchas horas de entrevistas realizadas; no porque los biógrafos se hubieran excedido en algún momento —Porcel, de hecho, llevó con absoluta discreción la decisión de la Casa Real de tirar su proyecto a la papelera— sino por un exceso de precaución. En ese contexto, no sería muy aventurado deducir que a Sabino le debió dar un telele cuando Juan Carlos I le comunicó que su nuevo biógrafo iba a ser José Luis de Vilallonga, escritor, aristócrata, 'bon vivant'... y con una merecida fama tanto de progre como de poco discreto. Lo que es seguro es que Sabino le dijo al Rey que lo de Vilallonga no era buena idea, y que su advertencia cayó en saco roto. En la biografía de Sabino —’La sombra del rey’, Manuel Soriano, 1995— se describe lo ocurrido como “profunda discrepancia”. La biografía ‘autorizada’ del Rey empezaba con mal pie desde el minuto uno.
¿Por qué el Rey eligió a Vilallonga como biógrafo real contra el criterio de Sabino? Al margen de las innegables cualidades de Vilallonga como cronista, jugaron a su favor otras circunstancias más mundanas: el aristócrata formaba parte de la pandilla mallorquina de Marta Gayá, entonces y ahora (tras varios desvíos por el camino) amiga íntima del Borbón. Hacía tiempo que Vilallonga y el Rey compartían confidencias y cuchipandas en los veraneos en la isla. Un clima de confianza que quizás explique la ligereza con la que don Juan Carlos iba a tratar ciertos asuntos de Estado en la biografía.
El libro comenzó a escribirse en invierno de 1992, durante la larga convalecencia del Rey tras un accidente de esquí en Baqueira. Con Vilallonga visitando su despacho en Zarzuela por las tardes, y con el monarca fumando Cohibas y disertando relajadamente sobre su reinado. Estábamos ante un duelo de titanes campechanos en toda regla.
“Creo que don Juan Carlos fue muy valiente al autorizarme a escribir ‘El Rey’, y que demostró, haciéndolo, tener un gran conocimiento de lo que puede esconderse tras la de derechasda que nos sirve a todos de protección. Consintió más de una vez que le hiciera preguntas altamente indiscretas. Siempre contestó a todas. Yo sabía —y él también— que al día siguiente los dos nos arrepentiríamos, yo de haber hecho tal o cual pregunta y él de haberla contestado. ‘Esto —me había dicho el Rey— no debería contártelo. Pero tú sabrás lo que conviene hacer con ello”, admitiría Vilallonga en un libro posterior (‘Franco y el Rey’, 1998).
El aristócrata aportó más datos sobre la laxitud retórica y conceptual del monarca en la introducción de ‘El Rey’. “No me hagas hablar ordenadamente de las peripecias en las que me he visto metido. Mejor es que charlemos como dos amigos”, dijo el monarca el primer día. “El Rey hablará según le plazca”, concluyó Vilallonga. ¿Incendio asegurado?
Un negocio muy arriesgado
Uno de los elementos clave del embrollo es que el encargo de escribir una biografía de Juan Carlos I no vino de España, sino de Francia, lo que iba a limitar la capacidad de la Casa Real para cambiar según qué cosas del texto... francés.
El editor francés Bernard Fixot pagó un generoso adelanto a Vilallonga por el proyecto. Fue él quién negoció la venta del libro a España: de entrada pidió 50 millones de pesetas. Mucho dinero para una editorial histórica —Plaza & Janés— que pasaba por graves apuros económicos, pero que decidió hacerse con los derechos españoles del ensayo tras un tortuoso proceso interno: la gran mayoría de la junta directiva de Plaza & Janés —12 de los 14 miembros— se mostró en contra de comprar el libro, pero prevaleció la opinión del director general —un directivo alemán del grupo Bertelsmann, que había comprado la editorial en 1984— y del director editorial, el editor Enrique Murillo, cerebro de toda la operación. “Los directivos no se oponían por razones políticas de ningún tipo, sino porque iba a ser un libro muy caro. Recuerdo bien la frase del director comercial: ‘Los libros de Vilallonga no venden”, cuenta Murillo a El Confidencial.
En octubre de 1992, Murillo contrató el texto en la Feria del Libro de Fráncfort tras firmar con Fixot un “contrato escrito a mano” y con una pequeña rebaja. “Salió por 45 millones de pesetas [521.000 euros al cambio actual], pero era una apuesta muy arriesgada. Plaza & Janés estaba en una situación terrorífica: llevaba tiempo perdiendo más de 1.000 millones al año. La apuesta era sacar el libro de Vilallonga para salvar la editorial”, cuenta Murillo. Salvarla… o acabar de hundirla.
