Maledicencia
Madmaxista
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Fuertes declaraciones de periodista egipcio 
"Más del 90% de las cortesanas llevan hiyab, incluso el niqab. Esa es la verdad, me lo confirmó el jefe de la policía. Es un hecho.
Por eso hay un dicho que reza: No hay peor ciego que el que no quiere ver. No queremos aceptar la realidad.
Ellas (cortesanas) tienen miedo por eso visten con hiyab. Para aparentar ser mujeres respetables.
Lo que estoy tratando de decir es que el hijab no es una varita mágica que pueda tras*formar a una mujer farsante o estafadora en una casta, pura y honorable fémina.
Si el hiyab es supuestamente el símbolo de la virtud, el honor y la jovenlandesalidad,
¿Cómo es posible qué todas las internas de las prisiones egipcias lo lleven? Ellas no terminaron en prisión por sus buenas andanzas. Todas estas asesinas, ladronas y cortesanas usan el hiyab.
99% de las cortesanas en Egipto llevan hiyab.
El hiyab se ha vuelto la proyección de los complejos y temores, que residen en la mente del varón, sobre cómo percibe a la mujer.
El hombre cree que cuando su esposa se cubre con el hiyab, ella automáticamente se vuelve virtuosa.
No debemos ser hipócritas. En los últimos 30 años hemos presenciado el terrorismo psicológico y jovenlandesal sobre las niñas".
Cuando en 1958 mencionar la imposición del hiyab a la mujer hacía estallar de risa a la gente en Egipto.
"¿Por qué no se lo ponen ellos? Quieren regresar al tiempo de la carreta".
Lo que defienden las feministas...
Pero los velos islámicos, ¿son realmente prendas pudorosas?
Las tapadas limeñas del Virreinato del Perú, las amas del "arte del ocultamiento"
La saya y el manto eran el "niqab hispano" de esos tiempos.
¿Cubrirse o encubrirse?
Las tapadas eran las mujeres vestidas de falda larga (saya) y con un mantón (manto) que les cubría su rostro, dejando ver tan solo un gran ojo de mirada penetrante. Su atuendo característico connotaba insinuación, coquetería, prohibición y juego de seducción.
Debido al anonimato y misterio que ofrecía la tapada, las mujeres aprovechaban para coquetear con hombres en los parques y alamedas, o para llevar mensajes o esparcir rumores en la corte, para hacer algunas donaciones, para realizar gestiones, para participar de la vida política, etc. Tapadas por completo pero con un ojo descubierto para ver tranquilamente por dónde caminaban y hacia dónde se dirigían, para ver quiénes las miraban y qué había o sucedía fuera de su ámbito privado.
Las “tapadas” eran mujeres que tenían una vida cotidiana normal, que tan solo entraban en el juego de aparentar lo que no eran, por ello ocultaban su belleza, su raza, su estatus social, sin importarles por quién las tomaran.
Cuando salían de sus casas cubiertas con su manto de forma decente, al comprobar que ya no eran vistas, agarraban las puntas del mismo y, con picardía, se lo subían por encima de la cabeza hasta ocultar el rostro casi completamente. Buscaban el juego, la seducción, provocación, y principalmente el equívoco, permitiéndolas hablar y actuar de forma que a cara descubierta no lo harían.
Su sensual figura misteriosa se ha apropiado de toda una época, aunque ella tan solo fue una manifestación minoritaria. La mujer recatada de la Colonia, aquella de rostro descubierto y modosos gestos, ha caído en el olvido, mientras que la voluptuosa tapada se yergue sobre ella como único emblema femenino de la Lima virreinal.
Las tapadas limeñas encontraron en el manto un sentido lujurioso de encanto y seducción. Su coquetería insinuaba una invitación al juego prohibido en la sociedad machista colonial. A los pocos años de aparecer este exótico traje, el número de tapadas fue creciendo rápidamente y cada vez más mujeres de la ciudad se atrevían a salir con el manto y la saya de la lascivia.
Sus apariciones fueron tornándose más preocupantes contra el resguardo del pudor.
"Una mujer que se sabe honesta no debe ocultar su identidad para salir en publico. Ha de exponer el rostro a todo el mundo con la frente bien en alto, porque no hay que temer mostrarse ante los demás si no se oculta nada corrupto en el corazón".
Era un secreto a voces que un pequeño sector de ellas vestían el atuendo para aprovechar y pasar desapercibidas mientras ejercían la "vida galante" (puterío).
