Duopolio: el Expediente que no quieren que veas, oigas o leas

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Gran Jefe Lluvia Dorada se explaya hoy con bastante detalle sobre uno de los cánceres de nuestra democracia, el duopolio televisivo. Esto viene después de la aparición fantasmal ayer de la estrevista a Abellán.

Pedro J. Ramírez - 13 mayo, 2018 00:24

Me cuentan que la verdadera razón por la que Atresmedia (Antena 3 y la Sexta) y Mediaset (Tele 5 y Cuatro) tienen enfilada a Netflix no es porque les esté quitando audiencia o porque tenga ventajas fiscales, sino porque ha llegado a sus oídos que la gran productora y distribuidora de cine para internet está preparando una serie llamada Duopolio, cuyos dos principales protagonistas serán Mauricio Casals y Paolo Vasile.

Aunque el proyecto se intenta mantener en estricto secreto, se ha filtrado que en el casting se buscan actores con parecido físico a Rajoy, Soraya y Pablo Iglesias, que entre los personajes recurrentes en cada capítulo habrá algunos presentados con tintes favorables -Ana Rosa, Piqueras, Évole- y otros con una luz más bien sucia -Crehueras, Bardají, Silvio González-; y que se baraja ofrecer a Ferreras que se interprete a sí mismo en el papel de brazo armado de la ley... del talión.

De acuerdo con mis noticias, el guión se está redactando sobre hechos reales y en tiempo real, para que su estreno coincida con el dramático final de las averiguaciones extraordinarias que vienen realizando los sabuesos de una de las últimas instituciones no corrompidas que quedan en España.

El hilo conductor de la trama será, de hecho, el pulso entre los capos de las dos organizaciones que se reparten el control de la televisión -o sea, de las conciencias de los españoles-, con sus cientos de millones de beneficio anual, y los pocos francotiradores que, sin otros resortes que sus agallas y su sentido cívico, quedan fuera de su órbita de influencia. Capítulo tras capítulo, Casals y Vasile intentarán que esas averiguaciones no vean la luz, ni tengan consecuencias, y los francotiradores perseverarán en su empeño de darlas a conocer al público. De ahí que el subtítulo o lema más probable de la serie sea "el Expediente que no quieren que veas, oigas o leas".

De acuerdo con mis noticias, los capítulos de la primera temporada están concebidos como una especie de precuela que servirá para presentar a los protagonistas y ofrecer al espectador las claves que configuran su inaudita situación de privilegio. Los guiones incluyen las intrigas que desembocaron en las autorizaciones, por parte de los gobiernos de Zapatero y Rajoy, de las fusiones por absorción de Tele 5 con Cuatro y Antena 3 con La Sexta, en contra del criterio de las autoridades de la Competencia.

También aparecerán las presiones y susurros en vicepresidenciales oídos que desembocaron en el desvío de los 500 millones de publicidad, que ingresaban anualmente las arcas públicas de TVE, a los bolsillos privados de estos dos gigantes. Presenciaremos, además, las sucesivas maniobras que les permitieron sumar hasta quince concesiones de un bien escaso como los canales del espacio radioeléctrico, supuestamente convocadas para potenciar el pluralismo. Por último, veremos el suculento talón bancario tras cuyo pago los litigantes ante el Tribunal Supremo retiraron las demandas por esas adjudicaciones abusivas.

A comienzos de 2018, todo era, pues, prosperidad y ríos de abundancia en Duopolandia. En los últimos diez años, Mediaset y Atresmedia habían ganado cerca de dos mil millones en medio de la ruina de sus competidores directos e indirectos. En 2017, con poco más del 50% de la cuota de pantalla, acumularon el 95% de la inversión publicitaria en abierto y el 85% del total de lo gastado en la televisión. Sus accionistas se hacían ricos y sus directivos, incluidos todos los mencionados, se embolsaban año tras año bonus tan suculentos como para creerse los más listos de España delante del espejo.

Es verdad que, parafraseando a Tolstoi, cada grupo era feliz de distinta manera. El reparto de papeles por arriba, producía consecuencias por abajo. Con los problemas derivados de tener a Berlusconi como propietario diluyéndose por su pérdida de protagonismo, Paolo Vasile podía desarrollar su estilo de gestión tenaz, sobrio y astuto, dentro del género "que parezca siempre un accidente". Quienes salen, quienes no salen; de quienes se habla bien, de quienes se habla mal... Siempre parece que es el público el que decide. Hasta la opulencia de su conglomerado se diría que es otro "accidente", pero del género inevitable.