Fue una decisión a la desesperada: apostarlo todo a un libro que tenía todas las papeletas para dar problemas… como así fue.
Hablamos por teléfono con Enrique Murillo sobre la trastienda de la publicación.
PREGUNTA. ¿Cuál fue su primera toma de contacto con el proyecto de Vilallonga?
RESPUESTA. Meses antes de contratarlo. José Luis [de Vilallonga], con quién había trabajado antes, me iba leyendo extractos por teléfono. Yo conocía el jaleo que había en la Casa Real sobre la mera existencia del libro, pero Vilallonga me aseguró que el Rey estaba enterado de todo lo que iba escribiendo y que se iba a publicar seguro.
P. ¿A qué se refiere con jaleo? Se dice que Sabino Fernández Campo llegó a escribir un informe enumerando los motivos por los que no era buena idea que se escribiera…
R. Yo ese informe no lo he visto, pero era conocido que Sabino no estaba de acuerdo con el libro.
El desacuerdo entre Sabino y el Rey —que acabaría en ruptura poco tiempo después— se agudizó cuando el manuscrito llegó a Zarzuela. Escena narrada así en la biografía de Sabino: “Vilallonga entregó en la Zarzuela el original y, al leerlo, Sabino se alarmó… El jefe de la Casa creía que la obra sería contraproducente para la Corona y así se lo hizo saber a don Juan Carlos. A Sabino lo que le parecía más grave era que el Rey apareciera hablando de los entresijos y de los personajes del 23F. Insistió con rotundidad en que don Juan Carlos no debía aparecer relatando en primera persona tan controvertido suceso”. Entonces empezó a sonar el teléfono de Murillo.
P. ¿Cuándo contactó con usted la Casa Real?
R. Nada más recibir las galeradas en francés, recibí una llamada de la Casa Real diciéndome que el libro no se podía publicar. Creo recordar que me llamó Rafael Spottorno [secretario general de la Casa del Rey desde enero de 1992].
P. Porque Sabino ya se había ido…
R. Eso es. Me dijeron: "Usted ha contratado este libro, pero este libro no se puede publicar". Les dije que era consciente de las disensiones en la Casa Real, pero que el libro lo había comprado una multinacional de la edición y que naturalmente sí se iba a publicar. Me convocaron a una reunión en la Zarzuela… Luego hubo tres o cuatro reuniones más a las que asistieron Fernando Almansa [que acababa de sustituir a Sabino como jefe de la Casa del Rey] y Spottorno…
P. Y hubo acuerdo...
R. La actitud fue amistosa desde el principio. Ellos sabían que no podían impedir la publicación del libro y yo me presté a escuchar sus sugerencias. Los tres teníamos una copia del manuscrito en francés, fuimos viendo dónde podía haber problemas y limamos. No hubo censura, pero sí introdujimos algunos cambios. Almansa y yo viajamos luego a París a convencer a Vilallonga de que había que hacer esos cambios, que no fueron muchos.
P. Se cortaron extractos donde el Rey aludía a Suárez y a Armada...
R. Bueno, tomé la prudente decisión de destruir más tarde el manuscrito con las correcciones… Así que ahora mismo no podría comprobar los detalles concretos de lo que se cortó, pero se trató de pulir algunos deslices poco diplomáticos del Rey…
P. ¿Recuerda discutir esos deslices con la Casa Real? Me refiero en concreto a las partes cortadas sobre el 23-F.
R. El problema de fondo es que había militares condenados por el 23-F que podían aprovechar ciertos pasajes del libro para intentar reabrir el caso. Se trataba de evitar que el libro pudiera ser utilizado por los condenados. Era poco prudente no asumir esas correcciones: la reapertura del caso —juzgado y sentenciado— hubiera generado un grave problema a la democracia española.
Como recuerda Murillo, la versión española del libro no difería mucho de la francesa, pero el asunto no es menor: lo que se recortó podía haber resucitado un agujero neցro de la sentencia del 23-F...
La fisura del juicio a los golpistas
Durante el juicio del 23-F, los abogados defensores de los golpistas intentaron que el Rey declarara como testigo porque, según ellos, sus clientes habían actuado en su nombre y por obediencia debida, y en cualquier caso, Juan Carlos I había realizado gestiones durante el 23-F que era necesario aclarar para conocer la verdadera naturaleza del golpe de Estado.