Se les veía meneando su cadera por la alameda, otras veces por los mercados, en otras ocasiones ingresando a misa y acompañando las solemnes procesiones de la Iglesia. Su misteriosa apariencia fue objeto de cuestionamientos, desde un inicio. Su crecimiento amenazaba la tranquilidad pública de tal forma que el virrey de Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros intentó prohibirla a comienzos del siglo XVII, pero no pudo contra ella, y a manera de capitulación le escribe a su sucesor:
“Y como que he visto que cada uno (de los maridos), no puede con la suya, he desconfiado de poder con tantas. (El Comercio, 4 de mayo de 1839). (1)
Fueron muchos los virreyes que dictaron contra esa forma de vestir, Francisco de Toledo, Diego López de Zúñiga, Marqués de Chinchón, etc. Pero, alegando que el sol oscurecía su piel y, que de esa forma, podían llevar a cabo actos de caridad sin ser reconocidas, las mujeres incumplían, una tras otra, todas las leyes dictadas (Rodríguez de Tembleque, 2002-03: 150-154). Ni aún las leyes más draconianas pudieron derribar esta atrevida costumbre. En 1624, años después del primer intento de prohibición, el virrey Guadagalcázar dictó una pragmática más severa para abolir el uso del manto. En ella se decretaba: “las que contravinieran esta prohibición, pierda el manto con que se taparen, además de eso, las condeno en sesenta pesos y a diez días de guandoca […] si fuera mujer noble […] y si las tales tapadas fueren negras o mulatas o mestizas han de tener la misma pena pecuniaria y del manto y treinta días de guandoca”. (2)
La Iglesia, por su parte, emitió leyes para regular esta práctica. El Concilio de Lima de 1633 prohibió el uso del manto durante la celebración del Corpus Christi y la Semana Santa. De esta manera la tapada fue proscrita de las actividades religiosas, pero no de la vida pública civil donde la costumbre prevaleció hasta la primera mitad del siglo XIX cuando desapareció, víctima de la potente influencia de las modas francesas en el vestir. A la tapada ya no se le vio más en las calles, pero dejó una estela imborrable en el imaginario limeño.
En el siglo XIX fueron pintadas por Rugendas y latinoamericano Fierro y llevadas a escena por Manuel Ascencio Segura, en su obra satírica La saya y el manto. La escritora francesa Flora Tristán las inmortalizó en Peregrinaciones de una paria.
"Ya oigo a nuestras elegantes parisienses lanzar exclamaciones sobre la sencillez de este vestido. Pero están muy lejos de pensar en el partido que pueden sacar de él la coquetería”.
Su difusión internacional se afianzó con la publicación de Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma en 1872.
Tradiciones peruanas. Cuarta serie / Ricardo Palma
En España, de donde se cree que heredaron esta tradición, se hablaba de “las cobijadas” y un ejemplo de su presencia en la península es la estatua de una cobijada en Vejer de la Frontera, en Cádiz, se trata del Monumento a la mujer “cobija”.
La enigmática tradición perdida que se ha convertido en emblema de Vejer
"Más del 90% de las cortesanas llevan hiyab, incluso el niqab. Esa es la verdad, me lo confirmó el jefe de la policía. Es un hecho.
Por eso hay un dicho que reza: No hay peor ciego que el que no quiere ver. No queremos aceptar la realidad.
Ellas (cortesanas) tienen miedo por eso visten con hiyab. Para aparentar ser mujeres respetables.
Lo que estoy tratando de decir es que el hijab no es una varita mágica que pueda tras*formar a una mujer farsante o estafadora en una casta, pura y honorable fémina.
Si el hiyab es supuestamente el símbolo de la virtud, el honor y la jovenlandesalidad,
¿Cómo es posible qué todas las internas de las prisiones egipcias lo lleven? Ellas no terminaron en prisión por sus buenas andanzas. Todas estas asesinas, ladronas y cortesanas usan el hiyab.99% de las cortesanas en Egipto llevan hiyab.
El hiyab se ha vuelto la proyección de los complejos y temores, que residen en la mente del varón, sobre cómo percibe a la mujer.
El hombre cree que cuando su esposa se cubre con el hiyab, ella automáticamente se vuelve virtuosa.
No debemos ser hipócritas. En los últimos 30 años hemos presenciado el terrorismo psicológico y jovenlandesal sobre las niñas".
Cuando en 1958 mencionar la imposición del hiyab a la mujer hacía estallar de risa a la gente en Egipto.
"¿Por qué no se lo ponen ellos? Quieren regresar al tiempo de la carreta".Lo que defienden las feministas...
Pero los velos islámicos, ¿son realmente prendas pudorosas?
Las tapadas limeñas del Virreinato del Perú, las amas del "arte del ocultamiento"
La saya y el manto eran el "niqab hispano" de esos tiempos.
¿Cubrirse o encubrirse?
Las tapadas eran las mujeres vestidas de falda larga (saya) y con un mantón (manto) que les cubría su rostro, dejando ver tan solo un gran ojo de mirada penetrante. Su atuendo característico connotaba insinuación, coquetería, prohibición y juego de seducción.
Debido al anonimato y misterio que ofrecía la tapada, las mujeres aprovechaban para coquetear con hombres en los parques y alamedas
, o para llevar mensajes o esparcir rumores en la corte, para hacer algunas donaciones, para realizar gestiones, para participar de la vida política, etc. Tapadas por completo pero con un ojo descubierto para ver tranquilamente por dónde caminaban y hacia dónde se dirigían, para ver quiénes las miraban y qué había o sucedía fuera de su ámbito privado.Las “tapadas” eran mujeres que tenían una vida cotidiana normal, que tan solo entraban en el juego de aparentar lo que no eran, por ello ocultaban su belleza, su raza, su estatus social, sin importarles por quién las tomaran.