Son dos personajes graníticos, cada uno a su manera. Mientras Vasile combina la ductilidad de la mica con la resistencia del cuarzo, todo en Casals tiene la aspereza de la ortosa o feldespato. De ahí la distribución del trabajo. Vasile sostiene, imperturbable, que la función de sus televisiones no es intervenir en el debate político. En realidad está cediendo ese papel a Casals, a cambio de beneficiarse a medias de la utilidad que el modelo tiene para el poder, sin ni siquiera exponerse a desgaste alguno.
Serán las escenas en los despachos de Atresmedia las que levantarán al espectador del asiento. Veremos el largo adiós de José Manuel Lara en su titánica lucha contra la enfermedad, entre los cálculos escépticos de algunos de sus allegados; y el afilar de cuchillos que precede al inclemente apuñalamiento de su hijo, tras la captación para la causa de sus ancianas tías. Veremos consolidarse el poder de Crehueras, el ambicioso albacea que terminará quedándose hasta con el tercio de legítima; y su pacto de sangre con su plenipotenciario en Madrid, Mauricio Casals, inmortalizado por sus oscuros movimientos y falta de escrúpulos como el Príncipe de las Tinieblas.

En esos capítulos presenciaremos cómo se confecciona el "sandwich" -el propio Casals lo denomina así- mediante el que el PP se ha mantenido en el poder, desde hace al menos tres años, con el concurso de Podemos. Marhuenda y otros periodistas de derechas ponen la primera tostada, Ferreras y otros periodistas de izquierdas, la segunda. Y, tras el guiñol de la polarización, en el que pierden Ciudadanos, el PSOE, el consenso y la concordia, son Crehueras y Casals los que se zampan las ganancias, previo reparto con Vasile.

Asistiremos a sórdidos momentos, propios de Narcos, Los Soprano o cualquier otra película de gánsteres: las visitas recurrentes de Bárcenas al despacho de Casals en La Razón; las gestiones de este, vía María Pico, para que Soraya arreglara al extesorero los informes policiales que le identificaban como Luis el cabrón; las llamadas a altos cargos para obtener subvenciones tecnológicas en favor del grupo Zed; el desvío de dos millones de esos fondos a las arcas del periódico; el cierre de filas en torno al “soldado” Rodríguez Sobrino, encarcelado por llevárselo crudo de las comisiones del Canal; las llamadas de Casals a Ferreras para que protegiera a Ignacio González, o sea, al otro jefe de Sobrino; el aviso de "la juez amiga de la casa" de que González estaba siendo investigado; por supuesto, las amenazas a Cristina Cifuentes, por negarse a tapar toda esa cosa, como preámbulo a la profecía autocumplida contra ella: “Esta señora las va a pasar pilinguis”; y la traca final de la distribución de golosinas, obtenidas en universidades y cloacas, entre los medios satélites.

A pesar de estar investigado en tres sumarios, por graves delitos, 2018 también parecía alborear radiante para el Príncipe de las Tinieblas. A la hora de la verdad, Cifuentes se había echado atrás en las denuncias de las amenazas, las investigaciones sobre la identidad de la juez habían topado con la correspondiente omertá y Crehueras le mantenía en todos sus puestos como partícipe, a título lucrativo, de sus chanchullos y desmanes. Casals, para chulo él, hasta se permitió encararse con el fiscal Grinda, espetándole un desafiante “usted me persigue”.

Pero, de repente, cuando menos lo esperaban, el 21 de febrero, un rayo tan fulgurante como silencioso –o más bien silenciado- cayó por igual sobre la felicidad zen de Paolo Vasile y sobre la felicidad convulsa de Mauricio Casals: el Expediente. He aquí el gozne entre la primera y la segunda temporada de la serie que ha empezado a producir Netflix.

Es el momento en que entra en escena un nuevo personaje, émulo de Elliott Ness y jefe de unos contemporáneos Intocables: José María Marín Quemada, presidente de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Con aires de galán maduro y una formidable trayectoria académica a sus espaldas, este catedrático de Política Económica y ex consejero del Banco de España, tiene la peculiaridad de creerse el papel regulador del Estado como garante de la libertad de empresa y, ante la perplejidad y rabia del Gobierno que lo nombró simplemente para que calentara el sillón y no diera la lata, ha movilizado a un pequeño pero determinado equipo de técnicos e investigadores para emprender la más digna de las cruzadas contra todo tipo de monopolios, cárteles, concertaciones de precios o posiciones abusivas de dominio. Ha perseguido, multado y sancionado a los bancos, las eléctricas, las petroleras y hasta a los fabricantes de pañales. Ahora ha topado con el Duopolio... y con sus protectores políticos.

En el primer episodio de esta segunda temporada, veremos cómo Marín Quemada, después de haber sancionado ya a Mediaset y Atresmedia por incumplimientos puntuales de sus obligaciones como concesionarios de un servicio público, recibe a mediados de 2017 informes demoledores de los encargados de vigilar la aplicación de las condiciones bajo las que se aprobaron las respectivas fusiones. Por resumirlo en la gráfica expresión de uno de sus colaboradores: "Se las están pasando por el arco del triunfo".