Zarzuela utilizó todos sus resortes para sacar del foco judicial al monarca y que su nombre apareciera lo menos posible en las actas del consejo de guerra. Hasta el punto de atribuir a Sabino conversaciones con Armada la noche del 23-F... que en realidad había mantenido el Rey. Conversaciones que el Rey admitía haber tenido en el libro de Vilallonga, sin ser consciente quizá de que estaba abriendo la Caja de Pandora...
En efecto, Sabino negó en la vista pública del 23-F que el Rey hubiera hablado esa noche con Armada, contradiciendo el testimonio del general y principal acusado de la asonada. Los jueces militares hicieron más caso a Sabino que a Armada en ese punto: más allá de las referencias a hechos absolutamente innegables —el mensaje televisivo del Rey y el envío de dos télex firmados por el monarca a la Junta de Jefes de Estado Mayor y a Milans del Bosch—, el nombre de Juan Carlos I brillaba por su ausencia en la sentencia del 23-F.
Merece la pena revisar lo que se cuenta sobre Vilallonga, el Rey y el 23-F en ‘La sombra del Rey’, porque la biografía de Sabino refleja el punto de vista del fontanero real: “El libro de Vilallonga venía a poner en evidencia el laborioso y discreto trabajo que diversas instituciones y funcionarios habían realizado para proteger al Rey frente a las campañas insidiosas de los golpistas y sus defensores durante el juicio… Sabino tuvo que emplearse a fondo para dejar al margen del procedimiento judicial a don Juan Carlos. Incluso en el sumario aparecía él como responsable de algunos actos del Rey, pero la polémica biografía venía a echar por tierra aquellas medidas cautelares. Por primera vez se entrecomillaban en boca del Rey juicios sobre personas y circunstancias que podrían reabrir el caso… La publicación del libro echaba por tierra el esfuerzo de los jueces y del staff de la Zarzuela, reabriendo un suceso extraordinariamente controvertido. Tratándose de un testimonio tan cualificado, el que Vilallonga atribuye entre comillas al Rey, podía haber dado lugar a una demanda de revisión de las sentencias”.
Resumiendo: Zarzuela mintió para blindar al monarca de los ataques durante el juicio del 23-F; pero 12 años después del golpe de Estado y 11 después del juicio, el libro de Vilallonga resucitaba una historia que era mejor no menear.
Lista de ofendidos
Los relativos a Armada y el 23-F no fueron los únicos cambios en la versión española del libro. El Rey le contó a Vilallonga que Adolfo Suárez, entonces presidente del Gobierno, había engañado a los militares en 1976/7 al asegurarles que no legalizaría el Partido Comunista. Tras leer el manuscrito francés, Suárez escribió a Zarzuela un texto de cuatro páginas desmintiendo taxativamente al monarca (reproducido por Pilar Urbano en los anexos documentales de su libro ‘La gran desmemoria’). La Casa Real decidió eliminar dichos fragmentos, al igual que una serie de valoraciones más o menos despectivas —hechas bien por Vilallonga bien por el Rey— sobre Milans del Bosch, Arias Navarro, Tarradellas y don Juan de Borbón.
Alfonso Armada también pidió retirar una crítica a su persona. La Casa Real aceptó. El fragmento era el siguiente: “Es infinitamente, triste, José Luis, descubrir que un hombre [Armada] en el que había puesto toda mi confianza desde hace muchos años me traicionaba con tanta perfidia”.
¿Por qué el Rey no podía criticar a un militar condenado por golpista? ¿Había miedo a Armada? Son preguntas que no son fáciles de responder, pero que sí podemos poner en contexto histórico con la ayuda de los dos libros sobre el 23-F que más repercusión han tenido en los últimos años: 'Anatomía de un instante', de Javier Cercas, y 'La gran desmemoria', de Pilar Urbano.