Cuando salían de sus casas cubiertas con su manto de forma decente, al comprobar que ya no eran vistas, agarraban las puntas del mismo y, con picardía, se lo subían por encima de la cabeza hasta ocultar el rostro casi completamente. Buscaban el juego, la seducción, provocación, y principalmente el equívoco, permitiéndolas hablar y actuar de forma que a cara descubierta no lo harían.Su sensual figura misteriosa se ha apropiado de toda una época, aunque ella tan solo fue una manifestación minoritaria. La mujer recatada de la Colonia, aquella de rostro descubierto y modosos gestos, ha caído en el olvido, mientras que la voluptuosa tapada se yergue sobre ella como único emblema femenino de la Lima virreinal.
Las tapadas limeñas encontraron en el manto un sentido lujurioso de encanto y seducción. Su coquetería insinuaba una invitación al juego prohibido en la sociedad machista colonial. A los pocos años de aparecer este exótico traje, el número de tapadas fue creciendo rápidamente y cada vez más mujeres de la ciudad se atrevían a salir con el manto y la saya de la lascivia.
Sus apariciones fueron tornándose más preocupantes contra el resguardo del pudor.
"Una mujer que se sabe honesta no debe ocultar su identidad para salir en publico. Ha de exponer el rostro a todo el mundo con la frente bien en alto, porque no hay que temer mostrarse ante los demás si no se oculta nada corrupto en el corazón".
Era un secreto a voces que un pequeño sector de ellas vestían el atuendo para aprovechar y pasar desapercibidas mientras ejercían la "vida galante" (puterío).
Se les veía meneando su cadera por la alameda, otras veces por los mercados, en otras ocasiones ingresando a misa y acompañando las solemnes procesiones de la Iglesia. Su misteriosa apariencia fue objeto de cuestionamientos, desde un inicio. Su crecimiento amenazaba la tranquilidad pública de tal forma que el virrey de Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros intentó prohibirla a comienzos del siglo XVII, pero no pudo contra ella, y a manera de capitulación le escribe a su sucesor:
“Y como que he visto que cada uno (de los maridos), no puede con la suya, he desconfiado de poder con tantas. (El Comercio, 4 de mayo de 1839). (1)
Fueron muchos los virreyes que dictaron contra esa forma de vestir, Francisco de Toledo, Diego López de Zúñiga, Marqués de Chinchón, etc. Pero, alegando que el sol oscurecía su piel y, que de esa forma, podían llevar a cabo actos de caridad sin ser reconocidas, las mujeres incumplían, una tras otra, todas las leyes dictadas (Rodríguez de Tembleque, 2002-03: 150-154). Ni aún las leyes más draconianas pudieron derribar esta atrevida costumbre. En 1624, años después del primer intento de prohibición, el virrey Guadagalcázar dictó una pragmática más severa para abolir el uso del manto. En ella se decretaba: “las que contravinieran esta prohibición, pierda el manto con que se taparen, además de eso, las condeno en sesenta pesos y a diez días de guandoca […] si fuera mujer noble […] y si las tales tapadas fueren negras o mulatas o mestizas han de tener la misma pena pecuniaria y del manto y treinta días de guandoca”. (2)
La Iglesia, por su parte, emitió leyes para regular esta práctica. El Concilio de Lima de 1633 prohibió el uso del manto durante la celebración del Corpus Christi y la Semana Santa. De esta manera la tapada fue proscrita de las actividades religiosas, pero no de la vida pública civil donde la costumbre prevaleció hasta la primera mitad del siglo XIX cuando desapareció, víctima de la potente influencia de las modas francesas en el vestir. A la tapada ya no se le vio más en las calles, pero dejó una estela imborrable en el imaginario limeño.
En el siglo XIX fueron pintadas por Rugendas y latinoamericano Fierro y llevadas a escena por Manuel Ascencio Segura, en su obra satírica La saya y el manto. La escritora francesa Flora Tristán las inmortalizó en Peregrinaciones de una paria.
"Ya oigo a nuestras elegantes parisienses lanzar exclamaciones sobre la sencillez de este vestido. Pero están muy lejos de pensar en el partido que pueden sacar de él la coquetería”.
Su difusión internacional se afianzó con la publicación de Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma en 1872.
Tradiciones peruanas. Cuarta serie / Ricardo Palma
En España, de donde se cree que heredaron esta tradición, se hablaba de “las cobijadas” y un ejemplo de su presencia en la península es la estatua de una cobijada en Vejer de la Frontera, en Cádiz, se trata del Monumento a la mujer “cobija”.
La enigmática tradición perdida que se ha convertido en emblema de Vejer