Es en ese momento cuando Marín Quemada ordena la apertura de un proceso de "información reservada" -vulgo investigación secreta- en el que durante meses se tomará declaración a las principales empresas del Ibex y a las grandes agencias de publicidad que gestionan sus inversiones en la televisión. El espectador asistirá indignado a las maniobras elusivas, a base de pasarse la pelota unas a otras, pero comprobará con alivio cívico cómo dos tremendas verdades van abriéndose camino gracias a la tenacidad de los investigadores: resulta que durante años el Duopolio ha obligado a agencias y anunciantes a invertir en sus canales una porción de sus presupuestos para la televisión muy superior a sus cuotas de audiencia; y resulta que en esas negociaciones el Duopolio les ha obligado también a contratar publicidad en sus canales temáticos de baja audiencia, como condición sine qua non para emitirla en Tele 5 o Antena 3.

Habrá diálogos muy sabrosos que mostrarán la aplicación del gansteril mecanismo del palo ("O pasa por el aro, o este anunciante se queda fuera") y la zanahoria ("Si quiere cobrar una sobreprima que no podrá rechazar, la agencia ya sabe lo que tiene que hacer"), hasta terminar generando un implacable circuito de servidumbre voluntaria, en el que las empresas estafadas repercuten en los consumidores ese impuesto revolucionario.

Como digo, el guión de la serie se está escribiendo prácticamente a la vez que suceden los acontecimientos. Llegados a este punto, lo normal es que el Expediente se resuelva en pocos meses y termine con importantes sanciones, en el rango de las decenas de millones. Pero lo esencial no es eso porque, en sí mismas, no serán sino pellizcos de monja para quienes se han embaulado dos mil millones de ganancia en apenas una década. La clave está en la legitimación que la resolución proporcione a las presumibles demandas por parte de los perjudicados -en principio los operadores pequeños, pero también los demás medios y quién sabe si hasta las asociaciones de consumidores-, y, sobre todo, en su contribución a un clima de opinión pública que haga ineludible para cualquier gobierno la ruptura del Duopolio.

De ahí que los capítulos centrales de esta segunda temporada de la serie que prepara Netflix estén dedicados, por un lado, a los intentos de bloquear el Expediente, a través de las presiones del Gobierno sobre Marín Quemada y su entorno; y, por el otro, a las maniobras para encubrir su curso y sus efectos, amedrentando a los pocos versos sueltos que quedan en la política y el periodismo.

Así, en el primero de esos capítulos, veremos cómo un dirigente político critica, delante de un portavoz gubernamental, el papel del Príncipe de las Tinieblas, utilizando ese apelativo, e ipso facto Mauricio Casals telefonea a la cúpula del partido en cuestión, dedicándole al osado todo tipo de denuestos y amenazando con cancelar una entrevista con su líder, ya programada en uno de sus canales.

En un segundo capítulo, veremos cómo Ferreras inicia una campaña de descalificaciones contra Federico Jiménez Losantos, equiparándole con la Radio de las Mil Colinas que facilitó el genocidio tutsi en Ruanda, por atreverse a denunciar, mañana tras mañana, el "sandwich" y todo lo que lleva aparejado.

En un tercer capítulo, veremos como Jesús Cacho recibe todo tipo de "advertencias" tras publicar su estupendo artículo Cifuentes, Casals y la profecía autocumplida: la señora las pasó pilinguis: ni él, ni su medio, ni ninguno de sus periodistas saldrán jamás en ningún canal de televisión, si sigue por ese camino.

En un cuarto capítulo, veremos, por último, cómo el Príncipe de las Tinieblas y su banderillero cortejan, con untuosa insistencia, a una persona otrora muy allegada al periodista independiente que más parece obsesionarles, tratando de estimular su rencor y obtener así algún imaginario cubo de sarama que arrojar sobre el osado, según los usos de la casa.

"¿Podrá la CNMC acabar con la inmunidad (e impunidad) de la que han gozado hasta ahora Atresmedia y Mediaset y que les ha convertido en depredadores de anunciantes, productores y televisiones independientes, ante un poder político acobardado?", se preguntan algunos de los operadores pequeños personados en el Expediente de Marín Quemada.

Tal vez a ellos les gustaría hacer con la parejita un trío. A mi entender, la cuestión clave es otra: ¿tendrá la sociedad española el suficiente conocimiento de causa sobre la gravedad de los abusos del poder fáctico que ejerce el Duopolio, como para llevar al convencimiento de los partidos que pretendan ganar las próximas elecciones que sólo desmontando las concentraciones de Zapatero y Rajoy -o sea obligando a Tele 5 a vender Cuatro y a Antena 3 a vender La Sexta y devolviendo la publicidad a TVE (a menos que se cierre)- será posible restablecer la libertad de información y el pluralismo en España? La respuesta, en la tercera temporada de la apasionante serie que prepara Netflix.

"Duopolio: el Expediente que no quieren que veas, oigas o leas"
 
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Netflix es la RKO del SXXI. Produce a mansalva, cosas de calidad, cosas malas y cosas de otros, le faltan todavía obras de arte, pero ya encontrarán a alguien. Pienso que deberían empezar una relación con Troma.
 
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