Durante los meses anteriores al Golpe, el general Alfonso Armada maniobró para tumbar a Adolfo Suárez, y encabezar un gobierno de salvación nacional pluripartidista. Ni el Rey ni algunos socialistas vieron con malos ojos la opción Armada. Contra la opinión de Suárez, que consideraba a Armada un golpista en potencia, el Rey le nombró segundo jefe del Estado Mayor el 12 de enero de 1981. Armada, por tanto, volvía a Madrid. Asediado por todos, Suárez dimitió el 29 de enero de 1981. “No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”, alegó Suárez. Pero Armada, al que le habían dado mucha cuerda, decidió hacer como si nada: si no podía ser Presidente del Gobierno por las buenas, lo sería por las malas, y activó un golpe de Estado un tanto chapucero: cuando la noche del 23-F llegó al Congreso y le dijo a Tejero —con el que había pactado el golpe— que debía retirase y dejarle encabezar un gobierno de concentración nacional en el que cabrían ministros socialistas y comunistas, Tejero armó en cólera y le echó del Congreso. O cuando la confusión entre golpe duro y golpe blando deriva en astracán.
En otras palabras: si los meses previos al 23-F Armada jugó la carta de la ambigüedad —vendió que el Rey le había dado permiso para mover el árbol— tras ser condenado como organizador de la asonada, jugó la carta del silencio. Dada su fama de intrigante y el hecho de que conocía muchos secretos del Rey más allá del 23-F —fue su instructor militar desde 1954, jefe de la secretaría del Príncipe y secretario de la Casa del Rey hasta 1977—, quizás era mejor que Armada permaneciera en silencio y no tocarle mucho las narices en el libro de Vilallonga. ¿Pacto de no agresión?
La caída de Sabino
‘El Rey’ arrancó con una tirada de 30.000 ejemplares y acabó vendiendo 10 veces más: 300.000. “Una barbaridad” para un ensayo, según Murillo. “El éxito fue bestial. Creo que Sabino se equivocó, porque a la Casa Real le salió extraordinariamente bien la jugada. El libro contribuyó a legitimar al Rey”, zanja el editor Enrique Murillo.
Visto el éxito, cabría pensar que Sabino se pasó de agonías. Pero, claro, se trata de una valoración a toro pasado que no tiene en cuenta el contexto de la época, porque igual Sabino sí tenía motivos para estar preocupado por las iniciativas heterodoxas del Rey: corría el glorioso 1992 —cuando la satisfacción con la democracia y la monarquía estaba en máximos eufóricos—, pero pese a ello, o quizá precisamente por ello, el Rey estaba un tanto desaforado. Por explicarlo con un símil futbolístico: Sabino era el Mourinho de los secretarios reales, le gustaba jugar con muchos defensas y evitar riesgos innecesarios; rigidez táctica que chocó varias veces durante ese año mágico con el carácter aventurero de Juan Carlos I. Hasta que la situación se hizo insostenible y se convirtió en un ‘o tú o yo’...
El libro de Vilallonga erosionó la relación entre Sabino y el Rey y fue uno de los motivos de la ruptura en enero de 1993. El divorcio (o mejor dicho: el despido de Sabino) se desencadenó también por otros motivos: de las inquietantes maniobras de acercamiento de Mario Conde al Borbón —son los meses previos a la intervención de Banesto (diciembre de 1993), cuando el banquero, que derrocha aún popularidad y carisma, maniobra para pasar de líder financiero a líder político y merodea por Zarzuela como Pedro por su casa— a las escapadas secretas del Rey a Suiza para reunirse con Marta Gayá (que contaron con la ayuda logística de Vilallonga), ante la estupefacción de un Gobierno socialista obligado a hacer cabriolas legales por la ausencia del monarca.
‘Cubrir’ al Rey se convirtió en 1992 en un quebradero de cabeza. Hasta el punto de que tanto Sabino como el Presidente del Gobierno, Felipe González, lanzaron veladas advertencias a Juan Carlos I coincidiendo con su ‘fuga’ suiza de ocho días con Gayá: el 18 de junio de 1992, preguntado si había consultado con el Rey el nombre del nuevo ministro de Asuntos Exteriores (Francisco Fernández Ordoñez tenía un cáncer terminal y Javier Solana iba a ocupar su puesto), Felipe González espetó: "No he podido hacerlo porque el Rey no está". España entera se acababa de enterar de que el monarca estaba fuera del país sin motivo aparente. Luego nos enteraríamos de que el Rey había firmado una ley en Madrid… un día que estaba en Suiza. "O el lugar es falso, o la fecha es falsa o la firma es falsa", resumió ‘El Mundo’ sobre este fenómeno paranormal.
Al día siguiente del aviso para navegantes de Felipe González, ‘El País’ publicó que Juan Carlos I estaba haciéndose un “chequeo médico rutinario” en Suiza, “según fuentes de la Administración”, lo que no solo no era cierto sino que redobló la histeria: ¿estaba el Rey enfermo?
