Educar para el ocio, la servidumbre y la trivialidad ¿No es Corrupción de menores?

castguer

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¿Educamos a nuestras niñas para que en el día de mañana (si lo hay) sean ociosas princesas del jet-set? ¿Las educamos para Heidis de almibarados bosques? ¿Las educamos para futuras cortesanas? ¿Las educamos para acondroplásicas mentales y superfluas "señoras obesas"?. Así parece, por lo menos en buena parte de la bendita clase media española , dada la aberrante insistencia con que se estimula el narcisismo y la coquetería de nuestras niñas y se les escamotea su participación en la realidad.

La nena suele gozar de una envidiable amnesia para repetir la tabla del cuatro junto con una no menos envidiable memoria para detallar el último capítulo del idilio de tal vedette con tal campeón o el menor frunce del penúltimo modelo de Carolina de Mónaco cuando salió a cazar mariposas en Taormina con su digno esposo.

Consentimos y aprobamos que sea maniática consumidora de chafalonía, vestimenta, sarama impresa y todo lo que, en fin, represente moda y no verdad. Consentimos que acuda al espejito más neuróticamente que la madrastra de Blancanieves, que sea experta en cosmética, teleteatros y publicidad, que exija chatarra importada o que calce imposibles zuecos para denuedo de traumatólogos.

Formamos una personalidad melindrosa cortando de raíz —porque todo empieza desde el nacimiento— la sensibilidad o el interés que podría sentir por la variada riqueza del universo.

—Es el instinto femenino —dicen algunos psicólogos de calesita. Eso me recuerda una anécdota. El director de una compañía grabadora estaba un día ocupado en comprobar cuántas veces se pasaba determinado disco por la radio.

—¡Qué bien, qué éxito, cómo gusta, cómo lo difunden a cada rato! —aplaudió entusiasmado. Y después agregó —: Claro que hay que ver la cantidad de plata que invertimos en la difusión radial de este tema...

Nosotros también programamos a nuestras niñas como a ese eterno infante que es el público. Les insuflamos manías e intereses adultos, les subvencionamos la trivialidad y luego atribuimos el resultado a su constitución biológica.

Las jugueterías, en vidrieras separadas, ofrecen distintos juguetes para niñas y para varones. En Estados Unidos, no hace muchos años los lugares públicos estaban igualmente divididos "para gente de tonalidad" y "para blancos". ¡Dividir para reinar!..........



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¿Educamos a nuestras niñas para que en el día de mañana (si lo hay) sean ociosas princesas del jet-set? ¿Las educamos para Heidis de almibarados bosques?

Quiero romper una lanza en favor de Heidi. Sin negar que fuera una historia sensiblera, hay que reconocer que la niña trabajaba: llevaba a las cabras a los pastos, les buscaba hierbas medicinales, hacía queso, ayudaba al abuelo en lo que hiciera falta e iba a la escuela en invierno.

Parece que a algunos lo que más les joroba de Heidi es que, encima, con toda esa pobreza, la niña era feliz, sólo porque era muy querida por su pequeño círculo de familiares y amigos, lo que, si nos fijamos, es mucho más creíble que tanta serie adulta que se las da de inteligente.
 
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