Para acabar de rematar la ceremonia de la confusión, Sabino apareció esa mañana en directo en el programa de radio de Luis del Olmo, para desmentir la enfermedad del monarca… y mandarle un recadito: “Lo que yo creo y lo que se me ha dicho es que está descansando, un pequeño descanso, descanso de montaña que le viene muy bien. Dar paseos. No es ninguna cosa médica, pero es una cosa complementaria para la salud" (traducción libre de 'lo que se me ha dicho': el Rey está fuera de control y yo no me hago responsable).
Javier Ortiz disparó esos días con bala desde las páginas de opinión de ‘El Mundo’: “Si se dedica a mandar a su señora a los actos oficiales para él marcharse cada dos por tres de alegres vacaciones... pues lo mismo va la gente y se cabrea, y le da por pensar que tal vez un presidente de la República podría salirle más económico. No sería la primera vez que este país hiciera, por así decirlo, Borbón y cuenta nueva”. La opinión de Ortiz era tan arriesgada como inédita, dado el pacto de silencio entre la prensa y Zarzuela vigente desde la tras*ición, pero el incendio por la fuga del Rey con su amiga íntima no pasó a mayores. Eran otros tiempos…
El 'lo que se me ha dicho' de Sabino no le hizo ninguna gracia al Rey, que ese año se cansó de que Sabino le hiciera de niñera/institutriz y le insinuara qué podía hacer y qué no en sus ratos libres.
“La discrepancia en torno a este libro entre el Rey y Sabino tuvo gran influencia en la decisión que tomó don Juan Carlos… La operación se precipitó como consecuencia de las maniobras del banquero Mario Conde y la publicación de ‘El Rey”, se cuenta en la biografía de Sabino que, insistimos, refleja la visión del antiguo jefe de la Casa Real.
El 30 de diciembre de 1992, pocas semanas antes de la publicación de ‘El Rey’, Sabino fue despedido por sorpresa durante una comida con los Reyes en Horcher. Entre plato y plato, el monarca dijo de pronto a doña Sofía: ”¿Sabes que Sabino nos abandona?”. En efecto, curiosa manera de anunciar un despido. Borboneando que es gerundio.
Algunos párrafos suprimidos
“Y alzando la voz, súbitamente indignado, don Juan Carlos dice: ‘Dime, José Luis, ¿quién iba a creer que el Rey no estaba en el ajo si Alfonso Armada se instala en los teléfonos de la Zarzuela? Sabino estuvo de acuerdo conmigo y nosotros decidimos que sería el Rey el que llamase personalmente, uno tras otro, a todos los capitanes generales. Con el resultado que tú sabes”.
“Es sabido, Señor', le dije al Rey, 'que Milans no era muy sutil, ¿pero era tan obtuso como para creer que Vuestra Majestad iba a arropar el golpe de Estado? ‘No’ —contesta don Juan Carlos—, ‘pero yo pienso que él creía que, ante el hecho consumado, yo no podía más que inclinarme a ello. En esto me conoce mal”
“Si yo fuera a llevar a cabo’, dice don Juan Carlos, ‘una operación ‘en nombre del Rey’, pero sin el acuerdo de este, la primera cosa en la cual habría pensado sería en aislarle del resto del mundo impidiéndole que se comunicara con el exterior. Y bien, esa noche pude entrar y salir de la Zarzuela a mi voluntad y, en cuanto al teléfono, ¡tuve más llamadas en unas pocas horas que las que había tenido en un mes! De mi padre, que se encontraba en Estoril —y se sorprendió mucho de poder comunicar conmigo—, de mis hermanas que estaban en Madrid e, igualmente, de los jefes de Estado amigos que me llamaban para alentarme a resistir. ¡Era un golpe de Estado montado sin sentido común!’. Y don Juan Carlos añade: ‘¡A Dios gracias, pues si yo no hubiera podido tomar contacto, como lo hice, con los capitanes generales, no me quiero imaginar lo que hubiera podido pasar!”.
Libros: El agujero neցro del 23-F: lo que el Rey contó a Vilallonga y no debería haberle contado. Noticias de Cultura
Bueno....tal vez era un pequeño error lo de que estaba en Suiza en un reconocimiento médico, en realidad lo que hacía era "jugar a los médicos". Mientras tanto los españoles ....en Babia. Más o menos igual que ahora